El
nombre del “Chapo”, arma para venganzas castrenses/Juan Veledíaz.
APRO-Proceso, 31 de diciembre de 2015
Viejas
rencillas de la cúpula castrense parecen estar detrás del caso contra el
general Juan Manuel Barragán Espinosa, acusado anónimamente de actuar como
intermediario del narcotráfico para intentar sobornar a Guillermo Galván
Galván, secretario de la Defensa en el sexenio calderonista, y detener la
cacería contra El Chapo Guzmán. Pero en sucesivos careos e indagatorias, las
acusaciones contra el militar se han ido desmoronando. Lo que queda a la vista
es el rencor que se le tenía guardado desde hacía décadas al militar, sobrino y
yerno de sendos extitulares de la Sedena.
Una
de las últimas comparecencias de Joaquín El Chapo Guzmán, meses antes de su
escape del penal del Altiplano, se efectuó ante el Juzgado Decimoquinto de
Distrito en Toluca, en el juicio contra un general brigadier acusado de ser
intermediario del capo para intentar sobornar, a finales de 2011, a Guillermo
Galván Galván, entonces secretario de la Defensa Nacional.
Enseguida
le pregunta si había enviado emisarios para reunirse a “negociar” con Barragán
Espinosa a finales de 2011, así como para buscar un acercamiento con Galván
Galván y otros altos mandos del Ejército y funcionarios federales a fin de
solicitar protección y colaboración con su organización en el noroeste del
país.
De
acuerdo con documentos judiciales –copias de los cuales tiene Proceso–, en ese
momento el juez intervino para desechar la pregunta, pues Guzmán ya había dicho
que no conocía al acusado y jamás había escuchado su nombre.
Esa
respuesta del Chapo era lo que esperaban los abogados del general para probar
que la acusación en su contra era un “montaje” de las procuradurías General de
Justicia Militar (PGJM) y General de la República (PGR).
Los
cargos contra Barragán eran por delincuencia organizada y delitos contra la
salud y se fincaron con base en presuntas pruebas –presentadas por un “testigo
colaborador”– de un par de reuniones en diciembre de 2011 del militar con
representantes del Chapo Guzmán, a quienes supuestamente pidió 10 millones de
dólares a fin de conseguirles reuniones con Galván Galván; la procuradora
general de la República, Marisela Morales, y el general Genaro Robles Casillas,
entonces subjefe operativo del Estado Mayor de la Defensa.
Las
supuestas reuniones buscarían el cese de los operativos militares contra el
Cártel de Sinaloa y de la cacería en la región noroeste del país contra El
Chapo Guzmán.
Según
las declaraciones de Humberto Guerrero Murguía, el “testigo colaborador”,
Barragán les dijo días después que todavía no arreglaba nada pues le habían
cancelado las citas, pero tenía pensado comprar un reloj Rolex para regalárselo
al secretario de parte del capo “como muestra de agradecimiento”.
De
acuerdo con las mismas declaraciones, el 24 de diciembre de 2011 las reuniones
seguían sin concretarse, por lo que se pactó un nuevo encuentro entre Guerrero
Murguía y el brigadier en su oficina. El testigo llegó acompañado de otra
persona, supuesto enviado del Chapo, quien grabó subrepticiamente 28 minutos de
esa conversación, lo cual serviría para probarle al capo sinaloense que las
negociaciones seguían en curso.
En
los primeros días de enero de 2012 Barragán pasó a retiro por haber cumplido la
edad límite que marca el reglamento para su grado. Pero en los últimos días de
ese mes fue detenido y quedó arraigado. En abril fue consignado al Centro
Federal de Readaptación Social número 1, El Altiplano, y en septiembre la
versión oficial de su caso se publicó en un periódico capitalino, donde lo
llamaron “el yerno incómodo”, en alusión a su parentesco con el exsecretario de
la Defensa Félix Galván López.
Privilegiado
Un
correctivo disciplinario contra Juan Manuel Barragán Espinosa durante su etapa
como cadete del Colegio Militar a finales de los sesenta –cuando su tío,
Marcelino García Barragán, era titular de la Secretaría de la Defensa Nacional
(Sedena)–, era algo que nadie se hubiera atrevido a hacer.
El
lopezportillista fue el sexenio del grupo militar formado tiempo atrás en la
ayudantía y la secretaría particular de García Barragán. Los llamaron los
“barraganistas” y los encabezaba Galván López, exsecretario particular de
García Barragán y nuevo titular de la Secretaría de la Defensa.
Como
su secretario particular Galván López nombró al entonces coronel Enrique
Cervantes Aguirre, quien también había estado en la ayudantía junto a su
compadre Francisco Quirós Hermosillo, designado comandante de la Policía
Militar. Cervantes sería titular de la Sedena en el gobierno de Ernesto Zedillo
(1994-2000).
