Ante la espiral de violencia y confusión/ Ana Palacio
EL MUNDO; Sábado, 21/Oct/
En la crisis sin precedentes que vemos rebosar desde Oriente Medio, los análisis tradicionales que han venido enmarcando el conflicto árabe-israelí resultan inoperantes, mientras emerge una espiral tan peligrosa como perversa en la que violencia y confusión se retroalimentan.
La matanza perpetrada por Hamás el 7 de octubre, con los ribetes de refocilación en el sufrimiento de las víctimas exhibida por los verdugos, y la inhumana jactancia que rezuman las fotografías, vídeos y otros testimonios de quienes bravuconean de erigirse en matarifes, carece de contrapeso posible. No hay alegación de equivalencia moral o jurídica. El terrorismo, es terrorismo. No es otra cosa, y nada lo condona. A Israel le asiste el derecho a defenderse. Y el interés general está en sanar la gangrena en Gaza de la que el grupo terrorista es responsable principal, no escatimando esfuerzos en limitar las víctimas, la extensión en el tiempo, y la expansión de la contienda con su secuela del horror que provocaría.
En cuanto a violencia -legítima en tanto Israel ejercita su derecho a defenderse- no caben medias tintas ni subterfugios. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), en cumplimiento del Derecho Internacional, deben minimizar las bajas y padecimientos de los civiles. Pero no se justifican llamamientos unilaterales. Las consideraciones frente al gobierno de Netanyahu, son -incontrovertiblemente- clamor planetario compartido; en cambio, se echan en falta que ciertos actores recuerden que a Hamás se le ha de demandar lo mismo -en particular, que deje de utilizar a los gazatíes como escudos humanos para proteger a sus terroristas y suministros-.
Urge la colaboración estrecha entre las organizaciones multilaterales y la llamada "comunidad internacional" para reducir las penalidades de las poblaciones afectadas. Los países vecinos -sin perjuicio de los diversos y complejos intereses que informan sus posturas históricas-, tienen que asumir su responsabilidad humanitaria. Empezando por los mandatarios egipcios: notable es su cicatería en acordar autorizaciones de paso por Rafah, tanto a quienes huyen de Gaza como al acceso de ayuda. La argumentación formal de esta reticencia -históricamente compartida por abrumadora mayoría de dirigentes árabes- desgrana cuestiones de muy distinta naturaleza: la seguridad -va de suyo-; y una voluntad de mantener la batalla -que un éxodo masivo de palestinos debilitaría-.
No equiparable con la pérdida y destrozo de vidas y haciendas, pero grave sin duda, es la confusión reinante que alienta la desinformación de parte. Todas las guerras son brutales, trepidantes. La información se convierte en un arma más porque la verificación de hechos es casi imposible en tiempo real. En este drama, además, las víctimas se utilizan como atizador de la opinión mundial hacia el aborrecimiento de cualquier acción atribuida -con o sin pruebas- a Israel. El ejemplo más sobresaliente -esperemos que se mantenga esa categorización- es la explosión registrada en la noche del martes en el hospital Al-Ahli en Gaza, que causó -según fuentes locales- cerca de quinientos muertos.
Pese a que la autoría no está totalmente despejada, el análisis de los expertos muy mayoritariamente identifica el origen en un proyectil fallido disparado desde la propia Gaza. Sin embargo, la primera lección a tener presente es que la percepción lo es todo; la verdad, la realidad, tienen un papel ancilar. Así, aunque para Tel Aviv es crucial liberarse de esta acusación, lo cierto es que su "ventana de legitimidad" se ha visto ya profundamente afectada. Las imágenes de las escenas sangrientas del hospital de Gaza han penetrado hondo en mentes y corazones. No solo en la zona, sino con alcance global. El miércoles, el ministro de Asuntos Exteriores de Jordania, Ayman Safadi, declaraba, "Aquí, todos creen que Israel es responsable de ello", y añadía que la negación israelí no cambiará las percepciones. Las protestas incendian las calles en los cinco continentes. Su objetivo "exterior" son, prioritariamente, misiones israelíes y estadounidenses (EEUU, al tiempo, tiene que bregar con situaciones internas como las manifestaciones en el Capitolio). Los europeos hemos de saber que también estamos entre las dianas de la ola de furor.
