El viejo PRI contra el nuevo siglo
Colaborador Invitado / Rodrigo Serrano:
Enfoque de Reforma, 17
marzo 2013.- Estudiante de la Universidad Iberoamericana, creador del video
"131 alumnos de la Ibero responden" y participante del movimiento
#YoSoy132.
Pareciera
que para Enrique Peña Nieto no ha acabado la campaña. Va por el país sonriendo
y abrazando bebés, va a broncearse el fin de semana de la explosión en la Torre
de Pemex, se toma media hora para saludar a sus fanáticos en la Asamblea
Nacional del PRI, da la cara por arrestos espectaculares que parecen actos
proselitistas.
Al
mismo tiempo ha ocurrido una festiva regresión a la vieja forma de gobernar del
PRI; el elbazo es un golpe contra la mesa para informar a los poderes fácticos
que papá ya regresó, no está de buen humor y más vale irse peinando de nuevo
como ordena (de copetito, supongo) porque, cual Cronos charro y clientelar, trae
ganas de comerse a sus hijos.
Que
Peña tenga operadores políticos tan pícaros y colmilludos en puestos clave
-Miguel Ángel Osorio Chong, Jesús Murillo Karam, Pedro Joaquín Coldwell o
Emilio Chuayffet, por ejemplo- delinea desde ahora los ejes sobre los que
pretende tener el control pase lo que pase, por lo menos durante la primera
mitad de su sexenio: la situación política en el interior, la procuración de
justicia y las reformas energética y educativa.
La
intención de nombrar a Peña coordinador de la Comisión Política Permanente en
el PRI transforma al partido en una herramienta más del grupo en el poder, algo
parecido a una secretaría legislativa, aquella que allanará el camino para que
el Congreso de la Unión no resulte un problema.
Que
fuera decisivo el voto de alguien ligado financieramente a la campaña para que
el PRI evitara ser multado por el IFE, y que la misma institución junto con el
IFAI sean víctimas de la aplanadora legislativa PRI-PVEM-PANAL para nombrar
consejeros y comisionados a modo, revela que también se busca controlar
instituciones que debieran ser ciudadanas.
Todo
lo descrito sucede entre risas y abrazos, entre felicitaciones, aplausos y
globos. El cinismo delata que la cúpula gobernante considera natural ocupar
esos espacios, como si les pertenecieran por derecho divino.
Han
pasado 100 días de Enrique Peña Nieto maniobrando hábilmente para acrecentar su
influencia, para poner a sus pies a todas las instituciones, como antaño.
Como
alguien que creció en la alternancia, no concibo que tal concentración de poder
en una sola persona sea sana para la democracia y temo que estos 100 días sean
premonitorios de un intento por desactivar las voces que supongan un riesgo
para la hegemonía presidencial. He crecido en un país cuya ciudadanía trabajó
arduamente los últimos 18 años para construir instituciones que, con mayor o
menor éxito, trasladaban las decisiones al ámbito público y el debate hacia la
prensa. No estábamos en la cúspide de la democracia participativa ni mucho
menos, pero sin duda comenzábamos a recorrer ese camino. No quiero regresar al
país donde "en la mesa no se habla de política", pues supondría la
destrucción de nuestra incipiente cultura política y la victoria para las
fuerzas hegemónicas.
En
estos 100 días también sucedió algo histórico: un grupo de personas se las
arregló para conseguir 100 mil firmas y presentar la primera iniciativa
ciudadana en México; proponen establecer el acceso a internet gratuito como
derecho constitucional, el primer paso para democratizar los medios de
comunicación. Independientemente de las implicaciones técnicas del proyecto,
resulta loable el esfuerzo y el músculo de empoderamiento civil que muestra,
sobre todo porque ocurrió pese a que la reglamentación específica sigue atorada
en las Cámaras.
Tal
iniciativa ciudadana evidencia que los mexicanos no somos los mismos que hace
30 ó 40 años. El diálogo permanente se ve facilitado por internet; los
celulares y las redes sociales son hervideros de opiniones e ideas, el sustrato
en que crece un nuevo paradigma de organización donde todas las opiniones
tienen las mismas posibilidades de ser escuchadas. Toda mi generación creció e
interiorizó esos valores democráticos.
Quienes
buscan restaurar el viejo autoritarismo no deben hincharse de vanidad por 100
días de éxitos aparentes, pues aunque crean haber ganado todas las batallas,
pueden estar condenados a perder la más grande: la batalla contra el siglo XXI.
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