Diarios modernos/ Belén López Peiró, escritora. Su último libro es Donde no hago pie (Lumen).
El País, Domingo, 20/Ago/2023;
De pequeña, escribía mi diario sobre las hojas de una agenda de papel. En parte imitaba a mi madre, que llevaba una agenda que parecía una carpeta con cubiertas en cuero, a la cual le cambiaba las hojas a comienzos de año. Mientras ella anotaba reuniones de trabajo y citas médicas; yo contaba anécdotas de la escuela o del pueblo. Una costumbre que, en parte, continúa hasta hoy: cada diciembre elijo una agenda de papel para el nuevo año. Sin embargo, dejé de escribir diarios. Nunca me había preguntado por qué.Hace un mes, cuando estaba en una residencia de escritura en el medio del parque natural del Empordà, un rincón mágico de la Costa Brava, empecé a leer un libro que tenía pendiente hace rato. Se llama La novela luminosa, del uruguayo Mario Levrero. Un motivo de tenerla pendiente es que es inmensa, tiene cerca de 600 páginas, y consta de un diario de un año que Levrero escribió cuando ganó la beca Guggenheim, un diario que le permitió, también, terminar la famosa novela luminosa.
Leí esas páginas en una semana, sumergida en el cotidiano de Levrero como si fuera mío, atenta también a sus obsesiones. Levrero dice que para escribir su novela tiene que trascender la angustia difusa y llegar al ocio, siendo el ocio una disposición del alma. Dice: “no es la contemplación del vacío, y menos aún el vacío mismo; es, cómo decirlo, una manera de estar”. Dice también que la novela que quiere escribir implica el trabajo de revivir a la memoria, un proceso que denomina retorno.
Tenía 23 años cuando obtuve una beca en Madrid y me fui durante varios meses de Buenos Aires. Una decisión que incluía también alejarme de mi novio de aquel entonces. Trabajé como pasante, conocí personas, hice nuevas amistades, y por supuesto conocí también a un chico. Y me enamoré. Ese amor no pudo ser, algo así de intenso y frenético como lo que vivimos no estaba destinado a perdurar; además de que me causaba daño y de que yo también, a la vez, queriendo o sin querer, estaba generándole dolor a otra persona. Cuando me reencontré con quien seguía siendo mi novio, antes de que pudiéramos conversar, él leyó mis diarios. Lo encontré con el cuaderno en la mano y sentí como si unos ojos se hubieran metido dentro de mí; esas páginas ya no eran un lugar seguro.
Hace un mes, también en el Empordà, me propuse el ejercicio cotidiano de observar y describir la naturaleza, ese territorio conocido por ser la tierra del viento. Y lo hice en un diario, acompañada de los diarios de otros autores. Leí Arroyo de Susana Pampín, donde la narradora cuenta sobre las distintas casas que va alquilando en el Tigre, mientras pasa de ser turista a residente, poniendo atención a detalles que para cualquier otra persona pasarían desapercibidos, describiendo el clima, la altura y la dirección de los ríos, la espesura del agua y lo que trae el agua; las casas y los perros y las gentes que a lo largo de los años crecen, mutan, desaparecen.
Un día fui a nadar a la playa con mis antiparras para poder ver abajo del agua y observar a los peces. Confundida por mi miopía, pensé que había una gaviota muerta sobre la arena, en el fondo del mar, y quise acercarme a rescatarla, hasta que me di cuenta de que era un ancla. Lo completamente maravilloso, es que en ese mismo acto, descubrí un cardumen, peces que se unían entre ellos en un pez todavía más grande; un cardumen que parecía quieto pero avanzaba en movimientos imperceptibles hacia una misma dirección.
Después seguí con Naturaleza moderna, el diario que escribió el cineasta Derek Jarman quien, luego de descubrir que era VIH positivo, decide retomar una de sus primeras pasiones y cultivar su propio jardín en una de las zonas más áridas del sur de Inglaterra, frente a una planta de energía nuclear y sobre un desierto de piedra. Y aun así lo consigue, con el cuerpo que siembra y trilla y riega y cosecha, y con la mirada también en el papel, ahí donde va describiendo su intimidad, intentando en estas páginas responder a una pregunta clave: ¿Qué relación puede establecer con la naturaleza una subjetividad marcada desde la cultura, por el sesgo de lo “antinatural”?
Sábado 1 de julio. Los pinos del Empordà tienen tentáculos, no ramas. Crecen torcidos por el viento. Se parecen a los pulpos. Dicen que la forma del pulpo es perder su forma. Aprovecho a llamar a mi padre. Le cuento de los pinos. Dice que en Argentina también pasa en el sur. Que usan a los pinos para proteger a las huertas del viento. Que acá el viento debe venir de un solo lado. ¿Por qué no salís y te fijás? Levrero dice que del aburrimiento nacen los impulsos correctos. Ya es hora de dormir.
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