Irak,
10 años después/Henry Kamen es historiador británico, su nuevo libro, La Inquisición Española: Historia y Mito, se publica esta primavera con Editorial Crítica.
- Por lo menos 116.000 civiles iraquíes y más de 4.800 soldados de la coalición murieron en Irak entre en 2003 y la retirada de EU en 2011
El
Mundo | 20 de marzo de 2013
Hoy
se cumplen 10 años de la invasión de Irak por las fuerzas de la coalición, y la
violencia continúa. En los últimos días, coches bomba han seguido matando a
civiles en el centro de Bagdad. Los americanos teóricamente se han ido, pero no
han legado un país estable y tranquilo, y no han dejado un régimen democrático
del tipo que Bush prometió cuando inició la invasión. El mundo tiene pocas
razones para lamentar la desaparición del régimen de Sadam Husein, pero en
cambio tiene motivos para deplorar las consecuencias de un conflicto que ha
cambiado la historia del mundo.
La
Operación Libertad Iraquí, para darle el nombre adoptado por el Gobierno de
EEUU, se basó en información inexacta sobre cada aspecto imaginable del
ejercicio. Afirmaba que Irak tenía armas de destrucción masiva, que no tenia;
alegó que los iraquíes querían democracia, que no deseaban; afirmó que sería
una invasión sin casi derramamiento de sangre, pero no fue así; alegó que el
petróleo no era el blanco del ejercicio, que en realidad resultó serlo. Nada de
esto es una sorpresa para aquellos que están familiarizados con la motivación
de los políticos y generales, pero lo increíble es que mucha gente todavía
acepta los argumentos que presentó Bush. La misión, afirmó,
era clara:
«Desarmar a Irak de armas de destrucción masiva, terminar con el apoyo de Sadam
Husein al terrorismo, y liberar al pueblo iraquí». Los políticos de otros
países asumieron que Bush sabía de lo que hablaba. Un informe redactado por una
comisión parlamentaria británica acaba de informar que Tony Blair y sus
asesores no «estudiaron la historia de la zona antes de acordar la ayuda a
América en la guerra», y que «los críticos se preguntan legítimamente cuántos
de aquellos que tomaron decisiones sobre la intervención en Irak conocían
realmente la historia de esas afligidas regiones».
¿Cuánto
ha costado la guerra de Irak en vidas y miseria? Recientemente, se han hecho
varios cálculos. Las estimaciones hechas esta semana por la revista británica
The Lancet sugieren que por lo menos 116.000 civiles iraquíes y más de 4.800
tropas de la coalición murieron en Irak entre en 2003 y la retirada de EEUU en
2011. La guerra, dicen, ha costado hasta ahora a Estados Unidos 625.000
millones de euros y podría finalmente llegar a tres billones. Además, «muchos
civiles iraquíes resultaron heridos o enfermaron debido a los daños a la
infraestructura de los centros sanitarios del país, y unos cinco millones
fueron desplazados. Más de 31.000 militares de EEUU resultaron heridos y un
porcentaje importante de los destacados allí sufrió estrés postraumático,
lesiones cerebrales y otros trastornos neuropsicológicos, y problemas
psicosociales concomitantes».
Un
informe diferente, también de esta semana y publicado por la Universidad de
Brown, señala que la guerra ha costado a EEUU 1,5 billones de euros, más
400.000 millones en beneficios adeudados a los veteranos de guerra. También
indica que ha matado al menos a 134.000 civiles iraquíes y pudo haber
contribuido a la muerte de hasta cuatro veces ese número. Cuando se incluyen
fuerzas de seguridad, insurgentes, periodistas y trabajadores humanitarios, los
muertos se elevan a una cifra de 176.000 a 189.000. El estudio, que también
toma en cuenta las guerras en Afganistán, Pakistán e Irak, calcula que la cifra
de muertos de las tres guerras se sitúa en aproximadamente en 329.000 personas.
¡Y todo para conseguir una democracia que nunca se ha establecido ni en Irak,
Afganistán o Pakistán!
Si
las pérdidas han sido tan enormes, ¿quien ha salido ganando con la guerra? Se
pueden sugerir muchas respuestas, pero éste no es el lugar para eso. Basta
decir que la mayoría de la gente en el Reino Unido y en Estados Unidos está
convencido de que la guerra de Irak no debía haberse librado. Los sondeos
muestran que más del 60% de los estadounidenses cree que la guerra de Irak no
era necesaria. Esto se traduce a ¡140 millones de americanos!
