El último regalo de Clint Eastwood/Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Gestión de Recursos Humanos. Univ. de Alcalá de Henares.
El Debate, 8 de diciembre de 2024
Me refiero a su estupenda película, Jurado número 2, ahora en nuestras salas. La ha rodado con 94 años «con un pie ya en el estribo» según la despedida cervantina, nunca mejor dicha para el autor de Sin perdón. Ese sobresfuerzo sirve tanto de reflexión como de advertencia postrera de un director que es uno de nuestros grandes avisadores de las últimas décadas a través del cine.
Como si Eastwood no quisiera morir sin recordarnos la necesidad de la Justicia y la necesidad pareja de la verdad, sin cuyo maridaje el mundo se hace insoportable, la democracia una triste quimera y la vida en la polis apenas soportable. Todo de abrumadora actualidad en nuestro país. Cuando asistimos entre nosotros a un gran combate, a pecho ya descubierto, entre justicia e iniquidad, verdad y mentira compulsiva como si asistiéramos al escenario fordiano de El hombre que mató a Liberty Valance.
En un momento del drama judicial en que consiste la película de Eastwood, la fiscal recuerda un lúcido aforismo de Joubert que define a la justicia como «la verdad en acción», cuyo despliegue dinámico constituye, de principio a fin, el quid de la obra y el porqué de su actualidad. Pero el maridaje de la verdad con la justicia, advierte nuestro director, está lleno de matices y sutilezas que contrastan con un tiempo tosco como el nuestro, enemigo de las gradaciones y tonos sin los cuales se nos escapa la realidad de las cosas. No digamos la del ser humano como nos revela la obra al exponer la dificultad de esa «verdad actuante» encarnada en un tribunal. La propia verdad resulta compleja de ser hallada, tanto para los legos (el jurado) como para la magistratura experta. La duda, esa que acompañaba a Descartes y que está en la base de nuestras democracias, hace que la «pretensión de verdad» que acompaña a la mayoría de los protagonistas tenga sus vueltas y revueltas, sus avances y retrocesos, en un zigzag que, en el fondo, es el distintivo de cualquier «indagación tras la verdad» que sea tan rigurosa como pedía Malebranche. La seriedad de la Justicia es la seriedad de la verdad, nos viene a decir nuestro nonagenario autor, y hallarla precisa de un esfuerzo tan grande como rodar esta película con 94 años. Y, sin embargo, ninguno de los protagonistas puede renunciar a su búsqueda precisamente porque la verdad judicial descansa en la verdad como evidencia, si eso es posible en el caso que nos ocupa lleno de perplejidades intelectuales y morales. Aun con todo, los personajes principales no desmayan en hallar la evidencia de la verdad porque todos ellos tienen, en su fondo, «sed de justicia» sin la cual nuestro sistema judicial se vuelve incomprensible en sus procedimientos, liturgias y formas, y deriva en suprema injusticia como bordea constantemente el desarrollo de la cinta.
Por eso mismo, Eastwood ha filmado una exhibición de la necesidad jurídica, política y social del esprit de finesse, de aquel espíritu de finura que Pascal reivindicaba para abordar y comprender las cuestiones humanas que son siempre cuestiones personales. Un talante que vemos lastimosamente ausente en nuestra actual realidad político-social, ante lo cual convendría preguntarse desde cuándo lo arrojamos por la borda y por qué razones.
Pero no es solo una meditación sobre la Justicia y el modelo judicial lo que nos lega Eastwood. Sino también una denuncia sobre la inquietante extensión de la mentira en nuestros días y su impunidad añadida, lo que a Julián Marías le parecía lo más aterrador de nuestro tiempo. O visto desde otro ángulo: es tan profunda la «exigencia de verdad» que tenemos que en la película «arrastra» literalmente a nuestros personajes hacia el reconocimiento de la realidad en toda su complejidad, postulando que la razón humana es «capaz de verdad» a pesar de sus limitaciones. A pesar de que el ocultamiento de la verdad judicial podía resultar mucho más atractivas a la razón incluso penal, que la realidad desnuda de lo que aconteció la noche de autos que se juzga.
Vivimos tiempos de una gran devaluación de la verdad y veracidad en el plano público y privado, sustituida por una mentira a gran escala de la que Revel nos advirtió que es ya la primera fuerza que gobierna el mundo Y por eso mismo de la justicia correlativa que queda enmendada por la falsedad que lleva a la «impunidad aclamada» que estamos viviendo.
De todo ello nos habla Jurado número 2 como un candil de luz crepuscular del director que mejor conoce el cariz de nuestro tiempo y sus posibles rectificaciones. Entre ellas, no abdicar de la búsqueda de la verdad y plantar cara a la mentira personal y colectivamente, apoyando un sistema judicial imperfecto pero necesario sin el cual los reinos se convierten en latrocinios como anticipaba san Agustín y padecemos hoy. No es parco regalo este del último Eastwood, con un pie en el estribo, pero apurando el quehacer de la vida hasta su último soplo, No dejen de verla.
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