Revista
Proceso...No..1984,
7 de noviembre de 2014.
Crímenes
como el de Tlatlaya son frecuentes en el país/
JESUSA
CERVANTES
Un
pormenorizado análisis en torno a la cadena de incompetencias, irregularidades,
omisiones y absurdos en todos los niveles de gobierno en México en casos de
violaciones graves a los derechos humanos cometidas por fuerzas del Estado fue
expuesto por el representante del Alto Comisionado de la ONU en la materia,
Javier Hernández, en la reunión que sostuvo con diputados mexicanos que
investigan la muerte de 22 personas a manos del Ejército en Tlatlaya en junio
último. Su diagnóstico es demoledor: el caso, dice a Proceso, es sólo una
muestra de “una gran masa de violaciones a las garantías individuales
vinculadas a acciones del Estado”.
En
México abundan las violaciones graves a los derechos humanos: padece
desapariciones forzadas, soldados que fusilan a delincuentes, delincuentes que
matan a policías, policías que se corrompen junto a funcionarios y funcionarios
que ordenan ejecutar a civiles.
Los
casos se acumulan porque existe impunidad, y el caso Tlatlaya es sólo la punta
del iceberg. Debajo hay una gran masa de violaciones a las garantías
individuales vinculadas a acciones del Estado.
Así
lo advirtió Javier Hernández Valencia, representante en México del Alto
Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, durante un encuentro privado
con el grupo de legisladores federales que investiga la muerte de 22 civiles a
manos del Ejército el pasado 30 de junio, en Tlatlaya, Estado de México.
La
atención que despertó esa matanza en organismos defensores de los derechos
humanos nacionales e internacionales, sostiene Hernández en entrevista con
Proceso, “permite aspirar a que, en la resolución o desentrañamiento del caso,
se puedan desempaquetar problemas estructurales. (…) Los dos rieles paralelos
de esos problemas estructurales en México son el de la procuración de justicia
y el de la impunidad”.
En
el encuentro con los diputados les aseguró: “Si no se corrigen las fallas o si
se da una tendencia a su ‘encapsulamiento’, nuevos casos surgirán”.
Después,
en entrevista, abundó: “Si no revisamos los sistemas de inteligencia, si no
revisamos el conjunto de cosas (que ocurren) en entidades, en instituciones
altamente jerarquizadas y altamente sistémicas (como el Ejército), estamos sólo
atendiendo una parte del problema”.
El
representante no quiso hablar de lo dicho en la junta privada. Sin embargo,
este semanario obtuvo “las notas” que serán parte del informe final del grupo
de trabajo legislativo.
La
punta del iceberg
El
pasado 5 de octubre, Hernández se reunió con el Grupo Plural de Trabajo para el
caso Tlatlaya en la Cámara de Diputados. Ahí expresó que aquella matanza cuenta
con elementos “abundantes” que no permiten soslayarla.
De
acuerdo con las notas del grupo legislativo, el representante de la ONU asentó:
“Tlatlaya es un epifenómeno, es la punta del iceberg: debajo hay una gran masa
de violaciones a los derechos humanos vinculadas a acciones del Estado. Esto ha
sido visible desde hace mucho tiempo para las organizaciones defensoras de los
derechos y hoy es un detonante ante la opinión pública”.
Les
recordó que la anterior alta comisionada, Navenethem Pillay, indicó al gobierno
mexicano que el Ejército puede desempeñar acciones de seguridad pública de
manera extraordinaria siempre y cuando vaya limitando sus acciones poco a poco,
con controles civiles y respeto a los derechos humanos. Hernández también les
dijo que el relator especial sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o
arbitrarias, Christof Heyns, advirtió que “el enfoque militar puede exponer a
la población civil a atropellos”.
