Editorial:
Gracias, Santo Padre
Desde la fe, domingo,
21 de febrero de 2016/ órgano de la oficina de Comuicación Social de la Arquidiócesis Primada de México.
El Papa Francisco consoló y animó a nuestro México. Fueron días donde la rutina cambió; la vida ordinaria, aunque alterada por inquisitivas medidas de seguridad, se vio renovada por la presencia del Vicario de Cristo, ser humano excepcional, capaz de mirar a los ojos; sus catequesis y mensajes repercutieron en el alma de los mexicanos, lo mismo en políticos en el poder y en los humildes que hacen que este país camine cotidianamente. La mejor recompensa para el Santo Padre fue la espontaneidad de la gente. No importaron inclemencias, las privaciones o molestias ante la feroz vigilancia que secuestró las ciudades sede; los exageradísimos controles de las autoridades causaron más molestias que beneficios, es seguro que el Papa jamás hubiera querido retenes y más retenes, cierres por horas de calles y paralización del transporte público, todo esto provocó pérdidas a trabajadores o jefes de familia, pero la fe del pueblo mueve montañas. Francisco gozó la cercanía, la filial cercanía y contundente expresión de amor de miles que confían en el Dios de Jesucristo. El Santo Padre padeció nuestros dramas, escrutó el dolor de cada persona en necesidad para decirnos que México es grande, tierra de oportunidades y esperanza puesta en el regazo de la Madre del cielo, Santa María de Guadalupe.
El Papa Francisco consoló y animó a nuestro México. Fueron días donde la rutina cambió; la vida ordinaria, aunque alterada por inquisitivas medidas de seguridad, se vio renovada por la presencia del Vicario de Cristo, ser humano excepcional, capaz de mirar a los ojos; sus catequesis y mensajes repercutieron en el alma de los mexicanos, lo mismo en políticos en el poder y en los humildes que hacen que este país camine cotidianamente. La mejor recompensa para el Santo Padre fue la espontaneidad de la gente. No importaron inclemencias, las privaciones o molestias ante la feroz vigilancia que secuestró las ciudades sede; los exageradísimos controles de las autoridades causaron más molestias que beneficios, es seguro que el Papa jamás hubiera querido retenes y más retenes, cierres por horas de calles y paralización del transporte público, todo esto provocó pérdidas a trabajadores o jefes de familia, pero la fe del pueblo mueve montañas. Francisco gozó la cercanía, la filial cercanía y contundente expresión de amor de miles que confían en el Dios de Jesucristo. El Santo Padre padeció nuestros dramas, escrutó el dolor de cada persona en necesidad para decirnos que México es grande, tierra de oportunidades y esperanza puesta en el regazo de la Madre del cielo, Santa María de Guadalupe.
Sin
embargo, hubo contrastes que intentaron deslucir esta visita. Los errores
logísticos y la desorganización tensionaron aspectos, incitando más el
protagonismo de responsables, devaluando la eficiencia, demeritando el toque de
impecabilidad en el proceso organizativo, pocas manos concentraron demasiadas
funciones poniendo en riesgo la efectiva preparación y diligente cuidado que
debería haber correspondido a cada una de las diócesis visitadas por el Papa;
por otro lado, los anquilosados defensores del laicismo, todavía responsables
en cargos públicos, se quedaron en la rancia época del sometimiento contra la
Iglesia. Las enseñanzas del Santo Padre advirtieron el peligro del
atrincheramiento como esclerosis institucional paralizante, aún esos
apolillados defensores del Estado laicista, que no laico, están empecinados en
negar la plenitud de la libertad religiosa, todavía predominante en nuestra
legislación cuando se solicita permiso a la autoridad para transmitir actos de
culto público en medios de comunicación electrónicos, se impide el derecho
humano de educación religiosa, se desdeña la objeción de conciencia o se tiene
a los ministros de culto como ciudadanos de segunda al impedir el derecho de
reunión para opiniones políticas.
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