'No
estoy tranquilo, no puedo trabajar'
Decenas
de trabajadores hicieron fila para informarse de las terapias
Nota de Benito
Jiménez
Reforma 9 febrero 2013.- En la
estrecha oficina de jubilados del edificio C, en el interior del complejo
administrativo de Pemex, la recepcionista prefiere estar en los pasillos.
Saluda
a sus compañeros, platica con ellos y luego va a cualquier lado y regresa.
Evita la oficina tapizada de fotos de quienes laboraron para Pemex en otros
tiempos.
Por
ahora ningún jubilado hace fila. En ese cubículo, un joven habla por teléfono
con un tic en las piernas. Sus nervios son evidentes.
En
los pasillos, los petroleros platican con café en mano sobre el tema que no los
deja dormir desde hace nueve días: la explosión en el edificio vecino, en el
B2.
Habían
pasado apenas unos minutos después de que el Presidente Enrique Peña Nieto
reconociera a los rescatistas por su valor al recuperar a quienes quedaron
atrapados entre los escombros el pasado 31 de enero.
Los
funcionarios estuvieron ocupados con altos mandos para ese evento. No había
presión laboral y menos en viernes.
En
distintas áreas de los edificios A y C, la clínica médica del centro
administrativo de Pemex instaló stands para la atención psicológica de aquellas
personas que aún no se reponen del susto.
"Hay
sucesos absolutamente repentinos que generan graves afectaciones, pérdidas y
dolor, que nos impactan en algún grado, más aún cuando se trata de eventos que
rompen con nuestra cotidianidad y en la que perdemos seres queridos", se
arrancaba Adriana, una de las terapeutas cuando un trabajador de Pemex tomaba
asiento para pedir ayuda.
Por
la entrada 21 del conjunto petrolero, decenas de trabajadores hicieron fila
para informarse de las terapias.
"Cualquier
persona que atraviesa por una experiencia traumática puede recuperar su
bienestar", comentaba una señora que pedía a los trabajadores portar la
credencial a la vista para ser atendidos.
Alberto,
un asistente del órgano interno de control, debía estar después del mediodía en
el piso 18 de la torre ejecutiva, pero prefirió estar a ras de suelo, junto a
un memorial con los nombres de los 37 fallecidos por la explosión, recién
instalado en la explanada del corporativo.
"Subo,
veo mis archivos y mis correos. La verdad es que no me siento tranquilo,
entonces bajo un rato a tomar el sol, y así le hago ahorita, huele a
intranquilidad", reconoce.
Mientras
tanto, en el edificio A, Sara, una trabajadora de la gerencia comercial de
transporte, vacía la máquina de los caramelos con varias monedas apiladas en la
palma de su mano.
Su
oficina está en el piso 8 del edificio B1. La mirada es obligada al devastado
B2. "Nos está dando ansiedad allá arriba, estamos intranquilos, vemos el
reloj y queremos que el tiempo pase pronto, eso deseamos, así no podemos
trabajar", expresa.
El
colmo para la zozobra de los trabajadores de Pemex, rodeados de archivos,
fólderes y escritorios, fue cortesía del Estado Mayor Presidencial.
Justo
a la hora de entrada a las oficinas bajaron de sus camiones, instalaron vallas
y tomaron el control de los accesos. Dos filtros de seguridad fueron instalados
por la puerta 22 para ingresar al evento presidencial.
Sindicalizados,
de confianza y hasta militares fueron revisados por el EMP de manera minuciosa.
Horas
después, al finalizar el evento, las pláticas continuaron en los pasillos. Lo
único abarrotado fueron los puestos de fritangas y algunos restaurantes de
comida corrida.
Después
de eso, las instalaciones se tornaron desiertas.
'Sentí
un empujón y no supe más'
Ese
31 de enero, Rubén Alberto Malagón López, sobreviviente del estallido en Pemex,
esperaba su hora de salida como muchos de sus compañeros. Nada anormal le
anticipó lo que vendría.
"Estábamos
en la zona donde tenemos material de trabajo, hay máquinas pulidoras para el
piso, era como una bodeguita, y lo único que sentí fue como cuando vas
caminando y alguien te empuja. De ahí ya no tengo nociones de lo que pasó, ni
de cómo salí, que me pasó, ni de cómo llegué al hospital", cuenta ya en
casa, a donde volvió ayer tras nueve días de estar en el Hospital de Pemex de
Picacho.
Cuando
trata de recordar, le duele la cabeza y mejor lo evita.
"Estaba
inconsciente, no recuerda ni dónde estaba, pero sí reconoció a las personas.
Fue de los primeros que sacaron y lo llevaron en helicóptero al Hospital
Ángeles y de ahí lo bajaron a Picacho", precisa su padre, Rubén Malagón
Zamudio, también trabajador de la paraestatal.
"He
preguntado por mis compañeros, pero los médicos me dicen: 'Puede que haya malas
noticias, vamos a esperar'", comenta el joven de 28 años que en septiembre
de 2012 obtuvo su planta de trabajo en Petróleos Mexicanos, en donde lleva
trabajando más de ocho años.
Rubén,
pareja de Martha Patricia Pérez y papá de una bebé de 7 meses, no podrá limpiar
pisos hasta que termine de recuperarse de la lesión de su brazo izquierdo y que
su cerebro deje de estar inflamado.