El
representante del Alto Comisionado les enumeró a los diputados federales Elena
Tapia Fonllem (PRD), Loretta Ortiz Ahlf (PT), Ricardo Pacheco Rodríguez (PRI) y
Ernesto Núñez (PVEM) –los otros tres integrantes del grupo no acudieron a la
cita– algunas recomendaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos
(CNDH) respecto del asesinato de una menor en 2009, cuando iba en motocicleta
en Buenavista Tomatlán, Michoacán; de la muerte de dos estudiantes del
Tecnológico de Monterrey en 2010, y las relativas a hechos de tortura sucedidos
en Tabasco, Nuevo León y Guerrero en 2011, “todos los casos con participación
de las fuerzas armadas”.
“Y
Tlatlaya es paradigmático, no hay otro caso con tan alto número de víctimas.
Hay un rosario de hechos documentados, Tlatlaya llega después de
recomendaciones emitidas por la CNDH, y esas acciones o no resultan o no tienen
efectos. (…) Ese caso muestra los pies cortos de una reforma (la del fuero
militar). La cuestión es cómo evitar que algo suceda y no se olvide, o que se
cumplan las recomendaciones o que tengan un efecto de corrección.”
Les
recordó a los diputados que hacer respetar los derechos humanos es tarea de
todo el Estado, incluido el Poder Legislativo. Les dijo que la Secretaría de la
Defensa Nacional “ha trazado una línea respecto del comportamiento criminal de
sus elementos, lo cual es correcto, pero es incompleto si estos hechos se
repiten y no se produce cambio institucional”.
En
la entrevista explica uno de los problemas en el manejo del caso Tlatlaya: “De
un lado están los ocho soldados ‘criminales’; del otro, el del Estado, están
las instituciones que se desolidarizan de ese comportamiento criminal, se
deslindan, se separan, los denuncian. Es decir ‘fueron ellos’, pero no se
atreven a revisar los sistemas de la institución”.
Si
se atiende sólo al individuo, continúa, “y no examinamos los aparatos de
inteligencia, de intendencia, las comunicaciones, el conjunto de cosas en
entidades e instituciones tan altamente jerarquizadas y sistémicas, esto puede
ocurrir otra vez… No sabemos aún si tenemos que ir también a modelos de control
en el uso de la fuerza para no asumir como normal, correcto, aceptable, un
paisaje en el que vidas humanas se pierden así, sin explicación, sin
investigación”.
Detalla
que en materia militar “nadie sale de una instalación sin un proceso, sin una
autorización, sin un objetivo. Si la misión en Tlatlaya era de patrullaje,
entonces hubo un encuentro fortuito; si la misión era otra –y con esto no digo
que la misión fuera matarlos, porque si fuera así no envías a menos elementos
de los que enfrentarías–, si había una orden de que las patrullas no salían si
no era en cinco vehículos mínimo y con 20 soldados mínimo, y sale una camioneta
con ocho elementos, no se trata sólo del que salió, sino del que lo dejó salir,
y no porque lo dejó salir para ir a matar, sino porque lo dejó salir: él sabía
que salían con menos integrantes”.
Hernández,
quien ha participado en acciones de paz en otros países y sabe cómo se mueven
los ejércitos, explica que si van a un territorio hostil los soldados se van
reportando a su base, porque en caso de problemas ya hay un refuerzo listo para
auxiliarlos.
Estas
bitácoras de lo ocurrido en Tlatlaya se deben analizar, dice, y no quedarse
sólo con las recomendaciones de la CNDH, que “es sólo el piso, no el techo de
la investigación”.
El
Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, explica su representante,
no se involucra en la indagatoria porque sepa más que el gobierno. “Nosotros no
somos más sabios que nadie. Lo único que hacemos aquí es, para el bien de
México y sus instituciones, hacer notar cuando suceden cosas tan graves”.
A
los diputados, según las notas de la reunión, el representante de la ONU les
comentó que “nadie se va con un camión a un lugar que nadie le ha mandado sin
tener comunicación, sin tener coordinación, sin saber lo que va a encontrar.
