23 mar 2013

Irak, after 10 años


Irak, 10 años después/Henry Kamen es historiador británico, su nuevo libro, La Inquisición Española: Historia y Mito, se publica esta primavera con Editorial Crítica.

  • Por lo menos 116.000 civiles iraquíes y más de 4.800 soldados de la coalición murieron en Irak entre en 2003 y la retirada de EU en 2011

El Mundo | 20 de marzo de 2013
Hoy se cumplen 10 años de la invasión de Irak por las fuerzas de la coalición, y la violencia continúa. En los últimos días, coches bomba han seguido matando a civiles en el centro de Bagdad. Los americanos teóricamente se han ido, pero no han legado un país estable y tranquilo, y no han dejado un régimen democrático del tipo que Bush prometió cuando inició la invasión. El mundo tiene pocas razones para lamentar la desaparición del régimen de Sadam Husein, pero en cambio tiene motivos para deplorar las consecuencias de un conflicto que ha cambiado la historia del mundo.
La Operación Libertad Iraquí, para darle el nombre adoptado por el Gobierno de EEUU, se basó en información inexacta sobre cada aspecto imaginable del ejercicio. Afirmaba que Irak tenía armas de destrucción masiva, que no tenia; alegó que los iraquíes querían democracia, que no deseaban; afirmó que sería una invasión sin casi derramamiento de sangre, pero no fue así; alegó que el petróleo no era el blanco del ejercicio, que en realidad resultó serlo. Nada de esto es una sorpresa para aquellos que están familiarizados con la motivación de los políticos y generales, pero lo increíble es que mucha gente todavía acepta los argumentos que presentó Bush. La misión, afirmó,
era clara: «Desarmar a Irak de armas de destrucción masiva, terminar con el apoyo de Sadam Husein al terrorismo, y liberar al pueblo iraquí». Los políticos de otros países asumieron que Bush sabía de lo que hablaba. Un informe redactado por una comisión parlamentaria británica acaba de informar que Tony Blair y sus asesores no «estudiaron la historia de la zona antes de acordar la ayuda a América en la guerra», y que «los críticos se preguntan legítimamente cuántos de aquellos que tomaron decisiones sobre la intervención en Irak conocían realmente la historia de esas afligidas regiones».
¿Cuánto ha costado la guerra de Irak en vidas y miseria? Recientemente, se han hecho varios cálculos. Las estimaciones hechas esta semana por la revista británica The Lancet sugieren que por lo menos 116.000 civiles iraquíes y más de 4.800 tropas de la coalición murieron en Irak entre en 2003 y la retirada de EEUU en 2011. La guerra, dicen, ha costado hasta ahora a Estados Unidos 625.000 millones de euros y podría finalmente llegar a tres billones. Además, «muchos civiles iraquíes resultaron heridos o enfermaron debido a los daños a la infraestructura de los centros sanitarios del país, y unos cinco millones fueron desplazados. Más de 31.000 militares de EEUU resultaron heridos y un porcentaje importante de los destacados allí sufrió estrés postraumático, lesiones cerebrales y otros trastornos neuropsicológicos, y problemas psicosociales concomitantes».
Un informe diferente, también de esta semana y publicado por la Universidad de Brown, señala que la guerra ha costado a EEUU 1,5 billones de euros, más 400.000 millones en beneficios adeudados a los veteranos de guerra. También indica que ha matado al menos a 134.000 civiles iraquíes y pudo haber contribuido a la muerte de hasta cuatro veces ese número. Cuando se incluyen fuerzas de seguridad, insurgentes, periodistas y trabajadores humanitarios, los muertos se elevan a una cifra de 176.000 a 189.000. El estudio, que también toma en cuenta las guerras en Afganistán, Pakistán e Irak, calcula que la cifra de muertos de las tres guerras se sitúa en aproximadamente en 329.000 personas. ¡Y todo para conseguir una democracia que nunca se ha establecido ni en Irak, Afganistán o Pakistán!
Si las pérdidas han sido tan enormes, ¿quien ha salido ganando con la guerra? Se pueden sugerir muchas respuestas, pero éste no es el lugar para eso. Basta decir que la mayoría de la gente en el Reino Unido y en Estados Unidos está convencido de que la guerra de Irak no debía haberse librado. Los sondeos muestran que más del 60% de los estadounidenses cree que la guerra de Irak no era necesaria. Esto se traduce a ¡140 millones de americanos!
