The New York Times,
Un Informante de la Guerra
Contra el Narcotráfico en Tierra de Nadie/By Ginger Thompson
El pronóstico del tiempo había advertido sobre tormentas récord de nieve, y Luis Octavio López Vega no tenía forma de calentar su pequeño escondite.
El pronóstico del tiempo había advertido sobre tormentas récord de nieve, y Luis Octavio López Vega no tenía forma de calentar su pequeño escondite.
Le
habían robado los tanques de gas a la casita rodante que había estacionado a la
sombra de una torre elevadora de granos, cerca de una zona industrial
abandonada. El óxido había desgastado el piso de su camioneta pickup, aunque
casi no se atrevía a manejar porque no tenía una licencia para conducir ni un
seguro. Y además, su colitis había empeorado tanto que casi no podía sentarse
bien, y eso era la consecuencia del burrito y la soda de dieta que se había
convertida en su dieta diaria. No había trabajado desde hace meses y le
quedaban apena 250 dólares.
Buscar
un albergue lo hubiera expuesto a preguntas sobre su identidad que no quería
responder, y tratar de que su familia lo ayudara podría exponerlos a
enfrentamientos con la ley.
“No
puedo seguir así, viviendo de día en día, sin rumbo”, dijo el Sr. López, de 64
años, una noche durante el invierno pasado. “Me parece que estoy corriendo sin
poder llegar a alguna parte. Y luego de tantos años, es agotador”.
El
Sr. López, oriundo de México, dijo en español que ha vivido, sin hacerse notar,
en la zona oeste de Estados Unidos durante más de una década, camuflado entre
las olas de inmigrantes que entraron por la frontera en esa época. Como muchos
de sus compatriotas, se ha dedicado a los mismos trabajos mal pagados que
consiguen las personas que no tienen permiso de residencia. Sin embargo, y a
pesar de que el Sr. López logra confundirse entre los indocumentados gracias a
sus manos callosas y su ropa de segunda mano, su problema va más allá de no
tener una green card.
El
Sr. López jugó un papel protagónico en lo que es considerado el caso de tráfico
de drogas más grande en la historia de México. El suceso -que sirvió de
inspiración para la película “Traffic”, estrenada en el año 2000-, enfrentó al
ejército mexicano y a la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus
siglas en inglés) durante la década de los 90. Sr. López trabajó con ambos
entes. Se desempeñó como un asesor de confianza del poderoso general que fue
nombrado como el zar antidrogas de México, y, al mismo tiempo, fue un
informante de la DEA.
Sus
dos mundos chocaron estrepitosamente en 1997, cuando México arrestó al general,
Jesús Gutiérrez Rebollo, bajo cargos de colaborar con traficantes de drogas.
Mientras Washington trataba de entender el sentido de las acusaciones, ambos
gobiernos fueron tras la pista de López. México lo consideró un cómplice en el
caso. Y la DEA lo vio como una potencial mina de oro de información.
Estados
Unidos lo encontró primero. La DEA ayudó al Sr. López y a su familia, sin que
el gobierno de Mexico se diera cuenta, a escapar a través de la frontera a
cambio de su cooperación en la investigación.
Tras
decenas de horas de testimonio del Sr. López, sus revelaciones sobre los nexos
entre el ejército y los narcotraficantes resultaron ser explosivas, desatando
una vertiginosa reacción en cadena en la que México le pidió ayuda a los
Estados Unidos para lograr la captura del Sr. López. Sin embargo, Washington
negó tener conocimiento de su paradero, y la DEA, repentinamente, rompió sus
lazos con él.
Discreto
y sin pretensiones, el esposo y padre de tres hijos, ha sido un fugitivo desde
entonces, huyendo de su país de origen y abandonado en su hogar adoptivo.
Durante más de una década ha llevado consigo información sobre pormenores
íntimos de la guerra contra el narcotráfico, secretos que ambos gobiernos han
guardado celosamente.
Cuando
funcionarios mexicanos presionaron para que Washington los ayudara en la
búsqueda para encontrarlo, los Estados Unidos fingieron ignorar su paradero,
según dijo un agente federal.
El
encubrimiento fue realizado inicialmente por la DEA, cuyos agentes no creyeron
que las autoridades mexicanas tuvieran argumentos legítimos en contra de su
informante. Otras agencias del orden se sumaron después, por miedo a que la
relación de la DEA con el Sr. López pudiera afectar la cooperación entre los
dos países en temas más urgentes.
