- Chacas y el cielo/Mario Vargas LLosa
El
País | 7 de abril de 2013
Chacas
está más cerca del cielo que cualquier otro lugar del planeta. Para llegar allí
hay que escalar los nevados de la Cordillera de los Andes, cruzar abismos
vertiginosos, alturas que raspan los cinco mil metros y bajar luego, por
laderas escarpadas que sobrevuelan los cóndores, al callejón de Conchucos, en
el departamento de Ancash. Allí, entre quebradas, riachuelos, lagunas,
sembríos, pastizales y un contorno donde se divisan todas las tonalidades del
verde está el pueblo, de mil quinientos habitantes y capital de una provincia
que alberga más de veinte mil.
La
extraordinaria belleza de este lugar no es sólo física, también social y
espiritual, gracias al padre Ugo de Censi, un sacerdote italiano que llegó a
Chacas como párroco en 1976. Alto, elocuente, simpático, fornido y ágil pese a
sus casi noventa años, posee una energía contagiosa y una voluntad capaz de
mover montañas. En los 37 años que lleva aquí ha convertido a esta región, una
de las más pobres del Perú, en un mundo de paz y de trabajo, de solidaridad
humana y de creatividad artística.
Las
ideas del padre Ugo son muy personales y muchas veces deben haber puesto a los
superiores de su orden —los salesianos— y a los jerarcas de la Iglesia, muy
nerviosos. Y a los economistas y sociólogos, no se diga. Cree que el dinero y
la inteligencia son el diablo, que los enrevesados discursos y teorías
abstractas de la teología y la filosofía no acercan a Dios, más bien alejan de
él, y que tampoco la razón sirve de gran cosa para llegar al Ser Supremo. A
éste, en vez de tratar de explicarlo, hay que desearlo, tener sed de él, y, si
uno lo halla, abandonarse al pasmo, esa exaltación del corazón que produce el
amor. Detesta la codicia y el lucro, el piélago burocrático, el rentismo, los
seguros, las jubilaciones y cree que si hay que hacer alguna crítica a la
Iglesia Católica es haberse apartado de los pobres y marginados entre los que
nació. Ve a la propiedad privada con desconfianza. La palabra que en su boca
aparece con más frecuencia, impregnada de ternura y acentos poéticos, es
caridad.
Cree,
y ha dedicado su vida a probarlo, que la pobreza se debe combatir desde la
misma pobreza, identificándose con ella y viviéndola junto a los pobres, y que
la manera de atraer a los jóvenes a la religión y a Dios, de los cuales todo en
el mundo actual tiende a apartarlos, es proponiéndoles vivir la espiritualidad
como una aventura, entregando su tiempo, sus brazos, sus conocimientos, su
vida, a luchar contra el sufrimiento humano y las grandes injusticias de que
son víctimas tantos millones de seres humanos.
Los
utopistas y grandes soñadores sociales suelen ser vanidosos y auto referentes,
pero el padre Ugo es la persona más sencilla de la tierra y cuando, con ese
sentido del humor que chispea en él sin descanso, dice: “Me gustaría ser un
niño, pero creo que soy sobre todo un revoltoso y un stupido” (palabra que, en
español, se debe traducir no por estúpido sino por sonsito o tontín) dice
exactamente lo que piensa.
Lo
curioso es que este religioso algo anarquista y soñador es, al mismo tiempo, un
hombre de acción, un realizador de polendas, que, sin pedir un centavo al
Estado y poniendo en práctica sus peregrinas ideas, ha llevado a cabo en Chacas
y alrededores una verdadera revolución económica y social. Ha construido dos
centrales eléctricas y canales y depósitos que dan luz y agua al pueblo y a
muchos distritos y anexos, varios colegios, una clínica de 60 camas equipada
con los más modernos instrumentos clínicos y quirúrgicos, una escuela de
enfermeras, talleres de escultura, carpintería y diseño de muebles, granjas
agrícolas donde se aplican los métodos más modernos de cultivo y se respetan
todas las prescripciones ecológicas, escuela de guías de altura, de
picapedreros, de restauración de obras de arte colonial, una fábrica de vidrio
y talleres para la elaboración de vitrales, hilanderías, queserías, refugios de
montaña, hospicios para niños discapacitados, hospicios para ancianos,
cooperativas de agricultores y de artesanos, iglesias, canales de regadío, y
este año, en agosto, se inaugurará en Chacas una universidad para la formación de
adultos.
