Cincuenta años del Watergate/ Alfonso Cuenca Miranda es letrado de las Cortes Generales.
ABC, Viernes, 17/Jun/2022 Alfonso Cuenca Miranda ABC
Bien puede afirmarse que, en el día de hoy, hace cincuenta años, la historia de Estados Unidos cambió para siempre. Poco después de la una de la noche del 17 de junio de 1972 el vigilante de seguridad del complejo de apartamentos y oficinas Watergate, en la capital federal, sorprendió a unos intrusos que habían irrumpido en el cuartel electoral del Partido Demócrata ante las elecciones presidenciales del inmediato mes de noviembre. Se abría entonces un auténtico ‘thriller’ con todos los ingredientes: exmiembros de la CIA, grabaciones en el Despacho Oval, confidentes que ‘alimentaban’ a periodistas en un aparcamiento, negaciones presidenciales, insólito cese del fiscal especial en la noche de un sábado (’saturday night massacre’), comisiones de investigación… hasta desembocar en la primera y única dimisión de un máximo dirigente de la hiperpotencia mundial desde hace ya casi un siglo.
El Watergate es un jalón capital en la historia estadounidense pues, como se ha dicho, supuso el fin de la inocencia de un pueblo, de una nación que hasta entonces, frente a lo que preconizara Madison, había creído que sus gobernantes eran ángeles. Así, Watergate y Vietnam constituyen un binomio casi inseparable al suponer el despertar en mitad de la noche de un país que había llegado a creer a pies juntillas que verdaderamente era una ‘ciudad en la cima’, un faro llamado a iluminar a los hombres y mujeres del planeta en cumplimiento de su providencial misión.
El Watergate reúne numerosas enseñanzas. Ante todo, es un ejemplo paradigmático de abuso de poder, no en vano supuso como revulsivo el comienzo de la Ética Pública como disciplina académica e investigadora en Estados Unidos, cruzando el Atlántico poco después. De otra parte, es una muestra, alguno podría decir que el canto del cisne, del mejor periodismo, aquel que aúna la más rigurosa investigación con la más valiente denuncia de un poder, cuya irresistibilidad impide normalmente mirarlo a los ojos.
Por otro lado, el Watergate ilustra una característica muy peculiar del sistema norteamericano, un sistema no exento de graves deficiencias e incluso injusticias, pero cuya maquinaria judicial, una vez puesta en marcha, es imparable. Bien es cierto que, en último término, el escándalo ‘finalizó’ con el controvertido perdón presidencial de Ford en favor de su predecesor, pero ello no obsta para concluir que el caso fue un ejemplo del triunfo del ‘rule of law’ frente las inmunidades del poder, por utilizar la célebre expresión difundida por el maestro Enterría. La sentencia del Tribunal Supremo, en el punto álgido de la crisis, por la que se ordenaba remitir las cintas grabadas en la Casa Blanca pasando por encima del denominado privilegio ejecutivo, es un claro ejemplo de lo indicado. Y, en relación con lo apuntado, el Watergate es también revelador del vigor de un parlamento como el Congreso norteamericano que, a pesar de incrustarse en un sistema presidencialista, puede calificarse como el legislativo más poderoso del mundo. Los famosos ‘checks and balances’ diseñados en Filadelfia funcionaron de manera destacada, poniendo de manifiesto la sabiduría de los padres fundadores al importar en términos modernos y democráticos la sabiduría de la constitución mixta montesquiana y, más remotamente, de la república romana.
Decir Watergate reclama indefectiblemente pronunciar el nombre de Richard Nixon. Su personalidad es sin duda una de las más complejas entre las de los mandatarios que han sido y son (si es que alguna de los mismos no lo es), hasta el punto de constituir seguramente la encarnación mas depurada en el mundo real de los personajes shakespearianos. Nixon fue una persona con múltiples complejos o cuestiones pendientes con su pasado, y, fruto envenenado de ello, implacable enemigo de sus rivales políticos. Hombre hecho a sí mismo desde unos orígenes muy modestos, obsesionado con la figura materna, vivió con angustia la muerte de dos de sus hermanos durante su infancia; persona de carácter austero, rasgo que le acompañaría toda su vida; poseedor de una inigualable fuerza de voluntad, como ilustra el hecho de que protagonizó una de las más espectaculares resurrecciones políticas conocidas (pérdida dramática de las elecciones ante Kennedy y un año más tarde derrotado en su casa como candidato a Gobernador de California, cinco años más tarde le fue suplicada su nominación culminada con éxito al alzarse con la victoria en 1968). Nixon poseía una extraordinaria inteligencia, hasta el punto de que ha sido considerado como uno de los presidentes más dotados de los 46 que se han sucedido hasta la fecha (aspecto destacado por quienes convivieron políticamente con él, cabiendo citar al respecto la opinión de Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal con cuatro presidentes, quien sirviera en la administración del californiano).
No en vano su política ha sido recientemente reivindicada en los últimos años por líderes de una y otra ala del Capitolio, y, entre ellos, especialmente, por determinados representantes del partido demócrata. Así, en política interior la administración Nixon fue pionera en la adopción de medidas de discriminación positiva en favor de las minorías, creó la estructura federal vigente hasta la fecha encargada de la preservación del medio ambiente o emprendió una decidida campaña de concienciación en la lucha contra el cáncer.
No obstante, sin duda alguna, sus logros más destacados se produjeron en política exterior. Bajo su impulso se alcanzó el 'turning point' hacia la reducción del terrible arsenal nuclear de las dos potencias enfrentadas en la Guerra Fría; pero, sobre todo, su gran consecución, envés del Watergate, es el haber introducido a China en la historia contemporánea. Marco Polo contemporáneo, su viaje al país asiático en febrero de 1972, jugada maestra en política exterior desde múltiples sentidos, determinaría la evolución del planeta en las siguientes décadas. Los logros mencionados son una muestra clara de que Nixon era uno de esos escasos políticos capaces de otear el horizonte histórico, alcanzando con su mirada lugares solo pisados mucho más tarde.
Pero la ‘hybris’ es el pecado de los dioses y, en su trasunto terrenal, de los hombres de poder, y fue la ‘hybris’ la que perdió a Nixon. No ha quedado del todo demostrado que Nixon ordenara el espionaje de la campaña demócrata; sí, en cambio, parece fuera de toda duda que, como mínimo, encubrió la irrupción en el Watergate… Lo irónico de todo ello es que trató de jugar con mejores armas que sus rivales electorales cuando más innecesario le era, dada su popularidad nacional en el momento del escándalo, como quedaría acreditado meses más tarde al obtener una de las más amplias victorias (’landslide’ o barrida) conseguidas por un candidato a la presidencia de Estados Unidos.
Watergate es uno de esos pocos casos de metonimia histórica en los que un nombre designa toda una época, y nos recuerda que las democracias deben permanecer insomnes en un esfuerzo continuo por alcanzar nuevas metas y preservar lo conseguido. Los genios invisibles de la ciudad de los que nos hablara Ferrero nunca duermen.
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