¿Dónde nos situamos hoy sobre esta cuestión? Está claro que las intervenciones militares en Irak y otros países fueron llevadas a cabo por personas que no tenían un conocimiento sólido y no hicieron ningún esfuerzo para comprender qué tipo de sociedad existía en los países musulmanes. Diplomáticos y soldados se adentraron en territorios de los que desconocían la historia y cultura y no hablaban los idiomas. Como resultado no han podido -y la evidencia de esto es más firme cada día- sacar nada positivo del enorme desperdicio de dinero y vidas a que expusieron a su propia gente. Han fracasado al igual que los españoles del siglo XVI fallaron en América y en los Países Bajos, la única diferencia es que los españoles en aquel tiempo hablaban de religión y los gobiernos de hoy hablan de democracia. Las víctimas son siempre las mismas: personas de países que tenían sus propios problemas, pero cuyos problemas empeoraron cuando los extranjeros intervinieron. Los iraquíes han sufrido: de la violencia que ha venido de las fuerzas de ocupación; de los empresarios que las mismas fuerzas han elegido como sus socios para dirigir Irak; y de las fuerzas insurgentes que afirmaban que era su deber, tanto patriótico como religioso, participar en la sublevación. El coste humano ha sido devastador, y existen muchas razones para considerar que la guerra de Irak ha sido el desastre más grande de EEUU desde Vietnam.
No hay ninguna razón para preguntar qué lecciones se pueden sacar. Desde el comienzo de la Historia, hemos sabido cuáles eran y no hemos podido aprender de nuestros errores. Siempre hay motivos más poderosos que otros, y éstos incluyen la avaricia, el chauvinismo y el racismo. Esta semana un periódico estadounidense ha publicado una entrevista con un general americano, quien describe su ira y dolor por la cantidad de soldados que siguió perdiendo, cinco o seis años después de la llamada «victoria» sobre Sadam. El general retirado dice que «tiene que creer» que la guerra de Irak valió el sacrificio que hizo EEUU, pero también dice que vio cosas «que nadie nunca debería ver. Había días que descubríamos un centenar de cuerpos en las calles de Bagdad». Eso fue en 2006. Desde entonces, las tropas estadounidenses se han retirado, pero hoy, siete años después, poco ha cambiado.
Sin embargo, podemos especificar más sobre el problema. Para muchos, hablar de Irak es hablar de un país lejano. Sin embargo para EEUU no hay países lejanos. Desde la época de George W. Bush, si no antes, Estados Unidos considera todo el mundo como un campo de batalla estadounidense regido por «reglas de guerra» que solo ellos crean. Todos los ciudadanos, de cualquier país, son vistos como terroristas potenciales y pueden ser extraditados a EEUU cuando sea necesario. Todos los países son Iraks potenciales, y todas las armas en manos de otros países pueden ser clasificadas como armas de destrucción masiva. La intervención militar en cualquier país (hoy, Afganistán, Irán mañana, al día siguiente quién sabe) se ve justificada porque es considerada como una medida de defensa contra el terrorismo. Irak no es un caso único y no debemos engañarnos sobre él: Irak es un símbolo de todo el mundo, visto a través de los ojos del Gobierno estadounidense. Es un símbolo de la terrible situación a la que hemos llegado, y en la que estamos todos involucrados, gracias no sólo a los extremistas islámicos, sino también a los políticos, banqueros y generales que afirman que están ahí para proteger la democracia.
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Los iraquíes no pierden la esperanza/ Ayad Allawi, was Iraq’s first prime minister after the fall of Saddam Hussein (2003-2005), and oversaw Iraq’s first free election. He now leads the Iraqiya bloc in the Iraqi parliament. 
Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate | 20 de marzo 
Ya pasaron diez años desde el derrocamiento de Saddam Hussein, que se produjo después de más de tres décadas de tiranía. Tras la caída de Saddam, los iraquíes soñaron construir un nuevo Irak, próspero y democrático. Había un deseo casi unánime de un país en paz consigo mismo y con sus vecinos, y de una constitución que defendiera los derechos humanos básicos y el estado de derecho.
