Publicado en LA VANGUARDIA, 24/12/11;
Ahora que se da tanto eso de las encuestas bien pagadas sobre qué opinión tiene usted de tal o cual cosa, que luego ya se encargan ellos de convertirla en una herramienta muy útil para la institución que las subvenciona, propondría un reto. ¿Sabe usted quién fue Dreyfus, Alfred Dreyfus? ¿El “affaire Dreyfus”? Saldrían las cosas más inverosímiles.
Bradley Manning cumplió 24 años el sábado pasado en Fort Meade, cerca de Washington, donde el día anterior se inició el consejo de guerra que le puede llevar a la pena capital o a la cadena perpetua. Curioso destino para un Sagitario. Aseguran, quienes saben de eso, que suelen ser gente propensa a la simpatía y a la buena suerte. Nació en un pueblo de Oklahoma, Crescent City, que no figura en los mapas. De padre gringo, veterano de guerra en la Marina, y madre británica. Cosecha del 87, carne de crisis a partir de la separación de sus padres, errancia doméstica y luego el aprendizaje de la vida; estudios sin interés, descubrimiento de su homosexualidad, búsqueda de algo en lo que merezca la pena aposentarse. Talento natural hacia la informática. Era lo suyo.
El ejército de Estados Unidos descubre en ese muchacho rarito que acaba de apuntarse a los marines y que se manifiesta descaradamente gay, un futuro guerrero. Lo envían a Iraq, a la 10.ª División de Montaña, unidad especialmente activa frente a la insurgencia iraquí y afgana. La guerra más alucinante con la que abrimos nuestro siglo XXI. Lo del soldado Manning eran los ordenadores; le ascienden y se ocupa de los secretos peor guardados del imperio. Por mucho que se quieran proteger de los hackers, los misterios de la informática sólo los puede salvaguardar otro hacker.
Tenía 21 años cuando fue destinado a Iraq y tarda apenas otro en descubrir esa cosa terrible, abrumadora, que consiste en sentirse ayudante del verdugo. Es algo que no está al alcance de todos, porque hay gente que puede hacerlo durante toda su vida adulta y no apreciar su singularidad. El valiente soldado Manning parece que lo pilló enseguida. Primero fueron las filmaciones de las matanzas de civiles en Iraq, luego esas evocaciones nazis filmadas por divertidos torturadores en Abu Graib, y por fin, nuestra Lubianka contemporánea que lleva por nombre Guantánamo. No cuesta imaginar a un soldado sensible ante la impunidad criminal de sus superiores. Lo difícil es resolver la ecuación vital; por salvar el honor y la dignidad, destrozaré mi vida para siempre. ¿Y si sólo fuera la vida? Será la calumnia, la traición, la humillación pública, y como colofón, la difamación cotidiana a manos de los depositarios de la verdad histórica.
Cuando detienen al soldado
Bradley Manning a finales de mayo de 2010 ha conseguido pasar miles de informes
secretos a la red Wikileaks para que se hagan públicos. Ahí está el condensado
de una política de Estado en su carácter ruín, desalmado, de bandoleros de
lujo. Y sobre todo, impunes. Algunos de nuestros talentos locales, en la inopia
de su frivolidad, hicieron el símil con Anacleto, agente secreto; nunca pedirán
perdón, son funcionarios, y los funcionarios al uso se distinguen por su
capacidad para no asumir responsabilidades. El Poder sin embargo lo tuvo muy
claro desde el primer momento. Con la colaboración de un soplón, Adrian Lamo,
al que el incauto Manning confesó su hazaña, empezó la caza, implacable.
