Y
la Presidencia omnímoda se impuso/Arturo Rodríguez Garcia
Tras
12 años fuera de Los Pinos, el PRI volvió con todo y sus anacrónicos rituales,
algunos inocuos… otros no tanto. Desde la desempolvada “cargada” de genuflexos
políticos, pseudofeministas, empresarios o charros sindicales, hasta las
muestras de fuerza (encarcelamientos y represión, por ejemplo), las señales
sólo llevan a una conclusión: desaparecen los atisbos del federalismo
equilibrado que bien o mal se había venido edificando en las décadas recientes,
pues el poder se ejercerá desde un solo lugar: la Presidencia.
“Usted
es un faro de esperanza” para la causa de las mujeres, dijo la entonces
presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, María
del Carmen Alanís, a Enrique Peña Nieto. Tres meses antes la magistrada había
legitimado con sus compañeros el resultado electoral que llevó al mexiquense a
la Presidencia.
Viejo
ritual reasumido tras los años de ausencia priista en el poder, La Mujer del
Año tiene otra vez como invitado de honor al presidente, encargado de entregar
la presea elaborada por la casa Tiffany en un acto que organiza la priista Kena
Moreno.
Era
en realidad un sofisticado mitin feminista del PRI, convocado en el vestíbulo
del Museo Nacional de Antropología, al cual cientos de socialités, mujeres de
la política y el altruismo, acudieron la tarde del 3 de diciembre de 2012.
La
Mujer del Año 2012 fue Alanís, quien en su discurso añadió: “El espíritu de
igualdad que quedó plasmado en el Pacto por México, suscrito el día de ayer, da
cuenta de que la inclusión ha comenzado a formar parte de la agenda de Estado,
compartida además por las fuerzas políticas”.
Aplausos.
Dos
días antes, el 1 de diciembre, Peña Nieto había asumido la Presidencia en medio
de una jornada de protestas brutalmente reprimidas. Para ese día se tenía
prevista la firma del Pacto por México, pero un desacuerdo entre partidos hizo
que se aplazara al 2 de diciembre.
Cinco
acuerdos y 95 asuntos a reformar (compromisos, les llamaron) fueron suscritos
por PAN, PRD y PRI, las fuerzas políticas con mayor representación en el país.
Los
presidentes surgidos del PRI inician sus mandatos con golpes efectistas: Miguel
de la Madrid encarceló al Negro Durazo, Carlos Salinas a La Quina, Ernesto
Zedillo a Raúl Salinas de Gortari… Peña Nieto a la dirigente magisterial Elba
Esther Gordillo.
El
historiador Enrique Krauze llama a esa costumbre “el calado”, cuando grupos de
poder quieren poner a prueba al presidente y éste da una muestra de fuerza. La
costumbre forma parte de lo que ha dado en llamar, como su libro, “la Presidencia
imperial” (Proceso 1897).
El
pasado 26 de febrero la dirigente magisterial fue detenida y encarcelada. Los
gobernadores, varios directamente deudores de su carrera política a Gordillo,
fueron convocados a la residencia oficial de Los Pinos, de donde salieron
apoyando la decisión.
No
hubo concentración masiva en el Zócalo para apoyar al presidente pero sí una
asamblea con 10 mil priistas en el Centro Banamex el 4 de marzo.
El
PRI está de regreso en el poder, con sus sectores y organizaciones, las otrora
llamadas “fuerzas vivas” a las cuales arenga el dirigente partidista César
Camacho y, en su nombre, le expresa al mandatario su sentir: respeto a su
investidura y a la verticalidad de su gobierno y el respaldo a “la firmeza y
arrojo para decidir lo que conviene a la República”.
El
PAN y el PRD aplaudieron el encarcelamiento. Sólo el dirigente perredista Jesús
Zambrano pidió que cayera también Carlos Romero Deschamps, líder petrolero.
Pacto
permanente
El
1 de mayo, Día Internacional del Trabajo, el gobierno federal, los dirigentes
de los corporativos gremiales y las cámaras empresariales se fundieron en
elogios y manifestaciones de apoyo y respaldo a las iniciativas presidenciales.
