Un reportaje de The New York Times, publicado este jueves, revela cómo los narcos se aprovechan de la gente en situación de vulnerabilidad y de animales pequeños para probar la letalidad de su fentanilo.
En México, los cárteles prueban el fentanilo en personas vulnerables y animales
Por Natalie Kitroeff y Paulina VillegasFotografías por Meridith Kohut
Reportando desde Culiacán, en el estado mexicano de Sinaloa, bastión del Cártel de Sinaloa y centro de producción de fentanilo
Pedro López Camacho en el campamento de indigentes donde vive en Culiacán, en el estado mexicano de Sinaloa, bastión del Cártel de Sinaloa y centro de producción de fentanilo.
The NewYork Times, 26 de diciembre de 2024;
Los miembros del cártel llegaron al campamento de personas sin hogar con su fórmula más reciente de fentanilo en jeringas. La oferta era sencilla, según dos hombres que vivían en el lugar, en el noroeste de México: hasta 30 dólares para quien estuviera dispuesto a inyectarse la fórmula.
Uno de los hombres, Pedro López Camacho, dijo que se ofreció voluntariamente en repetidas ocasiones, a veces los miembros del cartel lo visitaban todos los días. Observaron cómo la droga hacía efecto, dijo López Camacho, sacando fotos y grabando su reacción. Sobrevivió, pero dijo que vio a muchos otros que no lo hicieron.
López Camacho dijo, sobre las drogas que les dieron a él y a otros, que cuando es muy fuerte, noquea a las personas o las mata.
Hasta esto han llegado los cárteles mexicanos para dominar el negocio del fentanilo.
Los esfuerzos mundiales para acabar con el opioide sintético han dificultado a estos grupos criminales la obtención de los compuestos químicos que necesitan para producir la droga. La fuente original, China, ha restringido las exportaciones de las materias primas necesarias, lo que ha llevado a los cárteles a idear nuevos métodos, y extremadamente arriesgados, de mantener la producción y la potencia del fentanilo.
La experimentación, dicen los miembros de los cárteles, consiste en combinar la droga con una gama más amplia de aditivos, incluidos sedantes para animales y otros anestésicos peligrosos. Para probar sus resultados, los delincuentes que fabrican el fentanilo para los cárteles, a menudo llamados cocineros, dicen que inyectan sus mezclas experimentales a humanos, así como a conejos y pollos.
Si los conejos sobreviven más de 90 segundos, la droga se considera demasiado débil para ser vendida a los consumidores estadounidenses, según seis cocineros y dos funcionarios de la embajada de Estados Unidos que vigilan la actividad de los cárteles.
Los funcionarios estadounidenses dijeron que, cuando las fuerzas del orden mexicanas han realizado redadas en laboratorios de fentanilo, en ocasiones han encontrado las instalaciones plagadas de animales muertos utilizados para las pruebas.
“Experimentan estilo Dr. Muerte”, dijo Renato Sales, un excomisionado de Seguridad Nacional de México. “Es para ver la potencia de la substancia. A ver, ‘con esto se muere’, ‘con esto no’, así la podemos graduar”.
Para comprender cómo se han adaptado los grupos criminales a la campaña contra el fentanilo, The New York Times observó cómo se fabricaba fentanilo tanto en un laboratorio como en una casa de seguridad y ha pasado meses entrevistando a varias personas directamente implicadas en la producción de la droga. Entre ellas había nueve cocineros, tres estudiantes de química, dos operativos de alto nivel y un reclutador que trabajaba para el Cártel de Sinaloa, al que el gobierno estadounidense culpa de exacerbar la epidemia de opioides sintéticos.
Las personas relacionadas con el cártel hablaron bajo condición de anonimato por temor a represalias.
Un cocinero dijo que recientemente había empezado a mezclar fentanilo con un anestésico que a menudo se utiliza en procesos de cirugías orales. Otro dijo que el mejor aditivo que había encontrado era un sedante para perros y gatos.
Otro cocinero mostró a periodistas del Times cómo producir fentanilo en una casa de seguridad de un cártel en el estado de Sinaloa, en el noroeste de México. Dijo que si el lote era muy débil, añadía xilacina, un tranquilizante para animales conocido en las calles como “tranq”, una combinación que las autoridades estadounidenses advierten que puede ser mortal.
