Reconstruir Cataluña/Bieito Rubido, director de ABC.
ABC, Sábado, 28/Oct/2017
Lo de ayer fue un golpe de Estado. De eso nadie tiene dudas. Lo sorprendente es que hayamos llegado hasta aquí, cuando ellos lo tenían claro desde el principio. Sin embargo, nuestro infantilismo democrático nos impedía ver lo que era claro y palmario: dos partidos renunciaban a su identidad para crear una coalición llamada «Juntos por el Sí». Pocas veces una sociedad se empeñó más en no querer ver lo que era una evidencia. Ahora toca actuar sin complejos para alcanzar la sanación democrática de una parte de España que está enferma. Para llegar a esa curación, para lograr reconstruir ese tejido social, hay que abrir el cuerpo social, asumiendo como buen cirujano los riesgos de una operación complicada, donde no se trata de vencer, sino de restaurar la ley, el orden, el Estado de derecho y la democracia.
Los sediciosos, unos aventureros políticos que han llevado a Cataluña a su mayor nivel de desprestigio, van a vivir los siguientes estadios: comenzarán por la euforia, la que los embriaga desde el 6 de septiembre; continuarán con el victimismo, cada vez que el Estado vaya recomponiendo el orden; y concluirán con la percepción de derrota, no exenta de algunos riesgos de brotes de violencia.
Por eso va a resultar trascendental en toda esta desdichada situación el control de los mossos, la policía autonómica, que cuenta con 19.000 agentes y que no hace muchos meses pretendía adquirir nada menos que cinco millones y medio de balas. De ellos va a depender que la restauración democrática de Cataluña se haga rápida o lentamente. Ellos tienen la capacidad de defender u obstaculizar a las fuerzas de seguridad del Estado. Sólo eso. Pero es obligado hacer un ejercicio de madurez y abandonar el infantilismo, tan caro a nuestra sociedad en general y a la izquierda en particular. Con cordura y responsabilidad, no hay que descartar el uso del Ejército, toda vez que los enemigos de España han decidido lanzarse a semejante locura.
El regreso a la madurez política de los españoles, una vez que nos hemos dado de bruces con algo tan grave y trascendente como es la pretensión de la ruptura de una nación con más de cinco siglos de historia, pasa por abandonar varias ficciones sobre las que hemos vivido. De una parte, las fantasías nacionalistas, desmontadas en apenas tres días por el libre mercado. De otra, las visiones ingenuas de gran parte de los españoles, empeñados en no querer afrontar los problemas. Permítanme aquí un pequeño inciso de inmodestia. Recuerdo al lector que desde hace años este diario, ABC, venía alertando una vez y otra acerca de la enorme impostura moral que representaba el comportamiento de una parte de la sociedad catalana, instalada en una actitud supremacista. Un aviso reiterado en que advertíamos que todo este dislate del nacionalismo catalán estaba levantado sobre un discurso artificial, cargado de historias falsificadas, que terminaron creyéndose los propios independentistas y también una izquierda con la guardia baja, cegada por el empeño equivocado de desprestigiar a España para así denigrar al Gobierno. Semejante desatino ha actuado como combustible de los mensajeros de la más pura irracionalidad.
Es posible que no quedase más remedio que llegar hasta aquí para poder recomponer algunos desequilibrios en esta todavía joven democracia española. Es paradójico pensar que lo mejor que podía ocurrir es que el desorden político se enquiste en Cataluña. A partir de aquí, España cuenta con una nueva oportunidad para reconstruir los tejidos que estaban afectados por la metástasis desleal del nacionalismo, que no ha sabido entender el pacto de convivencia que representa la Constitución de 1978. Es por tanto la hora de España. En algo tan esencial debería poder contarse con la unidad de los demócratas frente a quienes violan las leyes. Tal vez sea la gran oportunidad para consolidar todavía más nuestra convivencia democrática. Y ello debe sustentarse en dos ejes: el de la madurez para afrontar el problema y el de la capacidad para actuar sobre él con determinación, prudente, pero determinación al fin y al cabo.
De este lastimoso tiempo catalán quedarán heridas y secuelas. Vendrán tiempos duros, días de ira, y después, como la primavera tras un cruel invierno, comenzará a mejorar todo, como consecuencia de la tozuda cotidianidad. Vivimos en una era caracterizada por un torrente de mentiras, que tan pronto como vienen se olvidan. La ficción del nacionalismo catalán ha servido para abrir un debate en el resto de España acerca de dos cuestiones fundamentales: los privilegios de determinados territorios, Cataluña entre ellos; y la necesidad de rearmar de sano patriotismo al conjunto de la ciudadanía.
Oportunidad también para que no haya ninguna policía, por muy autonómica que sea, que no dependa del Ministerio del Interior, tal y como hoy ocurre en algunas comunidades. Coyuntura propicia para abordar en serio una educación moderna, adaptada a los tiempos, alejada del campanario en que los nacionalistas la han instalado. Ocasión para llegar a un gran acuerdo de corresponsabilidad fiscal. Momento para reducir los elefantiásicos canales televisivos autonómicos. En definitiva, es llegada la hora de reordenar el Estado autonómico. No se trata de recentralizarlo, pero sí de reorganizarlo, racionalizarlo y en el caso de Cataluña, de restaurar la democracia y los hilos invisibles de la convivencia pacífica.
Ahora toca también ponerse al lado del Gobierno, como bien han hecho los líderes de PSOE y Ciudadanos. En lo esencial, unidad. Conviene que la aplicación de la batería de medidas del Gobierno no encuentre duda alguna en la mano ejecutora. Es posible que la convocatoria electoral para el 21 de diciembre sea demasiado temprana, pero es bueno que el independentismo se desarme y que los ciudadanos perciban normalidad democrática en la necesaria aplicación del artículo 155.
Ha sonado de nuevo la hora de España. Tenía que tocar fondo toda esta locura colectiva para que nuestra democracia se robustezca. Hay que aprovechar esta oportunidad y volver a explicarles a los más jóvenes, a nuestros hijos, la enorme suerte que tenemos de vivir en paz y progreso en un maravilloso país llamado España.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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