En
diciembre de 1976 Barragán Espinosa quedó comisionado en la ayudantía de Galván
López. Y su estrella cambió. Se casó con la hija del secretario de la Defensa.
Ascendió
a capitán en 1978 mientras estudiaba el primer año del Curso de Mando y Estado
Mayor en la Escuela Superior de Guerra (ESG). Era parte de la generación 49 del
plantel; tiempo después sus compañeros de aula ocuparían altos cargos en el
Estado Mayor Presidencial, como Domiro García Reyes, Roberto Miranda Sánchez y
Pedro Bautista Pérez.
Quienes
coincidieron en el plantel con Barragán recuerdan que tenía “privilegios”. Le
pusieron casa, traía escoltas, y de las cuatro a las cinco de la tarde “se lo
llevaban” a comer. Una de las reglas de la ESG era que quien reprobara dos
materias era dado de baja automáticamente, lo que no se cumplió en su caso. Se
decía que el yerno del secretario tuvo problemas desde el primer mes: no estaba
en la lista de los sobresalientes, pero tenía trato “privilegiado”.
El
sexenio de Galván López es recordado porque los grados en el Ejército se
otorgaron discrecionalmente, en beneficio de los miembros del grupo en el
poder. En 1981, poco después de que Barragán se graduara de la ESG, el entonces
jefe de Estado Mayor de la Defensa, el general Rodolfo Reta Trigos, recibió la
orden de ascenderlo.
A
Barragán Espinosa la fortuna no lo abandonó. En agosto de 1981 su suegro lo
nombró agregado militar adjunto a la embajada de México en Washington, donde
también ocupó el cargo de asesor en la delegación mexicana ante la Junta
Interamericana de Defensa.
De
su hoja de servicios –copia de la cual tiene Proceso– se desprende que volvió
al país a mediados de 1984, segundo año del sexenio de Miguel de la Madrid, con
el general Juan Arévalo Gardoqui al frente de la Sedena.
Quedó
comisionado en la Escuela Militar de Aplicaciones, donde se desempeñó como
profesor de las materias táctica general y grupos de comando. En 1989 tenía el
grado de teniente coronel. Entonces fue enviado a Guerrero como subjefe de
Estado Mayor de la 27 Zona Militar, en Acapulco. Tiempo después, cuando estaba
comisionado en Guardias Presidenciales, ascendió a coronel.
En
agosto de 1996 era jefe de Instrucción del Colegio de Defensa Nacional, cuando
Enrique Cervantes Aguirre, entonces titular de la Sedena, ordenó investigarlo.
El secretario quería cobrarle una “afrenta” y dio instrucciones al área de
inteligencia militar para averiguar el origen de sus propiedades y finanzas
personales. Querían corroborar su probable “relación con hechos de
involucramiento directo en actividades sospechosas”. Documentos militares
señalaban que lo investigaban por supuestos vínculos con el narcotraficante
Amado Carrillo Fuentes (Proceso 1082).
En
marzo de 1998 se inició una averiguación previa en su contra por haber dado una
tarjeta de presentación a un civil, a quien recomendaba con el general José
Luis Chávez García, entonces delegado de la PGR en Baja California.
Barragán
intercedió para que Chávez ayudara a esta persona a obtener permisos, acelerar
trámites y establecer un negocio farmacéutico “lícito” en la frontera. La PGJM
determinó que no había delito que perseguir y archivó la indagatoria, según
documentos consultados por este semanario.
Por
entregar esa tarjeta, el militar fue arrestado 15 días y quedó “segregado”. Era
la ruptura con Cervantes Aguirre, con quien tenía diferencias desde hacía
tiempo, pese a que ambos fueron muy cercanos a Galván López. En 1998 la muerte
de García Paniagua, amigo del entonces titular de la Defensa, aceleraría el
distanciamiento entre los antiguos “barraganistas”.
Montaje
Destituido
del Colegio de Defensa, lo mandaron “castigado” a un Cuerpo de Defensas Rurales
en Rincón de Romos, Aguascalientes, donde estuvo siete años. Volvió a la
“circulación” al comenzar el gobierno de Felipe Calderón: jefe de Estado Mayor
de la 12 Zona Militar, en San Luis Potosí. Comandante del Segundo Batallón de
Policía Militar y después jefe de Estado Mayor de la Brigada de Infantería
Ligera en Irapuato serían sus últimos cargos operativos. Del Bajío volvió a la
Ciudad de México, a la Dirección de Personal de la Sedena, donde ascendió a
general.
Ahí
estaba a cargo de la Oficina de Reclutamiento cuando un texto anónimo llegó a
la Sedena. Fechado el 3 de noviembre de 2011, el texto decía que el general se
reunía con personas “que tenían la facha de gente del norte del país”, a
quienes trataba con “mucha amabilidad, como si tuvieran toda la confianza”,
pese a que mostraban “toda la pinta de narcotraficantes”.
