Elecciones en Brasil, el triunfo de las urnas (electrónicas)/ Rafael Rubio Núñez es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid.
El País, Jueves, 27/Oct/2022
En la cuarta democracia más populosa del mundo, y la primera de Latinoamérica, alrededor de 120 de los 213 millones de brasileños han participado en unas elecciones en las que han podido escoger entre más de 500.000 candidatos (desde los diputados regionales hasta el presidente de la república).
Las elecciones, como empieza a ser habitual, se han desarrollado en un ambiente altamente polarizado, que ha provocado que el proceso se haya visto empañado por actos de violencia política que han llevado al Tribunal Superior Electoral a prohibir el transporte de armas y municiones durante tres días, antes, durante y después de la jornada electoral.
La desinformación también ha tenido una gran presencia. Las narrativas falsas no necesitan de la realidad para extenderse y encontrar aliados y por eso se han convertido en omnipresentes en cualquier campaña electoral disputada. Aunque las plataformas han reforzado sus instrumentos de lucha contra la desinformación, en estrecha colaboración con el Tribunal Electoral, permitiendo a priori reducir el número de casos, en esta campaña se han denunciado más de 15.000 perfiles de usuarios falsos (bots o usuarios de comportamiento inauténtico); más de 3.000 casos que, a través de la desinformación y el falseamiento de datos, promovían el discurso violento o cuestionaban la legitimidad del proceso electoral, además de más de 1.000 casos de distribución masiva de información falsa en WhatsApp (una técnica que fue tremendamente efectiva en la victoria de Bolsonaro en 2018).
Esta mezcla de desinformación y polarización amenazaba con poner en cuestión el resultado. Durante los meses previos a las elecciones se venían construyendo narrativas a través de la difusión de mensajes, imágenes, vídeos, memes… que han ido creando de manera progresiva una serie de alertas sobre la integridad del proceso en una parte de la población y sobre la fiabilidad de sus resultados. Las principales acusaciones, preparadas desde hace meses, giraban en torno a la existencia de fraude electoral, especialmente sobre la manipulación del voto electrónico. Las sospechas habían sido encabezadas por el mismo Bolsonaro, que convocó a todos los embajadores acreditados en Brasil para cuestionar el sistema de votación. Días después, su partido actual, el PL, presentó un informe técnico denunciando agujeros de seguridad, especialmente en lo que afecta al personal, pero sin ninguna acusación concreta, que fue contestado con firmeza por el Tribunal Electoral. El sistema de votación, que durante muchos años había sido un ejemplo para todo el mundo, se convertía así en objeto de sospecha.
Las expectativas generadas han convertido a la urna electrónica en la gran triunfadora de la noche. El uso del voto electrónico no es algo excepcional en democracia. 46 países, entre los que se encuentran Suiza, Canadá, Australia, Estados Unidos, México, Perú, Japón, Corea del Sur o India, utilizan urnas electrónicas. En Brasil, su uso se instauró en 1996. Los motivos principales eran terminar con los numerosos fraudes, especialmente de compra de votos; evitar los errores humanos y extender el derecho de voto con plenas garantías a territorios donde resultaba muy difícil trasladar las urnas y hacer llegar el resultado. Un sistema de votación respecto al cual en todos los procesos electorales celebrados desde entonces no ha prosperado ninguna acusación de fraude.
La peculiaridad del sistema brasileño es la ausencia de un justificante impreso de este voto. Aunque no es algo excepcional —existen otros 16 países que utilizan este tipo de máquinas de votación electrónica que registran los votos electrónicamente sin ninguna interacción con papeletas—, la falta de un resguardo puede plantear problemas de confianza en el votante, aunque existen otros mecanismos de garantía que no ponen en peligro el secreto del voto. No en vano, durante estos 25 años ha habido algunas propuestas normativas para introducir este tipo de certificado, pero los intentos fueron declarados inconstitucionales por la justicia brasileña, a pesar de haber sido aprobados por una amplia mayoría parlamentaria. Se trata de una decisión cuestionable, especialmente cuando en otros países, como Alemania e India, es precisamente la ausencia de estos resguardos la que se ha declarado inconstitucional. El motivo es más bien práctico: los problemas técnicos de los prototipos que generaban la papeleta y las dificultades que estos errores provocaban cuando se probaron en las elecciones de Rio de Janeiro, y, sobre todo, el temor a la corrupción tradicional, a través de la compra de votos, que Brasil ha arrastrado durante décadas, fruto de la ausencia del secreto del sufragio.
Tras el desarrollo de la jornada del 2 de octubre se confirma que la urna electrónica brasileña es hoy uno de los dispositivos de votación más seguros del mundo. Durante todo el proceso electoral se realizan hasta 30 pruebas, abiertas a la supervisión de partidos políticos y organismos sociales, y la víspera de las elecciones se escogieron por sorteo 641 urnas entre las que estaban instaladas por todo el país para realizar en ellas una doble votación pública (en papel y en la urna electrónica) para garantizar, con una muestra representativa, que el sistema de recuento es correcto. Gracias a este procedimiento y a sus garantías, las más de 570.000 urnas distribuidas por todo el país han permitido recontar más de 600 millones de votos (cada brasileño voto en cinco elecciones diferentes) en menos de cuatro horas. Un verdadero triunfo de la democracia.
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