China
entra en el ‘soft power’/Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.
La Vanguardia, 23 de julio de 2013:
Oficialmente
China no se preocupa por las opiniones que los extranjeros puedan manifestar
sobre su política. Hipersensible en cualquier cuestión relacionada con la
soberanía, afirma alto y claro que no tiene en cuenta las opiniones exteriores
y que es insensible a las críticas. Pero eso no es cierto del todo y China,
como el resto de las potencias, también se dedica a ocuparse del soft power.
Los institutos Confucio se desparraman por todo el mundo. Se trata de un
albergue cultural de la política china. En el momento en que los occidentales
reducen sus representaciones en el exterior, China antepone el interés que
mucha gente experimenta por su cultura, por su civilización, por conocer su
mensaje político. A semejanza de otros países, China ha lanzado una cadena de
televisión internacional destinada a seducir a los telespectadores del mundo
entero.
También
se ha lanzado al debate de las ideas. El Centro Chino para los Intercambios
Económicos Internacionales (CCIEE) acaba de organizar la tercera cumbre global
de think tanks, a la que ha invitado a una cincuentena de representantes de
este tipo de organizaciones de todo el mundo para analizar durante dos días las
evoluciones estratégicas y las mutaciones del orden mundial. Entre los
invitados estrella estaban Henry Kissinger (todavía hoy idolatrado en China,
sólo había que ver a los expertos chinos queriendo hacerse una fotografía con
él como si se tratara de una estrella del rock), el director de la Organización
Mundial del Comercio, Pascal Lamy (que durante sus ocho años de mandato ha
viajado veinte veces a China), y el ex primer ministro japonés Hatoyama.
Henry
Kissinger, aún muy despierto a sus 90 años, mantiene su línea y análisis
basados en la realpolitik. Según él, por primera vez en la historia de la
humanidad los pueblos interactúan simultáneamente. Los imperios del pasado,
romano o chino, actuaban por su lado, aislados. Según Kissinger, la relación
entre China y Estados Unidos es primordial pero puede haber un problema. Ni
Pekín ni Washington están acostumbrados a dialogar con el mundo exterior. China
ha sido vista como el centro del mundo durante siglos y Estados Unidos no ha
tenido nunca, desde su creación, un vecino poderoso. Por tanto, hay que encontrar
caminos para el diálogo, indispensable para concentrarse en los actuales
desafíos del mundo.
El
auge económico y estratégico de China es incontestable, pero los dirigentes de
ese país han entendido que tenían un déficit en términos de imagen, de soft power,
de presencia en la batalla de las ideas. Querían mostrar a los representantes
extranjeros que el debate está abierto en su país y que los intelectuales
chinos hacen algo más que repetir los discursos oficiales, que pueden demostrar
que tienen originalidad y preguntas que plantear sobre el destino de su propio
país y que el debate sobre la marcha del mundo está abierto.
Se
trata, pues, de una notable inflexión de los dirigentes chinos, que quieren
sintonizar su diapasón con los occidentales en el campo de los think tank. De
modo que hay que esperar que cada vez sea más normal contemplar a expertos
chinos participando en el ballet de los coloquios internacionales, defendiendo
en ellos sus ideas. La época en la que no acudían, por falta de medios y sobre
todo por falta de argumentos, ha pasado a la historia. Los distintos
interlocutores chinos, sean representantes oficiales o no, sobre todo han
dejado claro a los participantes extranjeros que China no busca la hegemonía.
Que China está a favor del respeto de las independencias y de la no injerencia.
Que está a favor de proponer win-win agreements. Pero en términos de soft power
a China le queda un largo camino por recorrer.
Un
participante europeo en la cumbre mencionada anteriormente subrayó con malicia
a sus colegas chinos que debían proseguir sus esfuerzos tomando el ejemplo muy
concreto de las calles de Pekín (donde se observa el incremento del nivel de
vida por la forma en que va vestida la gente), donde se ven frecuentemente
paseantes que llevan bien la camiseta de un equipo de fútbol europeo o la de
una universidad americana. Todavía no se ven en las calles de las capitales
occidentales jóvenes que lleven indumentarias vinculadas a la imagen de China.
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