Colombia:
los retos del posconflicto/Salvador
Martí Puig, profesor de Ciencia Política de la Universitat de Girona y coordinador del Informe de la ONU para América Latina sobre Conflictos y Recursos Naturales.
El
Periódico, 8 de julio de 2016.
Hace
dos semanas, el 23 de junio, se firmó una tregua bilateral entre el Gobierno de
Colombia y las FARC, y todo indica que este acto fue el último paso para la firma
definitiva de los Acuerdos de Paz, prevista para finales de julio. Si eso
ocurre, se pondrá fin a uno de los conflictos armados más longevos de América
Latina, si bien no significará aún la desaparición de fuerzas irregulares en el
país, ya que permanecen activos nuevos grupos de paramilitares y la guerrilla
del ELN. De todas formas, con estos acuerdos se daría por concluida una guerra
de posiciones que ha durado medio siglo entre el Ejército y la mayor guerrilla
del país, con más de 8.000 efectivos y con el control de muchos territorios del
oeste y suroriente colombiano.
A
partir de la firma de la paz los retos para Colombia serán otros, pero no de
menor calado. De todos ellos, hay que señalar tres que van a resultar
cruciales, a saber: el desarme y la desmovilización de los combatientes y su
seguridad; la transformación de las FARC de guerrilla a partido, y el nuevo uso
y titularidad de las tierras en las que durante décadas han operado las FARC.
Respecto
del primer reto, la historia reciente demuestra que el desarme e inserción de
los guerrilleros en la vida civil no es nada fácil. En principio, y según los
acuerdos, se espera que todos los guerrilleros de las FARC se concentren en
determinados territorios y una vez allí destruyan, en una ceremonia solemne,
las armas. Pero lo complicado no es escenificar una liturgia de la paz sino el
proceso que significa transformar a un combatiente, que toda la vida ha llevado
un fusil a cuestas, en un campesino, un comerciante, un maestro, un funcionario
o un desempleado. En El Salvador o en Guatemala, la incapacidad de insertar en
la vida civil a militares y guerrilleros en un contexto de pobreza supuso la
aparición de poderosos grupos criminales (las maras) que hoy controlan amplias
zonas del país, ejerciendo la extorsión y terror. Además, el caso de Colombia
se percibe más complejo que el de sus vecinos centroamericanos, ya que aún
perviven grupos armados como la guerrilla del ELN y varios grupos
paramilitares. En este contexto, no solo se trata de que los guerrilleros dejen
las armas y encuentren un oficio sino de cómo se garantiza su integridad
física.
El
segundo reto, el de la participación política de las FARC -que debe pasar de
las balas a los votos-, tampoco se prevé fácil. Ciertamente, se espera que
ahora se tomen mayores garantías que en el pasado, pues en anteriores procesos
de paz muchos exguerrilleros colombianos que se convirtieron en candidatos
terminaron asesinados. De todas formas, parece que el proyecto de las FARC no
es conquistar la presidencia de la República (como sí pretendieron los
desmovilizados del M-19) sino afianzarse políticamente en las zonas donde ya
opera, y así retener sus bases territoriales de poder. A este reto, además, se
añade la incógnita de si la comandancia de las FARC podrá mantener unida la
nueva formación política que nazca de la guerrilla. El tránsito de una
organización guerrillera, basada en la disciplina militar, a un partido que
compite por votos y que debe debatir sobre ideologías y estrategias electorales
termina a menudo en rencillas públicas, escisiones y grupúsculos.
Finalmente,
el tercer y último reto es el de establecer cuál va a ser la titularidad y el
uso de la tierra que liberan las FARC y que debe pasar a ser administrada por
el Estado, y que por lo tanto es susceptible de ser concesionada a empresas
públicas y privadas. Obviamente, un pedazo de las tierras terminará en manos de
los desmovilizados, pero lo realmente relevante va a ser cómo se explotarán los
recursos naturales allí presentes, muchos de ellos de gran valor. Nos referimos
a gas, petróleo, minerales, agua, biodiversidad, masa forestal y cultivos
(lícitos e ilícitos) demandados por el mercado internacional.
Sobre
este tema, es un secreto a voces el diagnóstico de que con la paz van a
incrementarse los conflictos en las zonas rurales del país. Todo el mundo sabe
que los fondos económicos destinados al posconflicto serán limitados, y también
que las inversiones exteriores vendrán de las actividades extractivas
impulsadas por las empresas mineras, petroleras y forestales. En este sentido,
la entrada del Estado y del mercado en los territorios que antes eran zona de
guerra puede generar nuevas tensiones, sobre todo si se hace desde la vía de la
fuerza y el despojo. Aunque si la penetración del Estado empieza por poner
énfasis en lo social, el proceso puede tener éxito. El problema es que el
Estado colombiano tiene una larga tradición de no confiabilidad.
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