En
este 2014 se cumplen 100 años de los natalicios de Efraín Huerta, Octavio Paz,
José Revueltas Armando Duvalier, los
hombres de la alta palabra, los de la preclara estirpe.
Al conmemorarlos
durante toda una semana tomamos adelanto necesario a las conmemoraciones que
oficialmente habrán de hacer las institucionales culturales del país. Era
necesario porque se trataba de marcar un paso adelante en asuntos de vida,
recordando a genios que no fueron de piedra, esculpidos a propósito para la
colocación de la corona laudatoria, sino gente palpitante que había tenido
contacto con los demás, que ayudaron en alguna forma a construir, demostrando
que somos un mismo río de luces y sombras más allá del discurso de aniversario.
Nos adelantamos en la primera semana de enero porque era preciso, porque antes
de los homenajes obligados para el funcionario, quisimos decir nosotros que se
trataba de poetas, que eran pueblo y que son por ello más de nuestra carne, más
de nuestra imaginación que de los intereses burocráticos, que del lejano
discurso que ya vendrá, obligado, en cada fecha en particular. Habrá bombos y
platillos, pero ninguna celebración latirá tan hondamente humana como latió
ésta.
Nuestro, de verdad, es Efraín Huerta,
hermano querido, quien alguna vez nos hizo un prólogo, con el que alguna vez
tomamos café, o bebimos algún otro espiritualizador o al que alguna vez le
dijimos
-también Paz se lo dijo en los periódicos- que sus “poemínimos” no eran más que
chistes, algunos buenos, otros menos buenos, pero que estuviera tranquilo,
porque alguna vez iban a llegar las renovadas generaciones, iban a ser lectoras
de “poemínimos” y hasta los iban a tomar como género literario, aunque, eso sí,
por otro lado, poco iban saber del
gigante autor de El Tajín o de Los hombres del alba.
Nuestro, de verdad, es Octavio Paz, a veces
no tan querido por muchos cuando daba la impresión de demasiada cercanía a la
soberbia del Príncipe. Ah, pero que talento y qué sabiduría, únicos, tan
únicos, que perversamente se hizo rodear de mediocres y los encumbró, y les dio
nombres de grandes poetas a los que como tales se enseñan aún en las aulas, en
los grandes medios de comunicación, en los encuentros internacionales, en los
nombres de las instituciones, en los “importantes” congresos y coloquios;
grandes nombres vacíos, supersobrevaluados, que poco a poco el tiempo va a ir
desmoronando para que sólo quede un Octavio Paz como sol único, total; en medio
de la polvareda (esto puede ser un feliz alto grado de perversión, creo, que le aplaudimos y celebramos, una
travesurilla para la historia).
Nuestro, de verdad, José Revueltas, el gran
combatiente de la letra, el más nuestro; él, más que nadie. Habrá que ver con
qué cara lo va a homenajear el sistema que lo persiguió tanto y lo encarceló
las veces que pudo; que con sus ujieres literarios marginó su obra, que lo
mató, mitad en la prisión y la otra mitad a consecuencia de la prisión, así
como ninguneando su luminoso trabajo.
Nuestro, de verdad, Armando Duvalier, al que
van a olvidar los “homenajeadores nacionales” porque no les aporta bonos. Por
eso nos adelantamos en las conmemoraciones, porque creo que lo más justo era
que lo hiciéramos nosotros primero, pero con el auténtico latido humano. En
ellos tratamos de hacer también un auténtico homenaje a los verdaderos grandes
poetas del siglo XX mexicano, a los que hicieron nuestra verdadera poesía
aunque no aparezcan en las arregladas antologías (algunos sí). Entre estos
están mayormente los poetas de izquierda.
En nuestros cuatro homenajeados virtualmente
esta también una lista que empieza con José Gorostiza continúa con Manuel Maples Arce, Marco
Antonio Montes de Oca, Enrique González Rojo, Abigael Bohórquez, Ramón Martínez
Ocaranza, Aurora Reyes, Juan Bautista Villaseca, Horacio Espinosa Altamirano,
Miguel Guardia, Margarita Paz Paredes, Max Rojas, Saúl Ibargoyen
(urguayo-mexicano) y tantos otros a quienes se ha despojado para imponer a los
que ahora están desde hace ya varios sexenios.
Aquí festejamos cuatro centenarios, nos
adelantó para esto el rumor de la sangre, y desde este homenaje a los cuatro
partimos con clara conciencia y corazón enaltecido hacia los cuatro puntos
cardinales para que nos sepan en el universo. Se cerró así la semana pero se
abrió una flor auténtica dentro de una auténtica y popular reforma energética y
educativa.
RESPONZO
POR UN POETA DESCUARTIZADO
Efraín
Huerta
(Fragmento)
Claro
está que murió –como deben morir los poetas,
maldiciendo,
blasfemando, mentando madres,
viendo
apariciones, cobijado por las pesadillas.
