Es tiempo de actuar en Oriente Medio
Project Syndicate, 28/08/2013
El anuncio, luego del uso de armas químicas en
Siria, de una cumbre de emergencia de los líderes militares de Estados Unidos,
el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Canadá, Turquía, Arabia Saudita y
Qatar esta semana en Jordania es bienvenido. La política occidental está en una
encrucijada: comentario o acción; forjar los acontecimientos o reaccionar
cuando suceden.
Después de las largas y dolorosas campañas en Irak
y Afganistán, entiendo todo impulso por mantenerse alejado de la tormenta, por
observar pero no intervenir, por subirle el tono al discurso pero no
involucrarse en la tarea dura y hasta hostil de cambiar la realidad en el
terreno. Pero tenemos que entender las consecuencias de retorcerse las manos en
lugar de ponerlas a trabajar.
La gente hace una mueca de dolor ante la sola idea de una intervención. Pero analizar las consecuencias futuras de la inacción basta para estremecernos: Siria, atrapada en una carnicería entre la brutalidad de Bashar al-Assad y varios socios de Al Qaeda, un caldo de cultivo para un extremismo infinitamente más peligroso que Afganistán en los años 1990; Egipto, sumido en el caos y Occidente, aunque inmerecidamente, dando la impresión de estar ayudando a quienes lo convertirían en una versión sunita de Irán; y el propio Irán, a pesar de su nuevo presidente, siendo todavía una dictadura teocrática, con una bomba nuclear. Occidente se vería confundido, sus aliados estarían consternados y sus enemigos, envalentonados. Es un escenario que roza la pesadilla, pero no es descabellado.
Empecemos por Egipto. Para muchos en Occidente, es evidente que el ejército egipcio ha destituido a un gobierno elegido democráticamente y ahora reprime a un partido político legítimo, matando a sus seguidores y encarcelando a sus líderes. De modo que vamos camino a condenar al nuevo gobierno al ostracismo. Al hacerlo, pensamos que defendemos nuestros valores. Entiendo absolutamente esta visión. Pero adoptarla sería un grave error estratégico.
La falacia de esta estrategia reside en la naturaleza de la Hermandad Musulmana. Pensamos que es un partido político normal. No lo es. Si queremos afiliarnos al Partido Conservador del Reino Unido o a los demócrata-cristianos alemanes o al Partido Demócrata de Estados Unidos, lo podemos hacer fácilmente, y nos recibirán con los brazos abiertos. En todos estos países, todos los partidos respetan las libertades democráticas básicas.
La Hermandad Musulmana no es un partido de estas
características. Convertirse en miembro implica un proceso de siete años de
inducción y adoctrinamiento. La Hermandad es un movimiento dirigido por una
jerarquía que es más parecida a los bolcheviques.
Lean sus discursos -no los que pronuncian para los
oídos occidentales, sino para los propios-. Lo que hicieron en Egipto no fue
“gobernar mal”. Si uno elige un mal gobierno, luego tiene que convivir con él.
La Hermandad Musulmana, por el contrario, cambiaba sistemáticamente la
constitución y asumía el control de los altos comandos del estado para que
resultara imposible que su régimen se viera amenazado. Y lo hacía en nombre de
valores que contradicen todo lo que representa la democracia.
Así las cosas, podemos criticar con justa razón
las acciones o sobrerreacciones del nuevo gobierno militar de Egipto, pero es
difícil criticar la intervención que lo trajo al poder. Ahora todas las
opciones que enfrenta Egipto son desagradables. Hay muchos soldados y policías
entre las bajas, así como civiles; y, en parte como consecuencia de la caída de
Muammar Khadafi de Libia, Egipto está inundado de armas. Pero condenar
simplemente al ejército no hará que un retorno a la democracia se produzca
antes.