“Esto ya se le inyecta a una gallina; si tarda entre minuto y minuto y medio en morir, es de que salió muy buena”, dijo el cocinero. “En caso de que no llegue a morir o tarde más tiempo, se le echa xilacina”.
Una bolsa de xilacina, conocida coloquialmente como “Tranq”, un tranquilizante para caballos.
Un cocinero del Cártel de Sinaloa fabricando fentanilo.
Los recuentos de los cocineros coinciden con los datos del gobierno mexicano que muestran un aumento del consumo de fentanilo mezclado con xilacina y otras sustancias, especialmente en ciudades cercanas a la frontera con Estados Unidos.
“Vamos viendo que el mercado ilícito le saca mucho más beneficio a sus sustancias cortándolas con diferentes mecanismos, como la xilacina”, dijo Alexiz Bojorge Estrada, subdirectora de una comisión de salud mental y adicciones.
“La potencializas y por lo mismo necesitas menos producto”, dijo Bojorge, refiriéndose al fentanilo, “y así tienes le sacas mas ganancia”.
Los investigadores estadounidenses enfocados en el combate a las drogas también han observado un aumento de lo que uno de ellos denominó un fentanilo “más extraño y caótico”. Tras analizar cientos de muestras en Estados Unidos, descubrieron un aumento de la variedad de compuestos químicos del fentanilo que circula en las calles.
“Es el Viejo Oeste de la experimentación”, dijo Caleb Banta-Green, profesor de investigación de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, quien ayudó a coordinar el análisis de más de 580 muestras de drogas vendidas como fentanilo en el estado de Washington este año.
Lo calificó de “caos absoluto”.
Los experimentow
Los cárteles reclutan activamente a estudiantes universitarios de química para que trabajen como cocineros. Una estudiante que trabaja para el cártel reveló que, para probar sus fórmulas, el grupo traía a drogadictos que vivían en la calle y les inyectaba el opioide sintético. Nunca ha muerto nadie, dijo la estudiante, pero ha habido lotes defectuosos.
“Han habido que se convulsionan, sacan espuma de la boca”, dijo la estudiante.
Añadió que los errores de los cocineros se castigaban con severidad: hombres armados encerraban a los infractores en cuartos con ratas y serpientes, y los dejaban allí durante largos periodos sin comida ni agua.
Los cocineros y los operativos de alto nivel describieron al Cártel de Sinaloa como una organización descentralizada, un conjunto de tantas células dispares que ningún líder o facción tenía el control total de la producción de fentanilo del grupo.
Algunos cocineros dijeron que querían crear un producto estandarizado que no matara a los usuarios. Otros dijeron que no veían la letalidad de su producto como un problema, sino como una táctica de mercadotecnia.
En una acusación federal estadounidense contra los hijos del conocido narcotraficante Joaquín Loera Guzmán (conocido como el Chapo), quien dirigía una poderosa facción del Cártel de Sinaloa, los fiscales dijeron que el grupo envió fentanilo a Estados Unidos incluso después de que una persona con adicción muriera mientras lo probaba en México.
En vez de asustar a la gente, los miembros del cártel, los consumidores de drogas y los expertos afirman que muchos consumidores estadounidenses se apresuran a comprar un lote especialmente mortífero porque saben que tendrá un efecto poderoso.
“Se muere uno, pero nacen diez adictos más”, dijo un operativo de alto rango del cártel. “No hay preocupación por ellos”.
El jefe
El jefe supo que algo no estaba funcionando bien cuando las gallinas dejaron de desplomarse. Dijo que llevaba en el negocio de la droga desde los 12 años, cuando empezó como aprendiz en un lugar en el que se procesaba heroína.
Con 22 años, y voz suave, dijo que aprendió a producir drogas ilícitas estudiando a los hombres mayores y más experimentados con los que trabajaba. Con el tiempo, montó su propio negocio con un amigo.
El jefe dijo que su negocio creció tan rápido que pronto dirigió tres laboratorios de fentanilo. La droga ha hecho que gane millones, dijo.
