Cómo
nadar en la mierda/ Gregorio Morán
La
Vanguardia |23 de febrero de 2013
Se
está poniendo cada día más difícil el oficio de periodista. Estamos anegados
entre los que llevan “la alcachofa” como arma de combate informativo y se la
meten por el morro al golfo de turno, y los del periodismo de tendencia para
quienes la diferencia entre Agamenón, su porquero y la verdad carece de
secretos.
Me
confieso incapaz de soportar esas sesiones erótico-festivas de actores; con sus
alfombras rojas, sus comentaristas, sus lágrimas de macramé, sus vestidos
inverosímiles y los rituales de las estatuillas, impuestos por esa máquina de
ganar dinero que es el cine de Hollywood. Y lo que allá tiene empaque de
superproducción con efectos especiales, trasladado a Madrid ya es una patochada
ridícula y pasado a Barcelona alcanza el malestar de la vergüenza ajena.
Aseguran
los expertos que todos esos espectáculos gustan mucho a la gente, porque se
sienten “protagonistas por un día” de algo que jamás volverán a vivir… hasta el
año que viene. Emociona, dicen, esa plastilina social moldeada por los
promotores. Todos los presentes con posibilidades de subir al escenario a
recoger el chupete en forma de estatuilla, que babearán hasta cansarse, deberán
tener preparada una frase aguda y brillante. Se admiten desviaciones en el
recuerdo de su santa madre o de la abuela. En Hollywood eso ya no se hace
porque han superado el grado cero de la inteligencia actoral y llevan años
vendiendo la moto a precios de escándalo. Pero aquí seguimos erre que erre con
la misma mierda pegada al mismo culo.
Ahora
bien, hay algo que tanto allá como aquí les saca de quicio a los egregios
comentaristas y al buen pueblo atento y servil. Que alguien se salga del guión;
es decir, de las convenciones sociales, del buen rollito y de las lágrimas de
Swarovski. Quizá porque en el fondo late la conciencia de que un actor en
fiestas es una forma sofisticada del payaso que nos debe alegrar las noches de
tedio y los días de angustia. Empecé a pensar que nuestro problema mayor es el
de cómo nadar en la mierda no cuando supe lo del restaurante La Camarga, Método
3 y las historias de “Anacleto agente secreto”, ni siquiera la peineta castiza
de Bárcenas el impune –¿para cuándo un club de los impunes imputados?–. Tampoco
me conmocionó el descubrimiento de la cantidad de piratas que lleva ese barco
que decían iba a Ítaca. Yo llegué a conocer a un empresario catalán del
franquismo que aseguraba que su yate le servía para ir a Suiza, y nosotros
–idiotas, ya entonces– pensábamos que se trataba de un ignorante, y no de un
visionario.
Lo
que me hizo entender que tratábamos de nadar entre la mierda fueron las
reacciones mediáticas a una actriz, de la que apenas sé nada, Candela Peña, que
tuvo el valor de decir aquello que más duele: la verdad. “He visto morir a mi
padre en un hospital público donde no había ni mantas para taparlo y al que le
teníamos que llevar el agua… También he tenido un hijo y no sé qué enseñanza va
a recibir”. Cerró su intervención pidiendo trabajo. Cosa tan común que parecía
una persona, no una actriz.
Y
aquí empieza la basura esa en la que tenemos que habituarnos a nadar. ¿De dónde
es la Candela? De Gavà, provincia de Barcelona. ¿Y el hospital? Nuestro, está
en Viladecans. ¿Y el niño, dónde lo matriculan? En Catalunya, probablemente. Es
decir, que esta malnacida de Gavà denuncia nuestros hospitales y nuestra
enseñanza. ¡A por ella! Y además, pide trabajo. Un carajo, va a tener. Todo eso
lo he oído y leído, no me lo invento. Incluso se ha recordado que en unos
premios catalanes habló en castellano. La mierda flota.
He
escuchado el testimonio de empleados del hospital de Viladecans que aseguran
que faltan mantas y que el agua suplementaria la debe pagar la familia. ¡Hay
que ser un tipo despreciable para poner en duda a la hija del muerto y dar por
correcta la opinión del director del hospital! Esto era el signo que distinguía
al periodismo de los años del cólera. Elogios de los padrinos y patronos. Lo
llamábamos, cuando teníamos un día fino y elegante, “estilo Victoriano
Fernández Asís”, gallego, entrevistador inveterado y preferido de los ministros
y altos cargos del franquismo. “Perdone que le moleste con una pregunta, señor
ministro…”.
