Estados
Unidos resta trascendencia a la crisis del espionaje
El
Gobierno dedica hoy más esfuerzos aparentes a arreglar la página web de la
reforma sanitaria que a responder a las quejas de Europa o Brasil
ANTONIO
CAÑO
El País, Washington 27 OCT 201
Estados
Unidos dedica hoy más esfuerzos aparentes a arreglar los fallos en la página
web de la reforma sanitaria que a resolver la crisis diplomática provocada por
el espionaje norteamericano en Europa. Eso es reflejo, no solo de cuales son
las prioridades de la opinión pública, los medios de comunicación y el Gobierno
en este momento, sino de la falta de opciones de las que dispone el presidente
Obama para responder a corto plazo y de forma satisfactoria a las protestas de
los líderes europeos, que se espera que desaparezcan con el paso del tiempo sin
dejar una huella profunda.
En
general, la política adoptada por la Administración estadounidense desde el
estallido de este conflicto ha sido la de atender respetuosamente las quejas de
gobiernos que, por otra parte, son estrechos aliados, pero ofreciendo a cambio
solo promesas vagas de cambios en los mecanismos de espionaje, sin muchas
perspectivas de que puedan cumplirse.
Eso
no significa que el problema no sea real, incluso acuciante en términos
morales. Las revelaciones de Edward Snowden han puesto en evidencia la
existencia de un monstruoso sistema de recolección de datos privados que, al
margen de cualquier problema con Europa, constituye una amenaza para el régimen
de libertades individuales del que presume este país.
La
política adoptada por la Administración estadounidense ha sido la de atender respetuosamente las
quejas de otros Gobiernos
Ese
es el aspecto que más críticas ha provocado dentro de EE UU y el que más
perjudica al prestigio del presidente Obama. Pero incluso desde ese ángulo, los
efectos de la crisis del espionaje son limitados. Una manifestación celebrada
ayer en Washington para protestar por esa vigilancia reunió, según los
organizadores, a 2.000 personas, en su mayoría pertenecientes a los extremos
ideológicos, el Tea Party y el movimiento Ocupa Wall Street.
La
indiferencia de la opinión pública y publicada, por supuesto, es aún mayor en
lo que se refiere al espionaje internacional. Los periodistas han preguntado
insistentemente al portavoz de la Casa Blanca sobre las reacciones europeas,
pero no se ha construido aún un caso periodístico al respecto. Las principales
cabeceras, incluido The New York Times, no publicaba el sábado una sola línea
sobre el asunto en sus ediciones de papel. El tema no fue apenas mencionado
tampoco este domingo en los célebres programas de debate de los grandes canales
de televisión.
Pese
a todo, el daño que este escándalo puede causarle a EE UU es considerable.
Brasil, no solo suspendió la visita de su presidenta, sino también un programa
de compra de aviones militares. En cuanto a Europa, las amenazas son múltiples,
desde el intercambio de información antiterrorista hasta las negociaciones de
un tratado comercial bilateral. Peor aún, la confianza ciega que debe existir
entre dos bloques cuya alianza es vital para la estabilidad mundial, se ha
puesto en entredicho.
Todo
eso exigiría, teóricamente, una reacción inmediata y contundente de parte de
Obama. Pero esa reacción no es previsible porque tampoco parece muy factible.
No se cambian los servicios secretos de la noche a la mañana, si es que no es
posible cambiarlos en absoluto. Quizá sea ese realismo lo que explica el
escepticismo del público y de ciertos medios de comunicación.
Alemania
y Brasil lideran en la ONU una iniciativa para controlar el espionaje
Los
cinco países anglófonos y blancos pactaron no espiarse
EE
UU promete espiar sólo lo que necesite
EE
UU espió a Merkel desde 2002, antes de ser canciller
Washington
sabe mucho de espías. Entre otras razones, porque probablemente sea la ciudad
del mundo en la que hay más por metro cuadrado. Todas las embajadas tienen
alguno formalmente registrado y algunos otros emboscados entre el personal. Es
fácil imaginar cuál es su cometido, pero tampoco es difícil suponer que el
contraespionaje de EE UU los tiene, por lo general, bajo estricto control. Eso
lleva a algo bastante repetido estos días en esta ciudad: todos los países se
espían entre sí, con la diferencia de que nadie dispone de la tecnología con la
que cuenta este país. Cuando esos espías pertenecen a países aliados, con
frecuencia colaboran y se intercambian datos. EE UU dice haber recolectado en
Europa información beneficiosa para la seguridad de los propios europeos y
confiesa actuar en Europa, en muchas ocasiones, con el apoyo de los propios
servicios europeos. Así se explica la incredulidad con la que todavía se vive
esta crisis en algunas áreas de la Administración.
Obama
ha prometido revisar los modelos de espionaje para estar seguros de que se
recoge solo la información que se necesita, no toda la que EE UU es capaz de
reunir. Pero no va a ser fácil traducir eso en medidas concretas y visibles.
Esta
crisis afecta a un mundo por naturaleza oscuro e impermeable. En un país como
este, con intereses planetarios, enemigos de todo género y, hoy, con muchos más
medios técnicos que nunca, ese mundo se ha hecho especialmente poderoso e
inescrutable. Introducir reformas o límites en la NSA o la CIA, sin poner el
riesgo la seguridad nacional, no es como hacerlo en el Departamento de
Agricultura. Obama puede intentar alguna medida cosmética para calmar los
ánimos. Pero las posibilidades de que esta crisis genere cambios más profundos
son más bien escasas.