Esta
incompleta y fría enumeración no dice gran cosa; hay que ver de cerca y tocar
todas estas obras, y las otras que están en marcha, para maravillarse y
conmoverse. ¿Cómo ha sido posible? Gracias a esa caridad de la que el padre Ugo
habla tanto y que desde hace casi cuatro décadas trae a estas alturas a decenas
de decenas de voluntarios italianos —médicos, ingenieros, técnicos, maestros,
artesanos, obreros, artistas, estudiantes— a trabajar gratis, viviendo con los
pobres y trabajando hombro a hombro con ellos, para acabar con la miseria e ir
haciendo retroceder a la pobreza. Pero, sobre todo, devolviendo a los
campesinos la dignidad y la humanidad que la explotación, el abandono y las
inicuas condiciones de vida les habían arrebatado. Los voluntarios y sus
familias se pagan los pasajes, reciben alojamiento y comida pero no salario
alguno, tampoco seguro médico ni jubilación, de modo que formar parte de este
proyecto les significa entregar su futuro y el de los suyos a la incertidumbre
más total.
Y
sin embargo allí están, vacunando niños y tirando lampa para embalsar un río,
levantando casas para comuneros misérrimos en San Luis, diseñando muebles,
vitrales, estatuas y mosaicos que irán a San Diego y a Calabria, dando de comer
o haciendo terapia a los enfermos terminales del asilo de Santa Teresita de
Pomallucay, levantando una nueva central eléctrica, cocinando las setecientas
comidas diarias que se distribuyen gratuitamente y formando técnicos,
artesanos, maestros, agricultores, que aseguren el futuro de los jóvenes de la
región. Uno de estos jóvenes voluntarios se llamaba Giulio Rocca, y trabajaba
en Jangos, donde lo asesinó un comando de Sendero Luminoso, explicándole antes
que lo que él hacía allí era un obstáculo intolerable para la revolución maoísta.
Años después, otro miembro del proyecto, el padre Daniele Badiali, fue
asesinado también porque se negó a entregar el rescate que le pedía un puñado
de ladrones.
En
la actualidad hay unos cincuenta voluntarios en Chacas y unos 350 en toda la
región. Viven modestísimamente, en comunidad los solteros y en viviendas las
parejas con hijos, mezclados con los pobres y, repito, no ganan salario alguno.
Las obras que construyen, apenas terminadas, las ceden al Estado o a los
propios usufructuarios; según la filosofía del padre Ugo, el proyecto Mato
Grosso no tiene bienes propios; todos los que crea, los administra sólo
temporalmente y en beneficio de los necesitados, a quienes los cede apenas son
operativos. La financiación de las obras proviene, además de la exportación de
muebles, de donativos de instituciones, empresas o personas de muchos lugares
del mundo, pero principalmente de Italia.
Los
voluntarios vienen por seis meses, uno, dos, tres, diez años, y muchos se
quedan o regresan; traen a sus niños o los tienen aquí, en esa modernísima
clínica donde los usuarios sólo pagan lo que pueden o son atendidos
gratuitamente si no pueden. Es divertido ver a esa nube de niños y niñas de
ojos claros y cabellos rubios, en la misa del domingo, entreverados con los niños
y las niñas del lugar cantando en quechua, italiano, español y hasta en latín.
A muchos de estos voluntarios les pregunté si no los angustiaba a veces pensar
en el futuro, el de ellos y el de sus hijos, un futuro para el que no habían
tomado la menor precaución, ni ahorrado un centavo. Porque sólo en Chacas los
pobres tienen asegurado un plato de comida, una cama donde dormir y un médico
que los atienda en caso de enfermedad. En el resto del mundo, donde reinan
aquellos valores que el padre Ugo llama diabólicos, los pobres se mueren de
hambre y la gente mira para otro lado. Se encogían de hombros, hacían bromas,
siempre habría un amigo en alguna parte para echarles una mano, la Madonna
proveerá. La confianza y la alegría son como el aire puro que se respira en
Chacas.
Estoy
convencido de que, pese a la notable grandeza moral del padre Ugo y sus
discípulos y de la fantástica labor que vienen realizando en los cuatro países
donde tienen misiones —Perú, Bolivia, Ecuador y Brasil— no es éste el método
gracias al cual se puede acabar con la pobreza en el mundo. Y no lo creo porque
mi escepticismo me dice que no hay, en el vasto planeta, suficientes dosis de
idealismo, desinterés y caridad como para producir transformaciones como las de
aquí. Pero qué estimulante es vivir, aunque sea sólo por un puñado de días, la
experiencia de Chacas y descubrir que todavía hay en este mundo egoísta hombres
y mujeres entregados a ayudar a los demás, a hacer eso que llamamos el bien, y
que encuentran en esa entrega y ese sacrificio la justificación de su
existencia. ¡Ah, si hubiera tantos stupidi en el mundo como en Chacas, querido
y admirado padre Ugo!
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