Claro
que así murió y su muerte resuena en las malditas habitaciones
donde
perros, orgías, vino griego, prostitutitas francesas,
donceles, príncipes se rinden y le besan los benditos
pies;
porque
todo en él era bendito como el mármol de La Piedad,
el agua de los lagos, el agua de los ríos
y
los ríos de alcohol bebidos a pleno pulmón,
así
deben beber los poetas: Hasta lo infinito,
hasta
la negra noche y las agrias albas
y
las ceremonias civiles y las plumas heridas
de
los artículos que te obligan,
la
crónica que nunca hubieras querido escribir
y
los poemas rubíes, y los poemas diamantes,
los
poemas huesolabrados, los poemas floridos,
los
poemas toros, los poemas posesión,
los
poemas rubenes, los poemas daríos,
los
poemas madres, los poemas padres, tus poemas…
Y asi le besan los pies, la planta del pie
que
recorrió los cielos y tropezó un y mil infiernos
al
sonido siringa de los ángeles locos
y
los demonios trasegando absintio
(El
chorro de agua de Verlaine estaba mudo),
ante
el azoro y la soberbia estupidez de los cónsules
los dictadores, la chirlería envidiosa y la espesa
idiotez
de las gallinas municipales.
Maldiciendo,
claro, porque en la agonía
estaba
en su derecho porque qué jodidos
(Juré,
jodido!, dijo Rubén al niño triste
que
oyó su testamento),
¿por
qué no morir de alcoholes de todo el mundo
si
todo mundo es alcohol y la llama lírica
es
la mirada de un niño con la cara de un lirio?
Lo veo y no lo creo; ardido por esa leña verde,
por
esa agonía de pirámide arrasada,
el
poeta que todo lo amó
cubría
su pecho con el crucifijo, el crucifijo, el suave crucifijo,
el
Cristo de marfil que otro poeta agónico
le
regalara –Amado Nervo-
y
me parece oír cómo los dientes le quemaban
y
de qué manera se mordía la lengua
y
la piel se le ponía violácea
nada
más porque empezaba a morir,
nada
más porque empezaba a santificarnos
con
su muerte y su delirio, sus blasfemias,
sus
maldiciones, su testamento,
y
nada más porque su cerebro tuvo que andar
de
garra en mano y de mano en garra
hasta
parecer el ala de un ángel,
la
solar sonrisa de un efebo,
la
sombra de recinto de todos los poetas vivos,
de
todos los poetas agonizantes,
de
todos los poetas.
ESPEJO
Octavio
Paz
Hay
una noche,
un
tiempo hueco, sin testigos,
una
noche de uñas y silencio,
páramo
sin orillas,
isla
de yelo entre los días:
una
noche sin nadie
sino
su soledad multiplicada.
Se
regresa de unos labios
nocturnos,
fluviales,
lentas
orillas de coral savia,
de
un deseo, erguido
como
la flor bajo la lluvia, insomne
collar
de fuego al cuello de la noche,
o
se regresa de uno mismo a uno mismo
y
entre espejos impávidos un rostro
me
repite a mi rostro, un rostro
que
enmascara a mi rostro.
Frente
a los juegos fatuos del espejo
mi
ser es pira y es ceniza,
respira
y es ceniza ,
y
ardo me quemo y resplandezco y miento
un
yo que empuña, muerto,
una
daga de humo que le finge
la
evidencia de sangre de la herida,
y
un yo, mi yo penúltimo ,
que
sólo pide olvido, sombra, nada,
final
mentira que lo enciende y quema.
De
una máscara a otra
hay
siempre un yo penúltimo que pide.
Y
me hundo en mí mismo y no me toco.
EN
ESTE SITIO
José
Revueltas
Que
cierren los ojos, que tapen con los siglos las edades
y
nieguen la tierra y la aborrezcan y la escupan
si
no quieren saber nada de la luz y la santa agonía.
Yo
estoy aquí como hormiga, como el arado,
porque
no soy nadie y estoy de boca al suelo, besando todo lo que pasa.
Si
me invitan a morir lejos digo que no,
que
mi sitio es el de la muerte aquí donde todos los planetas lloran
y
los niños están con las plantas esperando que amanezca.
Sé
que debe amanecer y no en el cielo
sino
entre las piedras y entre las manos de las gentes,
que
deben amanecer antes de Cristo, después de Cristo,
en
esta era y en este verbo que nos sale destrozado y dando gritos.
Que
se tapen, que se queden cerrados, que nadie le dés auxilio,
que
la voz les estalle antes de la palabra, que no puedan llorar nunca,
que
no lloren jamás y la vida les sea alegre, horrorosa,
atrozmente
alegre sin una sola lágrima,
si
no levantan las manos y no se piden perdón
y
no tienen la soberana, hermosa virtud de la agonía.
Yo
estoy aquí sentado, yo estoy aquí caminando.
Yo
estoy aquí.
Nadie
me quiere aquí, yo lo sé.
Nadie
quiere que me vaya de aquí, lo sé también.
No
quiero que nadie venga y nadie se retire.
Estoy
aquí.
TRIBULACIONES
POR UN JOVEN DINOAURIO
Armando
Duvalier
(Fragmento)
Siémbrate,
revuélcate y anúdate,
Pero
no volverás a robarme mis peces de petróleo;
mis
camellos con mares anudados;
mis
arañas de nieve anaranjada;
mis
libélulas de oxígeno;
mis
tapires con zumo de cobre lloviznando,
¡Cúshila
de aquí porque siempre serás tan imbécil
como flor desnuda!
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