Resurrección
y venganza
El
fotógrafo mexicano Sergio Dorantes, encarcelado durante nueve años por un
crimen que no cometió, lucha por devolver la dignidad y el sentido a su vida
JOHN
CARLIN, reportero
El País, 30 MAR 2013
El
abuso del poder florece cuando la justicia está ausente. La ley de la jungla se
impone cuando la ley no se aplica de manera civilizada, con igualdad de
criterio para todos. Los poderosos se salvan y los débiles viven a su merced, o
a la del azar. Una inevitable consecuencia es que los que no deberían de estar
en la cárcel lo están; los que sí deberían, no.
Así
lo demuestra la dura y triste historia de Sergio Dorantes, un fotógrafo
mexicano de 66 años que hace exactamente uno salió de prisión, y de un vía
crucis que duró casi nueve años por un crimen que no cometió, tras ser declarado
inocente de haber asesinado a su ex esposa en la Ciudad de México en julio de
2003. Desde entonces hasta su liberación el 30 de marzo de 2012 vivió prófugo
en Estados Unidos, estuvo bajo arresto domiciliario, fue detenido en dos
cárceles californianas y en una de México.
Lo
más inexplicable del caso, lo más grotesco, es que el testigo se retractó un
año y medio después de participar en el macabro complot; lo confesó todo. E
incluso fue condenado a la cárcel por el delito de falsedad de declaraciones.
Pero aún así Dorantes tuvo que padecer el acoso de lo que en México se llama la
ley durante siete años más hasta que un tribunal le dio la razón y finalmente
lo dejó en libertad.
Hoy,
de manera fría y deliberada, Dorantes prepara su venganza. Primero, montando
una campaña para hacerle al fiscal lo que el fiscal le hizo a él, para meter en
la cárcel al principal responsable del falso testimonio que se fabricó en su
contra. Segundo, y con fines más estrictamente altruistas, a través del
activismo político. Va a registrar una ONG, Culpable Sin Evidencia, dedicada a
denunciar casos como el suyo de encarcelamiento injusto. Ya está trabajando
junto a grupos de derechos humanos para presionar a las autoridades a que
rectifiquen en tres casos de individuos que, según Dorantes, han sido
condenados a largos años de prisión en base a pruebas inventadas por las
fiscalías.
Dorantes
entiende muy bien que, pese a todo lo que ha sufrido (lo peor fueron los tres
años y medio que estuvo en el Reclusorio Oriente de la Ciudad de México), ha
sido afortunado. Sergio Aguayo, un reputado académico y activista político
mexicano, se interesó en él, se convenció rápidamente de que era inocente y lo
puso en contacto con uno de los abogados más distinguidos de México, Alonso
Aguilar Zinser, que decidió emprender su causa. Sin esa suerte, fruto de sus
contactos periodísticos, Dorantes seguiría hoy en la cárcel, como incontables
víctimas más de similares arbitrariedades judiciales en su país. Hoy utiliza
esa misma suerte, la gente con influencia a la que tiene acceso, para hacer su
aportación a la causa de la justicia en México.
“Si
logramos imputar y encarcelar al fiscal, haremos historia,” explicó Dorantes,
contactado por teléfono en la Ciudad de México. “Se crearía un precedente legal
y de ahí en adelante el que fabrique pruebas, lo pagará. Eso sería oro puro.”
Su objetivo es ambicioso pero, según él, no irreal. Hay una investigación
abierta contra el fiscal y Dorantes cuenta con aliados dentro del sistema
judicial y en importantes organizaciones civiles que espera que colaboren con
él en su misión.
En
cuanto a su proyecto de ONG, uno de los casos más contundentes de abuso de
poder en los que Dorantes está trabajando es el de dos hermanos que han
recibido 140 años de prisión por siete secuestros “inventados”. “Las
autoridades se echaron encima de ellos, los identificaron como culpables,
sencillamente para ganarse a la opinión pública,” dijo Dorantes. “Normalmente
lo que hacen en tales casos es joder a gente que no tiene recursos.”
Dorantes
sí tenía recursos. Vivía muy bien. Ya no. En parte porque no ha podido trabajar
desde que se le acusó del asesinato de su ex esposa, con la que dice que
mantuvo una relación muy cordial; en parte, sostiene, porque su familia le ha
traicionado.
Dejó
su casa y sus pertenencias en manos de su hermana y de su cuñado durante su
larga pesadilla. “Salí de la cárcel y sufrí una profunda decepción. Fue un
golpe bajo tremendo después de todo lo que había vivido,” dijo Dorantes. “Ellos
dos no trabajaban y yo pagaba cada mes de mis ahorros el agua, la luz, todo.
Solo pedía que me cuidaran la casa, pero al volver encuentro la casa dilapidada
y sucia, los muebles y los aparatos electrónicos rotos, el jardín una jungla...
un campo de batalla todo. Pero lo peor fue que mi cuñado había vendido mi
equipo fotográfico, relojes, cuadros, hasta anteojos de sol. No esperaba que
saliera. No quería que saliera.”
Salió,
pero desde entonces ha luchado con poco éxito para volver a ganarse la vida con
la fotografía, sin el dinero para poder comprar la clase de cámaras que
necesita. Lucha también contra el estigma de la acusación injusta que le
hicieron, que ha sido otro impedimento en el camino a reanimar su carrera
profesional.
La
familia lo ha traicionado, el sistema mexicano lo ha traicionado, incluso
algunos ex compañeros de trabajo le han traicionado. Lo que le queda es aunar
fuerzas con la gente buena de su país para devolver la dignidad y el sentido a
su vida a través de la lucha para procurar que en un futuro mejor lo que le
pasó a el no le pase a otros y, si su suerte se mantiene, para saborear la
satisfacción de una justa y dulce venganza.
John
Carlin trabajó con Sergio Dorantes en varios proyectos para EL PAÍS, the Sunday
Times y The Independent de Londres.
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