Putin y
Picasso/Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington
La
Vanguardia | 6 de diciembre de 2014
Ningún
líder político de nuestro tiempo ha sido tan afortunado como Vladímir Putin. Su
índice de popularidad ha sido consistentemente alto –el pasado verano alcanzó
un récord de 87%–. La economía rusa creció enormemente bajo su gobierno, los
sueldos y salarios aumentaron, y las pensiones de vejez han mejorado
considerablemente. El estado de ánimo en el país era optimista y la oposición
política prácticamente desapareció. Esta buena fortuna ha durado, con
interrupciones relativamente cortas, quince años.
Las razones
de tal suerte casi sin precedentes son bien conocidas y no será necesario
explicarlas una vez más. Pero la buena suerte en los asuntos humanos no dura
siempre y esta es la situación que afronta el Gobierno de Rusia hoy. El
presupuesto de Rusia, todos los logros, desde las pensiones de vejez hasta los
gastos militares de rápido crecimiento, se basan en el supuesto de que los
precios del petróleo y el gas seguirán siendo altos. Más de la mitad de los
ingresos del Estado ruso se derivan de la exportación de estos productos, son
el factor decisivo: Si el precio del petróleo no es alto, no hay prosperidad en
Rusia. Pero el precio del barril ha caído durante los últimos seis meses de 110
dólares a menos de 70 y el rublo ha perdido casi un tercio de su valor respecto
del dólar y del euro.
Es cierto
que las sanciones impuestas tras la invasión de la península de Crimea y el
este de Ucrania también han hecho algún daño, pero la mayor parte (más de dos
tercios) fue causado por la caída en el precio del petróleo y el gas. Los
precios de las materias primas siempre suben y bajan, y el Gobierno ruso ha
acumulado reservas considerables de dinero. La crisis actual, si su duración no
es demasiado larga (digamos más de un año) no causará un desastre mayor. Pero
los expertos, incluidos los expertos rusos, predicen que la crisis va a durar
más tiempo.
Hasta el
momento la popularidad de Putin y su régimen no se han visto gravemente
afectadas. La aprobación ya no es del 87%, pero sigue siendo bastante alta,
casi el doble que la del presidente Barack Obama. Existe la creencia entre los
rusos de que Putin puede arreglarlo de alguna manera y que pronto habrá un giro
a mejor. E incluso si los rusos tienen que esperar un poco más a que lleguen
días más felices, ha habido éxitos en otros campos –como la guerra de Crimea.
Los patriotas rusos consideran que la situación de su país ha mejorado en gran
medida, que son de nuevo respetados, incluso temidos como una gran potencia.
Este es un
fenómeno interesante. Una vez que las personas se han acostumbrado a mejorar
durante un número de años, llegan a creer que esto continuará para siempre:
cuanto más se avanzó en el pasado más doloroso es el retroceso.
¿Por qué la
decepción y las consecuencias políticas no han sido mucho más grande? La
respuesta breve es que la mayoría de los rusos se han visto afectados por la
crisis hasta ahora sólo en una pequeña parte. Pero la situación parece estar
cambiando rápidamente. Un ejemplo obvio es el estado de cosas en el campo de la
atención médica. Los recortes se introdujeron antes de la crisis y en los
últimos meses se han hecho bastante drásticos. Muchos hospitales y otras
instituciones médicas se cierran, uno de cada tres de quienes trabajan en el
campo de la medicina en Moscú (incluidos los médicos) han sido despedidos. Y se
manifiestan en las calles con grandes pancartas: Sólo los ricos sobrevivirán.
Los
recortes afectan a muchos otros campos, como la educación. Según los rumores se
reducirán los sueldos de todos los empleados del Gobierno. La política, sin
duda, será capaz de asumirlo. Pero el estado de ánimo está cambiando.
Políticamente podría significar una actuación exterior más agresiva, más
tensiones en los asuntos mundiales; si el progreso en los asuntos económicos se
ha vuelto imposible, los logros en política exterior pueden ser buscados como
compensación. Podría significar un régimen más severo.
Seis meses
pueden marcar una gran diferencia en política. Hasta el verano pasado las cosas
iban muy bien para el señor Putin y su equipo. Los Juegos Olímpicos de Invierno
en Sochi fueron un éxito, pero ahora ya no es aún seguro que Rusia será el
anfitrión de la Copa Mundial de fútbol en el 2018, otro evento de prestigio.
Los rusos y Putin personalmente han invertido considerables esfuerzos para
convencer a la FIFA, el organismo rector del fútbol mundial, para que este
acontecimiento tenga lugar en su país. Y ahora, de repente hay una gran y
creciente oposición debido a las denuncias de que los medios de persuasión
hacia los principales miembros de la dirección de la FIFA han sido menos que
honestos y justos , por decirlo con cautela. Se ha informado, por ejemplo, de
que a Michel Platini, presidente de la UEFA, le habían ofrecido un cuadro de
Picasso de un museo de San Petersburgo por su voto a favor de Rusia. Platini
fue un excelente jugador de fútbol en su tiempo, jugó en la Juventus de Turín y
para el equipo nacional francés. Pero no es conocido como un coleccionista de
arte moderno. Quizás es injusto culpar a los rusos. Si Qatar fue elegida por la
FIFA para la celebración del Mundial en el 2022, esta opción inverosímil
también pudo haber sido influenciada por argumentos similares a un cuadro de
Picasso.
Pero dio la
casualidad de que el asunto Picasso coincidió con una crisis en los asuntos
internacionales. Si se le negara a Rusia la organización del Mundial en el
2018, sobrevivirá a la desgracia. Pero es cierto que hay un proverbio que dice,
en muchas lenguas, que las desgracias nunca vienen solas.
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