El
efecto Watergate/Juan Van-Halen, escritor. Académico correspondiente de la Real Academia de Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
ABC, 22 de julio de 2013
El
oficio de periodista supone un servicio a la verdad, a la información veraz. El
caso Bárcenas va desperezándose cada día en sus aspectos colaterales, pero no
ha dado un paso en el camino de aclarar de dónde sacó el extesorero esos
millones que guardaba en Suiza y otros paraísos; parece no interesarles ni a
abogados de las partes, ni a medios de comunicación ni a partidos políticos. La
única obsesión es Rajoy y la estrategia de intentar su derribo.
El
periodismo, al que he dedicado bastantes años de mi vida, tiene, como cualquier
otro menester, el riesgo de la sobreactuación. Hace tiempo que califiqué esa
desmesura como «efecto Watergate». Como soy veterano recuerdo muy bien la
investigación de Carl Bernstein y Bob Woodward que acabó en 1974 con la dimisión
de Nixon, único presidente estadounidense que ha renunciado a su cargo. No
olvido el sentimiento cercano a un ingenuo fervor con el que visité el complejo
Watergate en un viaje a Washington un año después del estallido. En aquel
tiempo todos soñábamos con ser Bernstein y Woodward, trabajar en el «Washington
Post» a las órdenes del editor Ben Bradlee, un ejemplo de tipo riguroso, sin
arrebatos y sin pasiones, y cargarnos limpiamente la vida pública de un
mandamás corrupto tras una investigación exitosa.
Bernstein
y Woodward publicaron en 1974 «All the President’s Men», que luego se convirtió
en película. En «Todos los hombre del presidente» se encierra un auténtico
manual del periodismo de investigación. En el blog «La columna quinta», de Juan
Francisco Beltrán, se enumeraban hace un año, en el cuadragésimo aniversario
del inicio de lo que sería gran escándalo, un buen número de estas enseñanzas.
Pueden destacarse algunos de sus principios: 1. Rigor periodístico en todo. 2.
Comportamiento ético siempre. 3. El periodismo no es una cacería de brujas. 4.
No creas todo, te pueden engañar. 5. Los documentos pueden ser falsos. 6.
Precisión y confirmación de datos. 7. En caso de duda no lo publiques.
En
el culebrón del caso Bárcenas no se están siguiendo varios de esos principios.
Y lo escribo con el máximo respeto a la labor de quienes ejercen la libertad de
expresión, sin duda con las mejores intenciones. Hace poco un periódico
publicaba en portada unos documentos a los que se les daba la correspondiente
–y al parecer inevitable– interpretación; o los documentos se interpretan por
sí mismos o se descartan a sí mismos como no fiables; fueron desmentidos por la
persona a la que afectaban; en lo publicado no había evidencia de lo contrario.
«Precisión y confirmación de datos». Otro día un periódico publicaba la
extraordinaria información de que unos abogados habían visitado a Bárcenas en
la cárcel para trasladarle el recado de Rajoy de que si guardaba silencio el
caso quedaría en nada y, de paso, le ofrecía la cabeza del ministro de
Justicia, como Herodes ofreció a Salomé en una bandeja la cabeza del Bautista.
Inmediatamente uno de estos abogados desmintió ese menester de correo que se le
atribuía y tildó de falsas a las fuentes que habían gozado de credibilidad;
también lo desmintió la cárcel de Soto del Real, ya que en la información se
citaban fuentes penitenciarias. «No creas todo, te pueden engañar».
La
historia del recado de Rajoy resulta rocambolesca porque para ceder al chantaje
de Bárcenas el presidente del Gobierno habría tenido muchas ocasiones previas
al cambio de estrategia del ahora encarcelado, y si se produjo el chantaje es
obvio que no se aceptó. El juez, los policías, los funcionarios de la Agencia
Tributaria y las fiscales que trabajan en el caso son los mismos que venían
encargándose de la investigación con el anterior Gobierno socialista.
En
algún tratamiento periodístico del caso Bárcenas han primado la sobreactuación
o la obcecación, acaso comprensible pero confundidora, por llegar hasta donde
se quiere llegar. En el caso Watergate el «Washington Post», fiel a uno de esos
principios, no cargó las tintas; sencillamente, informó y dejó que los
acontecimientos y sobre todo la Justicia, en aquella ocasión el pundonoroso
juez John Sirica, hiciesen su labor. En el caso Bárcenas, el Gobierno y el
partido que lo sustenta, al contrario que las descalificaciones que recibe la
juez Alaya por la instrucción de los ERE andaluces, han reiterado su
colaboración y su apoyo al juez Ruz. En el caso Bárcenas se niega credibilidad
al presidente del Gobierno y se cree a pies juntillas a quien se muestra como
un mentiroso cambiante y parece que convulsivo que, por otra parte, se ha
convertido en el inspirador de un socialismo desnortado, débil y sin liderazgo,
y en el portavoz de quienes desde pocos meses después de tomar posesión el
Gobierno piden elecciones anticipadas, como si el equipo de casa urgiese a
repetir el partido cuando ha perdido por goleada.
Rubalcaba
ha manifestado, a mi juicio sin rigor, que la continuidad de Rajoy en La
Moncloa debilita a España. Lo que ciertamente puede debilitarla es una
oposición echada al monte que se diría que teme lo que los españoles desean:
que tantos sacrificios nos saquen de la crisis económica cuando antes. La
salida de la crisis por las medidas de este Gobierno dejaría al PSOE y a otros
partidos de la oposición sin discurso. Porque el caso de los nacionalistas
catalanes es distinto. Ya ha declarado Xavier Trías, alcalde de Barcelona, que
CiU apoyaría una hipotética moción de censura sólo si anunciara que Cataluña
obtendrá su «derecho a decidir», es decir: si anunciara que se vulnerará la
Constitución. Una moción de censura implica, además de un candidato
alternativo, un programa de gobierno y un suficiente número de votos. Quien se examina
es el candidato, no el presidente; el debate sería sobre el programa
alternativo. Es una falacia que esa fórmula constitucional se entienda como la
vía para que Rajoy dé explicaciones, que por otra parte ya ha dado, aunque
obviamente no hayan satisfecho a quienes, como el PSOE, no quieren
explicaciones, sino dimisiones, y en el caso de IU elecciones anticipadas.
En
el escándalo Watergate, el misterioso «Garganta Profunda», muchos años después
identificado como William Mark Felt, entonces subdirector del FBI, el
orientador y fuente principal de Bernstein y Woodward, no mintió; es cierto que
tenía con Nixon la cuenta pendiente de no haberle nombrado director del FBI a
la muerte de Hoover en 1972, pero no era un enfado premeditado, sino
sobrevenido. No habría sido capaz, como Bárcenas, de guardar mensajes
telefónicos dos años para utilizarlos un día, naturalmente elegidos unos sí y
otros no, a su conveniencia. Felt tampoco tenía que explicar el origen de
suculentas cuentas en Suiza. A un tipo así no le habrían hecho ningún caso los
del «Post». Con Nixon sus investigadores periodísticos no tuvieron que
interpretar ni exagerar. Tras confirmar las fuentes, siempre más de una,
creyeron a quienes les dijeron la verdad, y resultó que el mentiroso era Nixon,
lo que a muchos no les sorprendió demasiado. Las famas cuentan.
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