20 abr 2013

Las aves migratorias; buen texto

Las aves anilladas, 1929/Miguel Ángel Quintanilla Navarro, es el director de Publicaciones de la Fundación FAES
Publicado en El Mundo |19 de abril de 2013
 Miguel Ángel Quintanilla Navarro
En agosto de 1929, José Ortega y Gasset dedicó dos largos artículos en El Sol al vuelo de las aves anilladas. «Dadas las circunstancias -señaló-, es tal vez lo más oportuno escribir algo sobre el vuelo de las aves anilladas. Desde hace algún tiempo, los periódicos dedican una sección a dar noticias sobre las aves capturadas que volaban con el anillo de la ciencia en la pata de la naturaleza. Hacen muy bien esos periódicos en facilitar de este modo un estudio tan interesante como el del vuelo de los pájaros».

El estudio sobre las aves anilladas lo es en realidad sobre las aves migratorias, cuya marca mediante anilla fijada a la pata, y en algunos casos mediante finos y resistentes hilos o lazos, fue permitiendo conocer sus rutas y costumbres desde los primeros años del siglo XIX. El primero de los dos artículos, con fecha de 13 de agosto, explora las cuestiones generales asociadas al tema: qué puede considerarse o no como migración, qué la explica y qué se lleva escrito sobre ella; incluso la faceta ética de la cuestión, en abierto enfrentamiento con la Sociedad Protectora de Animales, cuya pretensión garantista Ortega parece considerar excesiva. El segundo artículo, de 18 de agosto, se detiene a considerar las distintas variedades migratorias, longitud del trayecto, duración del mismo, altitud del vuelo, zona de partida y de llegada, y muchos otros asuntos según el ave de que se trate: paloma, golondrina, cigüeña; grulla, estornino, codorniz; tordo, abubilla, gavilán; cuco, cuervo báltico, cuervo de Baviera.
Algunos de esos apuntes mantienen interés. Migración es el desplazamiento desde un territorio a otro lejano separado de aquél por un tercer espacio donde el animal no reside nunca. Existen cuatro grandes rutas migratorias, como «las grandes vías romanas del mundo volátil». Algunas aves migran en bandadas, otras en grupo, otras en solitario. La velocidad del vuelo oscila mucho, casi 70 kilómetros la paloma mensajera, 50 el cuervo, cuarenta el gavilán.
Especial atención merece la relación entre los pájaros adultos y los más jóvenes. «Cabe suponer que los pájaros expertos, que ya han hecho el viaje, guiarán a los más jóvenes, recién salidos de sus nidales». Pero en realidad las cosas no ocurren así, porque la generación más joven suele hacer «un imprevisto viraje que deja sin cumplir los proyectos de la anterior». Lo que suscita importantes preguntas, porque si el pájaro nuevo emprende el viaje «sin pedagogo adjunto», ¿qué lo guía? Se abren aquí diversas posibilidades: tal vez la búsqueda del calor; tal vez la posibilidad de menor presión barométrica; tal vez la atracción del polo magnético. Nada de esto convence al autor, que piensa que en realidad la emigración procede de un instinto. Y «decimos que una operación animal procede de un instinto cuando no sabemos de dónde procede. Por eso la definición del instinto se reduce a la negación de todas las demás causas. Se hace por instinto lo que no se hace por fuerza mecánica, ni por memoria, ni por experiencia, ni por reflejo, ni por reflexión. El nombre de instinto es un vocablo precioso, mágico, lleno de lucecitas y promesas interiores que no se sabe de dónde vienen ni qué significan».
Ortega realiza un exhaustivo repaso de la bibliografía: el emperador Federico II, De arte venandi cum avibus; Linneo, Dissertatio academica migrationes avium sistens; Von Lucanus, Los secretos de la emigración de las aves. Su solución mediante los experimentos de la aviación y el anillamiento; Palmer, Weissmann. Y menciona destacadas anécdotas en la relación entre la cultura y las aves: Aristóteles, tratando de comprender por qué apenas se ven aves en invierno; Scheler y el coleccionismo; Homero y sus grullas; Dante y las suyas; Leonardo bajando al mercado de las aves de Florencia para comprarlas todas y liberarlas de su cautiverio.
Pero, pese a las cosas conocidas, casi todo en lo referido a la migración de las aves parece encontrarse aún en el territorio de lo desconocido -afirma Ortega-, y «no puede decirse que anden por la madurez los problemas principales planteados por los vuelos periódicos». Propone por ello, por ser más fértil, estudiar enigmas menores y perseguirlos hasta su plena aclaración.
Estos dos artículos en El Sol de agosto de 1929 cuentan mucho más, y seguramente podría hacerse hoy una amplia actualización, porque nos separa de ellos casi la misma distancia que separaba a Ortega de la primera noticia de un anillamiento, en 1825.
Probablemente pocos esperaban en aquel mes de agosto un tema así, de un autor así y para una publicación así. Y en un momento como aquel. Hay quien lo entendió como una irónica llamada de atención por omisión, por silencio, sobre la gravedad de la situación de un país entretenido entonces en la superficie y no en el fondo de sus problemas, un país que se hallaba apenas a dos años de un cambio radical en su forma política y del signo de su historia, pero que se dedicaba intensamente a las aves y su anillamiento. Mala idea cuando una sociedad se encuentra asolada por un cúmulo de crisis vasto y denso.. 

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