Bárbara Celis entrevista a ORHAN PAMUK
"Que Turquía se occidentalice es bueno para el sexo"
Publicado en El País, 2/10/2009;
Publicado en El País, 2/10/2009;
El escritor Orhan Pamuk lleva casi una década entregado a un doble sueño: escribir una novela romántica al estilo de las grandes obras de Tolstoi, Jane Austen o incluso García Marquez y transformar el contenido de esa novela en un museo absolutamente real. La primera parte, el libro, se materializó hace un año en Turquía bajo el título El museo de la inocencia (Mondadori) y hoy llega a las librerías españolas (en traducción de Rafael Carpintero). Tiene toda la carga dramática de una historia dedicada al amor trágico entre Kemal, joven de la burguesía turca, y Füsun, una pariente lejana y pobre de la que se enamora irremediablemente. Ese amor clandestino apenas dura dos meses pero se transforma en una obsesión de décadas.
El museo homónimo al libro se inaugurará en Estambul el año próximo y en él los admiradores de este autor de 57 años, galardonado en 2006 con el premio Nobel de Literatura, descubrirán los artefactos imaginados por Pamuk. Con ellos, Kemal trata de recordar cada instante de su amor por Füsun. Y ahora saltan desde la fantasía a la realidad para darle vida física a este amor torturado que transcurre con todos los cambios de la sociedad turca de las últimas tres décadas como telón de fondo. "Los concebí al mismo tiempo", dice el escritor. "El punto de partida era la historia de un hombre que colecciona los objetos que pertenecieron a una mujer pero luego fue creciendo. El libro funciona casi como un catálogo del museo pero son dos entidades completamente separadas".
Sentado en una silenciosa mansión de la Universidad de Harvard, en Cambridge (Boston), donde imparte clases magistrales, Pamuk, alto, corpulento y de voz áspera, se resiste a hablar del museo durante gran parte de la entrevista pero finalmente se lanza a explicar detalles que en parte también arrojan luz sobre su propia personalidad: "Aún no sé realmente por qué quería hacerlo. Quizás el no haber triunfado como artista hace treinta años tenga alguna relación, quizás sea esa 'envidia de la realidad' que tenemos todos los novelistas, pero sobre todo también creo que quería divertirme". Si se le insinúa que el museo suena a obra de arte en sí misma responde: "Esa definición me asusta. Quiero ser modesto. Además creo que si nadie viene a visitarlo tampoco será un fracaso. Tendrá significados diferentes según si se ha leído el libro o no".
Pamuk creció pensando en ser pintor, pero a los 23 años dio un giro radical a su vida y se puso a escribir. Se convirtió en el más admirado de los autores de su país. Sus opiniones sobre la falta de libertad de expresión en Turquía y sus críticas a un pasado oscuro que oficialmente se niega a reconocer actos como el genocidio armenio le han convertido en el objetivo del integrismo islámico y también de su propio Gobierno, que ha llegado a sentarle en el banquillo por "insultar a Turquía".
Aun así, Pamuk sigue considerando que su casa está en Estambul, la ciudad en la que transcurren la mayoría de sus novelas y que en cierto modo también es protagonista de El museo de la inocencia. También lo será del edificio homónimo, que reunirá no sólo el pendiente de Füsun imaginado por Pamuk -ése que Kemal usa para pensar en ella- sino también fotografías, monedas e incluso sonidos del Estambul de los años setenta y ochenta. La creación de algunos objetos imaginarios será encargada directamente a artistas. Otros los hará el propio Pamuk, como los cuadros que pinta su protagonista femenina. Y habrá incluso arte conceptual: Kemal colecciona hasta las colillas de su amada, que también estarán en el museo colgadas junto a frases del escritor. "Me gusta mirar a mi país utilizando diferentes recursos. En El libro negro lo hice a través de la ciudad; en Me llamo Rojo, a través de la representación del arte; y en Nieve, por la vía de la política. En El museo de la inocencia quería analizar la sociedad a través del amor. Un amor en una sociedad reprimida, donde la comunicación entre amantes está muy limitada y donde el romance tiene un fuerte componente de flagelación, arrepentimiento, y las cosas pequeñas pesan".
Así, detalles de otra época como la importancia de la virginidad se muestran en un libro que explora la represión de la mujer en su país y retrata a la sociedad sin juzgarla. "Afortunadamente", afirma el novelista, "creo que hay muchas cosas que están cambiando en Turquía. La occidentalización es buena para el sexo, y supongo que eso también es buena para el amor. En mi parte del mundo la mayoría de los hombres no saben nada sobre las mujeres. Creen conocerlas en función únicamente de sus propias necesidades. Pero ése es el gran dilema de este libro, porque el narrador es un hombre, alguien que se arrepiente de haber maltratado a su amor, como el Oneguin de Puskin, pero lo descubre cuando ya es tarde. ¿Podemos confiar en ese narrador?", inquiere irónico un autor que también aparece como tal dentro del relato.