“No
podíamos decirle a México que estábamos protegiendo a ese hombre, porque eso
hubiera afectado su cooperación con nosotros en otros programas,” dijo un ex
agente de la DEA que estuvo involucrado en el caso y quien no fue autorizado
hablar sobre un caso que involucra a una fuente confidencial. “Así que cortamos
nuestros lazos con él, con la esperanza de que él solo encontrara una manera de
sobrevivir”.
Esta
es la dinámica sombría que socava la alianza entre los Estados Unidos y México
en la guerra contra el narcotráfico, una pelea que se siente más a menudo como
el boxeo de sombra. Aunque los gobiernos están unidos por la geografía, ninguno
de los dos cree que el otro pueda ser confiado a plenitud. La experiencia del
Sr. López – que The New York Times logró reconstruir con informes clasificados
de inteligencia de la DEA, entrevistas con él, su familia y amigos, y con más
de doce agentes y ex agentes de diversos organismos del orden en los Estados
Unidos -- demuestra por qué la desconfianza mutua es justificada.
La
falta notoria de hechos concretos para o condenar al Sr. López o exonerarlo de
corrupción ha causado estragos en la vida del ex informante; además de que su
existencia como prófugo ha sido un grillete para su familia, a quienes solo ve
durante esporádicas reuniones. Todos ellos presentan síntomas de trauma
emocional, viviendo entre destellos de rabia, largos períodos de depresión,
episodios de beber en exceso y paranoia persistente.
Durante
varias y largas entrevistas, el Sr. López reiteró que no es culpable de ningún
delito alguno. Dijo que no se ha entregado a las autoridades mexicanas porque
piensa que sería asesinado sin recibir un juicio justo. Sin embargo, los muchos
años de llevar una vida anónima y restringida han sido casi tan sofocantes como
una celda.
Su
vida empieza en la mayoría de las mañanas en McDonald’s, donde el desayuno
cuesta menos de dos dólares para los adultos mayores, y la conexión inalámbrica
es gratis al Wi-Fi. Esto le permite leer los periódicos mexicanos en su
aporreada computadora portátil. Durante esas horas de soledad, la mente del Sr.
López repasa las opciones y disyuntivas que ha elegido en su vida y que lo
llevaron a terminar así.
“Arriesgué
mi vida en México porque creí que las cosas podían cambiar. Me equivoqué. Nada
ha cambiado”, dijo el Sr. López. “Ayudé a los Estados Unidos porque creí que si
todo lo demás fallaba, este gobierno me apoyaría. Pero me equivoqué otra vez. Y
ahora, he perdido todo”.
El
ejército interviene
Actualmente,
el Sr. López se pregunta si también está perdiendo sus facultades mentales. El
pasado mes de septiembre consultó a una psiquiatra en una clínica comunitaria.
En consulta, le dijo que sus emociones funcionaban de manera errática, pasando,
sin previo aviso, del frío al calor, y le habló también de su dificultad para
conciliar el sueño y poder dormir. Una hora después, salió del consultorio con
un diagnóstico de desorden bipolar y una botellita de pastillas que decidió no
tomar.
Dando
sorbitos a una lata de Diet Coke en una soleada habitación de hotel, el Sr.
López explicó que hubiera sido más peligroso empezar a depender de un
medicamento que pudiera ser confiscado si él caía en manos de la policía. Pero
algo más importante, dijo, fue que el diagnóstico estuvo basado en una mentira
– una más de las que tiene que decir cada día para poder sobrevivir. Cuando la
doctora le preguntó la razón que podría estar causar su estrés, el Sr. López
dijo que su familia se había vuelto contra él.
“Imagine
usted decirle lo que realmente ocurre en mi vida”, dijo López. “¿Por dónde
podría empezar? ¿Diciéndole que ayudé a capturar al Güero Palma y que ahora me
están tratando como si fuera un delincuente?”
Canciones
y corridos se compusieron en México sobre el día, de 1995, en que las
autoridades capturaron a Héctor Luis Palma Salazar, conocido como “El Güero”,
el hombre clave y el más temido del cártel de Sinaloa. Palma se topó con su
destino a las afueras de la ciudad mexicana de Guadalajara, en el suburbio de
Zapopan, lugar de enlaces y conexiones para todos los que eran alguien en el
mundo de la guerra contra el narcotráfico.
El
Sr. López trabajó casi durante dos décadas en el departamento de la policía
municipal de Zapopan, casi siempre como el jefe del agrupamiento. Políticamente
astuto y con la experiencia que da la calle, llamó pronto la atención de la
DEA, que comenzó a aprovecharlo, a mediados de la década de los 90, como una
fuente confidencial y muy valorada por la confiabilidad de su información.