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E
UU promete espiar sólo lo que necesite, no todo lo que pueda
ANTONIO
CAÑO Washington 25 OCT 2013 - 21:21 CET950
El
Gobierno de Estados Unidos insiste en su derecho a recabar información en
cualquier país del mundo con objeto de proteger a sus ciudadanos, pero está
dispuesto a revisar los programas actuales de espionaje para asegurarse de que
se recoge la información que realmente se necesita, no toda la que su
desarrollada tecnología es capaz de reunir.
En
ese contexto, la portavoz del Departamento de Estado, Jean Psaki, comentó que
la Administración estaba considerando la propuesta hecha por Alemania y Francia
de discutir con EE UU nuevas reglas para limitar el espionaje, aunque añadió
que no había todavía ninguna decisión al respecto.
La
portavoz dijo que funcionarios de distintos niveles de la Administración habían
mantenido contactos en los últimos días con Francia, con Alemania y con Italia
para tratar de responder a la preocupación que el asunto del espionaje había
provocado, y habían discutido fórmulas para poner fin a este conflicto.
Con
ese propósito, el presidente Barack Obama ordenó hace ya varias semanas la
revisión de los sistemas actuales de espionaje, pero ninguna novedad se ha
producido desde entonces. Al contrario, las pruebas aportadas por Edward
Snowden sobre la extensión casi ilimitada de la vigilancia de EE UU han
continuado y las quejas de los países más afectados –Alemania, Brasil, Francia,
México- han aumentado.
La
crisis ha escalado hasta el punto de que la relación bilateral ha retrocedido,
en términos prácticos, con alguno de sus aliados (Brasil), se ha complicado con
otros (México) y ha adquirido una aspereza con Europa que no se recuerda desde
los tiempos de la guerra de Irak, con la diferencia de que entonces estaba en
la Casa Blanca un neo con antieuropeo y ahora está un progresista proeuropeo.
La
Casa Blanca confía en poder salir de esta situación a base de amabilidad y
contactos personales que devuelvan la calma a las agitadas capitales europeas.
Entre otros perjuicios, el espionaje ha herido la dignidad de los europeos y
los ha expuesto ante alguna de sus más profundas frustraciones: la desigualdad
de su relación con EE UU.
La
Administración está considerando la propuesta hecha por Alemania y Francia de
discutir con EE UU nuevas reglas para limitar el espionaje
Pese
a que Obama y los portavoces norteamericanos insistan en que la práctica del
espionaje es vieja y habitual entre todas las naciones del mundo, también entre
amigos y aliados, les falta añadir que ninguna de ellas dispone de los medios
con los que cuenta EE UU para entrometerse en los secretos ajenos y proteger
los propios. Aunque Alemania tuviera interés en el teléfono móvil de Obama, es
dudoso que consiguiera tener acceso a él.
El
problema de fondo, por tanto, es el del disparatado tamaño y poder alcanzado
por los servicios secretos de EE UU. La Agencia de Seguridad Nacional (NSA), de
la que más se habla ahora porque es de donde proceden los papeles de Snowden,
es solo una de las 16 agencias del Gobierno norteamericano dedicadas a
recopilar información, toda la que puedan.
Los
límites están, por supuesto, establecidos por la ley y por el control judicial
y parlamentario al que el espionaje está formalmente sometido. Pero las nuevas
tecnologías han hecho esos controles ineficaces y obsoletos. Ninguna comisión
parlamentaria, ningún juez del tribunal establecido para ese fin es capaz de
controlar las millones de comunicaciones que los servicios de inteligencia de
EE UU siguen a diario. Si, además, esa comisión y ese tribunal actúan también
en secreto, la falta de transparencia llega a ser alarmante.
La
crisis ha escalado hasta el punto de que la relación bilateral ha retrocedido,
en términos prácticos, con alguno de sus aliados (Brasil), se ha complicado con
otros (México) y ha adquirido una aspereza con Europa
Ese
control es aún más difícil desde las atribuciones que la Ley Patriótica
promulgada tras el 11 de septiembre de 2001 concedió al presidente. Obama
reconoció hace unos meses en un discurso que esos poderes presidenciales eran
excesivos y no estaban justificados por las amenazas a las que el país se
enfrenta en la actualidad. Pidió al Congreso que se reformulara esa
legislación, pero tampoco se ha avanzado al respecto todavía.
No
es fácil la vuelta atrás. Una vez que se ha creado un monstruo de espionaje de
semejantes proporciones, no es sencillo que éste acepte voluntariamente
renunciar a sus capacidades. A los espías se les entrena para conseguir
información. No es fácil añadirles excepciones.
Ahora
Obama necesita, al menos, la apariencia de que se van a aumentar los controles.
No se negocian las leyes nacionales con los Gobiernos de otros países, pero
seguramente sería tranquilizador para Francia y Alemania la abolición de la Ley
Patriótica. De cara a los propios norteamericanos, mayor transparencia
parlamentaria y judicial parece lo más urgente.
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