En
seguridad, “ignorancia negligente” de Peña Nieto/EDGARDO BUSCAGLIA
Revista
Proceso No 1939, 27 de octubre de
2013
LIBROS
La
supuesta reducción de los homicidios en México anunciada por el gobierno de
Enrique Peña Nieto como una victoria demuestra “ignorancia negligente en temas
de seguridad” o que está pretendiendo “engañar a la población con estadísticas
chatarra”, ya que “los homicidios pueden bajar porque el Estado es más fuerte o
porque la delincuencia organizada es más fuerte”. Como sea, México no
transitará hacia la seguridad humana mientras no existan los controles
judiciales, patrimoniales, políticos y sociales a los que se refiere Edgardo
Buscaglia en su más reciente libro, Vacíos de poder en México, publicado en
octubre por Random House Mondadori y del que a continuación Proceso adelanta
partes del epílogo.
Es
imposible predecir con exactitud qué sucederá con los niveles de inseguridad
humana o con la delincuencia organizada en México en los próximos años, y si
serán suficientes las acciones instrumentadas por el Estado para combatirla y
contenerla.
Como
ya se ha explicado en páginas anteriores, sin la existencia de controles
judiciales, patrimoniales, políticos y sociales será imposible que el país
transite hacia la seguridad humana en el sentido más amplio del término, el que
alguna vez definió el primer ministro japonés Keizo Obuchi como “la clave para
enfrentar integralmente todas las amenazas a la supervivencia, la vida diaria y
la dignidad de los seres humanos, y para reforzar los esfuerzos para confrontar
estas amenazas”.
…Es
necesario reconocer que el panorama que se le presenta hoy a los mexicanos en
materia de seguridad es oscuro. Como ya lo recalqué, hasta el cierre de la
edición de este libro aún no se concretan los indicios de reducción de la
violencia en el nuevo sexenio, a pesar de los esfuerzos del gobierno federal
por presentarle a la opinión pública un país más pacífico que el del sexenio
calderonista. Por ejemplo, el 10 de abril de 2013, el secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, aseguró que durante el primer
cuatrimestre de la administración peñanietista (diciembre de 2012 a marzo de
2013) se habían cometido 4 mil 249 asesinatos violentos, es decir, 17% menos
que los registrados en el cuatrimestre anterior (agosto a diciembre de 2012) y
14% menos que en el mismo cuatrimestre de 2011. Eso fue anunciado como una
victoria. En su momento, he declarado en numerosas oportunidades, en
entrevistas con medios y en foros científicos, que esa reducción en los
homicidios no era más que estadística chatarra, pues si bien uno, en cualquier
sociedad, siempre debe darle la bienvenida a una menor incidencia de
homicidios, la manera en que el gobierno federal de Calderón y Peña Nieto
presentan los cambios relativos a estas tasas hace pensar que el gobierno
federal las utiliza como indicadores de éxito o de fracaso en la contención de
empresas criminales, lo que demostraría una ignorancia negligente en temas de
seguridad, o, alternativamente, se está pretendiendo engañar a la población con
estadísticas chatarra. He dicho en varias ocasiones que las empresas criminales
siempre prefieren mantener un bajo perfil, con menos homicidios, cuando se
encuentran ante un Estado con gobiernos fuertes (los que ejercen con
predictibilidad efectivos controles judiciales, patrimoniales, políticos y
sociales), lo que haría pensar que menos homicidios demuestran mayor fortaleza
de Estado. Pero es asimismo cierto que cuando los grupos criminales organizados
ocupan un vacío de Estado y se transforman en autoridad, eliminando a sus
competidores y consolidando sus territorios, como consecuencia de ello también
disminuyen los homicidios. Esto es, los homicidios pueden bajar porque el
Estado es más fuerte o porque la delincuencia organizada es más fuerte, lo que
demuestra que, a simple vista, no existe correlación alguna entre las tasas de
homicidios y el poder mafioso. Sin embargo, dado que en México todavía no se
han institucionalizado los cuatro tipos de controles analizados en capítulos
previos, no hay razón para pensar que los homicidios hayan bajado (si es que es
verdad que disminuyeron) porque el Estado se haya fortalecido. La tercera razón
para descartar la tasa de homicidios como un indicador fiable del desempeño del
Estado mexicano reside en que el sistema judicial mexicano no resuelve siquiera
50% de los homicidios que ocurren, por lo cual en México es muy poco fiable
contabilizarlos y clasificarlos como ligados o no con empresas criminales.