En
esos años, la violencia relacionada al tráfico de drogas aumentaba con rapidez.
Cuando los hechos de sangre comenzaron a salirse de control, El Sr. López le
pidió ayuda al general Gutiérrez, un poderoso aliado cuyo territorio abarcaba
cinco estados mexicanos. El ex jefe de policía dijo que fue un arreglo secreto
en el que Sr. López compartía información sobre los cárteles con el ejército, y
el General suministraba fuerza y músculo adicional a la policía de Zapopan.
Mientras
tanto, la esposa y los hijos de López vivían rodeados de guardaespaldas y
francotiradores. Dado que el marido estaba ausente casi siempre, Soledad López
tenía que encargarse de los niños. El hijo mayor, David, embarazó a su novia de
la escuela secundaria. Luis Octavio reprobó tres veces el segundo año de la
secundaria. Cecilia, la menor, no podía comprender el alboroto a su alrededor,
y la Sra. López trataba intensamente de protegerla de ese tumulto.
En
la época en que el Sr. Palma se le cruzó en el camino, el Sr. López ya estaba
jubilado y había iniciado una empresa de seguridad particular. El Sr. Palma iba
camino a una boda cuando su avión privado se estrelló en las montañas, cerca de
Zapopan. Policías federales que estaban en la nómina del cártel de Sinaloa lo
rescataron con vida y lo escondieron en una casa propiedad de un supervisor.
Cuando
las guardias de seguridad del Sr. López empezaron a recibir informes sobre
actividades sospechosas en esa casa, alertaron tanto al ex jefe policial como
al ejército. Nadie sabía en ese momento que se habían topado con uno de los traficantes
más conocidos del mundo, hasta que el Sr. López descubrió una Colt .45 con una
palmera (palma) dibujada con diamantes, rubíes y zafiros incrustados en la
cacha de la pistola.
“Sólo
podía pertenecer a una persona”, dijo el Sr. López.
El
arresto fue aclamado en ambos lados de la frontera para acreditar el papel sin
precedentes que el Ejército mexicano estaba empezando a tener bajo la
administración del ex presidente Ernesto Zedillo. La DEA había estado
presionando a México para que desplegara al ejército en esa lucha, en lugar de
la policía federal, que a menudo trabajaba con los traficantes y no en contra
de ellos.
La
Agencia Antidrogas de los Estados Unidos ya estaba colaborando en secreto con
el General Gutiérrez. Ralph Villarruel, un veterano agente de la DEA que había
estado trabajando con el Sr. López, dijo que persiguió a sospechosos que el
general creía estaban escondidos en los Estados Unidos y logró confiscar cargas
de cocaína producto del trasiego de la droga a través de la frontera. A cambio,
dijo, el general le otorgó “un increíble libre acceso” a escenas de crímenes, a
sospechosos, pruebas y evidencias.
Tras
el arresto del Sr. Palma, López y el General Gutiérrez dejaron que el Sr.
Villarruel hiciera copias de los nombres y los números que había en el teléfono
celular del detenido. En agradecimiento, el Sr. Villarruel dijo que habló con
sus jefes en la Ciudad de México para que le concedieran una mención de honor
al general.
“Estábamos
haciendo cosas que nunca antes habíamos podido hacer, y yo quería reconocer
eso”, dijo el Sr. Villarruel, quien sacó una fotografía que mostraba la ocasión
del acto que fue realizado a puertas cerradas.
En
diciembre de 1996, el Sr. Zedillo promovió al General Gutiérrez. Lo nombró
director del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas (INCD). El ascenso
del militar fue una victoria para el gobierno del presidente Bill Clinton,
quien recientemente había puesto en marcha el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN) y había organizado un rescate financiero de 50 mil
millones de dólares para la economía mexicana. En ese ambiente una muestra de
su compromiso con la lucha contra el narcotráfico no parecía mucho pedir a su
vecino del sur por parte de los Estados Unidos.
En
el general Gutiérrez, que tenía las facciones y el comportamiento de un pit
bull, los Estados Unidos vieron al socio sensato que habían estado buscando. El
gobierno lo invitó a Washington para empezar a coordinar esfuerzos, y el zar
antidrogas de los Estados Unidos, el General Barry R McCaffrey, lo elogió como
un soldado “de una integridad absoluta, incuestionable”.
Parecía
un giro súbito e inesperado del destino para un jefe militar poco conocido que
podía contar sus trajes con una mano y que nunca había viajado fuera de México.
Cuando el General le pidió a al Sr. López que fuera su jefe de Estado Mayor, el
ex policía de Zapopan se mostró aprensivo por tener que mudarse a la capital.