¿Dónde
nos situamos hoy sobre esta cuestión? Está claro que las intervenciones
militares en Irak y otros países fueron llevadas a cabo por personas que no
tenían un conocimiento sólido y no hicieron ningún esfuerzo para comprender qué
tipo de sociedad existía en los países musulmanes. Diplomáticos y soldados se
adentraron en territorios de los que desconocían la historia y cultura y no
hablaban los idiomas. Como resultado no han podido -y la evidencia de esto es
más firme cada día- sacar nada positivo del enorme desperdicio de dinero y
vidas a que expusieron a su propia gente. Han fracasado al igual que los
españoles del siglo XVI fallaron en América y en los Países Bajos, la única
diferencia es que los españoles en aquel tiempo hablaban de religión y los
gobiernos de hoy hablan de democracia. Las víctimas son siempre las mismas:
personas de países que tenían sus propios problemas, pero cuyos problemas
empeoraron cuando los extranjeros intervinieron. Los iraquíes han sufrido: de
la violencia que ha venido de las fuerzas de ocupación; de los empresarios que
las mismas fuerzas han elegido como sus socios para dirigir Irak; y de las
fuerzas insurgentes que afirmaban que era su deber, tanto patriótico como
religioso, participar en la sublevación. El coste humano ha sido devastador, y
existen muchas razones para considerar que la guerra de Irak ha sido el
desastre más grande de EEUU desde Vietnam.
No
hay ninguna razón para preguntar qué lecciones se pueden sacar. Desde el
comienzo de la Historia, hemos sabido cuáles eran y no hemos podido aprender de
nuestros errores. Siempre hay motivos más poderosos que otros, y éstos incluyen
la avaricia, el chauvinismo y el racismo. Esta semana un periódico
estadounidense ha publicado una entrevista con un general americano, quien
describe su ira y dolor por la cantidad de soldados que siguió perdiendo, cinco
o seis años después de la llamada «victoria» sobre Sadam. El general retirado
dice que «tiene que creer» que la guerra de Irak valió el sacrificio que hizo
EEUU, pero también dice que vio cosas «que nadie nunca debería ver. Había días
que descubríamos un centenar de cuerpos en las calles de Bagdad». Eso fue en
2006. Desde entonces, las tropas estadounidenses se han retirado, pero hoy,
siete años después, poco ha cambiado.
Sin
embargo, podemos especificar más sobre el problema. Para muchos, hablar de Irak
es hablar de un país lejano. Sin embargo para EEUU no hay países lejanos. Desde
la época de George W. Bush, si no antes, Estados Unidos considera todo el mundo
como un campo de batalla estadounidense regido por «reglas de guerra» que solo
ellos crean. Todos los ciudadanos, de cualquier país, son vistos como
terroristas potenciales y pueden ser extraditados a EEUU cuando sea necesario.
Todos los países son Iraks potenciales, y todas las armas en manos de otros
países pueden ser clasificadas como armas de destrucción masiva. La
intervención militar en cualquier país (hoy, Afganistán, Irán mañana, al día
siguiente quién sabe) se ve justificada porque es considerada como una medida
de defensa contra el terrorismo. Irak no es un caso único y no debemos
engañarnos sobre él: Irak es un símbolo de todo el mundo, visto a través de los
ojos del Gobierno estadounidense. Es un símbolo de la terrible situación a la
que hemos llegado, y en la que estamos todos involucrados, gracias no sólo a
los extremistas islámicos, sino también a los políticos, banqueros y generales
que afirman que están ahí para proteger la democracia.
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Los
iraquíes no pierden la esperanza/ Ayad Allawi, was Iraq’s first prime minister after the fall of Saddam Hussein (2003-2005), and oversaw Iraq’s first free election. He now leads the Iraqiya bloc in the Iraqi parliament.
Traducción: Esteban Flamini.
Project
Syndicate | 20 de marzo
Ya
pasaron diez años desde el derrocamiento de Saddam Hussein, que se produjo
después de más de tres décadas de tiranía. Tras la caída de Saddam, los
iraquíes soñaron construir un nuevo Irak, próspero y democrático. Había un
deseo casi unánime de un país en paz consigo mismo y con sus vecinos, y de una
constitución que defendiera los derechos humanos básicos y el estado de
derecho.