Por
último, y quizá aún más importante que las demás razones, una enorme cantidad
de desapariciones y desapariciones forzadas de personas ha transformado al
Estado mexicano en el foco de atención de los organismos internacionales y
redes de asociaciones civiles internacionales, lo que muchas veces se traduce
en que miles de homicidios presentes no saldrán a la vista sino más tarde, una
vez que los cuerpos de estas personas desaparecidas probablemente sean
hallados. La tragedia de ver que la cifra de desaparecidos ha aumentado sin
cesar durante los años recientes es testamento de la violencia organizada y
desorganizada fuera de control que se hereda de dos administraciones fallidas:
2000-2012.
En
fin, el único indicador que conceptualmente tendrá sentido calificar como de
éxito será cuando veamos disminuir en promedio una buena parte de las 23 tasas
de delitos económicos que comete la delincuencia organizada en México (trata de
personas, tráfico de migrantes, tráfico de armas, extorsiones, fraudes, piraterías,
contrabandos, entre ellas). No hay otra vuelta ni más spin que darle.
Sostuve,
y continúo sosteniendo, que para que empiecen a cambiar las cosas en México el
gobierno federal tiene que hablar con la verdad, decirle a la opinión pública
lo que está sucediendo. De lo contrario, continuará la simulación. Ni los
números ni los hechos respaldan las mejoras en el desempeño del gobierno
federal hasta fines de mayo de 2013. Sólo uno espera con ansias que a la hora
de leer esta obra ya se estén presentando disminuciones en una buena parte de
los 23 indicadores de delitos económicos a los cuales he hecho referencia en
diferentes partes de los capítulos anteriores. Pero esto sólo sucederá cuando,
de a poco, y con todas las imperfecciones que cualquier país enfrenta, se vayan
instrumentando simultáneamente los cuatro tipos de controles institucionales
que he mencionado en numerosas oportunidades tanto a lo largo de esta obra como
en entrevistas y demás publicaciones desde hace años, y que hoy representan
cuatro enormes vacíos de Estado.
Un
mes después de que el secretario de Gobernación diera a conocer sus
estadísticas alegres, el Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), un
think tank independiente que realiza investigación académica en varias áreas,
dio a conocer un panorama más certero de qué es lo que sucede en el país en
materia de seguridad y qué es lo que podemos esperar en el futuro.
Los
investigadores del Cidac se dieron a la tarea de medir cuáles eran los delitos
que impactaban más en la percepción de seguridad de los mexicanos, y
encontraron que eran ocho: secuestro, homicidio doloso, lesiones dolosas con
arma blanca, extorsión, robo con violencia a transeúnte, robo sin violencia a
transeúnte, robo con violencia de un vehículo y robo sin violencia de un
vehículo. Midieron la incidencia de estos delitos y generaron el informe 8
Delitos Primero, Índice Delictivo Cidac, cuya actualización a diciembre de 2012
anuncia que “México está lejos de haber dejado atrás la crisis de violencia que
enfrenta”.
El
informe puntualiza primero lo que los mexicanos han perdido en los últimos
años:
Sabemos
que, a raíz de la ola de violencia en el país, el 44% de los ciudadanos dejó de
salir de noche, el 25% dejó de tomar un taxi, y el 21% dejó de ir a comer o a
cenar. Las empresas elevaron sus costos de seguridad a más de 11%, mientras que
el gasto público en seguridad de 2010 del gobierno federal representó seis
veces aquel de 2005.
