Mi
amigo Bernardo (Barranco) /Roberto
Blancarte
Milenio, 2013-04-09
Conocí
a Bernardo Barranco hace 30 años, a través de Fortunato Mallimaci, con quien
coincidí en el seminario de nuestro querido maestro Émile Poulat en París.
Fortunato estudiaba su doctorado al mismo tiempo que trabajaba en las oficinas
centrales del Movimiento de Estudiantes Católicos (MEC). Había llegado allí
huyendo de la dictadura argentina de los 70, con su esposa y tres niñitas. Pero
antes de llegar a París, él había coincidido con Bernardo en la sede de Perú
adonde ambos habían vivido algún tiempo, laborando para esa organización. Ya en
Francia, Bernardo se incorporó al seminario semanal de Poulat y allí aprendimos
juntos sobre la intransigencia y el integralismo católicos, como claves para
entender la llamada doctrina social de la Iglesia.
Nos
hicimos amigos rápidamente. Vivía modestamente (como todos los que éramos
estudiantes), por los rumbos de Pigalle, adonde si no mal recuerdo nació el
tercero de sus hijos, Jesús María. Regresó a México unos años antes que yo y
formó un grupo de estudio con colegas interesados en el tema de las religiones.
Con ellos, a principios de los 90, formamos el Centro de Estudios de las
Religiones en México, primero en su tipo. Mediante diplomados y seminarios
capacitamos a muchos de los primeros funcionarios de la Secretaría de
Gobernación y a más de un líder religioso o dirigente social. Hicimos libros,
números especiales de revistas, participamos en programas de radio y
televisión, empezamos a escribir en periódicos, cubrimos eventos especiales y
muchas otras actividades relacionadas con la promoción de un estudio serio y
objetivo de las religiones, más allá del clericalismo y del anticlericalismo.
No
era la actividad principal de Bernardo, aunque evidentemente lo apasionaba. Sus
habilidades financieras, sobre todo en la recaudación de recursos y
administración de fondos, lo llevaron a la Fundación Mexicana para el
Desarrollo Rural, en donde llegó a ser subdirector.
El
tema del desarrollo siempre lo empujó hacia el de la democracia, o viceversa.
Ha sido uno de los actores más notables en la generación de organizaciones
civiles que puedan hacer contrapeso al autoritarismo estatal (de cualquier
marca) y trabajó de cerca en la formación de organismos electorales autónomos.
Como consejero, luchó contra la corriente hasta donde pudo (con extorsiones y
amenazas de secuestro de sus hijos) en el Instituto Electoral del Estado de
México, de donde salió para seguir construyendo organismos democráticos.
Mientras
hacía todo esto, nunca dejó su programa de radio: Religiones del mundo, donde
siguió todos los martes, con sumo profesionalismo, el acontecer religioso en
México y otras partes del planeta, desde una perspectiva laica. Sus conexiones
y relaciones con miembros de las iglesias en México, no solo la católica, su
vocación y amistades latinoamericanas, sus conocimientos y redes en Europa, su
cercanía con intelectuales y estudiosos del tema, críticos y conservadores, le
permitieron hacer siempre un programa exitoso, durante los 18 años (se dice
fácil) de su duración. Nunca lo vi hacer programas sesgados o malintencionados.
Siempre invitó a todos a decir su verdad.
A
pesar de lo anterior, por el simple hecho de tener una visión crítica, Bernardo
se hizo de algunos enemigos, particularmente entre los sectores más
conservadores de la Iglesia católica. Entre ellos destacaron los Legionarios de
Cristo y el arzobispo de México, Norberto Rivera. Enemigos rudos, rápidos en
etiquetar a sus críticos como “enemigos de la Iglesia”, muy metidos en los
medios, acostumbrados a la censura y a usar su poder entre aquellos que, por
razones diversas, los quisieron escuchar. Ese fue el caso de los hermanos
Aguirre, dueños de Radio Centro, quienes usaron un absurdo pretexto para
expulsarlo de Radio Red.
Francamente
no me preocupa la suerte de Bernardo Barranco. Es claro que el que pierde es
Radio Centro y que más de algún medio, sobre todo de los que no reciben órdenes
del arzobispo o de los legionarios, tendrá interés en llevárselo. Me preocupa
más bien que, a estas alturas, muchos de los dueños de los principales medios
de comunicación sigan escuchando las voces inquisidoras de los grupos más
conservadores dentro de la Iglesia católica y de la sociedad mexicana. En ese
sentido, el despido de Bernardo de Radio Centro es un atentado a nuestro
derecho a la información y a una visión crítica de la realidad. Por eso debe
ser repudiado.
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