La
violencia de nuestro tiempo/Henry Kamen es historiador británico.
El
Mundo, 12 de agosto de 2016.
En
su último libro, La guerra del mundo, el británico Niall Ferguson adopta como
tema ‘la pregunta más interesante que cualquier historiador podría hacer sobre
este pasado siglo: ¿cómo pudo una época que se caracterizó por tanto progreso
económico y científico ser tan asombrosamente sedienta de sangre?’. Como es de
imaginar, la explicación de Ferguson para este fenómeno es compleja y de gran
alcance. Mi preocupación está más bien relacionada con una pregunta que muy
pocas veces se presenta en nuestra prensa: ‘¿quién es el responsable de esas
muertes, ellos (es decir, el llamado enemigo) o nosotros?’.
En
vista de los acontecimientos de los últimos meses y años, muchos no dudarían en
echar la culpa al auge del yihadismo. Desde lo ocurrido el 11-S, la actitud
oficial ha sido siempre de acusar al islam ideológico. Pero hay razones para
cuestionar este punto de vista. Mientras escribo, la Universidad de Texas en
Austin ha dado permiso para que los estudiantes lleven armas en el campus, y de
esta manera ha dado apoyo a la filosofía de violencia que reina en EEUU. En
cuanto a España, ha sido uno de los principales proveedores de armas en los
últimos 50 años. Partir de los casos texano y español puede ayudarnos a pensar
con más claridad sobre quién fue realmente responsable del culto a la muerte
durante el pasado siglo. Gracias a nuestros gobiernos y nuestra prensa, tenemos
costumbre de señalar con el dedo acusador a los terroristas y extremistas
religiosos, como si fueran ellos los únicos culpables y nosotros sólo las
víctimas. Sin embargo, no se puede pasar por alto la responsabilidad de los
gobiernos como fomentadores reales de la muerte y la violencia.
Las
estadísticas de las ventas españolas de armas son impresionantes: sólo en 2015
se exportaron material armamentístico y aviones militares por un valor de
10.000 millones de euros, con Alemania y Arabia Saudí entre los principales
clientes. La razón que se ofrece siempre se resume en una palabra: ‘defensa’,
una palabra que en todos los idiomas es el sinónimo preferido para la ‘guerra’.
Sería, por supuesto, difícil demostrar que España fuera de alguna manera
responsable, a través de esta venta de armas, de la mortalidad en Oriente
Próximo o América Latina. Pero, en todo caso, ¿pueden las 80 millones de armas
ligeras y granadas de mortero vendidas al Gobierno de Irak por parte de España
considerarse defensivas o agresivas? Los Ejecutivos españoles -tanto del PSOE como
del PP-, todo hay que decirlo, en general han sido moderados en sus políticas
militares, y el culto a la violencia nunca ha sido fuerte en la vida pública
española.
Lo
contrario de lo que sucede en Estados Unidos, donde una actitud francamente
hipócrita sobre la violencia está arraigada en el discurso público. Es una
práctica habitual en EEUU condenar todo tipo de violencia como algo externo a
su propia filosofía. Sin embargo, este país, actuando bajo la cobertura de
protector de la libertad, es el mayor promotor de la muerte y la violencia. El
grado de muerte infligida por Washington es increíble. En venganza por las
3.000 muertes causadas por Al Qaeda el 11-S de hace 15 años, las armas
estadounidenses se han utilizado para sembrar la muerte entre las poblaciones
no americanas. Tomemos un ejemplo crucial. El registro de las muertes violentas
tras la invasión estadounidense de Irak en el año 2003, una invasión
justificada en su momento por la afirmación falsa de que el régimen de Sadam
Husein poseía ‘armas de destrucción masiva’, ha llegado ahora a un total de más
de 250.000 personas.