Hacerlo es enviarlo al vacío, a la oscuridad. La profesión militar no es
improvisación, como en el mundo civil, donde es útil la adaptabilidad”.
Les
detalló que el 3 de julio su equipo de trabajo se trasladó a la bodega donde
ocurrieron los hechos, ubicada en San Pedro Limón, Tlatlaya, y que lo
encontrado “no corresponde a un intenso tiroteo: hay sangre en puntos clave, lo
que llevó a construir hipótesis alternas. Fue necesario inquirir en elementos
ausentes en la versión oficial”.
El
21 de octubre, la CNDH determinó que hubo tortura, 15 ejecuciones
extrajudiciales y encubrimiento de parte del Ejército.
Historia
de impunidad
Tlatlaya,
sostiene Hernández, es la oportunidad de investigar cuáles fueron las fallas de
una institución como el Ejército y proponer sistemas de prevención y control
“para terminar la tarea” de lo que debe corregirse.
Considera
que hablar de esa matanza sólo tiene sentido si se hace en un contexto más
amplio, que incluya casos como Ayotzinapa, la muerte de dos jóvenes
regiomontanos a causa del Ejército, la desaparición de 11 cazadores en
Zacatecas a manos de policías locales coludidos con el crimen organizado, o el
de doña Guadalupe Fernández, “que me envió un mail, desesperada, diciendo: ‘¿Y
mi desaparecido? ¿Por qué no se busca con la intensidad con la que se busca a
los 43 muchachos de Ayotzinapa?’. Los casos se acumulan sin que resolvamos el
nudo de impunidad”.
En
México, “los dos rieles paralelos de esos problemas estructurales son la
procuración de justicia y el de la impunidad. Y en esos rieles caminan varios
vagones: la policía municipal que lo hizo, el Ministerio Público que no actuó
debidamente, la procuraduría local que no le prestó atención al caso… y para
Tlatlaya podemos ver varios de esos vagones”.
Trae
a colación una columna del periodista Miguel Ángel Granados Chapa publicada el
9 de octubre de 2008 en el diario Reforma, en la que narró cómo el 18 de agosto
de aquel año –día de mercado– y en el mismo San Pedro Limón, Tlatlaya, un
comando disparó AR-15 y AK-47 contra la multitud, matando a 23 personas e
hiriendo a otras decenas.
El
mismo artículo recuerda que elementos del Ejército llegaron, levantaron los
cadáveres, recogieron los casquillos, limpiaron la escena, despojaron de sus
celulares a los testigos y les dijeron que era preferible que no se supiera lo
ahí ocurrido.
Asegura
desconocer si el tema se investigó o no. Pero sí acepta que los casos de violaciones
graves a derechos humanos se acumulan. “La impunidad actúa como un aliciente
para que aquellos que no reciben castigo puedan volver a repetir sus actos
criminales. Por eso decimos que los sistemas de justicia no sólo deben castigar
sino ser eficientes, dar un mensaje que desaliente al que quiera infringir la
ley, porque el largo brazo de la ley sí lo va a alcanzar. Pero si el brazo es
cortito y nunca alcanza a nadie, se juega con el handicap a favor, porque
‘entonces no me va a pasar nada si robo, si mato, si secuestro; no me va a
pasar nada si estoy envuelto en una desaparición forzada’”.
Hernández
explica que las violaciones graves a los derechos humanos no sólo tienen que
ver con su cantidad, sino ante todo con su naturaleza: “Cuando ocurren ejecuciones
extrajudiciales y desapariciones forzadas es mucho más sensible que cuando
estamos ante discriminaciones. En México hay desapariciones forzadas, hay
ejecuciones extrajudiciales, hay asesinatos cometidos por funcionarios, por
personas que no son funcionarios, por policías que matan ciudadanos. El crimen
organizado es una realidad dolorosa”.
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