Cada vez que va a uno de sus laboratorios, dijo que lleva cuatro o cinco conejos de la tienda de animales local. Si el fentanilo que fabrica su gente es lo bastante potente, tiene que inyectar y matar solo a uno para asegurarse de que es apto para la venta.
Dos empleados de tiendas de mascotas de Sinaloa, que hablaron con la condición de permanecer en el anonimato por temor a represalias de miembros del cártel, confirmaron que se sabe que los conejos más baratos se compran para hacer pruebas de drogas.
Otros animales usados para las pruebas del jefe son gallinas de un rancho cercano. Muchos cocineros de fentanilo prueban su producto en gallinas, según dos funcionarios de la embajada estadounidense.
Hasta hace poco, el jefe decía que cada vez que inyectaba fentanilo a las gallinas, estas morían, se caían o se tambaleaban como si estuvieran borrachas. Todos los lugareños sabían que no debían comer las gallinas ni los huevos del rancho.
Pero últimamente los animales no tenían una reacción fuerte a la droga, aunque su proceso no había cambiado.
Sus empleados trabajaban las mismas horas en el mismo modesto laboratorio en las montañas, empezaban a las 5:00 a. m. y dormían allí días enteros. Trabajaban con el mismo equipo: agitadores de laboratorio, bandejas, recipientes enormes y una licuadora para mezclar el producto final.
El jefe dijo que al final llegó a la conclusión de que el culpable era un suministro “muy rebajado” de los ingredientes químicos procedentes de China. El resultado fue un producto a desechar.
“Viene muy, muy rebajado”, dijo.
Para solucionar el problema, el jefe probó primero a combinar fentanilo con ketamina, un anestésico de acción corta, pero dijo que a los usuarios no les gustaba el sabor amargo que se producía al fumar la mezcla. Dijo que funcionaba mucho mejor añadir procaína, un anestésico local que suele utilizarse para adormecer zonas pequeñas del cuerpo durante procedimientos dentales.
Cuando le preguntaron si se sentía culpable por producir una droga que causa muertes masivas, el jefe dijo que lo único que hacía era darle a sus clientes lo que querían.
“Si no hubiera toda esa gente que se droga, uno no vendiera”, dijo. “Los que tienen la culpa son ellos, la verdad. Uno nomás se aprovecha de la situación”.
El cocinero
Un cocinero con el que hablamos dijo que se metió en el negocio del fentanilo hace unos años para pagar unas deudas que aumentaban. Al principio, el antiguo propietario de una tienda se enfermaba con regularidad por la exposición a los vapores. Dijo que los integrantes armados del cártel a cargo no le tenían paciencia.
“Llegas y empiezas trabajar, y empiezas a tener ganas de vomitar y te sales un rato a descansar”, dijo el cocinero, pero muy pronto “y el mismo jefe te dice: ‘Vete a trabajar’”.
Una vez un jefe le disparó solo porque no respondió a una pregunta con la suficiente rapidez, dijo, levantándose la camisa para dejar al descubierto una cicatriz en el estómago.
Experimenta constantemente con formas de hacer el fentanilo más fuerte, retocando su fórmula y probándola con sus ayudantes de laboratorio, muchos de los cuales se han hecho adictos en el proceso, dijo. Si el producto resulta fuerte, se lo pasa a sus supervisores para que lo prueben.
IEl cocinero dijo que sabe que toda esta improvisación origina un producto imprevisible. Dijo que cada lote que fabrica es diferente, lo que significa que los clientes que compran exactamente las mismas pastillas de fentanilo pueden recibir dosis muy distintas de una semana a otra.
Nunca ha revelado completamente su trabajo a su familia, limitándose a decir que se va a trabajar y que vuelve semanas después con un montón de dinero. Cree que el dinero y el miedo evidente en su expresión disuaden cualquier pregunta.
“Ahí no hay jubilaciones”, dijo el cocinero, añadiendo que el cártel probablemente lo mataría si intenta dejar de hacerlo. “Ahí nomás hay trabajo o muerte”.
Natalie Kitroeff es la jefa de la corresponsalía del Times para México, Centroamérica y el Caribe. Más de Natalie Kitroeff
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