México;
cinco imágenes para un viaje
La
larga oración frente a la Virgen de Guadalupe como clave para interpretar el
peregrinaje al país
Foto de ANSA
Francisco
dejándose mirar por la Virgen de Guadalupe
ANDREA
TORNIELLI
Mirar
a María, Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella. Inclinarse sobre su
pueblo, al que esa imagen mestiza custodia en su regazo, preocupándose por
todos, pero sobre todo por los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, las víctimas
de la pobreza y de la violencia. Sacar del Evangelio la fuerza de la profecía
para saber de qué parte estar frente a las plagas de la explotación, del
narcotráfico, del poder que mantiene el statu quo, de la indiferencia frente al
drama de los migrantes, del colonialismo que quisiera imponer nuevos modelos de
familia. El viaje a México de Papa Francisco fue un crescendo que culminó, el
último día en Ciudad Juárez con la oración en la línea fronteriza que tantas
personas sueñan poder atravesar y en la que miles de personas han encontrado la
muerte.
En
el corazón de la fe
Lo
había dicho el mismo Papa Bergoglio: el viaje a México era para él
principalmente la posibilidad de rezar frente a la Virgen de Guadalupe, la
Virgen a la que veinte millones de personas cada año visitan, su regazo, el
hogar, la «casita» de todos los mexicanos (y latinoamericanos). Con ella,
Francisco, primer Papa del continente, quiso detenerse para mirarla y dejarse
mirar, para hablar como un hijo con la madre. La imagen del Pontífice sentado
en el camarín, la pequeña habitación en la que es posible contemplar desde
cerca la imagen que se formó misteriosamente en la tila del indio Juan Diego,
es el ícono del viaje. La fe es cuestión de miradas, de ver y de tocar. Es la
mirada de María sobre un Papa que reconoce hasta el fondo el «olfato» infalible
del santo pueblo de Dios y que saca de esa mirada la fuerza de la ternura hacia
las llagas de este pueblo. Llagas que hay que tocar, para poder tocar la «carne
de Cristo».
El
resto de los viajes fue la confirmación de estas primeras imágenes. La
bellísima jornada chiapaneca, en San Cristóbal y en Tuxtla Gutiérrez, dejó
testimonio de la cercanía de Francisco a las poblaciones indígenas, no solo con
la petición de perdón por todo lo que han debido soportar tanto en el pasado
como en el presente, sino también con la consciencia de la importancia del aporte
de sus culturas en un tiempo en el que la tierra es explotada salvajemente y en
la que los ancianos son descartados. Es el criterio supremo de la «salus
animarum», de la salvación de las almas, lo que impulsó al Papa a volver a
aprobar las ordenaciones de los diáconos permanentes en las diócesis de San Cristóbal de las Casas después de 14
años de prohibición, así como la autorización para usar misales en las lenguas
indígenas más importantes. La Virgen de Guadalupe eligió a un humilde indio
para manifestarse, y a él entregó la imagen mariana más venerada del mundo.
Mirada
más allá de la frontera
Fue
la última e intensa mirada del viaje. Más allá de la frontera entre México y
Estados Unidos. El Papa no estaba haciendo el político, no se ocupa de las
leyes sobre la inmigración. Para él el drama, la tragedia de los migrantes no
son los números, las estadísticas, cifras, gastos. Son rostros e historias de
mujeres, niños, ancianos y hombres. Historias y rostros de vidas destrozadas en
la frontera, en muchas fronteras. La imagen del Papa sobre una plataforma
coronada por una enorme Cruz negra, a pocos metros del Río Bravo y de la valla
metálica que separa Ciudad Juárez de El Paso, en una de las fronteras más
militarizadas del mundo, es un testimonio y una advertencia que tienen que ver
no solo con la carne de los migrantes víctimas de los traficantes de hombres en
México y en Estados Unidos, o con las absurdas propuestas de un candidato a la
Casa Blanca como Donlad Trump, que propone kilómetros de muro y deportaciones
de millones de migrantes ilegales. El testimonio y la advertencia del Papa
también tienen que ver con Europa en una crisis de amnesia en relación con los
valores de su fundación, porque está demasiado enferma de auto-referencialidad,
de nacionalismos, de líderes solo «palabras y distintivo», de cristianismo
transformado en ideología por todos los que, olvidando que también el Hijo de
Dios fue un migrante refugiado, sueñan o ya están levantando nuevos muros.
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