25 mar 2013

El viejo PRI contra el nuevo siglo

 El viejo PRI contra el nuevo siglo
Colaborador Invitado / Rodrigo Serrano: 
Enfoque de Reforma, 17 marzo 2013.- Estudiante de la Universidad Iberoamericana, creador del video "131 alumnos de la Ibero responden" y participante del movimiento #YoSoy132.
 Pareciera que para Enrique Peña Nieto no ha acabado la campaña. Va por el país sonriendo y abrazando bebés, va a broncearse el fin de semana de la explosión en la Torre de Pemex, se toma media hora para saludar a sus fanáticos en la Asamblea Nacional del PRI, da la cara por arrestos espectaculares que parecen actos proselitistas.
 Al mismo tiempo ha ocurrido una festiva regresión a la vieja forma de gobernar del PRI; el elbazo es un golpe contra la mesa para informar a los poderes fácticos que papá ya regresó, no está de buen humor y más vale irse peinando de nuevo como ordena (de copetito, supongo) porque, cual Cronos charro y clientelar, trae ganas de comerse a sus hijos.

 Que Peña tenga operadores políticos tan pícaros y colmilludos en puestos clave -Miguel Ángel Osorio Chong, Jesús Murillo Karam, Pedro Joaquín Coldwell o Emilio Chuayffet, por ejemplo- delinea desde ahora los ejes sobre los que pretende tener el control pase lo que pase, por lo menos durante la primera mitad de su sexenio: la situación política en el interior, la procuración de justicia y las reformas energética y educativa.

La intención de nombrar a Peña coordinador de la Comisión Política Permanente en el PRI transforma al partido en una herramienta más del grupo en el poder, algo parecido a una secretaría legislativa, aquella que allanará el camino para que el Congreso de la Unión no resulte un problema.

Que fuera decisivo el voto de alguien ligado financieramente a la campaña para que el PRI evitara ser multado por el IFE, y que la misma institución junto con el IFAI sean víctimas de la aplanadora legislativa PRI-PVEM-PANAL para nombrar consejeros y comisionados a modo, revela que también se busca controlar instituciones que debieran ser ciudadanas.

Todo lo descrito sucede entre risas y abrazos, entre felicitaciones, aplausos y globos. El cinismo delata que la cúpula gobernante considera natural ocupar esos espacios, como si les pertenecieran por derecho divino.

Han pasado 100 días de Enrique Peña Nieto maniobrando hábilmente para acrecentar su influencia, para poner a sus pies a todas las instituciones, como antaño.

Como alguien que creció en la alternancia, no concibo que tal concentración de poder en una sola persona sea sana para la democracia y temo que estos 100 días sean premonitorios de un intento por desactivar las voces que supongan un riesgo para la hegemonía presidencial. He crecido en un país cuya ciudadanía trabajó arduamente los últimos 18 años para construir instituciones que, con mayor o menor éxito, trasladaban las decisiones al ámbito público y el debate hacia la prensa. No estábamos en la cúspide de la democracia participativa ni mucho menos, pero sin duda comenzábamos a recorrer ese camino. No quiero regresar al país donde "en la mesa no se habla de política", pues supondría la destrucción de nuestra incipiente cultura política y la victoria para las fuerzas hegemónicas.

En estos 100 días también sucedió algo histórico: un grupo de personas se las arregló para conseguir 100 mil firmas y presentar la primera iniciativa ciudadana en México; proponen establecer el acceso a internet gratuito como derecho constitucional, el primer paso para democratizar los medios de comunicación. Independientemente de las implicaciones técnicas del proyecto, resulta loable el esfuerzo y el músculo de empoderamiento civil que muestra, sobre todo porque ocurrió pese a que la reglamentación específica sigue atorada en las Cámaras.

Tal iniciativa ciudadana evidencia que los mexicanos no somos los mismos que hace 30 ó 40 años. El diálogo permanente se ve facilitado por internet; los celulares y las redes sociales son hervideros de opiniones e ideas, el sustrato en que crece un nuevo paradigma de organización donde todas las opiniones tienen las mismas posibilidades de ser escuchadas. Toda mi generación creció e interiorizó esos valores democráticos.

Quienes buscan restaurar el viejo autoritarismo no deben hincharse de vanidad por 100 días de éxitos aparentes, pues aunque crean haber ganado todas las batallas, pueden estar condenados a perder la más grande: la batalla contra el siglo XXI.

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