¡Guernica!,
¡Guernica!/ Ángel Viñas es historiador y
catedrático emérito de la UCM. Ha actualizado La destrucción de Guernica de
Herbert R. Southworth, que aparecerá próximamente en la editorial Comares.
El País | 9 de febrero
de 2013
Este
es el título de la edición en inglés, aparecida en 1977, de una obra clásica
del historiador norteamericano Herbert R. Southworth. Recuerda el grito
implícito en el famoso cuadro de Picasso. La edición española está agotadísima.
En Iberlibro únicamente he visto disponibles tres ejemplares. Nada en
Amazon.es.
Southworth
destruyó sistemáticamente el denso entramado de mentiras sobre uno de los mitos
estructurales del franquismo. Su análisis constituye una lección de historia y
de crítica histórica ejemplar. Ha vuelto a impresionarme en el momento de
preparar una edición revisada y ampliada.
En
esta labor he constatado de nuevo cómo los historiadores neofranquistas han
hecho y hacen todo lo posible por ningunear y/o desprestigiar a Southworth.
Incluso un ilustre académico de la Historia que incide a la vez en grotescos
errores de principiante. Un piadoso exministro entona preces al Señor por el
alma de Southworth, pero continúa encastillado en el disparate. Un eminente
historiador militar, que dice haber dedicado cuarenta años al tema, provoca
rubor. Las obras de tan connotados autores pueden adquirirse fácilmente.
En
realidad, ni han recuperado la verdad de los hechos ni lo que hay detrás de
ellos. No se han adentrado en la evidencia primaria de época, y en especial en
la relevante. Han ofuscado con mucha que o no es relevante o es de calidad harto
dudosa. Un truco volatinero. Han abandonado alguno de los postulados
franquistas más absurdos (Guernica la volaron los propios vascos). Mantienen
enhiestos los reductos: hubo muy pocos muertos; el mito de Guernica lo crearon
los republicanos; el “mando nacional” no tuvo que ver nada con el bombardeo.
Los culpables fueron los alemanes que actuaron según su libre albedrío.
Ha
sido la investigación académica (María Jesús Cava, Carmelo Garaitaonandía, José
Luis de la Granja, Morten Heiberg, Xabier Irujo, Manuel Ros Agudo, Stefanie
Schüler-Springorum y, modestamente, quien esto escribe) la que ha sacado a la
luz el tipo de evidencia necesaria y suficiente para enterrar los mitos de
Franco y sacar las vergüenzas a sus denodados defensores.
Es
difícil tener aprecio por la calidad científica y el contenido empírico de su
historiografía. La puesta al día de la obra de Southworth ha excedido, sin
embargo, todo lo que había visto y comprobado hasta el momento: la más tosca
manipulación de la evidencia, la tergiversación documental, la cita amañada de
la literatura secundaria y la desfiguración de las obras de los autores
discordantes son rasgos consustanciales de tales especialistas y divulgadores,
españoles o ¡ay! también de algún que otro extranjero, catedrático emérito de
una Universidad norteamericana.
En
breves palabras. Lo que en los últimos tres o cuatro años ha salido a relucir
en alemán o en español es lo siguiente:
El
contingente aéreo germano (Legión Cóndor) estuvo plenamente insertado, en
cuanto dio comienzo a sus hazañas bélicas en España en noviembre de 1936, en
los planes operativos de las fuerzas franquistas. De este nivel fue ascendiendo
al táctico y al estratégico. En la campaña de Vizcaya, la interdependencia
entre uno y otras alcanzó un elevadísimo grado de información, comunicación y
control.
Se
conservan documentos que lo demuestran con respecto a los generales en jefe de
los Ejércitos del Sur (Queipo de Llano) y del Norte (Mola) para la conexión con
las fuerzas de tierra. También, y de manera permanente, con el general
Kindelán, jefe del Aire. Que Franco lo ignorase no es creíble. Uno de sus
hombres, el coronel Juan Vigón, estuvo en el centro del dispositivo en el
Norte.
En
esta campaña, la aviación alemana se supeditó a las instrucciones de Mola y
Kindelán. Arrojó octavillas anunciando arrasamientos, intervino en apoyo del
avance en tierra sustituyendo a veces a la artillería y, no en último término,
bombardeó ciudades. La afirmación solemnísima de un reputado general de
aviación español de que esto se hizo en contra de instrucciones formales de
Franco es un mero brindis al sol.
El
bombardeo del 26 de abril de 1937 se hizo con propósitos de destrucción masiva.
No fue para triturar un puentecillo de piedra (que resultó indemne) que
enlazaba el núcleo urbano con el barrio de Rentería salvando el río Oca. Esta
fue una intoxicación ulterior. Sobre Guernica se lanzaron exactamente 31
toneladas de bombas (mezcla de explosivas e incendiarias), amén de incontables
bidones de gasolina. No lo digo yo. Es lo que informó, un mes después, el
teniente coronel Wolfram von Richthofen, jefe de Estado Mayor de la Cóndor, a
sus superiores en Berlín.
La
creación del mito sobre la autoría vasca fue un reflejo inmediato, de corte
pavloviano, del propio Franco para contrarrestar el efecto que en el extranjero
pudieran tener las acusaciones del lehendakari José María Aguirre contra
aviadores alemanes al servicio de los rebeldes.
Tras
su entrada en Guernica el 29 de mayo de 1937, los franquistas se dedicaron a
eliminar la evidencia de la fechoría, que para entonces había saltado a la
primera plana de numerosos periódicos de todo el mundo. Se amañaron las hojas
de los registros o, simplemente, se arrancaron. Los alemanes hicieron
desaparecer lo que quisieron, se ralentizó el desescombramiento. Es imposible
saber a ciencia cierta el número de víctimas. Fijarlo en algo más de un
centenar es el resultado de un proceder infame.
La
propaganda franquista batió todos los récords de fantasía, vituperación y
denigración. Duró hasta el final mismo del régimen, aunque ya agrietada. Su
análisis constituye el núcleo de la obra de Southworth. Esta necesitaba
ampliarse a una referencia, siquiera somera, de sus secuelas en la España de
nuestros días, es decir, desde que en Guernica se levantó un inmenso clamor
popular en abril de 1977 para aclarar la cuestión de las responsabilidades.
Es
necesario comparar el comportamiento de los Gobiernos de la República Federal
de Alemania con el de los españoles. Hoy puede hacerse porque en Berlín ya se
han desclasificado los documentos de aquellos primeros años transicionales.
Ello no obstante, debemos ser modestos. En fecha indeterminada se pusieron en
marcha los temibles bichitos fibrófagos que solían pulular por los archivos
españoles. Los documentos directamente relacionados con Guernica han
desaparecido en gran medida. Una casualidad.
La
desaparición, sin embargo, no ha sido total. Por fortuna quedan muchos que
arrojan luz indirecta, y en ocasiones, casi directa. Quienes expoliaron los
archivos no siempre sabían alemán. Se conserva algún que otro documento
redactado en este idioma, pero traducido “creativamente” para acordarlo con los
mitos franquistas. Al leer la traducción, los eliminadores se guiaron por ella
y menospreciaron la versión original. Siempre hay alguien que mete la pata.
La
tergiversación no se hizo en España únicamente. En la edición de bolsillo
(Heyne-Bücher) de las memorias de uno de los ases de la Luftwaffe, Adolf
Galland, que no participó en el bombardeo, se eliminó cuidadosamente todo lo
que pudiese generar una mala impresión, incluida la referencia a los ensayos de
la Cóndor con un napalm de medio pelo. La extrema derecha alemana sigue
apartando el cáliz de Guernica.
Por
la dignidad de las víctimas y de la HISTORIA es preciso recuperar el pasado y
desenmascarar a quienes siguen desfigurándolo.
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