Pero
Estados Unidos y sus aliados, sin una visión coherente del futuro de Irak, y
mucho menos una política razonable para la etapa posterior a Saddam, declararon
a Irak país ocupado y encargaron su conducción a un administrador designado por
Estados Unidos, que al poco tiempo decidió desmantelar todas las instituciones
de seguridad, militares y de prensa existentes. También introdujo una ley de
desbaazificación del país, que proscribió de ocupar puestos públicos (sin
derecho a apelación) a miembros del partido Baaz y dejó el camino abierto para
la llegada del sectarismo y, finalmente, el desorden y la violencia civil.
Estos
lamentables (y a la larga, desastrosos) acontecimientos dejaron a Irak, un país
estratégico situado en el corazón de una región del mundo convulsionada y a la
vez vital, apoyado sobre cimientos inestables. A lo largo de los diez años de
agonía que siguieron, el país pasó por sucesivas etapas de desmanejo que lo
fracturaron y destruyeron los sueños de los iraquíes, que veían a su amada
patria deslizarse una vez más hacia el autoritarismo, mientras la constitución
era objeto de violaciones casi a diario. El mundo observaba aparentemente
incapaz de hacer nada.
La
última elección general celebrada en Irak en 2010 trajo consigo esperanzas de
recuperación, al alcanzarse un acuerdo de coparticipación del poder entre las
comunidades sunita, shiíta y kurda, que supuestamente garantizaría que el país
no cayera otra vez en la dictadura. En esas elecciones había surgido como
bloque mayoritario el Movimiento Nacional Iraquí (que lidero). Pero a pesar del
resultado, acordamos renunciar al liderazgo que nos otorga la Constitución,
convencidos de que la coparticipación del poder y el respeto por los derechos
de todos los iraquíes son la única fórmula para gobernar el país
democráticamente. Sin embargo, estas esperanzas pronto se desvanecieron, cuando
quien ocupa el cargo de primer ministro de Irak desde hace dos mandatos, Nuri
Al Maliki, se negó a respetar dicho acuerdo.
Hoy,
los mismos derechos humanos que la constitución garantizó son objeto de
violaciones, y el sistema judicial está politizado y sometido a manipulaciones
y abusos rutinarios con el fin de justificar las acciones del primer ministro.
En vez de controlar al gobierno de Maliki, los tribunales facilitan su búsqueda
de poder creciente.
Como
si los iraquíes comunes no tuvieran ya suficientes problemas, los servicios
públicos se han deteriorado hasta un nivel calamitoso y hay un veloz aumento
del desempleo, a pesar de que tras siete años de gobierno de Maliki el gasto
público ya supera los 500.000 millones de dólares. El sectarismo y el racismo
se han convertido en elementos habituales del paisaje político, y la corrupción
no tiene freno. En la actualidad, Bagdad se considera uno de los peores lugares
del mundo para vivir.
Si
Irak continúa por esta senda desastrosa, no habrá otro resultado que caos y
guerra civil, y las consecuencias para toda la región serán terribles. Pero los
iraquíes no pierden la esperanza de un futuro mejor.
La
llegada de un nuevo ciclo electoral, que comenzará en abril con elecciones de
nivel local, trae consigo otra oportunidad para poner a Irak en la senda
correcta. Pero para que eso ocurra, es imprescindible que la votación sea libre
y el recuento de los votos sea justo.
Sin
embargo, el gobierno actual es incapaz de supervisar elecciones libres y
justas. Es necesario tomar medidas significativas, que incluyen la
participación activa de organismos y observadores internacionales neutrales que
controlen al gobierno y garanticen que se respete la voluntad de los votantes.
Tenemos plenas esperanzas de que se dará a los iraquíes (hartos ya de partidos
políticos sectarios) libertad para elegir a aquellos candidatos que abogan por
una plataforma sin sectarismo ni racismo.
La
aprobación de una nueva ley que limita a dos períodos el mandato de los
funcionarios de mayor jerarquía nos da también motivos para esperar que los
puestos de poder sean ocupados por una nueva dirigencia que esté obligada a
rendir cuentas de sus acciones. Estoy seguro de que la coparticipación del
poder, la reconciliación y el principio de responsabilidad son la única salida
que tiene Irak. Esperemos que esta primavera (que llega diez años después de la
invasión estadounidense y la caída de Saddam) traiga para Irak un nuevo y
constructivo comienzo.