Egipto no es una creación de juegos de poder
globales del siglo XIX o XX. Es una civilización antigua que se remonta a miles
de años y que está imbuida de un orgullo nacional feroz. El ejército ocupa un
lugar especial en su sociedad. El pueblo efectivamente quiere democracia, pero
tendrá una actitud de desdén frente a los críticos occidentales a quienes
consideran absolutamente ingenuos frente a la amenaza a la democracia que
planteaba la Hermandad Musulmana.
Deberíamos respaldar al nuevo gobierno en su
intento por estabilizar el país; instar a todos, inclusive a la hermandad
Musulmana, a retirarse de las calles; y permitir un proceso apropiado y breve
que conduzca a una elección en la que participen observadores independientes.
Debería redactarse una nueva constitución que proteja los derechos de las
minorías y los valores esenciales del país, y todos los partidos políticos
deberían actuar según reglas que aseguren la transparencia y el compromiso con
el proceso democrático.Es la única manera realista de ayudar a aquellos -probablemente una mayoría- que quieren una democracia genuina, no una elección utilizada como una vía a la dominación.
En Siria, sabemos lo que está pasando -y está mal
que permitamos que pase-. Pero dejemos de lado cualquier argumento moral y sólo
pensemos en los intereses del mundo por un momento. No hacer nada implicaría la
desintegración de Siria, dividida por la sangre, mientras que los países que la
rodean estarían desestabilizados y olas de terrorismo invadirían la región.
Assad permanecería en el poder en la parte más rica del país, a la vez que una
furia sectaria amarga se impondría en la zona oriental del país. Irán, con el
apoyo de Rusia, ascendería -y Occidente se vería impotente.
Oigo a la gente hablar como si no se pudiera hacer
nada: los sistemas de defensa sirios son demasiado poderosos, las cuestiones
son demasiado complejas y, en cualquier caso, ¿por qué tomar partido cuando el
que está hoy es tan malo como el que viene?
Sin embargo, los demás sí están tomando partido.
No están aterrados ante la perspectiva de la intervención. Intervienen en
respaldo de un régimen que está atacando a los civiles de maneras nunca vistas
desde los días oscuros de Saddam Hussein.
Es hora de tomar partido: partido por el pueblo
que quiere lo que nosotros queremos; que ve a nuestras sociedades, a pesar de
todos sus defectos, como algo a admirar; que sabe que no debería tener que
elegir entre tiranía o teocracia. Detesto la noción implícita detrás de
nuestros comentarios sobre que los árabes o, peor aún, el pueblo del Islam, no
pueden entender qué es una sociedad libre, que no se les puede confiar algo tan
moderno como un sistema gubernamental donde la religión ocupa el lugar que le
corresponde.No es verdad. Lo que sí es verdad es que hay una lucha de vida o muerte sobre el futuro del Islam, en la que los extremistas aspiran a subvertir tanto su tradición de mentalidad abierta como el mundo moderno.
En esta lucha, no deberíamos ser neutrales. Donde este extremismo esté destruyendo las vidas de gente inocente -desde Irán hasta Siria, Egipto, Libia y Túnez, así como en otras partes en África, Asia central y el Lejano Oriente-, deberíamos estar de su lado.
Como uno de los arquitectos de las políticas tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, conozco la controversia, la angustia y el costo de las decisiones tomadas. Entiendo por qué el péndulo ha oscilado tanto hacia el otro lado. Pero no es necesario regresar a esa política para marcar una diferencia. Y las fuerzas que hicieron que la intervención en Afganistán e Irak fuera tan difícil son, por supuesto, las mismas fuerzas que están en el corazón de la tormenta hoy.
Tienen que ser derrotadas. Deberíamos derrotarlas, no importa el tiempo que demande, porque de otra manera no desaparecerán. Se volverán más fuertes, hasta que nos encontremos frente a otras encrucijadas; en ese momento, no habrá opción.
Tony Blair, Prime Minister of the United Kingdom from 1997 to 2007, is Special Envoy for the Middle East Quartet. Since leaving office, he has founded the Tony Blair Faith Foundation and the Faith and Globalization Initiative.
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