El
23-F de Erdogan?Desde
el pronunciamiento de 1980, los generales se habían limitado a marcar el paso a
los
JUAN
CARLOS SANZ
El País, 15
JUL 2016 - 17:54 CDT
Cuando
los turcos parecían haber enterrado la amenaza de los golpes de Estado con
carros de combate en la calle, e incluso haber devuelto a los militares a los
cuarteles para siempre, las imágenes de los tanques en el aeropuerto Atatürk de
Estambul y en los puentes sobre el Bósforo golpean como una maldición bíblica a
un país miembro de la OTAN y aspirante a integrarse en la Unión Europea.
Desde
el pronunciamiento de 1980, el más sangriento de las tres asonadas que vivió
Turquía en menos de dos décadas, los generales se habían limitado a marcar el
paso a los políticos con simples órdenes, dando un puñetazo encima de la mesa,
como ocurrió para forzar la destitución en 1997 de Necmettin Erbakan, el primer
jefe de Gobierno islamista en la historia de la Turquía moderna, o con un
simple edicto en la página web en la página web del Estado Mayor de la Fuerzas
Armadas, diez años después.
Pero
el llamado pronunciamiento electrónico o e-golpe de 2007 se estrelló entonces
con la firmeza del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP en sus siglas en
turco), la formación política neoislamista fundada por Recep Tayyip Erdogan
para acaparar cuatro mandatos con mayoría absoluta en las urnas a partir de
2002. El contundente peso de lo votos y la formidable fortaleza política del
AKP rechazó la intentona antes y devolvió a los gobernantes civiles la
autonomía con la que no habían contado más que en apariencia desde la fundación
de la República, en 1923, tras el hundimiento del Imperio Otomano en la I
Guerra Mundial.
El
Gobierno del AKP, apoyado por sectores islamistas infiltrados en la policía y
la Administración de Justicia, acabó llevando a los tribunales a decenas de
generales y almirantes y centenares de oficiales en varios macroprocesos contra
las tramas golpistas e involucionistas en el seno del Ejercito. Precisamente
cuando Erdogan se libró de la tutela de la bota castrense y acuarteló a los
mandes militares proclives a intervenir en la política, el líder turco desveló
su auténtica agenda oculta, que no era la imposición de la sharía, como se
temían los sectores laicos de la sociedad —ha sido más bien un conservadurismo
religioso el modelo que ha finalmente emergido—, sino un régimen autoritario
que desprecia a las minorías, a los disidentes o a los descontentos para
aplastarlos con la hegemonía en las urnas.
Cuando
se escribe estas líneas caben aún dudas de si los tanques que han salido a las
calles acabarán regresando a sus bases, como tuvo que ordenar finalmente el
general Jaime Milans del Bosch en Valencia tras el golpe del 23-F o seguirán
manteniendo sus cañones apuntados permanentemente y con consecuencias impredecibles
hacia un gran país en crecimiento, que tanto ha evolucionado y progresado en
las últimas décadas en busca de la modernidad y de completar su camino hacia su
meta como puente entre Oriente y Occidente.
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