Los
ochenta, cuando se impuso la narcopolítica/ARTURO
RODRÍGUEZ GARCÍA
Los
ochenta eran tiempos de “renovación moral” en el discurso presidencial pero
también de oscuros pasajes de la narcopolítica que no acaban de ser revelados.
Este semanario trataba de desentrañar las siniestras actividades de José
Antonio Zorrilla Pérez, titular de la DFS, implicado en dos asesinatos de alto
perfil, los de Manuel Buendía y Enrique Camarena. Según fuentes estadunidenses
aquel policía, a la postre juzgado y sentenciado por el primero de esos
homicidios, controlaba a los capos del narcotráfico de la época (Caro Quintero,
Fonseca Carrillo y Félix Gallardo), pero no lo hacía por cuenta propia…
obedecía a alguien más.
Un
alto funcionario estadunidense fue contundente en su aseveración: “(José
Antonio) Zorrilla (Pérez) recibía dinero de la droga que luego repartía entre
gente de alto nivel”. Era la mitad de la década de los ochenta y este semanario
daba seguimiento puntual a las actividades de ese personaje, titular de la
Dirección Federal de Seguridad (DFS) en tiempos de los asesinatos del
periodista Manuel Buendía y del agente estadunidense Enrique Camarena.
Las
facilidades para que Zorrilla y sus agentes se mantuvieran impunes, así como
las omisiones de la Secretaría de Gobernación (Segob) y la Procuraduría General
de la República (PGR) fueron abordadas por Proceso.
En
1985, con base en información proporcionada al semanario por la administración
antidrogas de Estados Unidos (DEA), se apuntaban ya diferentes aspectos sobre
Zorrilla y la DFS, personaje e institución detrás de los cuales se entrelazaban
andanzas y vínculos con el hampa.
Para
la DEA “la estupidez de levantar, torturar y asesinar” a su agente, Enrique
Camarena, puso al descubierto las operaciones del narcotráfico en México y la
vinculación de altos funcionarios del gobierno mexicano.
Al
efecto, la Segob y la PGR tuvieron conocimiento de las operaciones criminales
en las que participaban agentes de la DFS bajo el mando de José Antonio
Zorrilla Pérez, uno de los personajes clave para descifrar el tráfico de drogas
en el país en los ochenta.
Fuera
de la DFS, los antecedentes de Zorrilla pudieron provocar una sacudida “al
sistema”, cuando el PRI lo hizo candidato a diputado federal; pero el partido
dio marcha atrás y lo sustituyó a media campaña.
–¿Sería
el primer narcodiputado? –preguntó el reportero de Proceso Fernando Ortega
Pizarro al entonces director de la DEA en México, Edward Heath.
–Sí.
Al principio quizá pensaron que no había problema y que así se le protegía con
el fuero de diputado, pero se dieron cuenta de que tarde o temprano, unas dos o
tres semanas antes de su nombramiento, es posible que le dieran un golpe por su
relación con el narcotráfico y entonces el PRI quedaría muy mal. Todos se
preguntarían quién lo nombró y por qué. Entonces tal vez le dijeron a Zorrilla
que el sistema estaba en peligro y “mira, tú te vas y cuando pase el tiempo y
todo se olvide, regresas” –respondió.
Esta
información fue publicada en los números 448 y 449 de Proceso, del 2 y del 9 de
junio de 1985, junto con otros datos que evidenciaron las omisiones de la
Segob, dependencia encabezada entonces por Manuel Bartlett Díaz, ante quien
Zorrilla respondía directamente.
Indicios
Espacio
sucio del “sistema”, ese vocablo eufemístico indicativo de la hegemonía
política, la DFS fue instrumento para el espionaje político, instancia
represora del Estado, poder metaconstitucional que, desde su nacimiento en el
sexenio de Miguel Alemán Valdés, estuvo inmerso en el tráfico de drogas, como
expuso en su libro La Cosa Nostra en México (Grijalbo, 2010) el corresponsal de
Proceso en Nuevo León, Juan Alberto Cedillo.
Corrupto
de origen, ese poderoso cuerpo quedó expuesto al concluir la titularidad de
José Antonio Zorrilla. Para entonces Edward Heath revelaba: “No sólo autorizó
credenciales de la DFS a los narcotraficantes Rafael Caro Quintero, Ernesto
Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo y a sus pistoleros para protegerlos de la
acción de la justicia, sino que era beneficiario de los cuantiosos recursos de
la droga, que repartía, como contacto, entre altos niveles ejecutivos”.
