2 nov 2013

El asunto de los negocios es más que un negocio/


El asunto de los negocios es más que un negocio/Laura Tyson, a former chair of the US President’s Council of Economic Advisers, is a professor at the Haas School of Business at the University of California, Berkeley. 
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project Syndicate | 31 de octubre de 2013
En fecha anterior de este año, Robert Symons, de la Escuela de Administración de Empresas de Harvard, lanzó una acusación despiadada a las empresas y escuelas de administración de empresas americanas. Sostuvo que las empresas americanas se habían vuelto faltas de juicio e incapaces de centrarse y habían dejado de ser competitivas, en parte porque las escuelas de administración de empresas estaban convenciéndolas para que adoptaran una larga lista de valores nebulosos y halagadores de su buena conciencia, como, por ejemplo, la responsabilidad social, la sostenibilidad medioambiental y la lucha contra la exclusión.
Reavivando una famosa andanada de Milton Friedman en 1970, Simons sostuvo que la única misión de una empresa es la de “competir y vencer”. También Friedman mantuvo que todo lo que no fuera ganar dinero era una distracción.

Es difícil negar la atractiva simplicidad de ese argumento. ¿Quién negaría que las empresas tienen el claro deber de obtener beneficios para sus accionistas o que la mayoría de éstos invierten primordialmente para ganar dinero y no para mejorar el mundo? ¿Por qué hacerlo más complicado?
Porque lo es.
En primer lugar, la mayoría de las referencias al argumento de Friedman pasan por alto su reconocimiento de las limitaciones de la actuación de las empresas. Dicho con sus propias palabras, las empresas deben “ganar el mayor dinero posible sin por ello dejar de ajustarse a las normas básicas de la sociedad, tanto las encarnadas en la ley como las encarnadas en la tradición ética”. Dicho de otro modo, el cumplimiento de la ley no basta. Algunas limitaciones éticas, como, por ejemplo, los derechos humanos fundamentales, reflejan valores universales; otras varían con el paso del tiempo, la ubicación y las situaciones.
En segundo lugar, no todos los accionistas son iguales. Como ha dicho Lynn Stout, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Cornell, son “seres humanos con marcos temporales de inversión diferentes, intereses ex ante y ex post diferentes, diferentes grados de diversificación y actitudes diferentes respecto del sacrificio de la riqueza personal para aplicar las normas éticas y no perjudicar a los demás”. También difieren en sus actitud para con el riesgo.
La obtención del máximo valor para los accionistas en un período determinado puede satisfacer los intereses de algunos de ellos, pero viola los de otros. La simplista teoría de la obtención del máximo beneficio pasa por alto los intereses encontrados de los diversos accionistas. En realidad, al adoptar decisiones empresariales, tienen que armonizar dichos intereses.
En tercer lugar, las empresas pueden afectar los intereses de los accionistas con el paso del tiempo. Las personas se sienten atraídas por organizaciones compatibles con sus preferencias personales. Así, pues, las empresas pueden atraer a accionistas con una mentalidad parecida patrocinando valores, misiones y tradiciones distintivos.
Según un estudio reciente, los accionistas pacientes representan una gran parte de las acciones de empresas que adoptan un programa de sostenibilidad a largo plazo, a diferencia de las interesadas sólo en la obtención del máximo precio de las acciones. Un número en aumento de inversores buscan inversiones responsables u oportunidades de “inversiones con repercusiones” que prometan una combinación de réditos financieros y sociales.
En cuarto lugar, todas las empresas dependen de las sociedades en las que funcionan y las afectan. Cuanto mayor sea la empresa y su importancia mundial, mayores serán sus efectos sociales y mayor importancia tendrán a escala mundial.
Las empresas necesitan clientes a los que sus productos resulten asequibles, lo que significa que las empresas se benefician de la estabilidad social y de una amplia prosperidad. Además, las empresas necesitan empleados instruidos, muy trabajadores y con conciencia ética y proveedores fiables y eficientes, además de infraestructuras públicas: no sólo físicas, como autopistas y aeropuertos, sino también sociales, como buenas escuelas, barrios seguros y sistemas jurídicos eficaces.
Las empresas que pasan por alto el marco social y medioambiental más amplio en el que trabajan tienen probabilidades de pagar un precio por ello: pérdida de su buena reputación y del valor de sus marcas, bajada de las ventas, dificultades para reclutar a personas con talento, menor productividad de los trabajadores, corrupción, reglamentaciones estatales más duras o un aumento de los costos relacionados con el cambio climático.
Ahora existen aplicaciones de teléfonos portátiles que evalúan y califican las cadenas de suministro de las grandes empresas multinacionales para los clientes, los inversores y los funcionarios públicos. Las empresas que obtienen malas calificaciones corren el riesgo de perder ventas e inversores y desencadenar medidas legales o reglamentadoras oficiales.
Por ejemplo, la marca de Appel sufrió recientemente una sacudida por las revelaciones sobre las brutales condiciones laborales en las fábricas de Foxconn en China, donde se montan la mayoría de sus iPhones y iPads. Como reacción ante las preocupaciones de sus clientes, empleados y accionistas, Apple ha mejorado las condiciones laborales y ha accedido a que un observador independiente haga revisiones periódicas al respecto. Asimismo, empresas americanas y europeas de fabricación de prendas de vestir se han esforzado por contener los perjuicios a su buena reputación causados por unas condiciones laborales letales en las fábricas de prendas de vestir de Bangladesh.
La idea de Friedman y Simons de que la única responsabilidad social de las empresas es la de aumentar los beneficios da por sentado que unos gobiernos competentes y no corruptos aportan los bienes públicos necesarios para una economía próspera y ponen coto a las externalidades negativas, como la contaminación y el cambio climático resultantes de las actividades económicas privadas, pero, en las sociedades actuales en las que funcionan las empresas, muchas veces los gobiernos no pueden aportar los bienes públicos necesarios o no están dispuestos a hacerlo ni a refrenar las externalidades negativas. Como reacción antes los “fallos estatales”, las empresas afrontan presiones de diversas partes interesadas –incluidos los propios gobiernos incompetentes y corruptos– para abordar los grandes problemas sociales y medioambientales.
Pero las empresas no pueden resolver dichos problemas por sí solas. Las soluciones dependen de una colaboración innovadora entre las empresas privadas, las organizaciones sin ánimo de lucro y los gobiernos. Dicha colaboración ya existe. Por ejemplo, Walmart se ha unido al Fondo de Defensa del Medio Ambiente para idear una estrategia encaminada a eliminar veinte millones de toneladas de carbono originado por los productos de sus estanterías. Asimismo, la Unión Europea, la Organización Mundial del Trabajo y el Gobierno de Bangladesh han cooperado con empresas mundiales a fin de formular un pacto para mejorar las condiciones de los trabajadores de las fábricas de prendas de vestir de ese país.
Las empresas tienen una responsabilidad para con sus accionistas, pero también para con las sociedades que les conceden el derecho a realizar sus actividades y pueden cumplir con las dos de forma provechosa. No hay pruebas que respalden la afirmación de Simón de que un compromiso con valores sociales o medioambientales esté socavando la competitividad de las empresas de los Estados Unidos. En realidad, la documentación reciente indica lo contrario: la responsabilidad social y medioambiental puede ser un venero de ventaja competitiva a largo plazo.

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