La
banca, a veces, mata/ Gregorio Morán
La
Vanguardia | 4 de enero de 2014
El
último muerto bancario del 2013 sucumbió en día tan significado como la
Nochebuena. Era valenciano. De haber sido catalán probablemente hubiera
esperado unas horas para cumplir con el ritual de la Navidad. Se llamaba Julio
Miralles Tatay, 39 años, policía municipal. Se mató sobre las cinco de la tarde
en una celda de la cárcel de Albocàsser, Castellón, por un procedimiento que no
debe tener precedentes: se ahorcó con un mocho de fregona y un hilo para la
limpieza dental. La escena debió ser brutal porque medía casi dos metros y
pesaba cien kilos. Con toda seguridad desconocía que Hitler impuso a los
condenados a muerte tras el atentado que sufrió en julio del 44 que no se les
colgara con la habitual soga de esparto engrasada, sino con cuerdas de piano,
infalibles en el dolor y la eficacia.
Deberíamos
ir haciendo una relación de los muertos bancarios de los últimos años.
Aprenderíamos mucho sobre el escaso valor de las estadísticas y la importancia
de los ciudadanos que un día se creyeron libres y descubrieron que eran
esclavos. La historia de Julio Miralles es tan sencilla que suena a culebrón.
Su madre recibe una herencia que bordea los 180.000 euros –la maldita herencia
que les complicaría la vida, según el padre del suicida– y como son familia del
director de Bancaja en Paterna, el muy respetable representante bancario Germán
Sánchez, un genio de la finanza local, qué mejor qué consultarle. ¿Acaso no es
familia, aunque sea primo lejano?
Los
“primos”, en castellano, son polisémicos, que decimos los pedantes. Lo mismo
sirve para designar a un familiar que a un idiota o al que se va a comer el
marrón, que dirían los castizos. La familia es una institución más peligrosa
que la banca. Conozco una señora a quien le van muy bien los negocios porque se
atuvo al consejo de su padre: “Paquita, recuérdalo siempre. Para los contratos,
basta con una firma; salvo si es de la familia, que debes exigir dos”.
Aparecían
las preferentes y el primo Germán Sánchez les garantizó los primeros lotes. Ese
7%, que a juzgar por la opinión de los banqueros forrados por el negocio,
demostraba la codicia de los inversores. ¡7% vitalicio! O como mínimo durante
cinco años y luego un poco menos pero que venía a ser igual. Pobre gente,
estafados por una caterva de personajes salidos de una novela de Rafa Chirbes.
¡Si además el tal Germán Sánchez era de la familia!
Cada
vez que oigo la palabra familia como elogio trascendental me acuerdo de la
Mafia y del honorable cardenal Rouco Varela, por razones diferentes pero
defensores de la familia como célula fundamental de la sociedad. En un caso,
una garantía en el negocio y la extorsión, en el otro un prurito ideológico
basado en una impostura: una institución de castrati por convicción se propone
orientar y hasta decidir cómo deben ser las familias. Lo entendería en el caso
de un pastor protestante, casado y padre de familia.
Es
pena que nadie haya buscado a ese Germán Sánchez “el primo”, con su segunda
casa en la pedanía de Pinedo, allí donde fue un mal día el pariente lejano
llamado a morir en una celda de la prisión Albocàsser por un 7% que resultó una
estafa. Vayamos por partes. Si la inversión estaba garantizada por “un primo”
listo, ¿por qué no poner en sus manos el resto de la inversión? Como en la
ruleta, “al 7 todo”. Total 371.000 euros, recogiendo los dineros del padre, de
la madre y de la abuela. Habían tenido una droguería y guardado sus ahorrillos;
ahora llegaba el momento de ponerlos, bien asesorados, “al 7 y no va más”.
“Rien ne va plus”. Pobre gente. Querían ser rentistas en una sociedad de
mafiosos.
Eran
tan novatos en el gremio que no detectaron que “el primo Germán” se había
prejubilado en el 2011, con 53 años, en el último vagón del último tren que iba
hacia la huida financiera. Todo lo que vendría después preludiaba el infierno.
