- Francisco
revoluciona la moda papal
El
rechazo por el ornamento de Bergoglio marca el paso para una nueva iglesia
Austero,
espontáneo, sobrio. Su carácter encuentra reflejo en su armario
Ha
cambiado el oro por la plata y los zapatos rojos por los negros que le arregla
su zapatero de Buenos Aires
LUCIA
MAGI Roma
El País, 28 MAR 2013 - 13:23 CET128
El
casquete más sencillo o como máximo la mitra para las ocasiones más formales,
en lugar del antiguo camauro —esa especie de gorro de Papá Noel con un ribete
blanco de pelo de armiño— o del saturno de paja y oro que Benedicto XVI sacó
del arcón del Vaticano. La cruz de hierro oscurecido y el anillo de plata en
vez de las joyas de oro. Los pantalones típicos de cura que asoman bajo la
sotana blanca, los zapatos de cordones y piel negra, que sustituyen a los
mocasines rojos... Son solo detalles, pero en una institución como la Iglesia,
con dos milenios respetando símbolos y tradiciones, la nueva moda del papa
Francisco es toda una revolución.
“Asomarse
al balcón, en la noche de su proclamación, sin vestir la muceta roja —una
pequeña capa hasta los codos ribeteada con pelo blanco—, símbolo regio y propia
del invierno, es un gesto rompedor. Desde el siglo XIII se fue arraigando esta
costumbre. El primer papa no europeo la agrietó”, analiza Marzia Cataldi Gallo,
catedrática de la Universidad de Génova, autora del ensayo Las vestimentas de
los papas y a punto de publicar otro sobre el mismo tema. “Sin embargo, no
debemos exagerar. Son pormenores, significativos, pero pormenores”, prosigue.
“La tradición eclesial y los ceremoniales no dan un vuelco con tan poco. La
Biblia establece que el sumo sacerdote se presente de manera reconocible y
maravillosa. Dios le dice a Moisés: ‘Prepararás para Aarón un vestido más que
adornado, que muestre mi gloria y mi majestad’. Así que creo que Francisco se
pondrá casullas y paramentos cuando sea preciso”. Pero de momento no ha
encargado nuevos y parece apañárselas con los guardados en los armarios
vaticanos.
En
la misa del día de San José, que abrió el pontificado, el carácter espontáneo
del exarzobispo de Buenos Aires saltó a la vista cuando las cámaras enfocaron
sus pies. Francisco no calzaba los mocasines rojos tan del gusto de su
predecesor, Benedicto XVI.
La
tradición establece que el pontífice los lleve, al menos, en la misa de
inauguración, la más rica en símbolos: el palio de lana representa la oveja
perdida que el buen pastor carga en sus espaldas; el anillo del Pescador
recuerda el oficio del primer jefe de la cristiandad, Pedro; el blanco es la
pulcritud, y el rojo, la sangre que Jesús derramó en la cruz. Sin embargo, el
pontífice, que define su entronización en el solio papal simplemente como
“inicio del ministerio del obispo de Roma”, llegó “casi del final del mundo”
con zapatos argentinos.
Amoldados
a sus pies, cambiaron el asfalto de Buenos Aires por los mármoles vaticanos.
“Se los entregó el 13 de marzo monseñor Eduardo García, su vicario en la
diócesis argentina”, según reveló la colaboradora de Bergoglio, Virgina Bonard,
a la RAI. “García trajo una caja donde estaban los zapatos de Bergoglio. Pensó
que el arzobispo hecho papa se habría comprado unos nuevos. Pero cuando
Francisco la abrió se dio cuenta de que eran los que ya conocía, los que su
jefe le había dejado al zapatero antes de partir hacia el cónclave en Roma,
necesitados de unas suelas nuevas”.
Lujos,
los mínimos
Ratzinger
incluso se hizo hueco en la lista de hombres con estilo de ‘Esquire’. Bergoglio
alimenta titulares por lo contrario: ha renunciado al lujoso coche oficial y
parte de la escolta, ha cambiado el papamóvil por un ‘jeep’ y, de momento,
prefiere una habitación en la residencia de Santa Marta al apartamento
pontificio del Palacio Apostólico.
Según
Cataldi Gallo, “esto demuestra la sobriedad, la atención al ahorro y a la
pobreza que Francisco lleva impresa en su historial. Pero no hubiera podido
hacerlo sin que Benedicto abriera el dique. Su dimisión fue la verdadera
revolución, confirió humanidad y fragilidad al papel de sumo pontífice. Y ahora
Francisco camina por esa nueva vía”.
“Tienen
caracteres muy distintos”, sostiene Maurizio Botta, párroco de Roma, que
organizó la conferencia ¿El Papa viste de Prada? “Siempre se mira con recelo la
manera de vestir de los santos padres. Pero no hay que mirarla de una manera ideológica.
Simplemente, dentro de la liturgia, cada uno expresa algo de su personalidad.
Benedicto se ponía lo que le preparaba el jefe de ceremonia. En cambio,
Francisco no se siente cómodo con tanto ornamento y no le importa saltarse las
reglas”.