Pero el General insistió.
“Sentía
que ir a trabajar a la Ciudad de México era como caer en un nido de víboras”,
dijo López. “Tuve un mal presentimiento acerca de todo esto.”
“Hay
un problema”
Menos
de tres meses después, cuando el Sr. López estaba en Guadalajara para el
nacimiento de un nieto, empezó a sospechar que algo le había ocurrido a su
jefe. Había estado intentando llamar a Gutiérrez durante días, sin éxito.
Finalmente logró hablar por teléfono con el chofer del General.
“No
sé dónde está”, dijo el chofer, según explicó el Sr. López. “Usted no debe
llamar más a este número. No puedo hablar por este teléfono. Quizás ya nos
estén escuchando… ¡Qué carajos! Usted tiene que saberlo. Hay un problema”. “¿Es
un problema grave?”, preguntó el Sr. López.
“Es
mundial”, exclamó el chofer.
Cuando
el Sr. López cortó la comunicación y llamó a la base militar en Guadalajara, el
comandante lo convocó al cuartel para “una operación antinarcóticos”.
“No
sabía exactamente qué es lo que estaba pasando,” dijo el Sr. López. “Pero sabía
que me esperaba una trampa.” Le dijo a su familia que salieran de Zapopan y
advirtió a sus asistentes que no se presentaran en la base. Durante varios
días, no se dejó ver por nadie. Se escondió en establos abandonados y debajo de
puentes mientras grupos de soldados tomaban su casa y registraban sus
pertenencias.
El
19 de febrero de 1997, el ministro mexicano de Defensa, General Enrique
Cervantes Aguirre, dijo en una dramática y televisada conferencia de prensa que
el General Gutiérrez había utilizado su autoridad para ayudar a proteger a
Amado Carrillo Fuentes, un barón de la droga apodado “El Señor de los Cielos”,
por su utilización de aviones comerciales que había transformado para el
trasiego de toneladas de remesas de cocaína.
El
Ministro dijo que cuando las autoridades presentaron al General Gutiérrez las
evidencias de estos lazos, éste se desplomó en lo que pareció ser un paro
cardíaco.
Con
retenes militares alrededor de Guadalajara, parecía imposible que el Sr. López
escapara, y como era tan conocido, temía no poder esconderse por mucho tiempo.
Usando un recurso muy común entre los traficantes de drogas, el Sr. López
acudió con un cirujano plástico para modificar su aspecto físico. Utilizando un
nombre falso, le pagó dos mil dólares en efectivo al médico y consiguió un
rostro renovado.
En
Washington, el gobierno de Clinton convocó a diplomáticos mexicanos, exigiendo
saber la razón por la que su gobierno no había compartido sus sospechas sobre
el General Gutiérrez antes de su viaje a los Estados Unidos. El Congreso le
pidió a la Casa Blanca anular el aval de México como aliado confiable en la
guerra del narcotráfico, medida que podía llevar a sanciones contra un país que
era un mercado importante de productos estadounidenses de exportación. El
episodio ponía en jaque la cooperación en temas de seguridad entre ambos
países.
El
Departamento de Justicia le pidió a la DEA que explicara cómo había podido
pasar por alto evidencias de que el General Gutiérrez había sido corrompido. La
DEA recurrió al Sr. Villarruel, quien empezó a buscar al Sr. López.
La
mayoría del personal de la agencia de seguridad del Sr. López había
desaparecido, dijo el Sr. Villarruel, quien supo que el ejército mexicano los
había detenido para interrogarlos, y que muchos habían sido torturados “o
peor”, dijo. “Mis fuentes estaban cayendo como moscas”, agregó el Sr.
Villarruel, un agente veterano, oriundo de la ciudad East Chicago, del estado
de Indiana, y quien tiene raíces familiares en Guadalajara. “Un día podía estar
hablando con un sujeto, y al día siguiente aparecía muerto”.
El
mensaje de la DEA le llegó al Sr. López en Mayo de 1997, justo cuando él y su
familia pensaban que ya no tenían más opciones. Las cicatrices del rostro
habían sanado y había bajado 30 kilos, tras haber cambiado su “dieta de
vitamina T” -tacos, tostadas y tamales- por ensaladas y sándwiches de pavo. Se
había teñido el cabello de rubio y se había afeitado la barba. Sin embargo,
admitió que aún temía que el ejército lo encontrara.
Mientras
tanto, su familia estaba luchando contra algo aún más urgente. La nieta, nacida
en los días en que habían arrestado al General, estaba enferma. Su tez se
estaba volviendo azul y su respiración era cada vez más pesada.
