28 abr 2024

La mujer de Nixon/Pedro J. Ramírez

 La mujer de Nixon/Pedro J. Ramírez, director de El Español.

El Español, Domingo, 28/Abr/2024 ; 

En septiembre de 1952 la plácida campaña electoral que llevaba en volandas a la Casa Blanca al general Eisenhower, héroe de la Segunda Guerra Mundial, se vio abruptamente alterada por un escándalo que afectaba a su candidato a la vicepresidencia Richard Nixon.

A él y a su esposa Pat.

Casi antes de que la mayoría de los norteamericanos supieran de qué se trataba, empezaron a escuchar de labios del propio Nixon que su esposa y él estaban siendo víctimas de una campaña de difamación orquestada por los "comunistas", sus amigos "corruptos" del establishment progresista de Nueva York y Washington y algún periodista "hijo de puta".

El asunto no era delictivo, pero resultaba muy poco estético, en la medida en que generaba sospechas de un potencial tráfico de influencias. Se trataba de la existencia de un fondo, mantenido en secreto, en el que se ingresaban donativos de simpatizantes o "sponsors" y con el que luego se pagaban gastos políticos de carácter operativo, pero también algunos gastos personales de los Nixon.

Entraba dentro del sentido común que los donantes tenían al menos la expectativa de que si Nixon ganaba, se cobrarían con creces los favores.

No eran grandes cantidades, pues el límite de los donativos eran mil dólares -unos 12.000 de ahora- y la disponibilidad del fondo rondaba los 16.000. Nunca llegó a lo que hoy serían 200.000 euros. Pero Nixon se había erigido en látigo de la "corrupción" demócrata por cuestiones parecidas y empezó a recibir su propia medicina.

Gran parte de la prensa liberal le acusó de hipocresía y la más agresiva le presentó como "un lobista" de sus donantes e incluso como "el perrito faldero de un grupo de ricachones californianos con intereses concretos".

Nixon lo llevaba fatal. Nixon no soportaba a la prensa liberal y veía comunistas y extremistas en todos los periódicos que no le bailaban el agua.

Su problema no era, sin embargo, la prensa sino el fondo secreto. El presidente del Partido Demócrata hizo una declaración muy contenida, pero frotando la verdadera llaga de la herida: "Nixon sabe que, moralmente, eso está mal; Eisenhower sabe que, moralmente, eso está mal; y el pueblo americano sabe que, moralmente, eso está mal".

Aquello podía no ser un delito , pero atentaba contra cualquier apariencia de ejemplaridad.

Los medios más afines a la derecha y la extrema derecha, incondicionales de Nixon por ideología e intereses, contratacaron presentando la denuncia como "una apestosa maniobra de izquierdistas, comunistas y compañeros de viaje". Era la prueba de la connivencia entre gran parte de la prensa liberal, los poderes fácticos que controlaban Washington y los comunistas emboscados entre la élite intelectual.

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El punto de no retorno llegó cuando en una parada de su tren electoral, Nixon se encontró con un grupo agresivo de manifestantes que se encaró con su esposa: "¿Qué vas a hacer con el dinero de las mordidas, Pat?". Uno incluso le acusó de llevar "abrigos de visón", pagados por sus donantes. Algunos periódicos demócratas llevaron escandalosamente la frase a los titulares.

Nixon amaba a Pat. Llevaban doce años casados, tenían dos hijas y ella siempre había estado a su lado. Sabía que no le fallaría nunca y no podía soportar que alguien la arrojara de esa manera al fango, sobre la base de flagrantes mentiras. Pat era su verdadera, su única línea roja.

Por otra parte, ya sabía cual podía ser el veredicto popular: la mujer de Nixon no sólo debía ser honrada, sino que tenía que parecerlo.

¿Merecía la pena seguir adelante en la lucha por salvar a los Estados Unidos de la ola comunista que se extendía por el mundo libre, si eso implicaba ver a su querida esposa vilipendidada y calumniada?

Lo que ella le dijo, le reprochó, o le pidió queda para los secretos de alcoba.

En cuestión de horas Nixon pasó de la indignación al "shock", acrecentado por los rumores de que el ascético Eisenhower podía estar pensando en sustituirle por otro compañero de candidatura.

Su angustia se acentuó cuando supo que el general había encargado una auditoria de su fondo a Price Waterhouse y ya empezaban a pedirle documentos. Tanto sus gastos como los de su esposa iban a estar pues bajo la lupa de una investigación. Eso era intolerable.

