La búsqueda del
crecimiento mundial/Mohamed A. El-Erian is CEO and co-Chief Investment Officer
of the global investment company PIMCO, with approximately $2 trillion in
assets under management.
Project
Syndicate | 9 de abril de 2013
Traducido
del inglés por Carlos Manzano.
¿Cuál
es la prioridad económica más urgente compartida por países tan diversos como
el Brasil, China, Chipre, Corea, los Estados Unidos, Francia, Grecia, Irlanda,
Islandia, Portugal y el Reino Unido?
No
es la deuda y los déficits ni la necesidad de abordar las consecuencias del
préstamo y el endeudamiento irresponsables. Sí, se trata de asuntos importantes
y, en algunos casos, urgentes, pero el problema número uno que afrontan esos
países es la creación de modelos de crecimiento que puedan ofrecer puestos de
trabajo más abundantes, mejor remunerados y más seguros en medio de una
reorganización secular de la economía mundial.
Por
razones teóricas y prácticas a un tiempo, se trata de un imperativo que no se
logrará fácil o rápidamente y, cuando así sea, lo más probable es que se trate
de un proceso parcial e irregular, lo que acentuará las diferencias y planteará
difíciles cuestiones de coordinación en los niveles nacional, regional y
mundial.
Los
últimos años han puesto de relieve la decadencia de modelos de crecimiento muy
antiguos. Algunos países (por ejemplo, Grecia y Portugal) dependieron del gasto
financiado por el Estado para avivar la actividad económica. Otros (piénsese en
Chipre, los Estados Unidos, Islandia, Irlanda y el Reino Unido) recurrieron a
aumentos del apalancamiento entre entidades financieras para financiar
actividades del sector privado, a veces casi sin relación con los fundamentos
económicos subyacentes. Otros más (China y Corea) aprovecharon una
mundialización aparentemente ilimitada y un comercio internacional boyante para
conseguir participaciones cada vez mayores en los mercados y un último grupo
avanzó a la sombra de China.
Los
datos recientes del Fondo Monetario Internacional ponen de relieve esa pérdida
simultánea de eficacia de los modelos. En el más reciente período de cinco
años, el crecimiento mundial fue de sólo el 2,9 por ciento, por término medio,
muy por debajo del nivel de prácticamente cualquier otro período multianual
desde 1971. Si bien las economías en ascenso han superado en resultados a los
países desarrollados, el ritmo de los dos se ha aminorado. El crecimiento ha
sido prácticamente plano en las economías desarrolladas y, con el 5,6 por
ciento en los países en ascenso, está muy por debajo del 7,6 por ciento, por
término medio, en el anterior período de cinco años.
Sistemas
muy apalancados en economías dependientes de las finanzas fueron los primeros
que chocaron contra un muro, lo que sorprendió a muchos que se habían creído
acríticamente la “gran moderación”: la idea de que la inestabilidad
macroeconómica y de los mercados de activos había desaparecido permanentemente.
La audaz actuación normativa que contrarrestó el desorden inicial previno una
depresión mundial, pero recargó los balances del sector público.
A
consecuencia de ello, unos gobiernos muy endeudados fueron los siguientes en
chocar contra el muro. Algunos se vieron empujados hasta ahí por el alto costo
de la contención de los daños resultantes de un comportamiento irresponsable de
los bancos. Al afrontar un inmediato racionamiento del crédito y grandes
contracciones de la producción, sólo se pudo estabilizarlos mediante una
financiación oficial excepcional procedente del extranjero y, en caso extremos,
la suspensión de pagos correspondientes a compromisos pasados (incluidos los tenedores
de bonos y, en época más reciente, los depositantes en bancos).
En
el caso de otros países, incluidos los EE.UU, las cuestiones del medio plazo
pasaron a primer plano, pero, en lugar de catalizar los debates normativos
sensatos, dichas cuestiones propiciaron una política polarizada y polarizante,
lo que levantó nuevos vientos más inmediatos y contrarios al crecimiento
económico.
Entretanto,
una economía mundial muy interdependiente y (ahora) menos dinámica ha estado
limitando la potencia de los motores exteriores del crecimiento. Conforme a
ello, incluso países con balances sólidos y un apalancamiento soportable han
experimentado una desaceleración del crecimiento.
