La oreja orwelliana/ Gregorio Morán
Publicado en La Vanguardia |2 de noviembre de 2013;
Seguro que se acuerdan de aquella película alemana titulada La vida de los
otros. Quien la vio allá por 2006 no puede haberla olvidado. La deprimente
historia de un agente dedicado a escuchar a un matrimonio sospechoso de
actividades contrarias al Estado. Se trataba de la Alemania comunista y toda la
miserable peripecia de este control producía un rechazo visceral. Era lo que
George Orwell había descrito sobre el Gran Hermano que nos vigila a todos.
Lo que probablemente no estaba en la capacidad profética de Orwell es una
escena en la Alemania reunificada y gobernada por una ciudadana fuera de toda
sospecha, Angela Merkel, a la que desde una oficina de la planta cuarta de la
embajada de Estados Unidos le estaba ocurriendo exactamente lo mismo. Hasta su
móvil privado. La diferencia es que en vez de ser una sola persona quien se
dedicaba al trabajo de escucha, tratándose de una amiga y más que íntima de
Estados Unidos de América, en este caso era un equipo completo. Antes bastaba
con un pringado, ahora se necesita un equipo de delincuentes de Estado (agentes
en misión de alta responsabilidad, se les denomina ahora), con sus horarios
reglamentados. Los espías postmodernos están muy atentos a su salud; quieren
jubilarse en plenas condiciones físicas. Son empleados de una empresa cada vez
más boyante, el Estado que se ocupa de la oreja de Orwell.
Nunca agradeceremos lo suficiente a ese héroe de la democracia por buen
nombre Edward Snowden haber destapado una de las estafas mayores de la historia
del espionaje: cómo bajo la tapadera de la lucha contra el terrorismo se lucha
contra nuestra libertad. ¿Ustedes saben cuántos puestos de trabajo, de alta
cualificación están en juego tras el desenmascaramiento de esta asociación de
piratas bajo la bandera de Estados Unidos? Pasan de los 50.000, y como diría un
economista puesto al día, sin contar los empleos indirectos.
Es decir que este aparato en el que escribo, esta máquina que aseguraban
servía para todo y que nos hacía la vida más cómoda, ha resultado ser una
pesadilla orwelliana. Porque nada de lo que escribo está exento de la
posibilidad de que un hijo de perra, con categoría de responsable de servicios,
trate de sacarme los colores porque escribía a quién sabe quién o dije quién
sabe qué cosa. Hemos ganado en libertad, aseguran los cándidos. Al revés, es la
primera vez en la historia que los espiados pagan para que los espíen. Y además
felices de su inconmensurable salto tecnológico.
Ahora uno entiende por qué tenían tanto interés en pillar a Snowden. Por
primera vez un tipo con dignidad y consciente de la mayor estafa de Estado que
conoció la historia, tenía el valor de sacar más de 30.000 documentos de alta
sensibilidad, a los que el general Alexander, jefe de los delincuentes,
considera lo más grave que le ha ocurrido a Estados Unidos en su historia. Ya
tiene que ser grande con la larga historia que acumula ese país prácticamente
desde que se convirtió en Imperio. (Nadie parece haberse acordado de que
acabamos de pasar sin pena ni gloria, en sospechoso silencio, el 50 aniversario
del derrocamiento de Juan Bosch en la República Dominicana, primer presidente
elegido democráticamente en la historia del país y al que el ejército de EE.UU.
derrocó para sustituirlo por un triunvirato corrupto y asesino).
Controlar todas las comunicaciones del mundo a partir de las máquinas que
nos venden ellos es el mayor negocio que ha conocido la humanidad desde que se
creó Silicon Valley. 33 líderes mundiales controlados en sus comunicaciones más
íntimas es mucho, casi una exageración si no fuera porque es posible, y cuando
se trata de alta tecnología todo lo posible es real. Es un juego perfecto. No
hay demoras; la escucha, la transcripción, la entrega al mando es simultánea.