Barragán
declaró que con quien se reunió en su oficina fue con el abogado Jaime Lemus
Barajas para consultas legales a fin de invertir en bonos de “deuda consolidada
histórica”. Buscaba un tipo de bono llamado “águila negra”. Tiempo después unos
conocidos le recomendaron para este fin a Humberto Guerrero Murguía, quien
alguna vez lo visitó –acompañado por su hermano– para hablar del tema.
Al
salir de esas visitas Guerrero Murguía empezó a ser vigilado por la Policía
Judicial Militar.
Cierta
ocasión, en avenida Legaria y Periférico, lo interceptaron, lo subieron a una
camioneta y se lo llevaron. No supo a dónde. Sólo recordó tiempo después que lo
tuvieron vendado en un cuarto, lo golpearon e interrogaron y le advirtieron que
le harían daño a su familia si no colaboraba en las acusaciones contra
Barragán. Con la presión cedió y lo llevaron a la entonces Subprocuraduría de
Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), donde aceptó
ser “testigo colaborador” con el alias de Samuel.
Pero
en julio y agosto de 2013, ante el juez militar y después en el Juzgado
Decimoquinto de Distrito, Guerrero se retractó de sus dichos y renunció a
seguir siendo “testigo colaborador”. Relató su secuestro por los policías
militares, quienes lo mantuvieron privado de su libertad a fin de armar el
tinglado de las reuniones con Barragán para orillarlo a “cometer una conducta
delictiva” e iniciarle un proceso penal. Aseguró que quienes se hicieron pasar
por “enviados” del Chapo eran en realidad agentes de la Policía Militar.
El
29 de septiembre de 2014, durante un careo con el teniente Aarón López Rubio,
citado como testigo de los encuentros, Guerrero aseguró que este oficial de la
Policía Militar actuaba “encubierto”. Trazó parte de la trama en la que un par
de militares lo acompañaron en diferentes momentos y se hicieron pasar por
“negociadores”.
“Se
suponía que tu función era hacerte pasar como gente del Chapo, tú sabes que
cuando yo tenía entrevista con el general Barragán siempre iba custodiado por
policías militares”, le dijo a López Rubio.
En
la acusación se mencionó que el general y el abogado Lemus presuntamente
recibieron un par de bolsas con un costoso regalo y dinero en efectivo. Las
bolsas las llevó uno de los policías militares “infiltrados”, dijo Guerrero.
En
cuanto a la conversación grabada por uno de los policías militares, un peritaje
determinó que se trata de un audio de 28 minutos donde se escucha que los
participantes hablan de bonos de deuda exterior y sobre personas detenidas en
Durango trasladadas a la SIEDO; en torno a éstas se nota el interés por que se
atienda su situación jurídica, aunque no se escuchan propuestas de colaborar
para algún grupo criminal. Según el análisis, nada de lo que se escucha es
ilegal.
La
retractación de Guerrero cerró la instrucción del caso. De abril de 2012 a la
fecha, el juzgado militar le ha dictado siete veces formal prisión por delitos
contra la salud; igual número de veces la resolución ha quedado sin efecto al
ganar el mismo número de amparos. En diciembre de 2014 el juzgado militar
volvió a dictarle prisión por el mismo cargo y quedó procesado. El rechazo del
testigo para corroborar sus declaraciones dejó sin pruebas la acusación, pero
el proceso sigue.
Barragán
llegó a comentar entre sus allegados que a partir de febrero de 2012, cuando
estuviera retirado del Ejército, pensaba incursionar en la política. Tal vez
como candidato plurinominal al Senado con las siglas del PRI, en su natal
Jalisco, durante las elecciones de aquel año.
En
2011 no ocultó su respaldo al general Salvador Cienfuegos Zepeda, viejo
conocido y con quien tenía buena relación, para ocupar el cargo de secretario
en la sucesión que se avecinaba en la Defensa. El detalle reavivó aquella vieja
animadversión contra uno de los últimos “barraganistas”. Militares cercanos al
brigadier señalaron que hubo generales que aspiraban al puesto, como Luis
Arturo Oliver Cen, entonces jefe de Estado Mayor de la Defensa, y Carlos
Demetrio Gaytán Ochoa, subsecretario del ramo, quienes no lo toleraban.
En
la sucesión en la Sedena los generales Gaytán y Oliver fueron señalados de
estar confrontados con el grupo de Cervantes Aguirre, representado por su
exsecretario particular Tomás Ángeles Dauahare –detenido por esos días, acusado
de vínculos con el narco–, y por su excoordinador antinarcóticos, general
Augusto Moisés García Ochoa, señalado de estar detrás de compras de equipo de
espionaje a precio “inflado”. En esta coyuntura de escándalos y filtraciones,
una antigua factura le fue cobrada a Barragán.
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