La guerra volvió a Nayarit
21 muertos después, el pequeño estado del Pacífico mexicano trata de explicarse qué ha pasado en los últimos días. El fiscal señala cinco asesinatos como detonante de la operación de la Marina
PABLO FERRI/
El País, Tepic (Nayarit) 13 FEB 2017
La policía resguarda la casa donde la Marina abatió al H2. REUTERS
Les ataron cartulinas al pecho, a las piernas. Usaron cinta negra de aislar. Los asesinos escribieron el mismo mensaje para todos: “Esto le pasará a los que vendan sin permiso. Llegó la limpia mazatleca”. Algunos aparecieron maniatados. Y todos, primero el de Ruiz, luego el de Santiago Ixcuintla, más tarde los dos de Tuxpan y por último el de Tecuala, todos, tenían el tiro de gracia.
El miércoles pasado, el narco volvió a matar en Nayarit, un tranquilo estado en la costa del Pacífico mexicano. Hacía seis años que no se veían asesinatos así. Bisagra entre Sinaloa y Jalisco, feudos de los grandes grupos criminales del país, Nayarit pasaba los años viendo como el turismo florecía en el litoral. Las masacres de 2010 y 2011 parecían lejanas, un recuerdo olvidado bajo el pavimento rutilante de la nueva autopista que llena las playas de turistas de Guadalajara.
Pero el miércoles la guerra volvió.
Las víctimas de la limpia mazatleca serían solo las primeras: apenas dos días más tarde los muertos ya sumarían 21.
Los cinco ejecutados provocaron la reacción de las Fuerzas Armadas, que localizaron y mataron al líder de Los Mazatlecos, una banda criminal que estuvo al servicio del Cartel de los Beltrán Leyva. Los Mazatlecos dominaban Nayarit y peleaban por el control del sur de Sinaloa, sobre todo del Puerto de Mazatlán. La intervención del Ejército y la Marina truncaron sus planes de expansión. Además del capo, Francisco Patrón, alias el H2, murieron también el segundo al mando y once sicarios. Otro huyó. Todos eran mayores de edad.
Los teléfonos
“Hubo mucha actividad de teléfono este miércoles”, explica a EL PAÍS el fiscal del Estado de Nayarit, Edgar Veytia. “Esa actividad permitió georreferenciarlos y localizarlos y ya el jueves les caímos. Yo estaba allí cuando reventaron la puerta”.
Hacía tres meses que la Marina Armada de México seguía la pista de Los Mazatlecos. El H2 y su banda eran objetivos prioritarios del Gobierno federal. Tenían interceptadas sus comunicaciones y aquel día usaron demasiado sus teléfonos.
El jueves por la tarde, efectivos de la Unidad de Operaciones Especiales de la Marina, UNOPES, llegaron a la colonia Lindavista de Tepic, la capital del estado. De clase media, la colonia Lindavista yace en las faldas del cerro San Juan, la barrera natural entre la capital de la costa. Elementos de la fiscalía estatal comandados por el fiscal Veytia acompañaron a los marinos, además de militares y policías estatales.
Entre todos rodearon el predio, una casa coronada por dos cúpulas blancas, con patio y piscina. Las autoridades cubrieron todas las salidas, la calle Mississippi, la principal, que llega al libramiento; las calles Cardenal y Monte Everest, que limitan al oeste y al este las salidas de la casa. Los demás llegaron a la puerta. Cuando la reventaron, el fiscal dice que les respondieron a balazos. Los marinos contestaron y pidieron apoyo aéreo. Serían entre las 18.30 y las 19.00. Minutos más tarde, el helicóptero de la Armada se asomó al predio y abrió fuego.
No hay precedentes de un operativo así en la historia reciente de México. Y si lo hay no se grabó en video. La Secretaría de Marina mandó un comunicado el viernes en que explicaba que había aplicado la fuerza “debidamente”, aunque algunas voces se levantaron para criticar su actuación.
Mientras tanto, la cámara de diputados podría aprobar esta misma semana el proyecto de ley de seguridad interior, que regularía el actuar de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública.
Los vecinos
“Yo estuve en la tienda toda la tarde”, dice Juan Carlos Torres, de 22 años, que atiende un puesto de venta de perfumes en una casa de la calle Mississippi, entre Cardenal y Everest. “Nadie me vino a avisar de lo que iba a pasar. Ni tampoco escuché a nadie con un megáfono. Eran las seis cuando el helicóptero empezó a dar vueltas. Todavía era de día. Como a las 18.30 decidimos cerrar. Vimos que empezaban a llegar patrullas de la Marina. La cosa se puso tensa. Cerré y fui a buscar a mi novia, que trabaja en Insurgentes, a cinco minutos de aquí. Cuando volvíamos ya no nos dejaron pasar”.
