La lucha por la CDHDF/ERNESTO
VILLANUEVA
Revista
Proceso No 1939, 27 de octubre de
2013
Atodos
debe importar que funcione, y bien, la Comisión de Derechos Humanos del
Distrito Federal (CDHDF), que se renovará en los próximos días. Conviene pues
estar atentos a lo que ocurre. Veamos.
Primero.
Es loable que el proceso de renovación vaya caminando razonablemente bien, con
un amplio diálogo con las más distintas organizaciones de la sociedad civil que
ha propiciado la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), dirigido por
un político atípico, el sólido jurista Manuel Granados. Este hecho no es menor.
Con Granados al frente se permite elevar la calidad de la discusión, procesar
con civilidad las diferencias de percepción y de criterio sobre perfiles y, lo
más importante, los retos que tiene frente a sí la CDHDF. Si bien es verdad que
las organizaciones de la sociedad civil no votan, también lo es que tienen un
peso específico que no puede ni debe ser soslayado para que el organismo tenga
un amplio acompañamiento social.
A
la convocatoria emitida por la ALDF para renovar la presidencia de la CDHDF
respondieron 29 personas que consideraron llenar los requisitos para que bajo
su presidencia sea el garante autónomo de la observancia de los derechos
humanos en el DF. De ellas, la ALDF no descartó a nadie para que cada uno de los
aspirantes tenga la posibilidad de demostrar sus cartas credenciales frente a
los asambleístas, medida inteligente para sumar y no restar.
Segundo.
Las organizaciones de la sociedad civil más representativas de la Ciudad de
México hicieron, mediante un interesante y exhaustivo análisis de perfiles, una
depuración que redujo los 29 iniciales a menos de un tercio de los aspirantes,
que, entiendo, la ALDF deberá tomar en cuenta para que de ahí surja quien
encabece la CDHDF, es decir, de una lista corta que cuenta con el aval social.
De entrada considero que debe denominarse ombudsperson (no ombudsman) para
evitar la insinuación de que sólo los hombres pueden dirigir la CDHDF, lo que
en sí mismo sería, paradójicamente, una discriminación. De quienes aparecen en
la lista referida me parece que tres –y los menciono en orden alfabético–
harían una espléndida labor en esa posición en juego:
1.
Édgar Cortez Morales, un activista de los derechos humanos a quien he podido
conocer en estos años como una persona decente, capaz, congruente con sus
convicciones de ayudar a los que menos tienen, y a quien le profeso un gran
respeto por su trabajo y por anteponer el interés general sobre cualquier otro.
Se trata de un gran activo que, independientemente de que sea o no presidente
de la CDHDF, debe aprovecharse por el bien de todos.
2.
Perla Gómez Gallardo, decente, muy capaz y con una gran habilidad para la
academia y el litigio estratégico, como lo señaló en su tiempo Miguel Ángel
Granados Chapa, uno de sus defendidos en el Bufete Jurídico Gratuito de la
UNAM, como otros periodistas a los que se representó en sus demandas sin
cobrarles un centavo. Tan es así que, sin formar parte del Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la UNAM, ha sido apoyada institucionalmente por su
director y un gran número de investigadores del instituto.
3.
José Antonio Guevara Bermúdez, un joven comprometido con el tema, también una
persona decente y de quien he podido constatar su genuino interés al respecto
desde que dirigía el Programa Iberomericano de Derechos Humanos en la
Universidad Iberoamericana con Santiago Corcuera, otro muy respetable defensor
de derechos humanos.
Tercero.
En un hecho inédito, el Consejo Consultivo de la CDHDF, según el boletín
374/2013, pide a la ALDF que adopte estándares internacionales de transparencia
y rendición de cuentas, pero sólo para el nombramiento de la presidencia de la
CDHDF. Por supuesto, son de compartir sus inquietudes. Me llama la atención que
al cuarto para las tres y no antes hubieran hecho estas propuestas, y todavía
más, me causa estupor que, como en las añejas costumbres del régimen
autoritario mexicano, el Consejo pida transparencia a los demás y no predique
con el ejemplo.
En
efecto, las sesiones del Consejo no sólo no son públicas, sino que ni siquiera
la minuta de versión pública está a disposición de la sociedad en línea. ¿Qué
ocultan y por qué? ¿Por qué ese arranque de transparencia no se aplicó en la
estructura de la CDHDF? ¿Cómo avalan que se viole la ley y no se difundan los
directorios completos de los servidores públicos? ¿Por qué no está en línea la
lista de proveedores, consultores y anexas? ¿Por qué ocurre lo mismo con la
agenda pública y la declaración patrimonial de preferencia detallada del
presidente de la CDHDF, a quien le extienden un certificado de “probidad”? ¿Por
qué no se hallan en línea las auditorías técnicas, contables, operativas y el
impacto que representa el personal que tiene la CDHDF? ¿Por qué no están los
comprobantes de gastos de representación, justificación y viajes e impactos del
presidente de la CDHDF? ¿Por qué no se encuentran disponibles los informes de
pagos de publicidad, los criterios y los medios que eligieron para ese efecto?
¿Por qué no se hallan a la vista los indicadores de gestión y el avance trimestral
del ejercicio presupuestal?
Cuando
la congruencia no existe, la calidad moral se esfuma. Por otro lado, el reto
fundamental de la CDHDF, además de la transparencia y rendición de cuentas que
pone sobre la mesa el citado Consejo, es la armonización de derechos de todos
los que habitamos la capital del país. Cabe recordar que el derecho de una
persona termina cuando afecta el derecho de los demás. La autonomía de la CDHDF
debe ser un escudo contra presiones de parte olvidando el todo. No es fácil,
pero tampoco imposible.
evillanueva99@yahoo.com
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