La idea de tirar la toalla estaba en su cabeza, pero a la vez deseaba el poder como ninguna otra cosa en la vida. ¿Qué hacer? Fue entonces cuando decidió dirigirse directamente, sin incómodos intermediarios, a todos y cada uno de los norteamericanos.

Quería abrirles su corazón y establecer con ellos una relación, basada en la complicidad emocional, más allá de los circuitos de la política.

Era una oportunidad de demostrar su audacia. De llevar a cabo el leit motiv que le acompañaría siempre: hacer de la necesidad virtud.

***

Medio siglo antes de que existieran las redes sociales, Nixon recurrió a la ya implantada televisión en blanco y negro, convenciendo al Comité Nacional del Partido Republicano de que comprara media hora en prime time en 60 emisoras de la NBC.

Poco antes de empezar su intervención, recibió una llamada del gobernador de Nueva York, Thomas Dewey, haciéndole saber que Eisenhower aprobaba el plan, siempre y cuando el discurso terminara con el anuncio de su retirada, por el bien del país y del partido. Con astuta ambigüedad, Nixon no le dijo ni que sí ni que no.

Tenía que hacer un planteamiento en el que cupieran los dos desenlaces, fuera para aferrarse al cargo o irse por la puerta grande.

Encerrado con la propia Pat y dos ayudantes en el teatro El Capitán de Hollywood, Nixon pergeñó su discurso a solas, manteniendo a su equipo vergonzantemente a oscuras. Arropado por el escenario de una sala de estar de familia media, Nixon comenzó diciendo que más que como candidato a vicepresidente les hablaba "como un ser humano", dolido porque su "integridad" había sido "cuestionada".

Tras dar someras explicaciones del propósito y funcionamiento del fondo secreto, Nixon empezó a hablar de su vida familiar –"Nunca fuimos ricos, vivimos modestamente, pagamos 80 dólares de alquiler…"- como quien le cuenta a un vecino sus cuitas.

A continuación, llegó el primero de sus dos grandes golpes de efecto. Explicó que como senador había preferido no contratar a una taquígrafa a costa del erario porque "Pat es una taquígrafa maravillosa" y a menudo le ayudaba como voluntaria. Entonces el plano de la cámara se abrió y mostró a la señora Nixon sonriente, en un sillón al lado de la mesa de su marido. Llevaba un modesto vestido de punto, fruto de la labor de ganchillo de unos simpatizantes.

Mirando alternativamente a ella y a la cámara, Nixon explicó: "Pat y yo podemos decir con satisfacción que cada céntimo que tenemos lo hemos ganado honestamente. Y debo añadir que Pat no tiene ningún abrigo de visón. Pero tiene un respetable abrigo de paño republicano. Y siempre le digo que está guapa, lleve lo que lleve".

Con más de 60 millones de espectadores enganchados a lo que ya era un ejercicio de intimidad compartida sin precedentes en la política americana, un culebrón antes de que se inventaran los culebrones, el candidato sacó su definitivo as de la manga. Explicó que, en medio de la polémica suscitada sobre las donaciones a la campaña, un votante republicano escuchó a Pat comentar en una emisora de Tejas que a sus hijas les gustaría tener un perrito.

"Y créanlo o no, la víspera de iniciar esta campaña nos avisaron de que teníamos un paquete en la estación de Baltimore… Era un perrita cocker spaniel que había llegado desde Tejas en una caja. Con manchas negras y blancas. Y Tricia, nuestra pequeña de seis años, la llamó Checkers. Y ya saben, las niñas como todas las niñas adoran al perro y quiero decirles ahora mismo que, al margen de lo que opine cualquiera, vamos a quedarnos con el perro".

Nada humaniza a un político como una declaración de amor a su esposa, con dos hijas y una perrita cerca. Esa noche América fue un clamor: "¡Que nadie obligue a los Nixon a devolver a Checkers!".

Faltaba la traca final, es decir el mensaje político que daba sentido a la lucha que Nixon pretendía continuar. "Amo a mi país y mi país está en peligro".

Ese era el resumen del resumen. La democracia estaba "en peligro" en América porque en los últimos años "los comunistas" se habían "apoderado de seiscientos millones de personas" en todo el mundo. Y él estaba dispuesto a salvar a su país de esa infección… si los buenos republicanos se lo pedían.