Es el momento en el que Miguel Blesa rechaza colocar unos cuantos millares de
euros en preferentes de su propia Caja Madrid. Prefiere el BBVA y Telefónica,
con menores réditos pero más seguros. Las preferentes para los pequeños
inversores, que ni tienen puta idea y que están obsesionados por lo que los
banqueros llaman “la codicia del 7%”, algo imposible en banca, según reconocen
hoy los mismos que las promovieron ayer.
Bastaría
mirar a Pere Antoni de Dòria –cuyo nombre respeto porque tengo un amigo muy
sensible a mi castellanización de los apellidos–, aunque siempre fue conocido
como Pedro Antonio Doria, sin cuya denominación de origen jamás habría llegado
a director general de Caixa Laietana. En el momento preciso interrumpió su 7% y
sacó de la operación a su esposa, tres de sus hijos y hasta una nuera… Le
acusan ahora de información privilegiada. Salvó su patrimonio y liquidó el de
otros. Tiene que haber una diferencia neta, rotunda, entre una mala inversión
financiera y una estafa manifiesta. De no ser así sólo sirve el sentir mafioso:
“O me devuelve el dinero, señor Dr. de Sucursal, o le rompo las piernas”. Sé de
gente que lo hizo, y le salió bien, pero son casos extremos. Un discreto
exdroguero de Valencia y su hijo, de la “madera local”, 39 años, casado con un
hijo a punto de cumplir los seis, no forman parte de este gremio agreste y
decidido. Pero cuando Julio Miralles Tatay empezó a leer que había un
“producto” denominado “preferentes” y descubrió que el perfil era el suyo y ya
no pudo acceder al “primo Germán”. O estaba de viaje, o hacía ruta en bicicleta
o se bañaba en la piscina. ¡Oh, los bancarios de antaño, tan serviciales y
ahora tan esquivos! La codicia del 7% es de pobres con pretensiones.
Aquel
pedazo de hombre de dos metros y muchos kilos empezaba a volverse loco. Los
sueños paternos se habían diluido y el 7% se había transformado en nada. Cero
patatero. En unas informaciones que juzgo confusas, parece que le retiraron la
pistola de agente municipal. ¡Estaba obsesionado por la estafa de las
preferentes! Por la ruina de sus padres y de paso la suya propia. Adiós
ahorros, puro humo. Fue a ver al primo Germán a su segunda vivienda en la
huerta gozosa de Pinedo y aquello debió empezar mal y acabó peor. Le metió, aseguran,
cuatro puñaladas. Debió de dárselas en el culo y en otras partes blandas porque
lo único que sabemos es que el largo Miralles entró en prisión y el primo
siguió su vida normal. De cuatro puñaladas aviesas no sobrevive nadie y menos
si te las da un tipo que mide dos metros y un cuerpo de cien kilos. ¡No es poca
cosa haber sido director de la sucursal de Bancaja en Paterna y prejubilarse
con prestigio de talento consolidado! Hay que conocer Levante; otro mundo.
A
Julio Miralles, como es lógico, le detuvieron, entró en la prisión de
Albocàsser, que sería su cadalso. Llevaba seis meses en la cárcel cuando sus
padres le visitaron por última vez el día de Nochebuena, un vis a vis familiar,
a la una del mediodía. Era martes y él pensaba poder conseguir una salida el
jueves, víspera de los Inocentes, fecha en que su hijo cumpliría seis años.
Desconozco cómo fue la gestión, ni si la intentó. Se suicidó horas más tarde.
Cuando
los abogados de Julio Miralles se personaron en la casa de su padre para
comunicarle que se había suicidado, el viejo aspirante a rentista, descolgó el
teléfono y llamó al “primo Germán”. Lo de menos es que le llamara “hijo de
puta”, me lo imagino, pero allí estaban delante sus abogados y su esposa para
testificar. Pero la vida es así, el “primo Germán” consideró que se trataba de
amenazas, avisó al juez y a la policía, e ¡imagínense qué milagro de eficacia
judicial!, en unas pocas horas pasaron a detener al viejo arruinado, por
decirle cosas muy gordas al “primo”, un probo bancario prejubilado. Le soltaron
en seis horas, irá a juicio como reo y se le impuso una distancia –¿medio
kilómetro?– entre el estafador de las preferentes y él, para que quedara claro
que la justicia es imparcial. Lo que pasó ya pasó y el mundo sigue, que diría
Miguel Blesa con autoridad indiscutible.
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