Luego
presenta, con números, la realidad actual del país: según el estudio, en 14 de
las 32 entidades federativas la situación de inseguridad empeoró, especialmente
en Guerrero (el peor en el ranking) y Tamaulipas. El estudio también menciona
la elevación del número de secuestros en Nayarit y el alarmante incremento del
robo de vehículos en Nuevo León. Además, 11 entidades del país tienen una
afectación grave o severa por secuestro; 10 por homicidios, y 14 por
extorsiones. El estudio demuestra cómo la extorsión domina lo mismo en la
península de Baja California que en Tabasco o Quintana Roo. Los resultados del
estudio son claros.
Si
bien se presentó una disminución del 4% en los homicidios dolosos de 2010 a
2012, los secuestros aumentaron en 27%. Al respecto, el impacto de un secuestro
sobre la percepción de inseguridad en México equivale al impacto que tendrían
2.5 homicidios. Por lo tanto, la percepción de inseguridad en el país se
incrementó en más de 4%, lo equivalente a más de 4 millones de personas más que
tienen una percepción de inseguridad en su estado. El que exista hoy una menor
percepción de seguridad se explica por un incremento en delitos como el
secuestro. Además, los robos con violencia de vehículos y las lesiones se
incrementaron en 29 y 31% respectivamente.
En
un país con estos problemas, ¿cuánto impacta que los homicidios violentos se
reduzcan en 17%?, si es que esa cifra puede realmente verificarse
judicialmente. El gobierno federal y los gobiernos estatales y municipales
deberán demostrarle a la sociedad, con realidades numéricas serias, que las
cosas van mejorando. Si se hiciera un ranking parecido al propuesto por el
Cidac que evaluara qué ha pasado con los 23 delitos relacionados con la
delincuencia organizada que se cometen en México, y que mencioné al inicio de
este libro, el panorama sería todavía más complicado.
Ni
qué decir de los retrocesos habidos en materia de libertad de expresión en el
país, que no se cuentan, ya no por denuncias de acoso o amenazas, sino por
asesinatos. La lista de comunicadores abatidos durante el sexenio peñanietista
empezó con la muerte de Jaime Guadalupe Domínguez, director del portal Ojinaga
Noticias, del estado de Chihuahua, después de haber recibido 18 balas en el
cuerpo en esa ciudad norteña. Hoy, como ya anoté antes, la prensa en México se
ejerce bajo tres fuegos: el del crimen organizado y el narcotráfico; el del
poder político, y el del poder empresarial. Preocupa que los periodistas estén
tan desprotegidos.
Es
difícil saber qué va a pasar con la estrategia gubernamental contra la
delincuencia organizada. Algunos ya empiezan a hacer sus conclusiones. Si bien
el presidente Peña Nieto ha tratado en estos primeros meses de que la
violencia, la delincuencia organizada y la inseguridad no sean los principales
temas de su agenda, la realidad se ha impuesto una vez más al spin mediático de
la clase político-empresarial mexicana.
Según
datos del propio gobierno federal, existen grupos irregulares armados
(genuinamente comunitarios, a los que se les suman grupos paramilitares que
ocupan vacíos de Estado en varias entidades), algo que este autor ya venía
alertando con datos duros en los medios desde 2010, cuando la incompetente y
fallida administración de Felipe Calderón negaba ésta y otras realidades. A
esto se le suman los conflictos sociales ocasionados por la reforma educativa,
los que hasta ahora han marcado el sexenio…
…Si
bien algunas de las medidas descritas en este libro ya han empezado a planearse
o quizá incluso a instrumentarse por el gobierno federal y los gobiernos
estatales y municipales, otras ni siquiera han sido mencionadas. Tal como ya se
explicó en el capítulo anterior, el acuerdo político eje de las medidas ya
concebidas, el Pacto por México, no es suficiente para la instrumentación de
los cuatro controles que propongo.
…Es
necesario quizá ejemplificar el costo humano del crimen organizado a través de
los réditos criminales que éste obtiene. De acuerdo con la Oficina de las
Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, el tráfico de indocumentados
permite que alrededor de 90% de los 3 millones de latinoamericanos que entran
ilegalmente a Estados Unidos vía México cada año les dé ganancias a los
traficantes por alrededor de 7 mil millones de dólares. Este escenario de
ganancia económica necesita ser contrarrestado con medidas internacionales.
Entre
las medidas que propongo (…) se incluyen algunas de movilización social, como
la formación de cuerpos de paz regionales con jóvenes mexicanos, mujeres y
hombres, que se trasladen a los lugares más recónditos de México y de América
Latina mostrando la más representativa cara pacífica de la cultura mexicana.
También propongo acciones de cooperación internacional que van mucho más allá
de la cooperación en materia de seguridad y justicia e involucran el campo
preventivo, es decir, las cuestiones de salud, trabajo y educación, teniendo en
cuenta que las autoridades mexicanas ya tienen el discurso prevencionista bien
ensayado ante las cámaras y los micrófonos de los medios de comunicación.
Propongo
también la creación de 11 paneles de delineación e instrumentación internacional
sobre áreas regulatorias, un tema que fue tocado en este libro en el capítulo
6, en materia de armas, migración, narcotráfico, etcétera, con el fin de que
empiece el trabajo conjunto de varios países para encontrar un marco
regulatorio convergentemente armónico que no subsidie más a las empresas
criminales.
También
propongo algunas medidas económicas, como la creación de fondos de inversión
para otorgar créditos a unidades informales de producción, con el fin de
formalizarlas ante el fisco y, así, generar un tsunami de empleo formal e
inversión de abajo hacia arriba. México requiere también una revolución
económica que incluya a todos.
Invito
a pensar fuera de la caja, out of the box, como dirían los estadounidenses, es
decir, que la élite político-empresarial mexicana y la sociedad civil busquen
formas creativas que permitan que los controles que he descrito en este libro
se instrumenten en la práctica diaria de su pueblo y no sólo en los libros que
escriben sus élites entre cuatro paredes dentro de la Secretaría de
Gobernación. Ya no es tolerable que la clase política continúe con reformas de
maquillaje ni que la sociedad civil realice movimientos sociales complacientes
con el poder. México, con el potencial que tiene, debe retomar su papel de líder
en América Latina, y eso sólo podrá lograrlo si reduce la crisis de inseguridad
humana que vive su población.
Mis
recomendaciones no están acotadas a que sean políticamente factibles, trabajo
que dejo a los políticos para que lo determinen. Para eso se les paga. Me
limito a presentar un menú de opciones de políticas públicas esenciales para
salir de la pesadilla de inseguridad humana que vive hoy la región, para que
así se ejerciten con más frecuencia los 58 derechos humanos con los que
introduje esta obra.
Difícil
saber cuándo terminará el proceso de transición hacia una democracia por el que
están atravesando México y la mayor parte de los países centroamericanos,
incluido el triángulo de violencia (o “de la Muerte”) formado por El Salvador,
Guatemala y Honduras. Como ya lo expresé antes, muchos de los países que se han
encontrado en circunstancias similares han sufrido grandes cortocircuitos de
transición política. También es verdad que muchos de esos países, como Rusia y
algunos de los que se encontraban bajo el dominio soviético hasta 1991, no han
logrado concluir sus procesos democratizadores y han sufrido una involución. Se
deben tomar todas las medidas necesarias para que éste no sea el caso en
América Latina.
Uno
mantiene la convicción de que México no se convertirá en uno de los tantos
países con una transición fallida hacia su democracia. No obstante su rica
historia cultural, ser una de las cunas de la civilización moderna y el
iniciador de una revolución social pendiente basada en profundas ideas que
impactaron la conciencia universal a comienzos del siglo XX, México sólo podrá
recuperar su rumbo perdido y pasará a ser un referente político-social y
económico mundial si su sociedad civil y sus actores políticos empiezan a tomar
medidas ejemplificadas en este libro…
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