Estamos
a punto de perder, si no lo hemos perdido ya, el sentido y el orgullo de la
crítica. Parece como si el sueño del periodismo presente y futuro fuera el de
asesorar al presidente de la Generalitat, a los banqueros –vuelven como hace
cincuenta años los elogios lacayunos a los líderes de la banca–, y a los
partidos políticos existentes que tienen necesidad de orientaciones.
No
es verdad que estemos al borde del abismo, estamos metidos en él. Nos empujaron
y aquí estamos. Una profesión que empieza a codearse con los asesores
financieros, en su desprestigio, quiero decir. Por debajo de la prostitución,
por supuesto. Esas chicas dan placer a quien paga, mientras que el periodismo
que nosotros hacemos no produce ningún placer ni siquiera a quien lo subvenciona.
Son insaciables, todo les parece poco. Lo he oído y lo repito. “No se pueden
leer los periódicos, están llenos de malas noticias”.
Donde
no hay sociedad civil, no hay democracia sino una parodia, un trampantojo que
se decía antiguamente. En Asturias se está viviendo uno de los procesos más
alucinantes de corrupción institucional. Veteranos comunistas, pasados al PSOE,
se convirtieron en auténticos chorizos. Estoy hablando de Tini Areces y su
grupo. Ni una línea. La mierda en la que nadamos. ¿Pero saben lo más llamativo?
Todo empezó por un anónimo. ¡Alguien mandó un anónimo! Y se abrió una
investigación. Luego, apareció otro anónimo. Y se amplió la investigación.
Ahora, acaba de llegar el tercer anónimo, que ilumina las investigaciones
anteriores. ¿Y hay alguien que tenga el valor de criticar a Candela Peña por
decir que su padre no tenía manta en el hospital público donde falleció y que
debía comprar los botellines de agua?
Ya
sé que a esto los banqueros y sus secuaces del natatorio en la mierda lo llaman
demagogia. Añoro la demagogia que hubiera podido permitir que el señor Millet y
el señor Bárcenas estuvieran en la cárcel; imputados, altamente peligrosos,
susceptibles de huidas y destrucción de pruebas. Mientras esto no ocurra se irá
cargando la ira popular y acabaremos mal, muy mal. ¿Alguien se imagina en
España un fenómeno como el de Beppe Grillo en Italia? Los nadadores en la
mierda deberíamos irlo pensando.
Han
sido detenidos dos dirigentes de la mafia calabresa en Barcelona. Llevaban
conviviendo conmigo y con ustedes desde hace cinco años. Vivían en la parte
alta de la ciudad y llevaban a sus hijos a los mejores colegios. Lo entiendo,
lo explicó Francis Ford Coppola en unas películas memorables. Se llamaban,
según unos: Gerardo G. y su sobrino R. O lo que es lo mismo, Guglielmo di
Giovine, y el sobrino, Rosario di Giovine. Por cierto se dedicaban
especialmente a lavar dinero de la droga y la extorsión, y para ello disponían
de cuatro pizzerías en la ciudad. ¿No sería un buen servicio público decir qué
cuatro pizzerías de Barcelona han sido hasta ahora tapaderas mafiosas? Cuando
pasó por acá Roberto Saviano ya cantó los cuatro restaurantes, que nadie se
atrevió a poner en papel.
Me
siento perdido. No sólo no sé nadar en agua sino que me pilla mayor aprender a
moverme en la charca de mierda en que se convertido esta sociedad desnortada;
en Catalunya y fuera de ella. Los diarios corren el riesgo de irse al carajo,
pero no será por la ofensiva digital, sino por la invasión de mierda que nos
atenaza. El inefable defensor de la libertad de prensa en España, responsable
de nuestro honesto comportamiento, un personaje que llegó a senador por Soria
tras un pasado de pelota irremisible, primero en el PSP y luego en el PSOE, y
que responde al nombre de Núñez Encabo, sostiene que nuestro sistema de control
de la verdad periodística y de su rigor, supera al de los países anglosajones,
incluso a los nórdicos. Ahí lo tienen.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario