¿La
trinidad de las reformas de Asia?/Kishore Mahbubani, Dean of the Lee Kuan Yew School of Public Policy at the National University of Singapore, is the author of The Great Convergence: Asia, the West, and the Logic of One World. He was selected as one of Prospect magazine’s top 50 world thinkers in 2014.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project
Syndicate | 15 de agosto de 2014
Asia
está a punto de entrar en un momento histórico favorable, pues tres de sus
países más populosos –China, la India e Indonesia– están encabezados por
dirigentes fuertes, dinámicos y con mentalidad reformista. En realidad, Xi
Jinping de China, Narendra Modi de la India y Joko “Jokowi” Widodo de Indonesia
podrían acabar clasificados entre los mayores dirigentes modernos de sus
países.
En
China, Mao Zedong unió el país en 1949, mientras que Deng Xiaoping fue el
encargado de fraguar su ascenso económico sin precedentes. Para que Xi los
acompañe, debe crear un Estado moderno y basado en normas, lo que requiere, por
encima de todo, matar al enorme dragón de la corrupción.
Con
los años, la corrupción ha llegado a ser
endémica en China, pues los dirigentes regionales del partido y los jefes de
las empresas de propiedad estatal se valen de sus enormes privilegios y
autoridad para acumular fortunas personales, lo que ha socavado gravemente la
legitimidad del Partido Comunista de China y ha dificultado la competencia
basada en el mercado, que la economía de China necesita para propulsar al país
a la categoría de los de ingresos elevados.
Hasta
ahora, Xi parece estar a la altura del empeño. Ha estado persiguiendo
audazmente a figuras importantes que antes estaban consideradas “intocables”,
como, por ejemplo, el general Xu Caihou, ex Vicepresidente de la Comisión
Militar Central, y Zhou Yongkang, ex miembro del Comité Permanente del
Politburo, máximo órgano gubernamental de China.
Pero
la lucha a largo plazo contra la corrupción no puede depender sólo de Xi. Sólo
dará resultado, si se crean instituciones fuertes para proteger y fomentar el
Estado de derecho mucho después de que Xi haya abandonado el poder.
Si
Xi opta por crear dichas instituciones, tiene una fuerte tradición jurídica a
la que recurrir. Como dijo el ex embajador de los Estados Unidos en China Gary
F. Locke en un discurso pronunciado en fecha anterior de este año, el concepto
de igualdad ante la ley tiene profundas raíces históricas. De hecho, en el
siglo IV a.C., el estadista y reformador Shang Yang formuló su famosa máxima:
“Cuando el príncipe viola la ley, el delito que comete es el mismo que el de
las gentes del común”.
Partiendo
de esa tradición, Xi puede crear instituciones fuertes que resistan el paso del
tiempo. Si lo hace –al reconocer que, para ser creíble, se debe aplicar el
imperio de la ley incluso a las figuras más influyentes del Partido–, llegará a
ser el tercer dirigente importante de la
China moderna.
En
la India, Mahatma Gandhi rejuveneció el alma del país, que había sido
maltratado por el colonialismo, y Jawaharlal Nehru creó su cultura política
democrática. Ahora Modi debe poner los cimientos para el ascenso de la India como
potencia económica mundial.
La
repetición de las tasas de crecimiento del diez por ciento anual logradas en
Gujarat bajo la dirección de Modi de 2004 a 2012 sería, evidentemente,
importantísimo para las perspectivas de desarrollo y la posición mundial de la
India, pero, para lograrlas de forma sostenible, serían necesarias reformas de
gran alcance y a veces dolorosas, como, por ejemplo, la eliminación de las
despilfarradoras subvenciones, en particular de los combustibles, para liberar
recursos con miras –pongamos por caso– a aumentar el gasto en atención de
salud. Otros imperativos son los de reducir el déficit presupuestario, suprimir
los obstáculos internos al comercio y fomentar la inversión privada.
A
fin de conseguir el apoyo necesario para aplicar esas reformas sin socavar la
estabilidad política ni la cohesión social, Modi debe demostrar que es un
dirigente no excluyente, capaz de cooperar con los indios que no pertenecen a
su base hindú nacionalista, incluidos los 150 millones y pico de musulmanes. Si
lo logra, llegará a ser, como Xi, el próximo dirigente icónico de su país.
En
el caso de Indonesia, los dos dirigentes más influyentes hasta ahora han sido
Sukarno, que recurrió a una retórica potente para fomentar un sentido de unidad
nacional en uno de los países más diversos del mundo, y Suharto, que derrocó a
Sukarno y creó una fuerte base económica que sacó a millones de personas de la
pobreza. Ahora Jokowi debe poner los cimientos institucionales para la gestión
idónea de los asuntos públicos.
Jakowi
se ha elevado desde unos comienzos humildes hasta la cúspide del poder sin
comprometer su reputación de “hombre del pueblo” y, además, pragmático y
honrado. Tiene una larga ejecutoria de gestión idónea de los asuntos públicos,
por haber aplicado políticas eficaces durante su período de alcalde de
Surakarta (como, por ejemplo, las reformas de los mercados, el traslado a
mejores viviendas de los habitantes de chabolas y la reducción del papeleo
burocrático) y como gobernador de Yacarta (donde amplió el acceso a la atención
de salud y la educación).
Pero
la reproducción de ese éxito en el nivel nacional no será una tarea fácil.
Jakowi, que pasará a ocupar su cargo en octubre, debe aplicar políticas que
aborden la desigualdad en aumento, unas subvenciones de los combustibles
insostenibles, una corrupción muy arraigada, unas infraestructuras
insuficientes y una legislación laboral restrictiva, sin por ello dejar de
volver a infundir confianza en las instituciones indonesias.
A
las dificultades que afronta Jokowi se suma el hecho de que su coalición de
gobierno sólo cuenta con una tercera parte de los escaños del Parlamento de
Indonesia, mientras que el resto son leales a la coalición de su rival en las
elecciones presidenciales, Prabowo Subianto. Así, pues, al introducir un nuevo
estilo de gobierno, ejemplicifado por los nombramientos de los miembros de su
gabinete basados en los méritos, Jokowi debe procurar no enajenarse las
minorías selectas políticas y empresariales que se han beneficiado durante
mucho tiempo de su férreo control del poder.
En
resumen, para que Jokowi forme un consenso nacional sobre las instituciones que
necesita Indonesia, tendrá que cooperar con todos los demás partidos. Para ese
fin, el transpartidista “Pacto por México” del Presidente de este país, Enrique
Peña Nieto, podría servir de modelo útil.
Resulta
prometedor que Jokowi tenga fama de independiente de las políticas partidistas
y religiosas y talento para comunicar con el pueblo. Además, como político
independiente, su posición es excepcional para dirigir a Indonesia hacia un
futuro más próspero y unido y elevarse hasta el panteón de los grandes
dirigentes de su país.
China,
la India e Indonesia están bien situadas para dar importantes pasos adelante.
El compromiso por parte de Xi, Modi y Jokowi de hacer lo necesario aportaría
avances rápidos y transcendentales para sus países respectivos, Asia y el orden
mundial.
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