“Mi papá estaba en la tienda”, dice Marién Crespo, que ayuda a su familia en su venta de abarrotes, que funciona en la esquina de las calles Cardenal y Mississippi. “Yo iba para allá, pero me llamó mi papá y me dijo que no me acercara, que no había paso. Serían como las siete. Ahí me fui a casa. Está cerca del libramiento, a dos cuadras de la tienda. Luego… Hágase cuenta de que había mucho estruendo, ¿así se dice?”
Marién cuenta también que las autoridades pasaron a avisar a su papá de lo que estaba a punto de pasar. Ningún otro vecino de la docena que entrevistó EL PAÍS alrededor del predio dice lo mismo.
Evelyn Jiménez, ingeniera civil de 32 años, trabaja en una casa a cuadra y media del lugar. “Como a las 18.30, empezamos a escuchar el helicóptero. Pensamos que era el de la fiscalía, ¡son los únicos que tienen! Luego, como a las 19.00, salimos y ya nos fuimos. Sospechamos que algo iba a pasar, porque vimos que el helicóptero era de la Marina… No, no nos vinieron a avisar de nada”.
“Llegamos a la casa del libramiento como a las 18.30, nada más se veía el helicóptero”, dice un vecino que vive en la calle Monte Everest. Él, igual que los que siguen, prefirió no dar su nombre. “Pasó media hora, cuarenta minutos y cuando empezó el ruido nos metimos todos a un cuarto. Nadia había venido a avisarnos. Había mucho ruido, muchos balazos”.
“Yo pensé que el helicóptero venía a apagar el cerro”, dice un vecino de la calle Rey Nayar, una cuadra hacía arriba de Cardenal. “Se estaba quemando ese día. Pero no, cuando escuché la balacera dije, ‘ah, no’. Ahí salí a poner el candado a la puerta y vi el helicóptero y ya cómo empezaron los balazos. Serían como las 19.30… No escuché ningún megáfono y tampoco vinieron a avisar”.
“Se lo dije al taquero, ‘De haber sabido, saco un cafecito y una sillita”, cuenta un señor que vive con su esposa y su hijo en la calle Rey Nayar. Su casa comunica con la calle Cardenal. La barda trasera figura a pocos metros del predio donde se enfrentaron marinos y sicarios. “La verdad”, dice su hijo, carpintero, “es que quedamos impresionados por la precisión”. Su padre dice que hubiera esperado un ‘ríndanse, somos la Marina’ y el hijo contesta que en verdad -él lo vio- los otros dispararon primero. Desde el balcón de la casa se ven perfectamente las cúpulas blancas y la alberca. “Nuestro temor”, dice el hijo, “es que catearan la casa y vinieran a robar. Eso pasó con la policía una vez. Por eso todos los vecinos apagaron las luces, ¡para no ser blanco fijo! Nosotros apagamos los últimos”. El hijo dice que se asomó un rato desde arriba. “Dispararon tres veces desde el helicóptero. Vi las balas, iban con luz ¡lo aluzaban todo! Se veía como un rojo fluorescente. Ya no me quedé porque mi mamá se puso mal”.
El Ahuacate
Después de lo sucedido en la colonia Lindavista, los agentes de la fiscalía quedaron pendientes de los equipos de radiotransmisión. El H2, el objetivo principal, había caído en el predio junto a otros siete sicarios. No había heridos: todos habían muerto.
De madrugada, gracias a las radios y a los teléfonos decomisados la tarde anterior, ubicaron otro convoy por Pantanal, cerca del aeropuerto, a las afueras de la ciudad. Eran seis. El fiscal Veytia dice que se les enfrentaron y ellos contestaron. Murieron cuatro. Los otros dos escaparon entre los cañaverales.
Durante el viernes, las autoridades miraron bajo las piedras. Registraron el hotel Fray Junípero, en la plaza del centro, junto a la catedral; buscaron en el fraccionamiento Ciudad del Valle, uno de los primeros que se construyeron en la ciudad. Por último, ya de noche, llegaron hacia al poblado del Ahuacate, a cinco minutos en coche de la colonia Lindavista.
El fiscal cuenta una historia parecida a las dos anteriores. Dos hombres en un carro “agredieron” a las autoridades al sentirse perseguidos. Los uniformados “repelieron” la agresión. Así llegó otro muerto. Tras más de 48 horas de guerra caía el H9, el segundo al mando de Los Mazatlecos. Él y otro hombre habían tratado de huir por una vía muerta de El Ahuacate, una brecha de piedra y tierra que moría en el cerro San Juan. En el enfrentamiento, el H9 murió. El otro huyó y no se ha vuelto a saber de él.
El mismo viernes, los diarios locales informaron del hallazgo de tres cuerpos en un paraje a las afueras de Tepic. “Presumimos que eran halcones”, dice el fiscal. “Por la intervención de la Marina, supongo que les dio miedo, dijeron que se querían salir y a los otros no les pareció y pues….”. Los cadáveres aparecieron con balazos en la cabeza y el resto del cuerpo.
La guerra volvió a Nayarit por unos días. Cayeron 21 personas, una cuarta parte de las muertes violentas que registró el estado en todo el año pasado.
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