La
idea europea y Latinoamérica/Michel Wieviorka
Publicado en La
Vanguardia | 22 de marzo de 2013
Cuando
el cardenal polaco Wojtyla fue elegido Papa en 1978, fue fácil ver en ello una
poderosa señal en dirección de la Polonia sometida al yugo de Moscú: la Iglesia
católica quería participar plenamente en el declive del comunismo.
Treinta
y cinco años después, un cardenal argentino, Bergoglio, ha sido elegido Papa y
el mensaje no es menos evidente: el centro de gravedad del catolicismo se
desplaza. Ampliemos el alcance del acontecimiento: ¿no es esta elección una
expresión del debilitamiento de Europa y del importante ascenso de América
Latina?
Los
desafíos lanzados por la globalización son económicos, pero también culturales.
Europa se caracteriza, en este caso y ante todo, por sus preocupados debates
sobre la inmigración y sobre el islam y por su creciente rechazo del
multi-culturalismo incluso en países que le eran favorables como los Países Bajos.
Las identidades minoritarias, regionales, étnicas, de origen nacional son
acusadas, con razón o sin ella, de ser tentadas por el comunitarismo. Los
nacionalismos prosperan y la idea de nación, mucho más allá de los extremos
radicalizados, se impulsa para oponer una historia, una lengua, una cultura no
sólo a la globalización, sino también a Europa.
La
idea europea no se apoya más que en modestas referencias históricas y la idea
de una cultura común sólo se corresponde escasamente con la realidad, a menos
que se quieran resaltar los valores cristianos de Europa, cuestión en la que no
se logra el consenso. Europa es una idea mucho más débil que las naciones que
la componen y que hoy día tienden a abandonarla.
América
Latina está unida por el español, lengua que además se entiende bien en Brasil.
Su historia es la historia –compartida– de la lucha contra la colonización y
posteriormente contra la dependencia; acerca a sus naciones más que oponerlas
entre sí, aun cuando guerras y tensiones internacionales formen parte
integrante de la misma historia. El catolicismo es en ella una religión de
masas –que acaba de implicar la elección del papa Francisco– y el auge de
nuevas iglesias protestantes no pone en tela de juicio el carácter
profundamente cristiano. Por supuesto, la unidad de América Latina puede
suscitar diversos interrogantes: ¿no se ha orientado México, de forma
creciente, hacia Estados Unidos? Brasil, potencia mundial en lo sucesivo, ¿no
es mucho más brasileño que latinoamericano? El Caribe ¿no es un conjunto
heterogéneo, de tropismos distintos de los latinoamericanos: holandeses,
británicos, estadounidenses, franceses…? Eso no quita que la conciencia
colectiva latinoamericana sea fuerte, mucho más que la conciencia europea.
Europa
es una construcción política más avanzada que América Latina y más sólidamente
amarrada a la democracia que esta. Pero los sistemas políticos de sus estados
nación parecen estar sin aliento ni imaginación. A la derecha, la crisis
económica ha hecho tambalearse a las ideologías liberales sin que otros modelos
las hayan sustituido; a la izquierda, los partidos dudan entre fórmulas
socialdemócratas difíciles de poner en práctica, el rigor o el recurso mágico a
políticas de reactivación. La crisis política afecta seriamente a varios países
del euro. En Francia o en España han creído salir adelante pasando de izquierda
a derecha (de Zapatero a Rajoy) o de derecha a izquierda (de Sarkozy a
Hollande). En Grecia o Italia, se ha dicho que cada palo (los partidos
clásicos) aguante su vela: al poder los tecnócratas acostumbrados a las
prácticas y razonamientos de Bruselas o del FMI; en ambos casos, se ha vuelto a
esta idea. Por otra parte, se perfila el brote de populismos de todas clases,
de los que Italia acaba de dar una versión original con Grillo. Si a ello se
añade la abstención en las urnas, hay que referirse sin duda a una crisis de la
democracia.
En
América Latina, la democracia sigue siendo frágil. Sin embargo, de Porto
Alegre, en Brasil, ha venido el ejemplo concreto de la democracia
participativa. Y en toda la región se conciben –sea cual fuere el juicio que
pueda tenerse de ellas– concepciones nuevas o renovadas de ideas e izquierda,
en Ecuador (Correa), Brasil (Lula y luego Dilma), Venezuela (Chávez), Chile
(donde Bachelet obtendría plausiblemente la presidencia para un segundo
mandato) o Bolivia (Morales). En Europa nos beneficiaría conocer las dinámicas
de mestizaje cultural que operan en América Latina y el modo en que las
diversas fórmulas de multi-culturalismo aseguran la inclusión política y social
así como el reconocimiento cultural de las distintas poblaciones hasta ahora
nada o poco reconocidas como los indios y descendientes sobre todo de
africanos. La democracia, en América Latina, ha representado la victoria contra
la dictadura, pero también sobre las ideologías revolucionarias. Sigue estando
amenazada por la violencia, pero aparte de las FARC, en Colombia, las
guerrillas han desaparecido.
¿Es
menester subrayar la gravedad de la crisis económica en Europa, la recesión
prevista en el 2012 y el 2013, la pobreza, la explosión del paro que afecta al
19,9% de la población activa en la zona euro? Este desastre no alcanza a toda
Europa con la misma intensidad: Alemania conoce el pleno empleo, los Países
Bajos (5,3%) y Austria (4,9%) se las arreglan en buena medida e incluso el
Reino Unido (7,7%) o Suecia (8,1%). Es decir, en todas partes en Europa
preocupan las dificultades que atraviesa el Estado de bienestar.
La
economía latinoamericana no llega al nivel de la UE y la pobreza es flagrante y
el empleo goza de menor protección, de modo que tampoco hay que hacer de esta
región un paraíso. Se observan grandes disparidades de un país a otro: el PIB
por habitante va de 18.000 dólares (Chile, Argentina, Uruguay) a 500 dólares
(Haití). Pero –y esto es fundamental– América Latina conoce un verdadero
desarrollo y una reducción significativa de la pobreza. Encajó rápidamente el
golpe de la crisis financiera global en el 2008 y desde el 2009 ha
experimentado una reactivación. Ciertas voces critican este fenómeno
notablemente deudor de las exportaciones a China de materias primas y de soja y
apelan a una transformación del sistema productivo pasando por la
investigación, la innovación y la enseñanza superior. Lo cierto es que América
Latina tiene experiencia de las crisis financieras, a las que ha hecho frente
reforzando el papel del Estado y regulando las finanzas, además de aplicar
políticas contracíclicas consistentes en invertir cuando la crisis alcanza su
punto culminante. Y lo propio cabe decir en materia cultural y política:
América Latina mira el porvenir con optimismo y confianza en sí misma allí
donde Europa funciona de manera básicamente defensiva, en medio del miedo y la
inquietud.
En
esta Europa presa de dudas, los ciudadanos suelen tener la sensación de que el
poder es lejano y tecnocrático. Entre las críticas de izquierda, que piden en
vano políticas de reactivación, y las –de tono amenazador– centradas en la idea
de nación, que anuncian el fin de Europa, la esperanza de un futuro mejor cede
terreno. Por el contrario, en América Latina la integración económica avanza, a
través de acuerdos como los de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la
embrionaria Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y los
jefes de Estado se reúnen regularmente para mejorar el funcionamiento del
mercado regional. Europa se beneficiará notablemente si termina con un
etnocentrismo que le impide ver que otras regiones del mundo, en este caso
América Latina, hacen una aportación constructiva a las respuestas que ella
misma intenta aportar ante la “triste globalización” de la que habla el
economista Daniel Cohen.
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