Esperanza para un continente que marcará el futuro de la humanidad
Discurso de Benedicto XVI en la ceremonia de despedida en el Aeropuerto Internacional de Guanajuato
Silao, Guanajutao, 26 de marzo del 2012
Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el episcopado,
Amigos mexicanos
Mi breve pero intensa visita a México llega ahora a su fin. Pero no es el fin de mi afecto y cercanía a un país que llevo muy dentro de mí. Me voy colmado de experiencias inolvidables, como inolvidables son tantas atenciones y muestras de afecto recibidas. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Presidente, así como lo mucho que las autoridades han hecho por este entrañable viaje. Y doy las gracias de todo corazón a cuantos han facilitado o colaborado para que, tanto en los aspectos destacados como en los más pequeños detalles, los actos de estas jornadas se hayan desarrollado felizmente. Pido al Señor que tantos esfuerzos no hayan sido vanos, y que con su ayuda produzcan frutos abundantes y duraderos en la vida de fe, esperanza y caridad de León y Guanajuato, de México y de los países hermanos de Latinoamérica y el Caribe.
Ante la fe en Jesucristo que he sentido vibrar en los corazones, y la devoción entrañable a su Madre, invocada aquí con títulos tan hermosos como el de Guadalupe y la Luz, que he visto reflejada en los rostros, deseo reiterar con energía y claridad un llamado al pueblo mexicano a ser fiel a sí mismo y a no dejarse amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valiente y trabajar para que la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro.
También he sido testigo de gestos de preocupación por
diversos aspectos de la vida en este amado país, unos de más reciente relieve y
otros que provienen de más atrás, y que tantos desgarros siguen causando. Los
llevo igualmente conmigo, compartiendo tanto las alegrías como el dolor de mis
hermanos mexicanos, para ponerlos en oración al pie de la cruz, en el corazón
de Cristo, del que mana el agua y la sangre redentora.
En estas circunstancias, aliento ardientemente a los
católicos mexicanos, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no
ceder a la mentalidad utilitarista, que termina siempre sacrificando a los más
débiles e indefensos. Los invito a un esfuerzo solidario, que permita a la
sociedad renovarse desde sus fundamentos para alcanzar una vida digna, justa y
en paz para todos. Para los católicos, esta contribución al bien común es
también una exigencia de esa dimensión esencial del evangelio que es la
promoción humana, y una expresión altísima de la caridad. Por eso, la Iglesia exhorta a todos sus fieles a ser
también buenos ciudadanos, conscientes de su responsabilidad de preocuparse por
el bien de los demás, de todos, tanto en la esfera personal como en los
diversos sectores de la sociedad.
Queridos amigos mexicanos, les digo ¡adiós!, en el sentido
de la bella expresión tradicional hispánica: ¡Queden con Dios! Sí, adiós; hasta
siempre en el amor de Cristo, en el que todos nos encontramos y nos
encontraremos. Que el Señor les bendiga y María Santísima les proteja
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