Nixon añadió que dejaba la decisión de su continuidad o no en manos del Comité Nacional Republicano: "Que decidan ellos si mi posición en la candidatura ayuda o perjudica. Y les pido a ustedes que les ayuden a decidir. Escriban y telegrafíen al Comité Nacional Republicano, diciéndoles si debo continuar o retirarme. Acataré la decisión cualquiera que sea".

"Y déjenme decirles una última cosa. Al margen de lo que suceda voy a continuar esta lucha. Voy a seguir haciendo campaña de un lado a otro de América hasta que echemos de Washington a los ladrones, a los comunistas y a los que los defienden".

Firmado, Richard Nixon.

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No fue necesario que transcurrieran cinco días para que cuatro millones de mensajes telefónicos, cartas, postales y telegramas de apoyo a Nixon comenzaran a llegar masivamente al cuartel general republicano.

Cuatro millones, no eran docenas de miles. Incluso para América, eran cuatro millones. Muchos incluían donativos para contribuir a la "lucha contra el comunismo" y no faltaban los envíos de comida, juguetes y collares para "Checkers".

De ninguna manera había que permitir que "los comunistas" arrastraran por el fango a Pat y obligaran a los Nixon a devolver a la perrita que hacía felices a sus hijas. Ese era el denominador común.

Nixon había apelado a las bases de la América profunda con su anticomunismo primario y las bases de la América profunda se habían movilizado contra ese enemigo real o imaginario, proporcionándole un apoyo que perduraría hasta su muerte. Incluso después del caso Watergate y su ominosa salida del poder.

Nixon saboreó las mieles del caudillismo, pero la decisión final le correspondía en todo caso a una persona concreta, distinta de todas las que le habían pedido que siguiera. Un ticket electoral es como un matrimonio y era imprescindible el consentimiento de Eisenhower. Hacía él iba dirigida la presión de Nixon a través de las bases. No sólo era la otra mitad de la pareja, sino quien en definitiva llevaba la voz cantante.

Eisenhower se hizo de rogar. Aunque en cuestión de horas había felicitado a Nixon por el impacto de su discurso, tardó varios días más en recibirle, dar su brazo a torcer y pedirle que continuara en el puesto bajo la mirada severa de su edecán.

A corto plazo acertó en su decisión, pues la popularidad de Nixon, catapultada por el que enseguida comenzó a ser conocido como el "discurso Checkers", no sólo le dio el empujón definitivo para conquistar la Casa Blanca, sino que proporcionó a los republicanos la mayoría en las dos cámaras. Cuestión distinta fue la simiente de la demagogia y la confrontación que quedó plantada en el corazón de la democracia más poderosa de la tierra. Trump ha sido su fruto más tóxico.

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"Nixon había salvado su pellejo y su carrera, pero ¿a qué costa?", se preguntaba recientemente el autor de La era de Eisenhower, William Hitchcock. "Desde entonces Ike le trató con suspicacia y un cierto desdén… Podía admirar la forma en que Nixon había luchado por su supervivencia, pero ya nunca podría confiar en él".

A la mayoría de los norteamericanos, desprovistos de ese espíritu de cruzada contra quienes no pensaban como ellos y conscientes de las artimañas de Nixon para polarizar a la sociedad en beneficio propio, comenzó a pasarles lo mismo.

A medida que el ya bautizado como Dick "el Tramposo" fue acercándose al abismo del oprobio, en el que le precipitaron sus mentiras, muchos pensaron en el refrán chino que dice que es mucho más fácil subirse a un tigre que bajarse de él.

Ese es el gran problema de todo líder narcisista con ínfulas mesíanicas: cuándo y cómo quitarse de en medio antes de que llegue la factura inexorable que la razón siempre le cobra al populismo.

Nixon perdió su gran oportunidad en 1952. Qué mejor motivo, pretexto o coartada que el fango vertido sobre la esposa amada para bajarse del tigre. Habría sido el hombre más admirado de América y se habría hecho multimillonario dando conferencias y ejerciendo de abogado de grandes multinacionales.

Pero él todavía no había sido vicepresidente, todavía no había sido presidente, todavía no había aplastado a sus oponentes dentro del partido, todavía no había perseguido a sus adversarios políticos como a enemigos, todavía no se había dado el gustazo de poner en la picota a periodistas con nombres y apellidos, todavía no se había explayado contra los jueces, todavía no había tratado de enterrar sus mentiras bajo pactos espúreos.

Cuando Nixon quiso darse cuenta de lo que le pasaba, el tigre ya le había devorado. Su tragedia perdura en el tiempo como advertencia de que quien no quiera terminar igual, no debe hacer lo mismo.

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