Jesús,
el insolente/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo.
El
Mundo | 29 de marzo de 2013.
La
causa de la muerte de Jesús, desde el punto de vista de la historia mundana, no
fue un error ni el azar sino el cuestionamiento radical que Jesús hizo de la
estima que las autoridades políticas y religiosas tenían de sí mismas más allá
de lo debido; desde el punto de vista de la historia de la salvación, es fruto
del designio divino. Su pasión molesta y sacude el mundo, interrumpe y tuerce
el curso normal de las cosas mostrando las posibilidades alternativas entre los
caminos cotidianos de las cosas. Jesús se hace inmediata historia sufriente en
su pasión; siendo el mismo Dios, sufrió no sólo la agonía sino también la duda,
el dolor infinito de sentir la separación de Dios y se tropezó con la
incapacidad de entender los inescrutables caminos del Padre. ¡Qué misterio tan
hondo e incomprensible!
La
doctrina de Jesús es como una anarquía divina; elige a los tontos para
confundir a los sabios, a los débiles para avergonzar a los poderosos. Cristo
me envió a evangelizar «no con la sabiduría de la palabra para que no se
desvirtúe la cruz de Cristo» pues escrito está: «arruinaré la sabiduría de los
sabios y anularé la inteligencia de los inteligentes» (I Cor. 1, 17-25). Los
últimos serán los primeros y los primeros, los últimos; «las prostitutas os
precederán en el Reino de los Cielos». El que intente salvar su vida la perderá
y el que la pierda, la ganará.
Las
bienaventuranzas son la cumbre de la literatura del absurdo para la mentalidad
de nuestros días: Bienaventurados los pobres, los mansos, los afligidos, los
que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de
corazón, los ultrajados y despreciados por causa de mi nombre (Mat. 5, 1-12).
Cristo es la misma insolencia, se sale de las normas, desafía las tradiciones
que traicionan el espíritu, cuestiona a los que, socialmente, no se ven casi
nunca cuestionados, se enfrenta al poder político y religioso y opera la
ruptura necesaria con el orden establecido para subrayar el carácter nuevo y
original de su mensaje. Traducido para el hombre de hoy: «El mayor poder es el
servicio». Decir esto a los sabios y poderosos es una insolencia; por eso,
Jesús es un insolente.
La
gloria de Dios no subyace en el poder de una fuerza poderosa sino en algo
incondicional, sin ejército, sin fuerza efectiva y sin poder político. Un reino
para los leprosos, prostitutas, ignaros, capitidisminuidos. El Dios omnipotente
y omnipresente da paso al Dios de los pobres, los hambrientos y los marginados.
El Dios del poder ha muerto para liberar al poder que surge de la cruz y es
fuente del renacer cristiano, que se alza en protesta contra el sufrimiento
inútil e injusto. Para los que perecen, la cruz es una insensatez y piedra de escándalo;
mas para los que creen y se salvan, es la fuerza de Dios y piedra angular del
cristianismo. A cualquier mente biempensante de su época, y de cualquier época,
las propuestas de aquel rabino debieron de parecerle un sistema perverso y
contrario al sentido común. ¡Una locura!
San
Pablo considera que estar loco es tener la cabeza suficientemente vacía, el
espíritu bastante liberado de preocupaciones cotidianas, para que el espíritu
de Dios nos pueda llenar y hablar directamente por nuestra boca. A los locos y
a los niños los domina una especie de ingenuidad que los acerca a la
naturaleza, a Dios. «Siempre me ha sido muy grato hablar tal como me viene a la
boca. Y que nadie espere de mí que, según la costumbre común de estos rectores,
yo me explique a mí misma mediante una definición ni, aún menos, que introduzca
diversos apartados. Pues serían de mal augurio ambos extremos: circunscribir
con limitaciones a aquella cuya divinidad tiene tan amplia influencia, o
recortar a quien de tal modo concita la adoración general de todos los seres»,
dijo la locura por la boca de Erasmo.
La
identidad de Jesucristo radica en su divinidad y en la entrega de sí mismo al
otro; por eso, una persona es cristiana en la medida de su entrega a los demás.
Por ello, Dios deja de ser lo absolutamente distinto y distante porque en
Cristo se hizo uno más entre nosotros y así lo que un hombre hace a otro hombre
-«lo que hacéis con uno de éstos conmigo lo hacéis»-, a Él mismo se lo hace. El
Reino de Jesús transporta a sus seguidores a una trascendencia profunda, a los
fines últimos para responder a la añoranza y nostalgia del absoluto que tiene
el hombre.
El
cristiano vive esperanzado con la justicia futura pero mira con impaciencia el
dolor y el sufrimiento inútiles y se rebela contra la injusticia y la muerte
injusta de seres inocentes, se pone al frente del proyecto inalcanzable de
destruir todos los falsos dioses del poder soberano, e intenta trasmitir su fe
y dejar un mundo mejor a los que vendrán detrás. Los que sufren inútil e injustamente
son el cuerpo sufriente de Dios. Las acciones justas del hombre permiten a Dios
manifestarse y le dan cuerpo. Las maneras como Dios ocurre y se manifiesta en
la historia cambian, pasan, se transforman pero su presencia dura y perdura en
las cosas que pasan.
Religión
es lo que nos ocurre en nombre de Dios y significa hacer ocurrir a Dios en el
mundo y hacernos dignos de lo que nos ocurre. El tiempo es el horizonte de todo
intento de comprensión y de interpretación. Puede que el lenguaje de buena parte
de los obispos y curas españoles sobre Dios no sea el mejor posible ni el más
apropiado. Para la gente de hoy, Dios es presencia y un ser que se temporaliza,
que comienza de nuevo cada mañana y que, con cada comienzo, se organiza de
nuevo en el estrechamiento de ritual y lenguaje. Se puede hablar de un sagrado
salvaje, liberado de las instituciones, que disfruta de gran movilidad porque
los objetos que están revestidos de él también cambian y se mueven con
facilidad y se expresa según las experiencias subjetivas. Pero las religiones
seculares y civiles no encierran ninguna promesa de un porvenir fuera de este
mundo
Los
teólogos y la Iglesia están obligados a analizar los sueños y los temores de la
gente de hoy para hablarle de Dios de una manera inteligible. La teología es la
interpretación del hombre y de la época expresada con un lenguaje sobre Dios.
Debe dar una imagen refleja del mundo de la vida poniendo el énfasis sobre el
sufrimiento y el amor de Dios. El lenguaje es histórico y, por lo tanto, contingente
aunque su contenido revelado no lo sea. La tarea de los teólogos es traducir la
realidad cotidiana al lenguaje evangélico para que no parezca un mero documento
de una época pasada.
Para
sintonizar y estar en armonía con el nuevo Reino hay que cambiar el corazón de
piedra por una mente y un corazón humildes y caritativos. Esta transformación,
en lenguaje teológico, se llama conversión y su fruto es el hombre nuevo, quien
está convencido de que «donde hay amor, allí está Dios» porque «Dios es caridad».
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