Atrás
en la historia quedó la concentración masiva en el Zócalo y el desfile obrero
al cual saludaban los presidentes desde el palco presidencial. Felipe Calderón
canceló el encuentro en la residencia oficial que este año resurgió con los
llamados “factores de la producción” reunidos en el salón Adolfo López Mateos
de Los Pinos. Los asistentes son “quienes mueven a México”.
En
el acto y en nombre de los trabajadores el cetemista Joaquín Gamboa Pascoe
expresó el total e incondicional apoyo a Peña Nieto, y el representante de los
industriales, Javier Funtanet Mange, externó el respaldo empresarial a sus
reformas.
Ausentes
estaban los trabajadores de Mexicana, en cesantía forzada; los electricistas
del SME, que ya ni centro de trabajo tienen; tampoco Elba Esther Gordillo, pues
languidece en la cárcel.
Referencia
obligada en todos sus discursos, esa vez Peña Nieto no mencionó el Pacto por
México, que atraviesa un impasse. En desarrollo varias elecciones locales,
funcionarios de la Sedesol fueron sorprendidos utilizando clientelarmente la
Cruzada contra el Hambre, programa de gobierno para abatir la pobreza
alimentaria.
El
19 de abril, en Chiapas, Peña Nieto dijo en su discurso: “Rosario, no te
preocupes, hay que aguantar porque han empezado las críticas, han empezado las
descalificaciones de aquellos a quienes preocupan la política y las
elecciones”.
Y
“aquellos” se levantaron de la mesa del pacto, demandando equidad electoral,
que sería resuelta semanas más tarde con un adéndum a los cinco acuerdos
condensados entre partidos y gobierno días después.
Como
sea, en el besamanos del 1 de mayo Gamboa Pascoe transmitió un mensaje de los
trabajadores al presidente: “Sin contar nosotros nada respecto al Pacto por
México, que con tanta prudencia ha manejado y sigue manejando, de siempre el
pacto lo tiene con los trabajadores, y siempre le responderemos de ese pacto”.
Centralismo
de hecho y de derecho
Los
gobernadores han sido convocados a diferentes actos públicos para presentar
iniciativas, como el plan de desarrollo o la puesta en marcha de los programas
trascendentales de la administración: la Cruzada contra el Hambre y la
Estrategia de Seguridad. Pero sólo dos veces han sido llamados a reuniones en
privado.
La
primera fue el 26 de febrero, cuando se les informó de la detención de
Gordillo. La segunda, el pasado 13 de septiembre, cuando el gobierno de Peña
Nieto decidió desalojar del Zócalo capitalino a los maestros de la CNTE.
Los
gobernadores en general –los priistas en particular– han aceptado toda petición
presidencial, incluso para recibir instrucciones, como la de silenciar la
información de seguridad, según reveló el mandatario de Colima, Mario Anguiano,
el 2 de febrero.
Las
reformas peñistas en materia fiscal terminaron quitándole el control a los
estados sobre la nómina magisterial, la cual habían asumido en los noventa.
El
federalismo, concepto de debate recurrente en aquella década, hoy está fuera de
las discusiones; en diferentes rubros las atribuciones que tenían las entidades
federativas hoy regresan al control central, aunque no necesariamente al Ejecutivo.
Es
el caso de la pérdida de facultades para contratar deuda en los estados, la
propuesta de un código penal único, la creación de un instituto electoral
nacional que sustituya los organismos estatales, la ampliación de facultades al
Instituto Federal de Acceso a la Información para conocer inconformidades de
los estados, la homogeneización de políticas de seguridad, la gendarmería
nacional que pretende asumir tareas de prevención del delito en el fuero común,
entre otras.
Para
César Velázquez, coordinador del posgrado en ciencias políticas de la
Universidad Iberoamericana, el federalismo mexicano tuvo avances en los
noventa, y el poder de los gobernadores, la mayoría priistas, creció frente a
los presidentes del PAN. Además, estados y municipios tuvieron importantes
ingresos.
El
federalismo de los noventa, sostiene, fue producto de las presiones de los
partidos de oposición al PRI, que estaba en crisis. Se generó un mal diseño del
federalismo y luego se dejó de lado la discusión.