La
familia estaba tan aterrorizada de ser descubierta que agonizó durante varios
días antes de tomar la decisión de llevar a la niña a un hospital. Los médicos
diagnosticaron estenosis pulmonar, padecimiento que restringe el flujo
sanguíneo hacia los pulmones. Tras una cirugía, la niña comenzó a respirar con
más facilidad, pero no su padre. David sabía que su hija “iba a necesitar
mayores cuidados”, dijo. “¿Cómo podré cuidarla, si ni siquiera puedo darle un
hogar?”
Con
apenas 22 años, David era ahora el jefe de facto de una familia prófuga. Como
medida de seguridad, él era el único que conocía el paradero de su padre. Un
secreto que esperaba poder guardar si los militares lo capturaban.
“Recuerdo
haberle dicho a mi padre: ‘si los militares me detienen, dame tres días’”,
dijo. “El primer día de tortura será el más duro. El segundo día, quizás
lleguen a comprender que no les diré dónde estás y a lo mejor me dejan ir. Pero
si no aparezco en tres días, a lo mejor ya no aparezco nunca”.
A
finales del mes, la DEA abrió una salida de escape, ofreció un refugio a la
familia en los Estados Unidos y consiguió permisos de trabajo y visas. El viaje
lo hicieron la señora López, sus tres hijos, la nuera y dos nietos. Los
miembros de la familia llegaron al estado de Utah, donde tenían a un amigo.
El
Sr. López alcanzó a su familia dos semanas después. Vestía un traje azul marino
y un sombrero de fieltro que compró para el viaje y llegó a los Estados Unidos
con un maletín en el que había metido los ahorros de su vida: 100 mil dólares,
y la ilusión de volver a empezar.
Huyendo
En
Enero de este año, el Sr. López y su hijo Luis Octavio se encaminaron a un
restaurante Wendy’s para aprovechar una oferta especial de hamburguesas a 99
centavos. Cuando su hijo le dio dos billetes de dólar por las hamburguesas, le
faltaron algunos centavos del IVA, y un apenado Sr. López tuvo que decirle a su
hijo que no tenía para cubrir la diferencia.
El
dinero, o la falta de éste, ha sido la parte más penosa de vivir prófugo, dijo
el Sr. López. Sus ahorros se agotaron desde hace mucho, y la mayoría de los
empleadores no quieren contratar a un hombre de 64 años sin tarjeta del Social
Security y sin antecedentes laborales documentados. Ha probado trabajos a
destajo como lavaplatos y en la construcción, pero su espalda ya no los
aguanta.
Afortunadamente,
dijo, tiene un buen ojo para los cachivaches. Lo heredó de su padre, que
dirigió un taller de reparación de baterías de automóvil. El Sr. López ha
llevado ese talento a un nivel superior rebuscando en la basura partes
desechadas de automóviles, repuestos de equipos de oficina y electrodomésticos
que restaura y revende. Pero es siempre como patinar sobre una fina capa de
hielo, y López despierta muchos días sin dinero y sin nada que vender.
Las
terribles circunstancias de su vida actual reflejan una estrepitosa caída desde
su llegada a los Estados Unidos como un informante de primera. Las revelaciones
que hizo ante el Sr. Villarruel y otros agentes de la DEA resultaron ser una
bomba, según dijeron ex agentes involucrados en el caso, y de acuerdo a los
informes secretos de inteligencia obtenidos por The New York Times.
Les
dijo que el ejército mexicano estaba negociando un trato para proteger a los
cárteles a cambio de una parte de sus ganancias. El Sr. López acusó
específicamente a algunos jefes de estar involucrados, y dijo que algunos
habían pedido a los cárteles dos mil dólares por cada kilogramo de cocaína que
pasara por territorio mexicano.
Como
pago inicial, operadores de los cárteles entregaron a altos oficiales del
ejército maletas repletas con decenas de millones de dólares, de acuerdo al Sr.
López. También acusó a unidades antinarcóticos entrenadas en los Estados Unidos
de permitir que jefes importantes del narcotráfico escaparan durante operativos
encubiertos para aprehenderlos.
“Es
altamente posible que algunos militares de alto rango quisieran seguir sacando provecho
de una relación establecida con los traficantes de drogas”, concluyó un informe
de inteligencia.
El
Sr. López dijo que él le había dicho a la DEA que no creía que el general
Gutiérrez estuviera conspirando junto con los traficantes. Pero los informes de
inteligencia sugerían que la DEA sospechaba que el general sí tenía nexos con
el cártel de Juárez, y que esa relación podría haber amenazado a otros
militares quienes recibían pagos de bandas rivales de narcotraficantes.