Ni siquiera los diarios más
importantes de nuestro mundo occidental, ilustrado y liberal, pudieron soportar
la presión del Departamento de Estado norteamericano. Una cosa es la decadencia
y otra conservar todavía el poder real sobre vidas y haciendas. La lectura de
Gibbon y su imperio romano en descomposición exige una lectura lenta, nada
espasmódica. Aún quedan muchos años para un cambio de ciclo real, y nadie puede
garantizar que sea para mejor. El soldado Manning fue encarcelado en
condiciones de la Inquisición, como ocurrió siempre, en la antigüedad y la
modernidad, sea nazi, estaliniana o imperialista. Y como siempre, también
empezó la demolición ética de los protagonistas. Julian Assange, el
comunicador, se convirtió en un violador de suecas. Violar suecas es el límite
del machismo occidental, reconozcámoslo nosotros, españoles criados en el
subdesarrollo. La narrativa de esos coitos con condón o sin condón, voluntarios
o involuntarios, se hará algún día un clásico de la comedia picante. Nunca dos
polvos tuvieron tanta trascendencia histórica. Lo de Homero y La Iliada se
reduciría a una cuestionable violencia de género.
Probablemente ante la figura
de Bradley Manning muchos volverán a repetir las frivolidades que se llegaron a
decir de Alfred Dreyfus, un caballero burgués y judío, tan diferente de este
Manning de la marginalidad. ¿Evitamos rememorar los comentarios periodísticos
de entonces, tan similares a estos de hoy sobre la conspiración, el intento de
minar la civilización occidental, la ofensa al ejército más poderoso de la
tierra, defensor de la libertad allí donde se encuentre? Manning fue
encarcelado en la base de marines de Quantico (Virginia) en condiciones
infrahumanas y allá pasó casi un año, durmiendo en calzoncillos, sin sábanas ni
mantas, y con la luz encendida. ¿Les recuerda alguna vieja historia, hoy tan
justamente denostada?
Probablemente libre la vida,
e incluso se le atenuará la cadena perpetua si asume denunciar a Julian Assange
y le convierte en reo de la justicia norteamericana. Su abogado, David Codmas,
empezó preguntando al tribunal militar: ¿dónde está el daño?, ¿dónde el
peligro? Y tenía razón, el daño y el peligro era el del poder no el de la
ciudadanía. Ahora, al parecer, se debate a un nivel más bajo y se plantean si
el soldado Manning era un travesti o sencillamente un discapacitado. Lo único
que no cabe admitir ante un tribunal militar es que obró como un soldado
consciente de su conciencia democrática. La invasión de Iraq fue un crimen que
hubiera debido llevar a los tribunales a aquel trío que la promovió y se
inventó las mentiras para la masacre. Bush, Blair y Aznar son más susceptibles
de un tribunal de guerra que el honorable soldado Bradley Manning, que acaba de
cumplir 24 años y al que nunca jamás le dejarán ser joven, valiente y digno.
En una de esas crónicas que
hacen historia, Christophe Ayad, en Le Monde, describía el final del ejército
de Estados Unidos en Iraq: “Se han ido como ladrones, en mitad de la noche, sin
decir adiós y sin mirar atrás”. Así abandonaba el 18 de diciembre, al alba, un
centenar de vehículos y los últimos 500 soldados de la 1.º división de
caballería, el país que habían invadido en 2003, con el alborozo de tantos, hoy
taciturnos. Cruzaron el puesto fronterizo de Kuwait y cerraron, o creyeron
cerrar, una página miserable de la historia de EE.UU. Dejan un país más
destrozado, corrupto, dividido y sumido en la miseria, del que encontraron con
Sadam Husein, su veterano aliado de antaño.
Y en esas páginas de mierda y
sangre que ellos escribieron, y cuya huella no se borrará en décadas, habrá al
menos un capítulo digno, un apartado dedicado al valor del soldado Brandley
Manning, de Oklahoma, que fue capaz de poner al descubierto esos fondos que
jamás aparecen en los discursos. La verdad de una guerra, los motivos de una
invasión, las razones para cubrir una mentira. Lo pagará a un precio que
nosotros no seríamos capaces de asumir.
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