Tras
los escándalos de los gobernadores, como en Coahuila y Tabasco, surgió la
tendencia a centralizar, dice.
“El
problema es que la lectura es errónea. Pareciera que se asume que todos los
gobernadores son malos y corruptos, y hay que hacer algo con ellos. La solución
más fácil es acotarles poderes y regresarlos a la federación”, observa.
Doctor
en políticas públicas por la Universidad de Chicago y estudioso del federalismo
mexicano, Velázquez advierte que algunas reformas pueden ser saludables pues
algo no funcionaba bien en los estados y, sin embargo, las soluciones no
implican un rediseño del pacto federal, sino que son simplemente remedios
cortoplacistas.
Sobre
la aceptación de todas las decisiones presidenciales, observa: “Es consecuencia
de que la mayoría de los gobiernos estatales son del PRI. Para el gobierno de
Peña Nieto es más fácil estar de acuerdo con los gobernadores, que van a estar
a favor de lo que propone el presidente.
“Contrario
a lo que ocurría en el sexenio pasado, hay una relación más tersa, lo cual
puede ser bueno porque no hay conflictos innecesarios. Lo preocupante es que
esa buena relación impida que haya una discusión del federalismo o que los
problemas que surjan y se presenten se debatan públicamente”, asegura.
En
cuanto al fortalecimiento de la figura presidencial, tiene sus reservas pues
afirma: “No es tan claro que quitándole control a estados y municipios se
fortalezca en automático el presidencialismo, pero sí se fortalece al gobierno
federal”.
En
los últimos meses, diferentes actores políticos han observado el riesgo para el
federalismo. Roberto Gil, uno de los promotores para acotar facultades
financieras a los estados, alegó el 5 de noviembre que la creación de un
Instituto Nacional Electoral debe evitar afectar el federalismo.
Antes,
el 5 de agosto, Manlio Fabio Beltrones se refirió al mismo tema y dijo que “hay
una tentación de dañar al federalismo”, aunque nunca volvió a abordar el
concepto. Y en el PRD Mario Delgado ha acompañado a los presidentes de los
organismos electorales locales para rechazar la pérdida de atribuciones en los
estados.
Ajenos
a todo, los gobernadores priistas, 20 en total, apoyan al presidente en sus
reformas, sin más. Son en beneficio de los mexicanos, dijo el 8 de noviembre el
gobernador de Durango, Jorge Herrera Caldera.
Mayoría
presidencial
El
13 de septiembre los maestros de la CNTE fueron violentamente desalojados del
Zócalo capitalino. La noche del 15 el espacio público fue atestado de priistas
acarreados del Estado de México para vitorear al mandatario y responder a la
arenga tradicional conocida históricamente como “El Grito”.
La
celebración en el Palacio Nacional vino a menos. El presidente y sus
colaboradores debieron salir para atender la emergencia por las lluvias en
Guerrero y otras entidades del país.
Un
día después el desfile militar fue encabezado por un presidente que hace un
recorrido triunfal por el Zócalo a bordo de un vehículo militar descubierto.
Miles de soldados, policías federales y el Estado Mayor lo resguardaron.
Al
cumplirse un año de gobierno, nunca se aceptó discutir la modificación de la
reforma educativa como pretendía la CNTE. El secretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong, dijo el 11 de noviembre que habían llegado “a las últimas
horas de diálogo en la tolerancia que hemos asumidos con ellos”.
El
endurecimiento del gobierno federal se generaliza. El pasado 28 de noviembre el
PRD anunció que abandonaba el Pacto por México. Jesús Zambrano dijo que su
partido no avalaría las reformas política ni energética.
Peña
Nieto, quien todavía el 10 de junio hizo votos por que las fuerzas políticas no
pusieran “nada por encima del pacto”, respondió al PRD desde Ojinaga,
Chihuahua, haciéndolo prescindible, pues sostuvo que no espera unanimidad, y
expuso:
“En
democracia, sin duda debe privilegiarse a la voz o a aquella representación que
tenga la mayoría, aquella en la que haya mayor consenso.”
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