**
Donde
reside la dignidad/Juan Diego Botto, actor, participó activamente en las movilizaciones
El
País | 20 de marzo de 2013
Se
cumplen diez años de la invasión de Irak. Diez años de aquel acto ignominioso
que produjo cientos de miles de muertos y millones de desplazados, aquella
guerra que destrozó todas las estructuras sociales que sostienen un país. En su
momento, la invasión fue descrita como un golpe de Estado internacional. EE UU
y sus escasos aliados se enfrentaban al mayor rechazo jamás organizado contra
una guerra, muy por encima incluso del que en su día se vivió contra la
intervención norteamericana en Vietnam. Quizá por ello pusieron todo su poderío
propagandístico, político, diplomático y militar encima de la mesa para ganar
una batalla que para ellos tenía tanto valor estratégico y económico como
simbólico. Torcieron la ley internacional con mentiras de corto recorrido para
entrar a sangre y fuego en el país donde, entre el Tigris y el Éufrates, nació
nuestra civilización.
No
creo estar exagerando. Las armas de destrucción masiva que justificaban la
intervención, aquellas armas que nuestro presidente de entonces nos juró que
existían, aquellas que iban a ser usadas de forma inminente contra la
humanidad, nunca fueron halladas. No existían. Después llegaron los crímenes de
guerra, el asesinato de periodistas, protegidos por las leyes internacionales
que rigen las guerras, los casos de torturas y los asesinatos indiscriminados
de civiles por parte de tropas regulares o de mercenarios. Y después, cuando
todo se derrumbó, los conflictos sectarios.
“No
queda nada, casi todos mis amigos están muertos o se han ido, no hay nadie al
otro lado del teléfono cuando marcas números de Irak, ya nadie deja las puertas
de las casas abiertas, los teatros están vacíos, no hay música, solo hay
miedo”. Así me hablaba hace unos años Jamal, un amigo bagdadí que ahora reside
en Noruega. Jamal pasó por la cárcel de Abu Ghraib, sufrió en sus carnes la
tortura y le ha costado mucho esfuerzo enterrar sus lágrimas para seguir
adelante, para no derrumbarse cada día al recordar una vida que ya no volverá
en un país que ya no existe. No era él un hombre afín al régimen, de hecho no
se libró de las cárceles de Sadam, pero desde el primer momento se opuso a la
entrada de tropas invasoras en su país. Hoy, en la distancia, Jamal trata de
educar a sus dos hijos en el amor a un pueblo que ellos casi no recuerdan.
Han
pasado diez años de la guerra de Irak, diez años del NO A LA GUERRA. Una
redactora de EL PAÍS me ha pedido que hable de lo que supuso el activismo de
aquellos años, qué relevancia tuvo la protesta que tantos ciudadanos llevamos a
cabo en España. Pero me da pudor hablar de nosotros, no puedo evitarlo, no
puedo dejar de pensar en ellos, que lo perdieron todo y que lo entregaron todo.
En ellos, por quienes nos manifestábamos.
Con
respecto a nosotros, solo puedo decir que mereció la pena. Una y mil veces
mereció la pena. Uno no lucha por la justicia solo porque crea que tiene
opciones de triunfar, sino precisamente porque cree que los motivos de la movilización
son merecedores de esa lucha. Ganar no es la medida de lo digno, de lo noble,
de lo justo. Solo diré que vencimos en dignidad, en dejar claro que el pueblo
español, de forma mayoritaria, rechazaba la guerra.
Aquello
permitió que hoy podamos mirarnos a la cara sabiendo que hicimos todo lo
posible. Aquello tejió redes de solidaridad y de activismo que se mantienen a
día de hoy, y supuso la mayor implicación en la vida pública de toda una
generación, así como su despertar a la política. Y cuando digo política me
refiero a la política, a la actitud que se preocupa por lo colectivo no en
sentido partidista.
Aquello
permitió a toda una generación aprender algo que hoy es más importante que
nunca: la realidad la debemos configurar nosotros y no delegarla en otros cuyos
intereses son muy distintos a los nuestros. La historia es lo que nosotros, con
nuestra implicación y lucha, hacemos de ella y depende de nosotros cambiar las
cosas. Si creen que estoy exagerando, simplemente háganse esta pregunta: ¿Qué
pensarías de ti mismo si nunca hubieras gritado NO A LA GUERRA?
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