Pero Estados Unidos y sus aliados, sin una visión coherente del futuro de Irak, y mucho menos una política razonable para la etapa posterior a Saddam, declararon a Irak país ocupado y encargaron su conducción a un administrador designado por Estados Unidos, que al poco tiempo decidió desmantelar todas las instituciones de seguridad, militares y de prensa existentes. También introdujo una ley de desbaazificación del país, que proscribió de ocupar puestos públicos (sin derecho a apelación) a miembros del partido Baaz y dejó el camino abierto para la llegada del sectarismo y, finalmente, el desorden y la violencia civil.
Estos lamentables (y a la larga, desastrosos) acontecimientos dejaron a Irak, un país estratégico situado en el corazón de una región del mundo convulsionada y a la vez vital, apoyado sobre cimientos inestables. A lo largo de los diez años de agonía que siguieron, el país pasó por sucesivas etapas de desmanejo que lo fracturaron y destruyeron los sueños de los iraquíes, que veían a su amada patria deslizarse una vez más hacia el autoritarismo, mientras la constitución era objeto de violaciones casi a diario. El mundo observaba aparentemente incapaz de hacer nada.
La última elección general celebrada en Irak en 2010 trajo consigo esperanzas de recuperación, al alcanzarse un acuerdo de coparticipación del poder entre las comunidades sunita, shiíta y kurda, que supuestamente garantizaría que el país no cayera otra vez en la dictadura. En esas elecciones había surgido como bloque mayoritario el Movimiento Nacional Iraquí (que lidero). Pero a pesar del resultado, acordamos renunciar al liderazgo que nos otorga la Constitución, convencidos de que la coparticipación del poder y el respeto por los derechos de todos los iraquíes son la única fórmula para gobernar el país democráticamente. Sin embargo, estas esperanzas pronto se desvanecieron, cuando quien ocupa el cargo de primer ministro de Irak desde hace dos mandatos, Nuri Al Maliki, se negó a respetar dicho acuerdo.
Hoy, los mismos derechos humanos que la constitución garantizó son objeto de violaciones, y el sistema judicial está politizado y sometido a manipulaciones y abusos rutinarios con el fin de justificar las acciones del primer ministro. En vez de controlar al gobierno de Maliki, los tribunales facilitan su búsqueda de poder creciente.
Como si los iraquíes comunes no tuvieran ya suficientes problemas, los servicios públicos se han deteriorado hasta un nivel calamitoso y hay un veloz aumento del desempleo, a pesar de que tras siete años de gobierno de Maliki el gasto público ya supera los 500.000 millones de dólares. El sectarismo y el racismo se han convertido en elementos habituales del paisaje político, y la corrupción no tiene freno. En la actualidad, Bagdad se considera uno de los peores lugares del mundo para vivir.
Si Irak continúa por esta senda desastrosa, no habrá otro resultado que caos y guerra civil, y las consecuencias para toda la región serán terribles. Pero los iraquíes no pierden la esperanza de un futuro mejor.
La llegada de un nuevo ciclo electoral, que comenzará en abril con elecciones de nivel local, trae consigo otra oportunidad para poner a Irak en la senda correcta. Pero para que eso ocurra, es imprescindible que la votación sea libre y el recuento de los votos sea justo.
Sin embargo, el gobierno actual es incapaz de supervisar elecciones libres y justas. Es necesario tomar medidas significativas, que incluyen la participación activa de organismos y observadores internacionales neutrales que controlen al gobierno y garanticen que se respete la voluntad de los votantes. Tenemos plenas esperanzas de que se dará a los iraquíes (hartos ya de partidos políticos sectarios) libertad para elegir a aquellos candidatos que abogan por una plataforma sin sectarismo ni racismo.
La aprobación de una nueva ley que limita a dos períodos el mandato de los funcionarios de mayor jerarquía nos da también motivos para esperar que los puestos de poder sean ocupados por una nueva dirigencia que esté obligada a rendir cuentas de sus acciones. Estoy seguro de que la coparticipación del poder, la reconciliación y el principio de responsabilidad son la única salida que tiene Irak. Esperemos que esta primavera (que llega diez años después de la invasión estadounidense y la caída de Saddam) traiga para Irak un nuevo y constructivo comienzo.