Pamuk habla con especial cariño de esta novela, que comenzó a escribir mucho antes de recibir el Nobel: "Este libro me ha acompañado en momentos importantes y otros muy difíciles. Me ha hecho feliz, me ha ayudado a sobrevivir y gracias a ella soy mejor persona".
El museo homónimo al libro se inaugurará en Estambul el año próximo y en él los admiradores de este autor de 57 años, galardonado en 2006 con el premio Nobel de Literatura, descubrirán los artefactos imaginados por Pamuk. Con ellos, Kemal trata de recordar cada instante de su amor por Füsun. Y ahora saltan desde la fantasía a la realidad para darle vida física a este amor torturado que transcurre con todos los cambios de la sociedad turca de las últimas tres décadas como telón de fondo. "Los concebí al mismo tiempo", dice el escritor. "El punto de partida era la historia de un hombre que colecciona los objetos que pertenecieron a una mujer pero luego fue creciendo. El libro funciona casi como un catálogo del museo pero son dos entidades completamente separadas".
Sentado en una silenciosa mansión de la Universidad de Harvard, en Cambridge (Boston), donde imparte clases magistrales, Pamuk, alto, corpulento y de voz áspera, se resiste a hablar del museo durante gran parte de la entrevista pero finalmente se lanza a explicar detalles que en parte también arrojan luz sobre su propia personalidad: "Aún no sé realmente por qué quería hacerlo. Quizás el no haber triunfado como artista hace treinta años tenga alguna relación, quizás sea esa 'envidia de la realidad' que tenemos todos los novelistas, pero sobre todo también creo que quería divertirme". Si se le insinúa que el museo suena a obra de arte en sí misma responde: "Esa definición me asusta. Quiero ser modesto. Además creo que si nadie viene a visitarlo tampoco será un fracaso. Tendrá significados diferentes según si se ha leído el libro o no".
Pamuk creció pensando en ser pintor, pero a los 23 años dio un giro radical a su vida y se puso a escribir. Se convirtió en el más admirado de los autores de su país. Sus opiniones sobre la falta de libertad de expresión en Turquía y sus críticas a un pasado oscuro que oficialmente se niega a reconocer actos como el genocidio armenio le han convertido en el objetivo del integrismo islámico y también de su propio Gobierno, que ha llegado a sentarle en el banquillo por "insultar a Turquía".
Aun así, Pamuk sigue considerando que su casa está en Estambul, la ciudad en la que transcurren la mayoría de sus novelas y que en cierto modo también es protagonista de El museo de la inocencia. También lo será del edificio homónimo, que reunirá no sólo el pendiente de Füsun imaginado por Pamuk -ése que Kemal usa para pensar en ella- sino también fotografías, monedas e incluso sonidos del Estambul de los años setenta y ochenta. La creación de algunos objetos imaginarios será encargada directamente a artistas. Otros los hará el propio Pamuk, como los cuadros que pinta su protagonista femenina. Y habrá incluso arte conceptual: Kemal colecciona hasta las colillas de su amada, que también estarán en el museo colgadas junto a frases del escritor. "Me gusta mirar a mi país utilizando diferentes recursos. En El libro negro lo hice a través de la ciudad; en Me llamo Rojo, a través de la representación del arte; y en Nieve, por la vía de la política. En El museo de la inocencia quería analizar la sociedad a través del amor. Un amor en una sociedad reprimida, donde la comunicación entre amantes está muy limitada y donde el romance tiene un fuerte componente de flagelación, arrepentimiento, y las cosas pequeñas pesan".
Así, detalles de otra época como la importancia de la virginidad se muestran en un libro que explora la represión de la mujer en su país y retrata a la sociedad sin juzgarla. "Afortunadamente", afirma el novelista, "creo que hay muchas cosas que están cambiando en Turquía. La occidentalización es buena para el sexo, y supongo que eso también es buena para el amor. En mi parte del mundo la mayoría de los hombres no saben nada sobre las mujeres. Creen conocerlas en función únicamente de sus propias necesidades. Pero ése es el gran dilema de este libro, porque el narrador es un hombre, alguien que se arrepiente de haber maltratado a su amor, como el Oneguin de Puskin, pero lo descubre cuando ya es tarde. ¿Podemos confiar en ese narrador?", inquiere irónico un autor que también aparece como tal dentro del relato.
Pamuk habla con especial cariño de esta novela, que comenzó a escribir mucho antes de recibir el Nobel: "Este libro me ha acompañado en momentos importantes y otros muy difíciles. Me ha hecho feliz, me ha ayudado a sobrevivir y gracias a ella soy mejor persona".
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