Ante la evolución de los enfrentamientos, la comunidad internacional se ha fracturado según las líneas manifiestas desde la invasión total de Ucrania. Rusia (clara beneficiaria del desvío de la atención de las opiniones públicas que estos acontecimientos suponen, pues su agresión ha quedado eclipsada) rápidamente ha señalado la culpabilidad de Washington. En reunión reciente con el primer ministro iraquí, Putin aseguró que la situación actual es "un claro ejemplo del fracaso de la política de EEUU en Oriente Medio". Y Xi Jinping, que celebró la profundización de la "confianza política mutua" bilateral con su contraparte ruso el miércoles en Pekín, enarbola una neutralidad sesgada contra Occidente. China sabe que alinearse con los palestinos respaldará su aspiración de ser el paladín del "Sur Global", en el cual se identifica la mayoría de los países árabes.
El que más provecho parece sacar de esta tragedia -por el momento- es el régimen de Teherán, arrinconado en los últimos años por su tozuda perseverancia en desarrollar un programa nuclear militar (origen del acercamiento regional a su archienemigo Israel). Y si creemos las afirmaciones de Hamás de "plena cooperación" con Hezbollah -proxy iraní en Líbano-, incluidas las advertencias sobre una intervención del grupo libanés en caso de una ofensiva terrestre en Gaza, resulta incontrovertible la implicación de los ayatolás en el telón de fondo del conflicto.
En nuestra Unión, el espectáculo de descoordinación lo recogió esta semana uno de los referentes del Parlamento Europeo (el verde alemán Reinhart Bütikofer) en la red social X -antes Twitter-: "In the EP debate about the situation in Israel and Palestine, the left - the Spanish Minister Albares Bueno, HR/VP Borrell and the chair of S&D - and EPP - von der Leyen and Manfred Weber - are very much showing different views of the conflict. Hard to bridge. Unfortunately". "Lamentablemente", "difícil de reconciliar" las "diferentes visiones". El cisma que preocupa al autor se suma al que aflige a nuestro Gobierno en funciones, que no consigue contener a una parte de sus componentes, debilitando no sólo su capacidad de actuar útilmente, sino la de la presidencia de turno de la UE. En definitiva, la proyección de España.
La visita de Joe Biden a Israel este miércoles ha sido una apuesta arriesgada, tanto por el escenario geopolítico como por su inminente campaña electoral. Tras la explosión en el hospital de Gaza, el alcance diplomático del viaje quedó amputado: el rey Abdalá II de Jordania canceló la cumbre prevista en Ammán, que debía contar, además, con el presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi y Mahmoud Abbas, cabeza de la Autoridad Palestina. Pero el objetivo principal de Biden era rematar con su homólogo Netanyahu la refundación de la estrategia que éste diseñó desde el estupor del ataque; incorporar en el planeamiento táctico las directrices para minimizar víctimas civiles, y evitar la incorporación de otros contendientes. Embridar cualquier abuso.
No es fácil evocar la paz en el fragor de la violencia. Dicho esto, es de recordar que los países árabes han venido practicando -desde la fundación de Israel en 1948- versiones más o menos integrales del no reconocimiento. A excepción de Egipto, quien firmó la paz con Tel Aviv en 1979, seguido de Jordania en 1994. En los recientes avances con los Estados vecinos -Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán o Marruecos en 2020- el concepto de "normalización" se sobrepuso al de "paz". Y así era con el muy pregonado acuerdo con Arabia Saudí, ahora -como poco- en pausa.
Pues bien, en el panorama sombrío que dibuja ominosos anuncios a cierre de esta reflexión, hemos de "aprender de los errores" como dijo Biden, y perseverar en buscar luces, aún tenues y lejanas. Sin dejar de hablar de normalización, lo acaecido estos días pone de relieve la necesidad de mantener -y expandir- un espacio de diálogo que haga posible llevar a término, culminar el plan de paz: dos Estados conviviendo en el respeto de las normas.
Resulta chocante haber flaqueado en la batalla por el único futuro realista: la actual Casa Blanca es la primera Administración a la que no se le conoce ninguna iniciativa para resolver la cuestión palestina. Pero, sin perjuicio del necesario compromiso americano, cumple destacar que la diplomacia española, tradicionalmente descollante por su papel activo en la región, lleva años en un inusual silencio. Idealmente, esta crisis debería propiciar la salida de su letargo, espoleando el liderazgo formal temporal que le brinda la presidencia rotatoria en la coordinación de acción de la Unión Europea.
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