Para
1998, algo de esa información había comenzado a ventilarse en el Congreso
estadounidense y en algunos diarios y revistas, y esto enfrentó a la DEA y a la
Casa Blanca. Era un momento muy inoportuno para el gobierno de Clinton, que
aplaudía el arresto del general y lo señalaba como prueba del compromiso del
ejército mexicano en combate contra la corrupción.
La
Casa Blanca se oponía a cualquier medida que socavara al segundo socio
comercial más importante de los Estados Unidos. La DEA acusó a México de no
cumplir con sus compromisos y acuerdos de seguridad, y presionó para que la
Casa Blanca impusiera sanciones económicas contra México. “Definitivamente
había un desacuerdo entre nosotros y la Casa Blanca en torno a México”, dijo un
ex agente de la DEA.
México,
que seguía tratando de localizar al Sr. López, intensificó la búsqueda en al
año 1999. El Ministerio de Relaciones Exteriores le pidió ayuda a Washington
para saber si vivía en los Estados Unidos, dijo un funcionario federal
estadounidense de alto rango. El servicio de alguaciles de Estados Unidos
reportó que sí, vivía en el país.
Poco
después, el Sr. Villarruel citó al Sr. López en un restaurante Denny’s de San
Diego. El Sr. López supo que algo estaba mal porque el Sr. Villarruel llegó
solo, y éste no podía mirarlo directamente a los ojos.
“Le
dije que por órdenes de Washington, no podía tener nada más que ver con él”,
recordó el Sr. Villarruel. “Yo sabía que había algún tipo de presión, pero no
sabía si venía del Congreso, o de México, o de dónde. Todo lo que sabía era que
si tenía algo más que ver con él, podría meterme en problemas.”
El
Sr. López se sentía golpeado y confundido. Las órdenes llevaban el significado
de que “a partir de ese momento, la agencia dejaba de protegerme a mí y a mi
familia.”
En
el año 2000, cuando México sacó del poder al Partido Revolucionario
Institucional, la democracia multipartidista no significó una era de borrón y
cuenta nueva. El nuevo gobierno acusó oficialmente al Sr. López, hizo pública
una orden de arresto y pidió a los Estados Unidos que lo detuviera, dijeron ex
funcionarios estadounidenses.
Funcionarios
mexicanos trataron el tema con el recién designado Procurador General
estadounidense, John Ashcroft, y con el nuevo Secretario de Estado, Colin
Powell, según consta en correos electrónicos y en memoranda de la DEA.
Oficiales de la oficina federal de alguaciles recibían de dos a tres llamadas
diarias de las autoridades mexicanas preguntando lo cerca que estaban en la
detención del Sr. López, dice un memorándum.
El
Sr. Villarruel suplicó a la DEA que se ignorara la solicitud de extradición de
parte de México. El Sr. López “es una de las pocas personas que puede proveer
información sumamente perjudicial sobre la corrupción en los altos niveles del
gobierno mexicano, relacionada con el narco,” escribió a sus jefes. Y les
advirtió que: “Si López Vega es devuelto a las autoridades mexicanas, es muy
probable que sea torturado y/o asesinado”.
Pero
los funcionarios de la DEA se negaron a bloquear la orden de arresto.
Desafiando
sus órdenes, el Sr. Villarruel le advirtió al Sr. López que se cuidara las
espaldas.
Unos
cinco meses después, el Sr. López estaba reunido con sus hijos en la casa de un
familiar en California cuando se fijó en algunos individuos sospechosos
paseando por el vecindario. Inmediatamente subió a un automóvil y se fue del
lugar a toda velocidad.
Segundos
más tarde, cuerpos especiales de asalto y unidades con perros de la oficina
federal de alguaciles llegaron al domicilio, al tiempo que helicópteros
sobrevolaban la zona. Los agentes del orden trataron de darle alcance al Sr.
López, pero fallaron.
“Tenía
una ventaja de unos 20 segundos”, dijo Sr. López. “Cuando estás huyendo, 20
segundos es mucho tiempo”.
Ajustándose
a una nueva vida
Cuando
el Sr. López y su familia estaban lidiando con su nueva vida en los Estados
Unidos, una historia con altas y bajas parecidas a las suyas se estrenaba en
las salas cinematográficas del país. La película “Traffic” fue aclamada como un
punto de referencia para entender las fuerzas entre las dos fronteras que
potenciaban la guerra contra el narcotráfico. La película mostraba como los
Estados Unidos ponían sus esperanzas en un mercurial general mexicano, cuyo
personaje estuvo inspirado en el General Gutiérrez, y quien al final es
descubierto trabajando con los cárteles.
