Circos sin animales: demagogia e hipocresía/Editorial de La Jornada, 11 de junio de 2014
La
aprobación por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) de una
reforma legal que prohíbe en esta capital los circos con animales generó una
primera reacción de los trabajadores del gremio, los cuales marcharon ayer de
Buenavista al Zócalo en protesta por no haber sido consultados y en defensa de
su derecho al trabajo.
En
rigor, les asiste la razón. Si los legisladores capitalinos realmente
estuvieran preocupados por evitar la crueldad y la explotación de animales en
el entretenimiento habrían debido abolir, entre otras cosas, las corridas de
toros, los zoológicos, los acuarios, el uso de bestias de tiro en carretas
turísticas y el comercio de mascotas. Se cebaron, en cambio, en contra de un
sector pequeño y desprotegido, el de la industria circense, sin afectar los
grandes intereses corporativos que basan su operación en un maltrato animal
mucho más claro y evidente.
Pero
la discriminación contra los cirqueros es sólo una de las facetas
impresentables de la reforma comentada: si no es por una búsqueda rápida de
popularidad no es fácil entender que la mayoría de los asambleístas hayan
respaldado la iniciativa surgida de un partido, el Verde Ecologista de México
(PVEM), que, según la temporada electoral, aboga por la implantación de la pena
de muerte o por proteger animales presuntamente maltratados, y que en el ámbito
internacional ha sido repudiado en razón de esas incongruencias éticas por
organizaciones ambientalistas serias como Greenpeace y los partidos verdes
europeos.
Pero
más allá de organizaciones y siglas específicas, es deplorable el
aprovechamiento político electoral de una moda animalista que apela la
sensiblería y la corrección política y se disfraza de humanista para impulsar
activismos en defensa de algunas especies en un país asolado por diversas
clases de violencia: la generada por la criminalidad, en primer lugar, pero
también la miseria, la corrupción, el desempleo, la impunidad, la simulación,
el racismo, la misoginia y la homofobia.
Otro
tanto ocurrió con la llamada Ley de Protección a los Animales, aprobada por los
diputados locales el pasado 30 de abril y vetada por el gobierno local, que en
vez de impulsar una cultura de respeto y protección a los animales establecía
obligaciones tan absurdas, irrealizables y frívolas como la de implantar un
chip a las mascotas, realizar un registro de éstas ante las autoridades e
imponer sanciones económicas a quien abandonara a un animal doméstico.
Sin
duda, el desarrollo civilizatorio ha hecho pertinente una revisión a fondo de
las formas de relación entre los humanos y las otras especies con las que
comparte el planeta. Pero además de las encomiables prácticas humanitarias de
muchos ciudadanos, hasta ahora el asunto ha quedado circunscrito a una
execración de lo humano en nombre de la defensa del ambiente, a movimientos de
liberación animal y a la formulación de categorías insostenibles como los
derechos animales –se puede prohibir la crueldad humana por medio de las leyes,
pero es absurdo imaginar a otras especies como sujetos de derecho– o el
especismo, descalificación que pretende condenar la discriminación a los
animales y homologarla con el apartheid, la misoginia o la homofobia. Tales
ejercicios teóricos proceden, por lo general, de círculos extremadamente
conservadores que se disfrazan de progresistas para incitar a movilizaciones
que suelen distraer la atención de conflictos sociales.
Por
lo demás, tal debate desemboca, irremediablemente, en la pregunta de si es
moralmente lícito el aprovechamiento de los animales para la alimentación, el
calzado, el trabajo, la diversión o la simple compañía, y en la cuestión de si
han de adoptarse medidas de protección para todas las especies –de gorilas a
microbios– o han de establecerse distinciones entre filos y categorías
taxonómicas.
Ninguna
de las cuestiones arriba señaladas ha sido considerada por la ALDF al aprobar
la reforma comentada y ésta debe ser vista, en consecuencia, como un intento de
quienes la aprobaron de congraciarse con sectores del electorado, ganar
popularidad y presentarse como humanistas y caritativos aunque no lo sean.
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