"Mi
brazo por fuera no se ve muy lastimado, pero por dentro, dicen los doctores,
que nervios y músculos están inflamados, necesito terapia", explica
recargado en cojines porque su espalda sigue adolorida.
Con
mucho trabajo carga a la pequeña Aideé. Su mano izquierda tiene un soporte que
le ayuda a abrir los dedos porque él no puede hacerlo por voluntad propia.
Martha
bromea con él: "¿Te pongo otro cojín o te doy un cojinazo?".
Saber
que Rubén está en casa le ha devuelto el humor a pesar de que estos días se la
pasó de un lado a otro de la ciudad. De norte con su bebé, a sur, para ir al
hospital.
Comenta
que Rubén buscará el apoyo psicológico que les ofrecieron a víctimas y
familiares.
"Ya
tiene cita en psiquiatría, pero ahora que estemos más tranquilos", dice la
chica que se dio tiempo para hacer un cartel de bienvenida para Rubén y que
colocó con alfileres que pidió a la abuela, doña Cleotilde, ahora jubilada de
Pemex e hija de don Carmelo, quien en la década de los 50 fue cocinero en el
barco petrolero Coatzacoalcos.
"Todo
lo que tenemos se lo debemos a Pemex", asegura la abuela: trabajo, casa,
servicio médico, incluso, este triste episodio.
'Fueron
15 minutos de caos entre rescatistas'
Armando
Romero, jefe de la brigada de rescate canino del Departamento de Bomberos de
Ecatepec, arribó a las ocho de la noche del 31 de enero al edificio B2 de
Pemex, ubicado en Marina Nacional.
Para
que la urgencia haya llegado a su oficina, es que la emergencia era mayor.
"Pensábamos
lo peor, tenemos ese sentido, pero nunca pensamos que fuera tan
impactante", recuerda.
"Al
inicio vimos desorganización y hasta los 15 minutos se retoma el control y se
comienzan a organizar grupos de emergencias", detalla el rescatista.
"Llego
con mis perros, pero también había desorganización abajo en la parte colapsada.
Había caos con la gente que también trabajaba con perros, se les invitó a hacer
un puesto de mando y tratar de organizar la búsqueda".
Entre
gritos, polvo y dolor de los heridos, Romero afirma que trabajó con
"Nisha", una perra labrador que es su binomio canino, para el rescate
de víctimas.
Romero
es un veterano del rescate. Luego del terremoto del 85 se profesionalizó en la
protección civil. Ha logrado colaborar en 13 incidentes. Todo, a través de una
metodología basada en un soporte científico.
El
rescatista, quien ha sido asesorado por la Escuela Mexicana de Perros de
Búsqueda y Rescate y la Scuola Provinciale Cani da Ricerca e Catástrofe, de la
ciudad de Trento, Italia, fue reconocido por el Presidente Enrique Peña Nieto
por su valor en las tareas de recuperación de víctimas.
Alberto
Maya Montoya, del cuerpo de Bomberos de Pemex, también fue homenajeado.
"Me
disloqué el brazo derecho, me pusieron una férula y aún con eso continué en los
trabajos de búsqueda y rescate. Estoy seguro de que se salvaron muchas
vidas", afirmó el vulcano.
'Accidentes
como éste, ocurren uno en un millón'
Lo
primero que pensó Jorge Luis González, profesor investigador del IPN, cuando
ocurrió la explosión en Pemex es que había sido un atentado, una bomba.
El
experto en explosivos es un decano en supervisar los accidentes de Pemex.
El
ingeniero metalúrgico, especialista en fracturas de infraestructura, deterioro
de materiales y en explosiones, determina que lo que ocurrió en el edificio B2
del complejo, más allá de la acumulación de gas, fue un suceso excepcional.
"Tengo
25 años estudiando explosiones de todo tipo, petroleros, de recipientes a
presión, atentados, he trabajado en Sudamérica, Centroamérica, Alemania,
Australia como asesor para estudiar este tipo de fenómenos y lo que uno aprende
es que cuando hay accidentes así tan graves, como éste, es porque se combinaron
cosas o factores que se dan una en un millón, pero aquí se dio", concluye.
González
fue uno de las 19 personas reconocidas ayer, a él se le reconoce por su
aportación técnica para determinar el origen del estallido.
Otros
galardonados fueron homenajeados por meterse entre los escombros a salvar
heridos y extraer a personas fallecidas en el estallido del pasado 31 de enero
que dejó un saldo de 37 muertes.
"Con
las primeras imágenes que vi me di cuenta de inmediato que no era una bomba, los
efectos de la bomba son muy diferentes. Después de descartar lo que nos decían
las evidencias físicas, que no había sido un artefacto explosivo, por las
características del humo, el polvo y los daños materiales, supimos que se
trataba de una explosión de gas", expresa.
"Aquí
hubo varios fenómenos físicos que no han sido explicados adecuadamente al
público. Las ondas explosivas se intensifican cuando ocurren en lugares
cerrados, eso las hace muy potentes entonces no se necesitan grandes cantidades
de gas no se necesitan gases enormemente explosivos si se dan las condiciones
físicas adecuadas, fortuitas, como se dieron aquí, se tienen este tipo de
devastaciones", detalla.
Con
información de Georgina Montalvo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario