Cuando
el mito es intocable/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor. Su último libro es El fútbol (no) es así.
Los
mitos, además de explicar la realidad y la pertenencia del ser humano a ella,
reflejan la configuración de la sociedad, la política y los valores del
momento, de la moralidad del momento. El soporte simbólico o material del mito
puede cambiar pero su significado permanece inalterable por los siglos. El mito
es atemporal, refleja pasiones siempre humanas, como el sentimiento, la
venganza, la avaricia, el heroísmo, el dolor, la resignación, la fortaleza, el
bien, el mal. Porque tienen una dimensión sagrada, no hay nada que pueda
impedir que nos identifiquemos con los mitos de siempre aunque su manifestación
sea actual. Aunque los anticulés y los antinacionalistas pidan que la Justicia
sea igual para todos los que han estafado a la Hacienda Pública, para los
hinchas culés y los nacionalistas, Messi es un mito moderno, humanizado;
encarna, por encargo, las virtudes y los anhelos de la hinchada culé. Lo que le
está pasando lo convierte en un ser trágico que se plantea sin éxito resistir a
su destino cruel y terrible. Messi es un mito y recibirá el tratamiento que se
da a los mitos.
En
la antigüedad, héroe era aquel que hacía una prestación a la comunidad, una
actividad que no podía realizar la colectividad. El goleador es el héroe
moderno. ‘El alma de un pueblo se empapa del héroe venidero antes que éste
brote a luz de vida, le presiente como condensación de un espíritu difuso en
ella y espera su advenimiento’, escribió alguien. Los héroes y los personajes
épicos de nuestro tiempo se exhiben en los estadios. Las estrellas del deporte
‘se han convertido en verdaderos referentes sociales. Vamos a tener que empezar
a exigirles una responsabilidad social’, dijo Valdano. Messi es, además de
mito, un héroe porque es un goleador, y algo que hasta ahora sólo se le
aplicaba a Cristo y al Rey David, desde ahora también se aplica a Messi: Rey de
Reyes.
‘El
ideal mostraría al hombre la excelencia de su especie y, al hacerlo, le
enseñaría la regla para ser hombre como ya es pero de una manera aún mejor.
Además, como habría de ser un modelo universalmente válido y esto quiere decir
orientador para todo el mundo en todas las circunstancias y etapas de la vida’,
piensa Javier Gomá. ‘Hoy la mejor carrera es ser futbolista’, dice la gente.
Los inmortales, como les han llamado algunos diarios, no se deben sólo a su
juego sino también a su talento como relaciones públicas. Las empresas más
importantes a la hora de elegir a sus iconos publicitarios, su imagen de marca,
buscan notoriedad, prestigio y, sobre todo, que se diferencien de sus posibles
competidores. Los deportistas de éxito gozan de altos niveles de diferenciación
para el consumidor. Messi es un ideal.
Los
honores de nuestro tiempo son todos para la juventud, para la belleza, la
agilidad, los cuerpos esculturales, la tersura de la piel. Lo que triunfa es la
consagración social de la juventud en tanto que ideal de existencia para todos.
En este medio cultural radicalmente novedoso, el ideal de la vida adulta, seria
y equilibrada desaparece en beneficio de modelos que legitiman las emociones
lúdicas e incluso infantiles. La juventud es el referente básico. ‘No es una
edad que pasa. En ella, queda / No hay más. El resto es mundo’, dice Vicente
Aleixandre.
La
intensidad de la existencia de una persona depende de su presencia en los
medios. ‘Tengo éxito, luego existo’. Ser conocido al margen de los medios es
señal de ser alguien peligroso para la sociedad. La relación de los personajes
públicos con el mundo es su imagen. ‘Amamos a las estrellas, nos alegramos de
sus alegrías, sufrimos con sus infortunios: nadie desea secretamente su caída.
Cuanto más infelices las vemos, más nos compadecemos de ellas, cuanto más
resplandecen, más nos alegramos; cuanto más nos interesamos por sus amores, más
las amamos’, dice G. Lipovetsky.
La
popularidad de un deporte depende de su capacidad de ser espejo y de crear
identificación. El fútbol es un espejo social que descubre la masificación, una
de las características de la sociedad actual, y al mismo tiempo, crea
movimientos sociales. Entre los deportes, ninguno descuella tanto como el
fútbol, fenómeno de masas que las enardece más que ninguna otra movilización
ciudadana; hace que el espectador se identifique con un grupo y desee vencer al
otro como en la guerra, pero sin borrarlo del mapa aunque se le juzgue con
dureza; es la ocasión para mostrar las más exaltantes filias y las más
desalentadoras fobias. La tribu futbolística requiere una identificación
territorial, la designación de un enemigo como rasgo definitorio así como la
contraposición entre amigos y enemigos como eje constitutivo. Cuanto mayor es
la identificación de los aficionados con sus ídolos, son las estrellas, y con
los ideales del club más fidelidad al club de los seguidores. Cuanto mayor es
la identificación, mayores son las alegrías y las tristezas de los seguidores
por las victorias o derrotas del equipo. La identificación hace sentirse al
aficionado copartícipe en las actuaciones.
Los
hinchas son grupos cerrados que se aferran a sus formas y tabúes mágicos
cerrándose en sí mismos contra cualquier influencia que venga de fuera; son los
ver- daderamente fieles a los colores y por eso desarrollan una autopercepción
desmesurada que agiganta sus obligaciones de militantes. Los hinchas están
dispuestos a destruir su mundo: a que les cierren el campo, por odio a los
hinchas del equipo contrario y pueden desaparecer mientras el otro continúa. Se
le puede aplicar aquel pensamiento de Lacan: ‘Te amo pero, inexplicablemente,
amo algo de ti que es más que tú mismo y, por lo tanto, te destruyo’. El
enemigo es necesario para derrotarlo y para ser completamente feliz, a pesar de
que es el otro el que, en la mayoría de las veces, nos expone a las decepciones
y a los reveses de la vida. Sin otro no soy nada y con él estoy a su merced. El
odio de los hinchas es garantía de calidad. Los hinchas sólo odian a quien
puede hacer sombra y vencer a su equipo.
Los
hinchas tratan de marcar las diferencias con todo aquello que pueda
parecérseles. Desde un primer momento se esfuerzan por dejar bien claras sus
diferencias con todo lo que se les acerca. Sus miembros viven en la permanente
tensión del rechazo a la identidad del otro y la construcción de la suya propia.
Privilegian la intolerancia y niegan las diferencias entre sus miembros. El
equilibrio entre el yo y el nosotros se inclina a favor del nosotros. Todo esto
supone un encapsulamiento de los individuos y lleva consigo que los demás los
reconozcan fácilmente como miembros de tal o cual grupo ultra. Como punto de
referencia de su comportamiento concéntrico toman lo vivido, lo concreto.
Los
hinchas atacan a todo lo que se les antoja diferente, su ley es la del talión y
cualquier otro grupo es su enemigo al que hay que aplastar. Pero al mismo
tiempo, necesita al otro grande porque enfrentarse a él y vencerlo es lo que
realmente lo hace grande a él. Un psiquiatra me dijo: ‘Muchos de los
componentes de estas bandas son auténticamente depresivos’. Se podría decir de
ellos que ‘pocas cosas resultan más gratificantes para los depresivos que las
noticias realmente malas’. Los conflictos entre hinchadas son cualquier cosa
menos racionales; son casi siempre una cuestión afectiva y pasional, llenos de
contradicciones. Esta emotividad sumerge y bloquea las objeciones intelectuales
que los individuos podrían esgrimir en otra situación. Todos son actores y
víctimas de contagio afectivo para alcanzar un estado de fusión emocional
colectivo. Es como si se tratase de una fuerza invisible que toma cuerpo en los
símbolos.
En
los clubes se produce una verdadera hecatombe, no en el sentido griego del
término sino de desgracia sin límites, cuando una estrella se va a otro club;
la expresión máxima de la desgracia, que se vaya a un club adversario, símbolo
político del enemigo. Pero tal vez la mayor catástrofe sea que su ídolo, su
mito, su héroe sea manchado porque el mito, sujeto de identificación, ni se
cuestiona ni se critica y menos se mancha. Por ello, el Barça y los hinchas culés
harán lo que sea por salvar al mito.
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