El
general de la película tenía como aliado un oficial de la policía mexicana,
personaje interpretado por Benicio del Toro, y quien cruza la frontera para dar
información a la DEA. El personaje fue creado con la ayuda de un consultor de
la DEA, e incorporaba una combinacion de perfiles de informantes verdaderos. No
se basaba en el Sr. López, cuya existencia nunca ha sido admitida por el
gobierno estadounidense. La película termina con el policía regresando a México
y utilizando el dinero que le pagó la DEA para poner alumbrado en un campo de
béisbol de un barrio pobre.
En
la realidad, y fuera de la pantalla, la vida del Sr. López tomó un giro más
desdichado. Después de que el Sr. López pasó a la clandestinidad, el gobierno
norteamericano revocó las visas y los permisos de trabajo de su familia,
obligándolos también a ellos a vivir en el sigilo entre la creciente población
de inmigrantes mexicanos de Utah.
Repentinamente,
la Sra. Lopez tuvo que defenderse sin su esposo, aprender inglés y conseguir un
trabajo. Su hija, Cecilia, empezó a beber y dejó la universidad, con la
esperanza de que si se rebelaba lo suficientemente, su padre regresaría.
Los
dos hijos varones de la pareja, David y Luis Octavio, se hicieron cargo de los
asuntos de la familia y sufrieron la mayor parte del trauma psicológico.
“Estamos todos dañados”, dijo Luis Octavio, de 35 años. “No hablamos mucho de
las épocas en que hemos deseado poder escapar de nuestra situación. Pero hemos
sentido eso”.
Tras
la redada en California, los hermanos lograron esquivar las preguntas de los
oficiales de los alguaciles federales que apuntaron armas de fuego a sus
rostros y amenazaron con deportarlos si no revelaban el paradero de su padre.
Durante
los siguientes años, el hijo mayor, David, siguió a su padre en la
clandestinidad, viendo rara vez a su propia esposa y a sus hijos. Sus
desplazamientos encubiertos eran como los de una novela de espías. De día
conseguía trabajos a destajo, y a veces, en las tardes, se metía al baño de
alguna gasolinera, se cambiaba de ropa, y se subía a un taxi para ir a ver a su
padre sin que nadie lo siguiera. Creó una clave para comunicarse con él a
través de un beeper y alquilaba distintos lugares para esconderse.
“Le
prometí que estaría con él hasta que todo este asunto terminara”, recordó David
de 38 años. “No pensé que iba a durar tanto tiempo”.
En
Utah, Luis Octavio tenía dos trabajos para ayudar a mantener su familia. Como
se había casado con una mujer estadounidense después de llegar a Utah, no le
preocupaba la deportación; y él trató de encontrar una manera legal de sacar a
su familia de esa terrible situación.
En
2002, se reunió con los mismos alguaciles federales quienes buscaban a su
padre, con el propósito de convencerlos de que éste había sido traicionado por
la DEA. Un alguacil, Michael Wingert, le dijo a Luis Octavio que simpatizaba
con él, pero que los Estados Unidos no podían proteger a su padre de los cargos
que el gobierno de México le imputaba, según consta en una grabación de la
reunión que hizo Luis Octavio. “Lo único que podemos suponer, en un caso como
éste, es que su padre tiene enemigos en cargos muy poderosos en México, y que
lo quieren de regreso”, le dijo Wingert.
Varios
años después, en 2007, los miembros de la familia López hicieron su propio
juego de poder. Compartieron sus historias con asistentes del senador Orrin G
Hatch, ex presidente del influyente Comité Judicial. Los miembros del personal
del senador en Salt Lake City, no quisieron hacer comentarios sobre su papel.
Se limitaron a decir que refirieron el caso a los departamentos de Justicia y
de Seguridad Interna, lo que ayudó a la familia a obtener el asilo político en
2011.
Para
entonces, David ya había regresado a Utah, donde su esposa dio luz a su tercer
hijo. Pero sin antecedentes laborales comprobables, no ha podido encontrar un
trabajo de tiempo completo.
Luis
Octavio consiguió una licenciatura y un trabajo como reclutador en una
universidad, pero la historia de su familia sigue frenándolo. El año pasado,
cuando un periódico local lo entrevistó y lo presentó como un modelo de lo
mucho que los inmigrantes mexicanos han contribuido en Utah, mintió sobre las
razones por las que su familia había venido a los Estados Unidos. Hace poco,
cuando se le presentó la posibilidad de ir a Guadalajara en un viaje de
negocios, estuvo tentado de aceptar, tan sólo por el desafío.