Las
consecuencias han llegado a ser dolorosamente claras, en particular en los
países occidentales. Con un crecimiento insuficiente para hacer un
desapalancamiento seguro, los costos sociales han sido considerables. Un
desempleo juvenil alarmantemente elevado, unas redes de seguridad social
menguantes y una inversión insuficiente en infraestructuras y capital humano
están representando una carga para las generaciones actuales y, en un número
cada vez mayor de casos, también afectarán negativamente a generaciones
futuras.
En
ese proceso, la desigualdad ha aumentado aún más y, sin embargo, pese a la
urgente necesidad de adaptaciones normativas importantes en el nivel nacional y
una coordinación regional y mundial mucho mejor, los avances han sido
decepcionantes.
Como
el marco político está socavando la combinación idónea de medidas a corto y a largo
plazo, las autoridades nacionales improvisaron planteamientos parciales y una
experimentación inhabitual. Se ha centrado la atención en ganar tiempo, en
lugar de aplicar una transición sensata a una posición normativa sostenible, y,
si no se dejara de abordar la excesiva desigualdad hasta el último momento, los
posibles resultados nacionales serían menos inciertos.
Las
dimensiones regionales y multilaterales son igualmente insuficientes. La falta
de análisis comunes bien formulados y de coordinación de políticas ha acentuado
los déficits de legitimidad, lo que ha alentado a los dirigentes y al público a
optar por relatos parciales y ha erosionado la confianza en las estructuras
institucionales existentes.
En
vista de esas tendencias, la búsqueda de modelos de crecimiento más sólidos
requerirá mucho más tiempo y será más complicada de lo que muchos reconocen,
sobre todo porque la economía mundial se está alejando de una mundialización
desbocada y de niveles elevados de apalancamiento.
Es
de esperar que países como los EE.UU. se beneficien de un dinámico espíritu de
empresa ascendente y de la tradicional recuperación económica cíclica. Pese a
la disfuncionalidad del Congreso, el sector privado convertirá la prima a la
incertidumbre, cada vez más paralizante y que obstaculiza la inversión, en
otra, menos perjudicial, al riesgo, pero, sin un turbocompresor económico a
corto plazo, la recuperación del crecimiento y de los puestos de trabajo
seguirá siendo gradual, vulnerable ante los riesgos políticos y normativos y
desproporcionadamente benéfico para quienes cuenten con medios iniciales
favorables de riqueza y talentos mundializados.
El
papel de los gobiernos será diferente en países como China, donde los
funcionarios guiarán el paso de la dependencia de las fuentes exteriores de
crecimiento a una demanda más equilibrada, Como ello requiere algunas
reorganizaciones internas fundamentales, la reequilibración será gradual y a
veces no lineal.
Las
perspectivas para otras economías son más inciertas. Países como Chipre,
minados por la falta de flexibilidad normativa, necesitarán mucho tiempo para
superar el embate inmediato de la crisis y renovar sus modelos de crecimiento.
Abandonada
a sus propias fuerzas, esa dinámica con múltiples velocidades se materializaría
en un mayor crecimiento mundial total, acompañado de mayores disparidades
internas y entre los países, con frecuencia exacerbadas por la demografía. La
cuestión es si los sistemas de dirección existentes pueden coordinar una
intervención eficaz para contrarrestar las tensiones resultantes.
Se
necesitan avances simultáneos tanto en la substancia como en el proceso. Los
parlamentos y las instituciones multilaterales deben ser más eficaces para
facilitar la aplicación de políticas cooperativas, lo que requerirá la
disposición a reformar las instituciones anticuadas, incluido el cabildeo
político.
Nadie
debe subestimar el problema del crecimiento que afronta la economía mundial
actualmente. Los sectores más fuertes (dentro de los países y entre ellos)
seguirán recuperándose, pero no lo suficiente para hacer remontar a toda la
economía mundial. A consecuencia de ello, los sectores débiles corren el riesgo
de ser superados a un ritmo cada vez más rápido. Si no se ajustan los sistemas
de dirección, resultará más difícil conciliar y mantener ordenadas esas
tendencias.
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