Cuando Obama se entrevista con Merkel, por ejemplo, ya lo sabe todo; es como
ganarle al póquer a un ciego. Ahora nos inundarán las campañas de contra
información más sofisticadas. Imagínense miles de tipos, que viven de la
delincuencia informativa, dispuestos a todas las perrerías para convertir al
adversario en un pingajo y a la información que ha suministrado en una nadería
de colegial. Ocurrió con el soldado Manning, el valiente muchacho al que
llevaron al tribunal militar flanqueado por dos marines de altura descomunal
para resaltar la escasa talla del “traidor” –nada se deja al azar cuando se
trata de contra información–; luego le hicieron mujer, “llámame Mary”, pero
como el asunto no ha prosperado sospecho que pronto irán por otra vía y lo
volverán loco o de la Iglesia del Séptimo Día. Lo importante es que reniegue.
Luego Julian Assange. ¿Se acuerdan? El de los cuatro polvos; dos
consentidos y dos sin consentir. ¿Dónde están las chicas suecas? Sólo sé que él
no puede salir de la embajada de Ecuador en Londres porque le caerá la
perpetua, como mínimo. El primer polvo fue consentido, el segundo no; aunque
aseguran que fueron simultáneos. En el otro la primera coyunda se hizo con
preservativo y la segunda no. ¿Ustedes creen que alguien puede estar fuera de
la ley en todo el mundo por dos confesiones de esa naturaleza? ¿Conservaron el
condón usado? Sería una prueba incontestable del rigor de los servicios de
espionaje. Suecia ya no es lo que era.
Y qué hacemos con Edward Snowden. ¡Está en Rusia! ¿Y dónde quiere que esté,
en países democráticos como España que intentó asaltar el avión del presidente
de Bolivia para entregar a Snowden a sus jefes norteamericanos? Cuando uno está
jodido y es carne de presidio hay que buscar el lugar donde a los “cazadores de
cabelleras” les dé miedo entrar. Un gesto, el de sus padres, visitándole muy
orgullosos en Moscú.
No es lo mismo que el menos citado Glenn Greenward, sin el cual
posiblemente nada hubiera sido igual. Este abogado norteamericano, colaborador
del The Guardian británico, y al que sus padres han repudiado, se ha tenido que
ir a vivir a São Paulo, porque su pareja es un brasileño al que torturaron en
el aeropuerto de Londres la policía más prestigiosa del mundo hasta que se
demostró que es tan corrupta e incompetente como las demás. (Brasil puede ser
otro buen sitio para esconderse tras el comportamiento riguroso de Dilma
Rousseff negándose a entrevistarse con su espía Obama y suspendiendo la compra
de sus aviones). Es verdad que Greenward ha de vivir en un hotel y comprar un
ordenador, según confesión propia, cada tres semanas; no usa internet porque
está en el secreto.
Pero ¿y España? Impresionante. 61 millones de interferencias telefónicas de
la NSA-CIA en un mes. Más que Francia e Italia. Parece como una confirmación de
que nuestro país es donde las mafias conservan mayor control del territorio e
incluso calma para instalar sus mansiones. Quizá sea por eso. O como escribió
un columnista están muy atentos a lo que pensamos. ¿Sobre Rajoy? ¿Sobre la
tormenta del vaso de agua en Catalunya? Me temo que lo nuestro no tiene nada
que ver con la política. Nuestros políticos son mansos como corderos y glotones
como gorrinos. Ningún departamento de servicios especiales haría otra cosa que
trasladarlos a la sección de cobros.
¡Vamos a leer cada cosa, que les advierto no se pueden ni imaginar! Hay
miles de tipos fabricando las pruebas. Cómo Snowden violó a niños cuando era
adolescente, cómo trabajó para los chinos dada su afición al opio, o cómo los
rusos le compraron cuando estudiaba el bachillerato y se convirtió en un
infiltrado en los servicios de la NSA-CIA. (Desconfíen de las siglas NSA, CIA,
SCS –los que escuchaban a Merkel– todos son lo mismo, no se diferencian ni en
los collares ni en sus pagadores). Los imperios no pueden dejar impune a quien
les ha bajado los pantalones y les ha descubierto sus vergüenzas.
¿Saben lo único que me ha dado un cierto ánimo en este pelea imposible? Que
encuestados los ciudadanos estadounidenses sobre qué pensaban de Edward
Snowden: un 39% le considera un traidor. Pero un 35 % le admira. Algo así entre
nosotros sería impensable.
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