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Donde reside la dignidad/Juan Diego Botto, actor, participó activamente en las movilizaciones 
El País | 20 de marzo de 2013
Se cumplen diez años de la invasión de Irak. Diez años de aquel acto ignominioso que produjo cientos de miles de muertos y millones de desplazados, aquella guerra que destrozó todas las estructuras sociales que sostienen un país. En su momento, la invasión fue descrita como un golpe de Estado internacional. EE UU y sus escasos aliados se enfrentaban al mayor rechazo jamás organizado contra una guerra, muy por encima incluso del que en su día se vivió contra la intervención norteamericana en Vietnam. Quizá por ello pusieron todo su poderío propagandístico, político, diplomático y militar encima de la mesa para ganar una batalla que para ellos tenía tanto valor estratégico y económico como simbólico. Torcieron la ley internacional con mentiras de corto recorrido para entrar a sangre y fuego en el país donde, entre el Tigris y el Éufrates, nació nuestra civilización.
No creo estar exagerando. Las armas de destrucción masiva que justificaban la intervención, aquellas armas que nuestro presidente de entonces nos juró que existían, aquellas que iban a ser usadas de forma inminente contra la humanidad, nunca fueron halladas. No existían. Después llegaron los crímenes de guerra, el asesinato de periodistas, protegidos por las leyes internacionales que rigen las guerras, los casos de torturas y los asesinatos indiscriminados de civiles por parte de tropas regulares o de mercenarios. Y después, cuando todo se derrumbó, los conflictos sectarios.
“No queda nada, casi todos mis amigos están muertos o se han ido, no hay nadie al otro lado del teléfono cuando marcas números de Irak, ya nadie deja las puertas de las casas abiertas, los teatros están vacíos, no hay música, solo hay miedo”. Así me hablaba hace unos años Jamal, un amigo bagdadí que ahora reside en Noruega. Jamal pasó por la cárcel de Abu Ghraib, sufrió en sus carnes la tortura y le ha costado mucho esfuerzo enterrar sus lágrimas para seguir adelante, para no derrumbarse cada día al recordar una vida que ya no volverá en un país que ya no existe. No era él un hombre afín al régimen, de hecho no se libró de las cárceles de Sadam, pero desde el primer momento se opuso a la entrada de tropas invasoras en su país. Hoy, en la distancia, Jamal trata de educar a sus dos hijos en el amor a un pueblo que ellos casi no recuerdan.
Han pasado diez años de la guerra de Irak, diez años del NO A LA GUERRA. Una redactora de EL PAÍS me ha pedido que hable de lo que supuso el activismo de aquellos años, qué relevancia tuvo la protesta que tantos ciudadanos llevamos a cabo en España. Pero me da pudor hablar de nosotros, no puedo evitarlo, no puedo dejar de pensar en ellos, que lo perdieron todo y que lo entregaron todo. En ellos, por quienes nos manifestábamos.
Con respecto a nosotros, solo puedo decir que mereció la pena. Una y mil veces mereció la pena. Uno no lucha por la justicia solo porque crea que tiene opciones de triunfar, sino precisamente porque cree que los motivos de la movilización son merecedores de esa lucha. Ganar no es la medida de lo digno, de lo noble, de lo justo. Solo diré que vencimos en dignidad, en dejar claro que el pueblo español, de forma mayoritaria, rechazaba la guerra.
Aquello permitió que hoy podamos mirarnos a la cara sabiendo que hicimos todo lo posible. Aquello tejió redes de solidaridad y de activismo que se mantienen a día de hoy, y supuso la mayor implicación en la vida pública de toda una generación, así como su despertar a la política. Y cuando digo política me refiero a la política, a la actitud que se preocupa por lo colectivo no en sentido partidista.
Aquello permitió a toda una generación aprender algo que hoy es más importante que nunca: la realidad la debemos configurar nosotros y no delegarla en otros cuyos intereses son muy distintos a los nuestros. La historia es lo que nosotros, con nuestra implicación y lucha, hacemos de ella y depende de nosotros cambiar las cosas. Si creen que estoy exagerando, simplemente háganse esta pregunta: ¿Qué pensarías de ti mismo si nunca hubieras gritado NO A LA GUERRA?

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