Durante
los últimos 10 años, Estados Unidos ha utilizado regularmente aviones no
tripulados (drones) para atacar a presuntos terroristas. En un solo país,
Pakistán, en ese periodo esos drones han matado a más de 2.600 personas. Hace
seis semanas, el presidente Obama justificó su utilización, alegando que se han
registrado pocas víctimas no terroristas. Obama admitió que durante su mandato
como presidente pudo haber habido 116 muertes inocentes. La verdad es que
nadie, fuera de Estados Unidos, cree esas bajas cifras. Hay otras cifras
alternativas que sugieren que el número de muertos inocentes es mucho mayor,
incluyendo, por supuesto, cientos de niños. Y ¿qué pasa con el número real de
muertos totales en otros países donde se utilizan drones? ¿Y con el total de
personas muertas por drones también en Irak, en Siria, en Afganistán, en países
islámicos que ahora son zonas de guerra constante? Sólo en Siria, las
estimaciones indican que más de 11.000 niños han muerto en una guerra en la que
los autores han sido principalmente tres: el Gobierno sirio, el Gobierno ruso y
el Gobierno de EEUU. En un artículo anterior en este periódico (Crímenes de
Guerra y daños colaterales, octubre de 2015), hice hincapié en el aspecto
criminal de estas masacres, cometidas en nuestro nombre y en la causa de la
libertad.
Algunos
dirán que esta escala de la violencia, perpetrada en un periodo en que el mundo
está teóricamente en paz, es la consecuencia de aquéllos que han puesto en
marcha el terrorismo. Es un argumento potente, pero que nos debería hacer
considerar algunas comparaciones sencillas. Las pequeñas sociedades que
recientemente han producido los fanáticos yihadistas son sociedades sumidas en
el tradicionalismo y de ninguna manera dadas a la violencia como un aspecto
fundamental de su vida. Son sociedades afligidas por la pobreza, la mala salud
y la baja esperanza de vida. No hay punto de comparación con la sociedad
estadounidense, la más rica del mundo, con inmensos recursos y la mayor
esperanza de vida. Sin embargo, es EEUU el mayor generador de violencia en el
mundo, no sólo por su inmensa industria de armamentos, sino también por su
agresiva búsqueda de la riqueza.
Estados
Unidos acepta la violencia como una parte integral de su defensa de la
libertad. Libros enteros se han escrito sobre el fenómeno. Lo más sorprendente
es que esta violencia se emplea también en contra de la población de EEUU,
especialmente contra los negros. No pasa una semana en la que no haya noticias
de ciudadanos de esta minoría étnica no armadas asesinadas por disparos de
agentes de policía. Las matanzas frecuentes de negros han dado lugar a
protestas en todo el mundo. Pero eso es sólo una pequeña parte de la triste
historia de la violencia. En 2015, más de 1.000 ciudadanos de EEUU fueron
asesinados por la policía, un promedio de más de tres personas cada día. El
mismo nivel se produjo en los años anteriores. De ahí podemos calcular que cada
tres años la policía estadounidense mata a más personas de las que mataron los
terroristas de Al Qaeda en 2001 en Nueva York. El FBI llama a estos casos
‘homicidios justificables’, una descripción interesante si se tiene en cuenta
que la mayoría de los muertos son de raza negra y alrededor de un tercio de
ellos estaban desarmados. Ése es un nivel de violencia desconocida en cualquier
país fuera de Estados Unidos.
Las
cifras deben hacernos parar a pensar acerca de la violencia, que es un rasgo
fundamental de muchos países en el mundo. El Instituto para la Economía y la
Paz (IEP) acaba de emitir un comunicado diciendo que ‘el mundo continúa
gastando enormes recursos en crear violencia, pero muy pocos en la paz’. Detrás
de cada acto de violencia personal hay por supuesto explicaciones y motivos. La
violencia de las ideologías como los yihadistas, sin embargo, es sólo una
pequeña fracción de la violencia que domina hoy en muchas sociedades que dicen
ser civilizadas, pero que llevan dentro de sí mismas un cáncer profundo de
violencia que está minando a la Humanidad.
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