En
la edición 448 de Proceso se informaba que la prensa internacional ya apuntaba
las implicaciones de Zorrilla en el asesinato de Buendía: la revista The
Progressive expuso en abril de 1985 que una de las teorías más fuertes de aquel
crimen se relacionaba con dos encuentros entre el periodista y el entonces
director de la DFS.
Buendía
habría tenido el objetivo de confirmar los nombres de altos funcionarios
gubernamentales implicados en el narco.
A
mediados de los ochenta el gobierno estadunidense por conducto de sus agencias
en México, específicamente en Guadalajara, aplicó la operación Padrino, con la
cual pretendía combatir a las mafias de la droga.
Las
organizaciones delictivas y quienes pertenecían a éstas en el gobierno podrían
haber permanecido impunes, como hasta entonces, de no ser por la tortura y
asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, para que revelara los detalles
de dicha operación.
A
la DEA le resultaba llamativo que comandantes implicados en el tráfico de droga
fueran destituidos pero no se les siguiera juicio.
Entre
los mencionados estaban, por ejemplo, Francisco Sahagún Baca, identificado por
la DEA con domicilio en Guadalajara y en un rancho michoacano, o los judiciales
federales Alberto Arteaga García y Carlos Aceves Fernández.
Desde
entonces la DEA consideraba que la razón por la cual seguían impunes era que se
protegían unos a otros.
En
la misma edición de este semanario se informó que los primeros indicios
públicos de la vinculación de Zorrilla con el narco se dieron a finales de
1984, cuando tres agentes de la DFS fueron detenidos por la Policía Judicial
Federal (PJF) en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México al intentar
introducir al país un cuantioso cargamento de cocaína pura procedente de
Colombia.
La
vinculación de Zorrilla con el narcotráfico volvió a aparecer cuando agentes de
la DFS fueron detenidos en el rancho El Búfalo, de Rafael Caro Quintero, quien,
aprehendido poco después, dijo en una de sus declaraciones ministeriales que
contaba con amigos y protección de la Federal de Seguridad.
Intocable
Designado
titular de la DFS en el último año de gobierno de José López Portillo (1982),
Zorrilla se mantuvo en el cargo tras la ratificación impulsada por el titular
de la Segob delamadridista, Manuel Bartlett.
Sin
embargo dejó la DFS para ser candidato priista a diputado federal; inició su
campaña el 4 de marzo de 1985. Casi tres meses después, el 28 de mayo, el PRI
retiró su candidatura y en su lugar quedó Germán Corona del Rosal.
Con
el encabezado En aras de la renovación moral, el PRI retiró la candidatura de
Zorrilla, y ya, Proceso dio cuenta de las condiciones en las cuales se
suspendió su candidatura, a la que supuestamente había renunciado.
En
un comunicado de prensa, el Comité Ejecutivo Nacional del PRI informó: “En
virtud de diversos hechos posteriores a la postulación del licenciado José
Antonio Zorrilla Pérez, como candidato a diputado federal, han venido siendo
discutidos por la opinión pública, en torno a la función que desarrolló antes
de ser nominado, el PRI, sin prejuzgar sobre la citada actuación, ha tomado la
decisión de aceptar la renuncia presentada por el candidato”.
Dos
días después, el 30 de mayo, el dirigente nacional del PRI, Adolfo Lugo
Verduzco, respondió a este semanario una pregunta sobre la cancelación de la
candidatura y la relación que guardaba con la política de “renovación moral”
impulsada por el entonces presidente Miguel de la Madrid:
“Lo
que está haciendo el partido es respetar, justamente, la posición del
presidente de la República, planteada en su campaña electoral, de avanzar hacia
un fortalecimiento de la moral republicana. Lo que está haciendo el partido es
lo que corresponde a una organización política; en este caso, se lo reitero, es
retirar una candidatura y registrar otra, en obediencia, precisamente, a la
renovación moral.”
El
mismo reportaje exhibió la postura de la PGR, que tenía otra posición respecto
a Zorrilla, y así lo manifestó en esos días: “No se iniciará ninguna
investigación en su contra porque no existe denuncia alguna. Oficialmente no
hay nada contra Zorrilla”.
