Oxímoron/José María Carrascal
ABC, Jueves, 19/Oct/2023
Oxímoron, según el Diccionario de Dudas de Manuel Seco, académico de la Española, es una «figura literaria consistente en unir dos conceptos opuestos» y pone como ejemplo el primer verso del soneto de Quevedo definiendo el amor: «Es hielo abrasador, es fuego helado». Podía haber continuado con los que siguen pues son igualmente hermosos: «Es herida que duele y no se siente/ Es un soñado bien, un mal presente/ Es un breve descanso, muy cansado»... Y así hasta catorce, pero de lo que tenemos que hablar no es nada poético.
En la llamada Tierra Santa al ser la encrucijada de las tres religiones monoteístas, sin serlo en absoluto por no hacer otra cosa que batallar, y tras la guerra de los Seis Días, Charles de Gaulle dijo con lógica cartesiana: «Israel terminará siendo vencida por la geografía y la demografía». Desde entonces, Israel ha vencido siempre a los árabes, ha ampliado su territorio a costa de ellos y tras el susto que le dio Hamás con su último ataque, ha emplazado sus tanques ante la franja de Gaza, a la que machaca día y noche, en orden de combate para entrar en ella en cuanto le den orden de «demoler Hamás y cambiar la situación para siempre» según su alto mando. Lo que significaría acabar con cuantos se opusieran. Algo que ha alarmado a las cancillerías occidentales ya que estamos en el siglo XXI, hay normas incluso para la guerra y hay miedo de que el Oriente Próximo estalle como un barril de pólvora, con repercusiones en aquellos países con minorías musulmanas, que son muchos e importantes, con Estados Unidos, Francia y el Reino Unido a la cabeza.
Y tanto el presidente Biden como sus colegas van camino de aquellas capitales para ver de apagar el incendio, que le ha recibido con el bombardeo de un hospital y centenares de muertos y heridos. Ambas partes se acusan de ser los perpetradores de la matanza y posiblemente nunca sabremos quién fue, pues se habrá cuidado de borrar sus huellas. Pero aunque se sepa, nada va a variar, dadas las ansias asesinas en ambas partes. La Unión Europea ha convocado una reunión de sus más altos dignatarios para afrontar la crisis y como nos toca la presidencia, hemos oído a Pedro Sánchez las primeras verdades no ya en meses sino en años: tras condenar el ataque de Hamás, advirtió, en nombre de la entera comunidad, que «la paz en la región no será posible si no se ofrece un rayo de esperanza al pueblo palestino». Lo que es una verdad como un templo, nunca mejor dicho. Abogando por la vieja fórmula de dos Estados que vivan en paz y armonía, lo que les garantizaría no sólo la seguridad, sino también la prosperidad de la región. Pues si no puede olvidarse que Israel tiene derecho a defenderse, sobre todo si es atacado en la forma salvaje que usa el terrorismo yihadista, no puede seguir la política expansionista de deshacerse de los palestinos, expulsándolos a otros países árabes tal y como los extremistas árabes querían echar a los judíos al mar. Un buen ejemplo de justicia poética, que no suele ser justicia ni poesía.
El gran obstáculo es que ambos bandos tienen su parte de razón cuando reclaman lo mismo: esa franja de tierra al fondo del Mediterráneo por la que han peleado judíos, cristianos y musulmanes desde hace miles de año s, de ahí el nombre que le hemos dado, sin que sirva la solución salomónica, del niño de la Biblia, porque todos tienen títulos para ello. Ya había árabes en Canaán cuando llegaron los israelitas guiados por Moisés, a quien Dios le había prometido aquella tierra. Mientras los cristianos la consideraron suya por ser la patria de Jesús, donde vivió y predicó la Buena Nueva, por lo que murió antes de que sus apóstoles la esparcieran por el mundo e hicieran de Roma su epicentro. Misterio tras misterio, como el de la Trinidad. O que el Rey de España tenga entre sus títulos el de Rey de Jerusalén.
Los judíos, tras varios intentos de recuperar su plena autonomía, fueron desperdigados por todo el mundo por los romanos, ganándose la vida como podían, perseguidos más que admirados en una odisea que deja chica la de Ulises. Sin olvidar nunca su destino: regresar a la Tierra Prometida, que había cambiado de manos a lo largo de los siglos. Lo consiguieron tras la II Guerra Mundial con la derrota de las potencias del Eje y en plena euforia antiimperialista, que permitió a la recién fundada ONU aprobar el derecho a la autodeterminación de todas las colonias, aprovechada por los sionistas para reclamar la tierra prometida nada menos que por Dios, conocida a aquellas alturas como Palestina y controlada por Gran Bretaña y Francia. La mala conciencia de Occidente, unida a la de Rusia, por el trato que les había dado durante su errático exilio, hizo que se consumara el reparto entre árabes y judíos, que era como unir pólvora y mecha.
El conflicto no estalló hasta la crisis del canal de Suez, dos décadas más tarde, cuando Nasser decidió nacionalizarlo y tanto Francia como Inglaterra cometieron la idiotez de intervenir, olvidando que en el mundo quien mandaba no eran ellos sino Estados Unidos y la Unión Soviética, por lo que tuvieron que volver a casa con la cabeza gacha. Pero los árabes también lo habían olvidado, creyendo que había llegado la hora de acabar con Israel, atacándole por todos los flancos. No contaban con que a los israelíes les iba la vida en ello y los derrotaron en seis días, perdiendo el Sinaí y los altos de Golán, aunque quienes más perdieron fueron los palestinos, al quedarse de hecho bajo el férreo control israelí desde entonces, con un doble gobierno: el oficial, sumiso, y el de Arafat que no olvidaba sus reivindicaciones. Una situación inestable a ambos lados de la frontera.
El atentado contra Isaac Rabín a manos de un vecino de kibutz significó el fin de un entendimiento entre ambos pueblos y desde entonces los incidentes no han hecho más que crecer a medida que los israelíes aumentaban sus controles y su expansión en Gaza y los palestinos intentaban detenerlos con atentados terroristas. Hasta que Hamás sorprendió a todos con un ataque que no respetaba civiles y militares, mujeres y niños, hospitales y escuelas, que Netanyahu se dispone a liquidar, dejando Gaza sin agua, alimentos, medicinas y con los tanques listos para arrasarla. Algo que no quieren ni sus mejores aliados, empezando por EE.UU.
Todo esto lo conocían ustedes, pero convenía refrescarlo, como conviene no olvidar la tragedia del judío sin patria, discriminado cuando no perseguido, que ha sabido conservar su dignidad y patriotismo, contribuyendo al progreso de la humanidad tanto en las artes como en las ciencia, en proporción mayor que la de otros pueblos asentados en sus territorios. Basta consultar la lista de Premios Nobel para darse cuenta de ello. Lo grave es que los judíos errantes hoy son los palestinos. Y, además, oxímoron.
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