Tuvieron
que asumirlo en la antigua sastrería Gammarelli. En este taller, fundado en
1798 a espaldas del Panteón, desde hace seis generaciones se diseña, corta y
cose la primera sotana del pontífice recién elegido. “Es una emoción profunda”,
cuenta Lorenzo Gammarelli, de 40 años, gemelos en los puños y porte elegante.
Lleva con dos primos la tienda. “Cuando Francisco se asomó al balcón, nos
miramos entre nosotros: ¿cómo le queda?, ¿cómo lo hemos hecho? Le caía
perfecta”.
Cuando
fallece un papa, en este pequeño local de madera, sin ordenadores ni
televisión, con estanterías repletas de tejidos enrollados que llegan hasta el
techo, se despliega la tela de lana color marfil y arrancan los preparativos
para el sucesor. Lo mismo pasó tras la renuncia de Benedicto XVI. “A los tres
días nos llamaron del Vaticano y nos encargaron un conjunto. Empezamos
enseguida”. Según los sastres, lo más difícil es no saber quién subirá al solio
de Pedro. “No conocemos sus medidas. Preparamos tres hábitos de tallas
distintas. Hacemos una media con las tallas de los cardenales que se visten
aquí y creamos una sotana pequeña, una mediana y una grande. Una le suele
valer. Este año quedó perfecta”, comenta.
El
escudo es el mismo que tenía en su obispado, con el emblema de la Compañía de Jesús.
Para su pontificado será ligeramente modificado.
La
misma sensación vivió Giuseppe Bianchi, anclado al televisor unos kilómetros
más al norte, cerca de Rimini. En la sedería de su bisabuelo se confecciona el
entramado que sirve para la faja que ajusta la sotana. “Lo trabajamos a mano,
en tres telares, como hace un siglo, con seda e hilo de oro. Es caro”, dice sin
desvelar el precio, “pero resiste siglos”. Gammarelli añade, ante los retratos
de los últimos siete pontífices: “En la moda papal no cambia nada desde Pío
XII. El patrón siempre es el mismo. Nos lo pasamos de padres a hijos como el
secreto mejor guardado”.
Un
rosario de 'souvenirs'
“En
tres horas llegan los souvenirs de Francisco", decía en la noche de la
elección del papa un vendedor apoyado en una columna blanca de la plaza de San
Pedro. Así fue: la ciudad del Vaticano amaneció con un nuevo pontífice y con
flamantes mercancías que glorificaban el evento. En los quioscos, en las
tiendas del Borgo Pio, en las mesitas plegables de la calle de la Conciliazione
y en las cajas que los ambulantes llevan colgando del cuello, era todo un
florecer de rosarios, imanes y postales con la foto del excardenal Bergoglio
vestido de blanco. “Los proveedores estaban preparados con maquetas y
maquinarias”, contaba el vendedor. “En cuanto hubo fumata blanca añadieron la
fecha, y apenas se asomó Francisco le sacaron una foto y ¡a imprimir!”. La
imagen no es precisamente favorecedora: una pose mucho menos espontánea que la
que le caracteriza, una sonrisa tímida, la mano que bendice rígida, el fondo
amarillo... Pero Roma, y sobre todo aquel pequeño enclave que vive alrededor de
la basílica de San Pedro, acabaron inundados. El curtido vendedor prefiere no
decir su nombre, pero su actitud —cigarrillo en la comisura incluido— le
confiere el aspecto de quien sabe de qué habla: “Llevo aquí tantos años como
para haber visto a cuatro papas: esta vez lo hicimos fenomenal. Ni un turista
se quedó sin su recuerdo del argentino”.
Además
de las cajitas con el rosario (desde 2,50 hasta 6 euros), de las postales y los
carteles en varios tamaños (de 1,50 a 3 euros), de los imanes (de todas
modalidades y precios), de las tazas (entre 5 y 6 euros)..., estos días han
llegado recuerdos más valiosos. Al repertorio de souvenirs papales se ha
sumado, por ejemplo, un álbum de pegatinas. Se titula Francesco. Habemus papam.
El álbum de la alegría, se vende en los quioscos y tiene a los niños entre sus
principales fans. Cuesta solo 2,50 euros, y cada paquete de pegatinas, algo más
de 60 céntimos. Vence quien complete primero las 400 imágenes que recorren la
vida del exarzobispo de Buenos Aires. Otro negocio particularmente fructífero
es el de la bandera argentina. Resulta imposible acercarse al Vaticano en
autobús o en metro sin toparse con decenas de banderas blancas y azules en mano
de peregrinos. Se venden a 10 euros.
Mientras
el ejército de comerciantes ambulantes se mueve alrededor de la plaza de San
Pedro, hoteleros y compañías de vuelo se frotan las manos. Los aeropuertos de
Ciampino y Fiumicino marcan un nuevo récord, con 600.000 pasajeros esperados
entre hoy y el lunes (un 34% más que en 2012), y las reservas desde Argentina
subieron un 23%. El milagro es obra de Bergoglio.
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