Las
aves anilladas, 1929/Miguel Ángel Quintanilla Navarro, es el director de Publicaciones de la Fundación FAES
Publicado en El
Mundo |19 de abril de 2013
Miguel Ángel Quintanilla Navarro
En
agosto de 1929, José Ortega y Gasset dedicó dos largos artículos en El Sol al
vuelo de las aves anilladas. «Dadas las circunstancias -señaló-, es tal vez lo
más oportuno escribir algo sobre el vuelo de las aves anilladas. Desde hace
algún tiempo, los periódicos dedican una sección a dar noticias sobre las aves
capturadas que volaban con el anillo de la ciencia en la pata de la naturaleza.
Hacen muy bien esos periódicos en facilitar de este modo un estudio tan
interesante como el del vuelo de los pájaros».
El
estudio sobre las aves anilladas lo es en realidad sobre las aves migratorias,
cuya marca mediante anilla fijada a la pata, y en algunos casos mediante finos
y resistentes hilos o lazos, fue permitiendo conocer sus rutas y costumbres
desde los primeros años del siglo XIX. El primero de los dos artículos, con
fecha de 13 de agosto, explora las cuestiones generales asociadas al tema: qué
puede considerarse o no como migración, qué la explica y qué se lleva escrito
sobre ella; incluso la faceta ética de la cuestión, en abierto enfrentamiento
con la Sociedad Protectora de Animales, cuya pretensión garantista Ortega
parece considerar excesiva. El segundo artículo, de 18 de agosto, se detiene a
considerar las distintas variedades migratorias, longitud del trayecto,
duración del mismo, altitud del vuelo, zona de partida y de llegada, y muchos
otros asuntos según el ave de que se trate: paloma, golondrina, cigüeña;
grulla, estornino, codorniz; tordo, abubilla, gavilán; cuco, cuervo báltico,
cuervo de Baviera.
Algunos
de esos apuntes mantienen interés. Migración es el desplazamiento desde un
territorio a otro lejano separado de aquél por un tercer espacio donde el
animal no reside nunca. Existen cuatro grandes rutas migratorias, como «las
grandes vías romanas del mundo volátil». Algunas aves migran en bandadas, otras
en grupo, otras en solitario. La velocidad del vuelo oscila mucho, casi 70
kilómetros la paloma mensajera, 50 el cuervo, cuarenta el gavilán.
Especial
atención merece la relación entre los pájaros adultos y los más jóvenes. «Cabe
suponer que los pájaros expertos, que ya han hecho el viaje, guiarán a los más
jóvenes, recién salidos de sus nidales». Pero en realidad las cosas no ocurren
así, porque la generación más joven suele hacer «un imprevisto viraje que deja
sin cumplir los proyectos de la anterior». Lo que suscita importantes
preguntas, porque si el pájaro nuevo emprende el viaje «sin pedagogo adjunto»,
¿qué lo guía? Se abren aquí diversas posibilidades: tal vez la búsqueda del
calor; tal vez la posibilidad de menor presión barométrica; tal vez la
atracción del polo magnético. Nada de esto convence al autor, que piensa que en
realidad la emigración procede de un instinto. Y «decimos que una operación
animal procede de un instinto cuando no sabemos de dónde procede. Por eso la
definición del instinto se reduce a la negación de todas las demás causas. Se
hace por instinto lo que no se hace por fuerza mecánica, ni por memoria, ni por
experiencia, ni por reflejo, ni por reflexión. El nombre de instinto es un
vocablo precioso, mágico, lleno de lucecitas y promesas interiores que no se
sabe de dónde vienen ni qué significan».
Ortega
realiza un exhaustivo repaso de la bibliografía: el emperador Federico II, De
arte venandi cum avibus; Linneo, Dissertatio academica migrationes avium
sistens; Von Lucanus, Los secretos de la emigración de las aves. Su solución
mediante los experimentos de la aviación y el anillamiento; Palmer, Weissmann.
Y menciona destacadas anécdotas en la relación entre la cultura y las aves:
Aristóteles, tratando de comprender por qué apenas se ven aves en invierno;
Scheler y el coleccionismo; Homero y sus grullas; Dante y las suyas; Leonardo
bajando al mercado de las aves de Florencia para comprarlas todas y liberarlas
de su cautiverio.
Pero,
pese a las cosas conocidas, casi todo en lo referido a la migración de las aves
parece encontrarse aún en el territorio de lo desconocido -afirma Ortega-, y
«no puede decirse que anden por la madurez los problemas principales planteados
por los vuelos periódicos». Propone por ello, por ser más fértil, estudiar
enigmas menores y perseguirlos hasta su plena aclaración.
Estos
dos artículos en El Sol de agosto de 1929 cuentan mucho más, y seguramente podría
hacerse hoy una amplia actualización, porque nos separa de ellos casi la misma
distancia que separaba a Ortega de la primera noticia de un anillamiento, en
1825.
Probablemente
pocos esperaban en aquel mes de agosto un tema así, de un autor así y para una
publicación así. Y en un momento como aquel. Hay quien lo entendió como una
irónica llamada de atención por omisión, por silencio, sobre la gravedad de la
situación de un país entretenido entonces en la superficie y no en el fondo de
sus problemas, un país que se hallaba apenas a dos años de un cambio radical en
su forma política y del signo de su historia, pero que se dedicaba intensamente
a las aves y su anillamiento. Mala idea cuando una sociedad se encuentra
asolada por un cúmulo de crisis vasto y denso..
No hay comentarios.:
Publicar un comentario