“Me
siento con un tremendo sentimiento de impotencia”, dijo. “Y la única
herramienta que tengo para luchar contra esa sensación, es alejarme de todo
eso, y actuar como si la situación de mi padre no existiera”.
La
persecución continúa
En
una mañana reciente, el Sr. López se había instalado en una mesa de un
McDonald’s cuando sonó su teléfono celular. Una mujer en la línea le dijo que tenía
un mensaje grabado para él. La siguiente voz que escuchó fue la del General
Gutiérrez.
“Trataron
de eliminarme, pero no pudieron. Todavía estoy aquí”, dijo el general, con la
voz apenas por encima de un susurro, según relató el Sr. López.
El
General Gutiérrez, de 88 años, quien padece un cáncer terminal de próstata,
hablaba desde una cama del mismo hospital militar donde se había desplomado
después de su arresto 16 años antes. No ha cumplido ni siquiera con la mitad de
su pena de 40 años de cárcel, pero las autoridades lo excarcelaron y
restituyeron su rango de General para que pudiera recibir atención médica en
los hospitales militares según dijeron sus familiares.
“No
nos han dejado con mucho”, le dijo al Sr. López. “Pero debemos proteger lo poco
que nos quedó”.
En
Enero de este año, el gobierno mexicano volvió a tratar el caso del Sr. López
con las autoridades estadounidenses, de acuerdo a un funcionario mexicano. El
Departamento de Justicia pidió más información sobre los cargos contra López, y
se espera que el gobierno mexicano presente un informe dentro de las próximas
semanas, dijo el funcionario mexicano.
“Hasta
entonces”, explicó, “para nosotros el caso sigue vigente.”
El
Departamento de Justicia y la DEA dijeron que no pudieron hacer comentarios
sobre un caso que involucraba un informante confidencial. Un funcionario
estadounidense que ha atendido algunas de las peticiones de México, dijo que
Washington está tratando de ganar tiempo, con la esperanza de que los cargos
sean retirados. Estados Unidos no ha logrado descifrar si el Sr. López es
culpable, o si es el blanco de funcionarios mexicanos que quieren callarlo,
dijo el funcionario estadounidense.
“Si
fuera de nosotros, haríamos desaparecer el caso,” dijo el funcionario. “Pero si
México decide que todavía lo quiere, no veo cómo los Estados Unidos puedan
decir que no.”
La
cooperación en temas de seguridad entre Estados Unidos y México ha estado bajo
presión desde el pasado mes de diciembre cuando el Presidente Enrique Peña
Nieto tomó posesión. Su gobierno considera que su predecesor Felipe Calderón
permitió que los Estados Unidos jugara un papel demasiado importante en trazar
la agenda de seguridad de México y también en la dirección de los operativos
anti-narcóticos según funcionarios de ambos países.
La
administración del Presidente Obama ha tenido dificultades en lograr un nuevo
acuerdo sobre cooperación dijeron los funcionarios, y el mandatario
norteamericano tiene programado viajar a México esta semana.
Mientras
tanto la violencia que ha dejado muertas a unas 60,000 personas en los últimos
cinco años continúa sin parar. Las fuerzas armadas mexicanas ha estado tan
desmoralizadas por las acusaciones de corrupción y abusos de derechos humanos
que algunos miembros de su liderazgo hablan abiertamente de retirarlas de la
lucha.
El
Sr. López sigue religiosamente estos acontecimientos durante las mañanas,
cuando toma su café en McDonald’s, buscando pistas que puedan ayudarlo a darle
sentido a su propia situación. El Sr. Villarruel, ahora jubilado de la DEA, es
uno de los pocos contactos que el Sr. López conserva de su vida pasada. El Sr.
López dijo que ve la atención del público como su única esperanza de regresar a
algo parecido a su existencia normal. “Para bien o para mal, es tiempo de que
me defienda”.
Cuando
se le pregunta qué haría si se quedara sin dinero, el Sr. López se encoge de
hombros y dice que algo se le ocurrirá. Se compara con Prometeo, la figura de
la mitología griega cuyo castigo por haber robado el fuego y dárselo a los
seres humanos fue ser torturado, y solo sobrevivir, para enfrentar el mismo
tormento al día siguiente.
“Cada
día es como el primer día para mí”, dijo. “Desde el momento en que despierto,
hasta el momento en que me voy a dormir, me la paso pensando, pensando,
pensando qué me pasó. Trato de darle sentido a las cosas que no tienen sentido.
Y eso me carcome. A mí, y a mi familia. Y al día siguiente despierto, y empiezo
todo de nuevo”.
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