Fuera
de la DFS y sin cargo ni fuero, durante el sexenio de Miguel de la Madrid
Zorrilla fue intocable.
Según
información publicada entonces, tres días después de perder la candidatura
Zorrilla viajó a Madrid.
En
la citada entrevista con el director de la DEA en México, éste aportó detalles,
como que el exdirector de la DFS había viajado haciendo escala en Miami y que
si se quería saber cómo pudo salir del país se debería preguntar al titular de
la Segob. A la sazón, Manuel Bartlett.
Exoneración
oficial
Más
allá del personaje –a la postre procesado y sentenciado por el homicidio de
Buendía–, el asesinato de Camarena hizo evidentes los alcances del narco y
además provocó un cisma en el sistema tras la captura de los capos Caro
Quintero, Fonseca y Félix Gallardo.
La
maquinaria de Estado empezó a aplicar control de daños, pues tanto la DFS como
la PJF estaban implicadas en el narco.
La
embajada de Estados Unidos en México emitió un comunicado para desvirtuar el
texto publicado en el número 448 de Proceso, originalmente conservando el
anonimato de la fuente, es decir, Edward Heath. La furibunda respuesta de la
sede diplomática, según difundieron columnistas de la época, atendió a las
presiones de la Segob, identificando inclusive como responsable al propio
Bartlett.
En
esa misma edición, el semanario refutó a la embajada y dio a conocer las
condiciones en las cuales se desarrolló el encuentro con Heath, en las
instalaciones de la sede diplomática, con las preguntas y respuestas a detalle.
Ni la embajada ni el director de la DEA en México desmintieron después lo
publicado.
En
la misma edición 449, Proceso difundió un informe de la Segob en el cual
aportaba elementos sobre las medidas adoptadas en la DFS así como una especie
de exoneración a Zorrilla: “La PGR ha declarado que a la fecha no existe
denuncia alguna en contra de esta persona (Zorrilla). Naturalmente, si de las
investigaciones que se realizan surgieran elementos que hicieran presumir
alguna responsabilidad, se actuará conforme a derecho”.
Añadía:
“En todo caso, aun sin existir pruebas o elementos fundados para presumir la
responsabilidad penal del exdirector (de la DFS), los hechos arriba referidos
acreditan que le es imputable ineficiencia administrativa, habida cuenta de que
ejerció un deficiente control sobre la acción de los comandantes y los agentes
a que se ha hecho referencia y que permitió el ingreso de agentes que no
reunían requisitos básicos para hacerse cargo del servicio de funciones que les
correspondía”.
Según
el citado informe había tres agentes en prisión, dos investigados por la
Contraloría por “enriquecimiento inexplicable”, tres sujetos a investigación
penal, se había removido a los subdirectores de la DFS y 427 agentes de dicha
instancia estaban cesados. Además 19 delegados en las entidades fueron despedidos.
En
aquel tiempo –según una estimación del Washington Post publicada el 26 de
mayo–, durante el periodo en el cual Zorrilla estuvo al frente de la DFS tuvo a
su cargo a 2 mil 200 agentes. La nómina oficial jamás se hizo pública.
El
informe de la Segob incluyó otros aspectos. Por ejemplo, se aseguraba que las
credenciales de la DFS encontradas en poder de Caro Quintero y sus socios no
aparecieron registradas en los archivos de la Dirección Federal de Seguridad;
que dos agentes, Eliseo Soto y Rafael Velasco, estaban presos por proteger a
Ernesto Fonseca, así como el agente Ignacio Araiza, quien custodiaba el rancho
El Búfalo.
El
mismo informe advertía que desde las detenciones de Caro Quintero y Fonseca
(aún no capturaban a Félix Gallardo) se habían generado imputaciones y
acusaciones contra el personal de la DFS, por lo que la Segob consideró
deseable “ofrecer un informe integrado y claro” para “enterar cabalmente a la
opinión pública”.
Sólo
se implicó a agentes de campo en las causas penales. Lo anterior fue subrayado
por Heath, quien señalaba que para la DEA en México ni Caro Quintero ni Fonseca
eran los verdaderos jefes del narcotráfico, sino otros ubicados en las esferas
políticas; y había temor de las autoridades mexicanas para investigar a fondo
el problema del narcotráfico.
Dicha
declaración jamás fue desmentida por la DEA, la fuente citada ni por la
embajada de Estados Unidos.
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